Qué felices éramos y no lo sabíamos

Son muchos los puentes cruzados de la mano de mi compañero de viaje. Muchas aventuras y desventuras vividas juntos. No cambiaría nada de lo vivido.

31 DE OCTUBRE DE 2022 · 18:00

Imagen de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@hudsoncrafted?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">Debby Hudson</a>, Unsplash.,
Imagen de Debby Hudson, Unsplash.

Observo la fotografía. Ahí estamos, detenidos en el tiempo, impresos en papel, con casi treinta años menos.

Él me tiene tomada por la cintura y su barbilla está apoyada en mi hombro.

Aunque la calidad de la foto es pésima, logro ver el brillo de nuestras miradas; ojos de jóvenes enamorados ignorantes de lo privilegiados que son.

Éramos felices, libres, con pocas preocupaciones reales, pero en contraposición, no nos lo creíamos.

Bailábamos al son de nuestros corazones enamorados, reíamos con pueriles bromas que solo nos hacían gracia a nosotros, disfrutábamos de una etapa preciosa jamás vivida. Pero (de forma molesta aparece de nuevo esta conjunción adversativa) no parecíamos darnos cuenta de nuestra felicidad, de cómo irradiábamos luz. 

Al mirar esa instantánea desde la madurez descubro matices que me emocionan.

La mujer que soy desearía arremeter contra el tiempo y en un empuje heroico volver al pasado y decirle a esa joven que no piense tanto, que no luche contra gigantes imaginarios, que se ame a sí misma para poder darse a los demás con la misma entrega con la cual lo hace, pero sin sentir el punzante dolor de su propia desaprobación.

A él le diría que siguiera el camino trazado, que no tenga miedo de lo por venir, que eche toda su ansiedad sobre aquel que pude hacerla desaparecer.

Estamos ahí, tan jóvenes, tan llenos de vida y tan preocupados por encontrar algo que ya teníamos.

En el momento actual, en este presente de ahora, quiero junto a él abrazar la dicha que se nos brinda, esas ráfagas de bienestar que cada día aparecen por entre las rendijas más triviales.

Ahora, con los mil azotes del tiempo, con los problemas reales que hemos de capear a diario, he aprendido a disfrutar de esa efímera felicidad, de ese concepto ambiguo que no tiene un cimiento muy sólido pero que se lo adjudicamos sin más a sensaciones placenteras que nos ciñen despeinándonos la tristeza.

Son muchos los puentes cruzados de la mano de mi compañero de viaje. Muchas aventuras y desventuras vividas juntos. No cambiaría nada de lo vivido, sí la manera de sentir aquello que vivimos. Apagaría la desazón, el miedo al futuro, el creer que el silencio y la pausa eran señales de algo negativo. Mitigaría la penumbra en la que a veces sometíamos nuestros pensamientos creyendo que ellos no debían ser expuestos.

Les hablaría abiertamente a esos dos jóvenes enamorados que me miran desde el pasado para decirles que eso que sienten es felicidad, no tienen que buscarla en otro lugar, está allí, dentro de ellos.

Que todo aquello por lo que se afanan no tiene razón de ser, que las verdaderas tempestades llegarán más adelante pero que El Shaddai estará ahí para ayudarlos a calmarlas.

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