Feuerbach no creó a Dios

11 DE JUNIO DE 2014 · 22:00

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Antes de dar paso a la materia de este artículo me gustaría reconocer mi absoluta falta de competencia para realizar un análisis exhaustivo y veraz sobre el pensamiento del autor que va a ser citado, puesto que a duras penas he podido leer cuatro pequeñas máximas de su gran y compleja obra. Lo que sí puedo hacer es desligar esas sentencias de juicio filosóficas y compararlas con la lectura que puede extraerse de una fuente de la que se han nutrido muchos otros filósofos: la Biblia.
Toda creación implica dos partes cuya existencia es necesaria para que ésta se lleve a cabo: el creador y el (o lo) creado. El creador es antes, y sin él la creación no puede darse. Pero sin la creación, el creador pierde su capacidad como tal y el hecho de crear, tal y como lo conocemos, desaparece. El filósofo bávaro Ludwig Feuerbach (1804-1872), considerado como el padre del humanismo ateo, invirtió las dos partes de la creación, atribuyéndoles el sentido de la una y la otra. “Dios no crea al hombre, sino que es el hombre quien crea a Dios proyectándose y proyectando sus mejores atributos en él”.
Para analizar esta afirmación debemos retroceder a la idea primaria del bien y el mal. Si la divinidad se asocia con la máxima representación del bien, crear el bien absoluto comporta al mismo tiempo ser o tener el bien absoluto. No creo que el hombre pueda ejercer como símbolo representativo del bien debido a su incapacidad de establecer un valor completamente absoluto en cuanto a este factor. En todo caso, podría ser una representación parcial del concepto de bien (visible en actos como la caridad, el cuidado o el amor), pero nunca absoluta. Si el creador debe contener todo lo que tendrá el ser creado, es imposible que el hombre pueda realizar una creación infinitamente más benévola que él mismo.
Además, cabe comprender que cuando se crea algo, no se hace de manera independiente, sino que se implican otras creaciones de manera paralela. Cuando un fabricante crea un coche, también está creando la posibilidad de morir en un accidente de tráfico, la cual desaparecería y no existiría si no se crease el coche. Cuando se crea el bien, también se está creando el mal, y viceversa. Si los seres humanos somos representaciones parciales del bien, eso significa que incluimos partes maléficas. Por lo tanto resulta imposible que podamos crear un ser absolutamente bueno, sin mácula alguna. Por otra parte, también se da una contradicción en el caso del mal. Cualquier fundamento de gobierno basado en una dictadura acaba pereciendo porque se retroalimenta de su propia maldad. Es un “ser malvado” que crea un sistema maléfico para controlar a una población. Pero a su vez, olvida que la población (convertida en impuestos o en mercadería) es el principal nutriente elemental de cualquier gobierno y cuando ésta se encuentra dañada, sus frutos son malos. Por lo tanto el gobierno se alimenta de la maldad que sembró y termina tomando de su propia medicina. Cosa que lo lleva a la muerte. El mal no puede crear su propio mal, porque se acabará autodestruyendo. No tiene sentido. De la misma manera, los seres humanos, como seres parcialmente malvados, no por decisión ni creación propia sino por adaptación del modelo que nos precede, o “defecto de fábrica”, no podemos crear el concepto absoluto del mal, el cual vendría implícito con la creación del bien. Y el mal absoluto, que podríamos entenderlo como aquello que crea toda la maldad restante, nunca comete el error de dañarse a sí mismo (como las dictaduras o cualquier otra forma de gobierno), sino que crea y establece un modelo de maldad para ser propagado lejos de él.
Jesucristo dijo:“Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae. Y si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo permanecerá su reino?” (Evangelio de Lucas 11:17-18). Sin duda alguna palabras que prueban que el hombre no ha podido tener acceso a la creación del mal absoluto, puesto que los siglos de la historia de la humanidad revelan el mal que los seres humanos hemos causado a los seres humanos. Y de la misma manera, siguiendo esta línea, también resultamos incapaces de crear un bien absoluto, causa de toda bondad, perfección y belleza visibles. Porque si el ser humano, siendo supuesto creador, no reúne esta idiosincrasia, ¿cómo podrá crearla en valores superiores a él? Si Dios es ese ser absolutamente bueno, no puede ser obra nuestra, porque entonces nos retroalimentaríamos y también seríamos absolutamente buenos.
Considero que todo cuanto podemos hacer es reconocer humildemente a Dios como nuestro creador y explotar al máximo las bondades que, como primero e independiente en el proceso de creación, ha creado en nosotros, para que así pueda retroalimentarse.
Jonatán Soriano Altamirano – Estudiante de periodismo – España

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