Samuel Escobar y su peregrinaje en la misión (I)
En distintas ocasiones, Samuel Escobar escribió acerca de su peregrinaje, una de ellas se publicó en International Bulletin of Missionary Research (octubre de 2012). Aquí comparto la primera parte de la traducción al castellano.
03 DE MAYO DE 2025 · 16:00
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Todo discurso teológico es nada más que una aproximación a la verdad, un pensamiento acerca de Dios y el hombre, de Jesucristo, la vida y la historia. Sólo la Palabra de Dios es verdad, y la teología no es lo mismo que la Palabra de Dios. Aunque preste atención a la Palabra de Dios, la teología siempre empieza en una situación y un pensar humanos, y sigue un esquema intelectual humano que la articula. Por eso puedo escribir acerca de un peregrinaje teológico, reconociendo que mi discurso es sólo el balbuceo con el cual trato de “dar razón” de cómo y por qué sigo a Jesucristo, de cómo entiendo que Dios me habla en su Palabra, de cómo discierno los impulsos del Espíritu en medio de su pueblo y hacia el mundo.
Samuel Escobar
Peleó la buena batalla, concluyó su carrera, guardó la fe y, por la gracia del Señor Jesús, recibe la corona de justicia (2 Timoteo 4:7-8). Juan Samuel Escobar Aguirre terminó el 29 de abril, en Valencia, España, sus días terrenales. Nos deja un legado amplio, diverso y muy aleccionador, legado que debiera ser sopesado, particularmente por quienes buscan hacer una reflexión bíblica/teológica contextualizada. En distintas ocasiones escribió acerca de su peregrinaje, en una de ellas el título del recuento fue “My Pilgrimage in Mission”, que se publicó en International Bulletin of Missionary Research (octubre de 2012). Aquí comparto la primera parte de la traducción al castellano:
Mis padres se convirtieron al cristianismo evangélico dos años antes de mi nacimiento en 1934. Como mi padre era oficial de policía tenía que mudarse constantemente. Como consecuencia, recibí mi primera formación espiritual de manos de mi madre y de misioneros británicos de la Unión Evangélica de Sudamérica (ahora Latin Link), cuya escuela primaria internacional era una de las mejores de mi natal Arequipa, al sur del Perú. Le leía a mi madre mientras ella trabajaba en su máquina de coser; le gustaba especialmente el libro de Proverbios, así como las historias misioneras de los libros que recibía por Navidad en la escuela dominical. En 1946 fui el único protestante entre los quinientos estudiantes que ingresaron a la escuela secundaria estatal. Mi firme convicción en mis creencias se puso a prueba, y ser parte de una minoría se convirtió en una marca de mi identidad.
Durante la secundaria sentí el nacimiento de una fuerte vocación literaria. Devoraba libros y escribía poemas, y en 1951 ingresé a la Facultad de Artes y Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima, donde las clases con pocos estudiantes permitieron una estrecha interacción con algunos de los escritores y críticos literarios más reconocidos del Perú. En el posgrado estudié educación, con la intención de dedicarme a la docencia.
El marxismo era una ideología poderosa en la universidad, y la pobreza extrema, las dictaduras militares y la opresión de los pobres hicieron que su mensaje fuera relevante. Tuve que decidir sobre mi compromiso evangélico, y en 1951 fui bautizado por el misionero bautista del sur M. David Oates. El proceso de discipulado incluyó formación básica para la evangelización, la plantación de iglesias y la enseñanza. Pero incluso los mejores libros en español escritos por teólogos bautistas del sur no decían nada sobre el marxismo, y pronto me vi intentando desarrollar mi propia apologética, que uniera la fe en Cristo con la integridad intelectual y el compromiso con la justicia. En este esfuerzo me ayudaron los escritos de John Alexander Mackay, cuyo Prefacio a la Teología Cristiana (1941) me puso en contacto con el filósofo ruso Nikolay Berdyayev, el escritor español Miguel de Unamuno y el teólogo suizo Karl Barth.
La universidad como campo de misión
En 1953 las crecientes iglesias bautistas del Perú me enviaron al Congreso Mundial de Jóvenes Bautistas en Río de Janeiro, Brasil, donde me impresionó el tamaño, la capacidad organizativa y el entusiasmo de los bautistas brasileños. De regreso a Perú, hice escala en Buenos Aires, Argentina, y me enteré de que Mackay estaba en la ciudad para impartir las Conferencias Carnahan. Solicité una entrevista y él, generosamente, me concedió más de una hora de su tiempo, lo cual fue una experiencia decisiva para mí.
De regreso en Perú sentí la inspiración para comenzar una iniciativa de evangelización y discipulado en mi universidad. El misionero Oates proporcionó una sala con libros, juegos y música que, siguiendo el modelo estadounidense, podía funcionar como la Unión Estudiantil Bautista. En esa temprana etapa de mi vida conocí las dificultades y contradicciones de las políticas misioneras bautistas, que incluyeron una crisis administrativa en la misión que provocó el cierre del centro estudiantil bautista. La misión había traído pastores de Argentina y Cuba para ayudar en la evangelización y la plantación de iglesias. Si bien fueron un modelo de buena predicación y desarrollaron programas de educación cristiana, después de cinco años de crecimiento sostenido surgió un conflicto sobre la estrategia de la misión y la propiedad de los bienes de la iglesia. La misión despidió a los pastores y se volvió suspicaz y defensiva ante las iniciativas de los líderes bautistas peruanos. Esta crisis trajo divisiones, confusión y decepción.
Durante este período, en 1955, conocí a Ruth Siemens, profesora del Colegio Americano de Lima, quien había participado activamente en InterVarsity Christian Fellowship en California. En su apartamento organizaba un estudio bíblico grupal inductivo, un método que fue un gran descubrimiento para nosotros, los estudiantes evangélicos. Me transmitió la convicción de que, para perdurar, cualquier obra cristiana debe ser autóctona y autosuficiente. También reconocí que el trabajo interdenominacional en el campus podía servir de testimonio para los no cristianos. Al conocer a presbiterianos, independientes y pentecostales, desarrollamos respeto mutuo y un sentido de unidad en la misión.
A medida que nuestro grupo crecía en tamaño e influencia recibimos la visita de otro graduado de InterVarsity, Robert Young, quien era secretario viajero de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (CIEE). Nos convenció de que la universidad era un campo misionero con sus propios desafíos. Además de su compromiso con el estudio bíblico, Ruth y Bob eran muy dedicados a su vida devocional, y aprendimos de ellos las disciplinas espirituales de la lectura diaria de la Biblia, la meditación y la oración. Nuestra experiencia latinoamericana también nos enseñó a insistir en que el trabajo estudiantil no debe reemplazar en modo alguno la membresía activa en una iglesia local.
En 1957 comencé a dar clases en una escuela secundaria en Lima. Mi padre me había convencido de que, incluso si más adelante me convertía en obrero cristiano, me beneficiaría trabajar primero como profesor asalariado, ya que adquiriría disciplina y hábitos que no se podían aprender de otra manera. Disfrutaba dando clases en la escuela secundaria, pero dedicaba todo mi tiempo libre y energía al grupo estudiantil, que para entonces se había convertido en una escuela de formación para la misión en las universidades. Las noticias sobre acontecimientos similares en otros países y mi experiencia en el Congreso Mundial de Jóvenes Bautistas me llevaron a sugerir que deberíamos tener un congreso similar, pero interdenominacional, para todos los nuevos grupos latinoamericanos. Bob se comprometió a buscar ayuda de IFES para este fin. Mientras tanto, me comprometí con Lilly Artola, mi novia de la iglesia y, como ambos teníamos buenos trabajos, empezamos a pensar en el matrimonio. Cuando Stacey Woods, secretario general de IFES visitó Lima ese año y me invitó a ser secretario viajero para el trabajo estudiantil en Latinoamérica, le hablé de nuestros planes de matrimonio. Woods también entrevistó a Lilly y le preguntó si estaba dispuesta a vivir por fe y a tolerar un esposo viajero. Ella dijo que sí, y nos casamos en marzo de 1958.
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