Vigencia de la pregunta de Felipe al etíope

La explicación clara de la Palabra a otros es un servicio necesario en la comunidad de los discípulos de Jesús.

07 DE FEBRERO DE 2021 · 15:20

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@kellysikkema">Kelly Sikkema</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Kelly Sikkema, Unsplash CC0.

Una sencilla pregunta abrió horizontes hermenéuticos insospechados. En la comprensión de lo leído puede irnos más que la apropiación intelectual de un texto, como en el caso del etíope eunuco (Hechos 8:26-40), puede implicar el sentido futuro de toda nuestra vida.

La explicación clara de la Palabra a otros es un servicio necesario en la comunidad de los discípulo(a)s de Jesús.

Es cierto que los cristianos reivindican el principio del libre acceso a las Escrituras. Pero con frecuencia tal enunciado queda relegado y el acercamiento a la Biblia es fragmentario y descontextualizado.

Fragmentario, porque no se hace una lectura de conjunto, panorámica, que de efectuarse contribuiría a tener una visión de las grandes enseñanzas de la Revelación.

Descontextualizado, ya que se margina la disciplina de investigar las condiciones históricas y culturales en las cuales tuvieron lugar originalmente los acontecimientos narrados en el Libro. 

En círculos evangélicos predomina la inclinación hacia una lectura espiritualista, pero no espiritual en el sentido bíblico, que desencarna y divorcia la ética propia de los seguidore(a)s de Jesús, y la reemplaza por actos rituales que reducen la noción de alabanza a Dios a meros actos verbales acompañados de música.

La democratización de la lectura de la Palabra, ponerla en las manos de un siempre creciente número de personas, tiene que ser una aspiración, y práctica, de las iglesias cristianas que confían en el poder de las Escrituras. Lectores sencillos, con poca escolaridad, han entendido que la Biblia conduce a quien afirmó ser “el camino la verdad y la vida” (Juan 14:6). 

La experiencia personal no es normativa, pero sí ilustra procesos: por muchos años mi ámbito de enseñanza/aprendizaje en la fe estuvo compuesto por medios urbanos y con escolaridad universitaria. Súbitamente, yo amante de los círculos librescos de la ciudad de México, me vi engarzado en una realidad completamente distinta: la de los indígenas evangélicos de Chiapas, tzotziles, tzeltales, choles, zoques y tojolabales.

Para mí fue revelador adentrarme en la vida cotidiana de creyentes que en medio de mucha hostilidad practicaban lo aprendido en la Biblia. Lo hacían de tal manera que uno se quedaba con la impresión de estar atestiguando en los finales del siglo XX y principios del XXI lo vivido por los creyentes de las comunidades neotestamentarias.

Constatar la ejemplar dedicación de los cristianos evangélicos indígenas por aprender a leer, para por sí mismos comprender la Palabra de Dios (término que más usan para referirse a la Biblia), me enriqueció y dio un nuevo sentido de responsabilidad en mi acercamiento al estudio de las Escrituras.

Me ampliaron el horizonte, y aquilaté mucho mejor el poder tener a mi disposición tantas traducciones en castellano de la Biblia, así como un gran caudal de herramientas para su comprensión (diccionarios, concordancias, comentarios, geografías, etcétera).

Entendí mejor que a la democratización de la Biblia, es decir allanar el acceso a ella, debe acompañarle una práctica pedagógica que ayude a sus nuevos lectores, como en el caso del etíope eunuco, a entender el sentido salvífico, y las derivaciones éticas, de la Revelación.

Porque no es automático que un grupo de cristianos, por el hecho de serlo, interprete siempre correctamente lo prescrito en la Palabra. El Nuevo Testamento muestra que las iglesias tuvieron problemas en la interpretación tanto de lo que para nosotros es el Antiguo Testamento, como de los escritos que estaban circulando y que llegaron a formar el canon neotestamentario.

Si en la época mencionada hubo confusión en la comprensión de las Escrituras, en comunidades muy cercanas en tiempo, cultura y geografía a los hechos narrados; entonces el mal entendimiento de las Escrituras en comunidades de creyentes hoy es siempre una posibilidad latente y, frecuentemente, manifiesta.

En la segunda carta del apóstol Pedro, capítulo 3, versículos 15 al 18, se previene a los receptores de hacer malas lecturas, y por ende incurrir en prácticas erróneas de la fe. De acuerdo al pasaje, hay partes de las Escrituras que son “difíciles de entender”, las que son torcidas por “los indoctos e inconstantes”.

El mejor antídoto para las interpretaciones retorcidas (rebuscadas y en exceso imaginativas y alegóricas), es una comunidad bien avezada en la Palabra. De ahí el papel de clave de quienes tienen a su cargo el ministerio de la enseñanza en las congregaciones, de los encargados en explicar el sentido de lo leído.

Siempre hay que seguir el ejemplo de Felipe, y preguntar constantemente “¿entiendes lo que lees?” Y el cuestionamiento debe incluir necesariamente a nosotros mismos, no dar por sentado que entendemos en automático la porción leída.

La tarea interpretativa y docente de las Escrituras debe llevar a quienes tienen este ministerio a equipar al conjunto de creyentes en el que se sirve. Es decir, explicar para que la espiral hermenéutica se reproduzca constantemente en otras personas, que a su vez le explican a otras y así sucesivamente.

Felipe interrogó al etíope eunuco sobre si entendía la sección que leía del profeta Isaías, al responder el funcionario de la reina Candece que cómo iba a entender si no había quién le explicase el sentido de los caracteres plasmados en el rollo,

Felipe respondió con una explicación fundamentada en la necesidad de reconocer la persona y obra de Cristo como la clave hermenéutica para entender cabalmente la historia de la salvación.

Fue así que “comenzando con ese mismo pasaje de la Escritura, le anunció las buenas nuevas acerca de Jesús” (8:35). La cúspide de la Revelación es Jesús, la luz en su máxima intensidad que ilumina lo anterior y da sentido a lo por venir. Felipe hizo una lectura/explicación cristocéntrica, válida entonces y ahora.

En la comunidad cristiana todos y todas son “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios”. En este concepto no caben las castas privilegiadas, ni el verticalismo que mantiene en la dependencia interpretativa a los otros creyentes.

Las claves secretas hermenéuticas, que sólo unos pocos son capaces de poseer y entender, son contrarias a la enseñanza bíblica porque van contra el espíritu de la Revelación, que es manifestar la voluntad de Dios para su pueblo. 

Entender lo que leemos se completa con poner en práctica lo entendido. Así pasó con el etíope al que Felipe le ayudó a comprender el sentido de lo escrito por el profeta Isaías. Después cada quien siguió su camino, pero con la misma convicción de que ensanchar el entendimiento de la lectura bíblica es cuestión que atañe a todos los discípulo(a)s de Jesús.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Vigencia de la pregunta de Felipe al etíope