Rescatados de Lodebar
Olvidadiza cabeza. Frágil memoria.
07 DE OCTUBRE DE 2010 · 22:00

Atrás quedaron los días de soledad, de triste aflicción en terreno hostil.
Atrás quedaron las lágrimas derramadas frente a la incomprensión, mojando la árida tierra.
Lejanos quedan los recuerdos de Lodebar, lugar del que muchos hemos sido rescatados.
Distantes y casi translúcidas aparecen las estampas de quienes fuimos en el ayer. Seres lisiados, dependientes, incapacitados para las tareas más nimias, desprovistos de fe, carentes de alegría.
Con cuánta facilidad nos amoldamos a la vida en palacio, a comer en la mesa junto al Rey, ocupando un inimaginable lugar al que tenemos querencia.
Viciados en la cómoda manera de habitar en la heredad real, olvidamos nuestro personal y particular Lodebar, ese sitio de desazón en el que nos hallábamos ajenos a la gracia del Rey. Un rincón apartado que hemos omitido de nuestros recuerdos para hacernos coparticipes de un reino que sólo nos pertenece por la gran compasión del Padre.
Es importante, oportuno, echar una mirada atrás. Otear el pasado para comprobar que somos el resultado de una mano misericordiosa, de una inefable piedad.
Pensar que nos merecemos alojamiento en palacio es necio y erróneo.
Lodebar ha de ser una de nuestras credenciales, pues volviendo a ese lugar árido encontraremos más fresco el nuevo hogar.
Hemos de caminar hacia adelante con la mirada puesta en todo lo que el futuro nos depara, sin dejar de recordar que somos consecuencia de un amor sin límites, de un perdón que sólo Dios puede ofrecer, de una redención que ha fraguado en nuestro interior el hombre o la mujer que somos, seres libres que reconocen en Dios su verdadera libertad.
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