Una reflexión compleja para los Estados Unidos y para todos
Las consecuencias del asesinato de George Floyd remarcan la necesidad de un examen moral profundo.
WASHINGTON D.C. · 08 DE JUNIO DE 2020 · 17:00
En apenas dos semanas, las protestas iniciadas a raíz del asesinato de George Floyd se han extendido por cientos de ciudades de los Estados Unidos y también en otras metrópolis a lo largo de todo el mundo. Vinculadas, sobre todo, a la denuncia del racismo, a medida que las movilizaciones se repiten y se expanden a otros países, ponen de manifiesto la necesidad de un análisis más profundo.
“¿Quién puede o debería hablar?”, pregunta el coordinador de la Red Norteamericana de Paz y Reconciliación, una iniciativa de la Alianza Evangélica Mundial (WEA, por sus siglas en inglés), Phil Wagler, en un artículo publicado en Evangelical Focus. “Todos somos culpables de comisión, cumplimiento y omisión hasta cierto punto. Protestar de otra manera es negación. Este mundo inflamado está absurdamente polarizado. No soy más que un hombre blanco de mediana edad, incluso inseguro de si esa singularidad no escogida descalifica inherentemente”, añade.
Para Wagler, no se puede separar el movimiento de manifestaciones con el momento de epidemia global. “La pandemia de la Covid-19 ha creado una ansiedad y una frustración que han generado el momento idóneo para una efusión masiva de estas emociones. La gente ha intentado cuidar los unos de los otros y mantenerse mutuamente a salvo, y lo que ha pasado se ha percibido como violento y contrario a ese cuidado”, considera.
También recuerda que el caso de Floyd “es el último en una serie de violencias cometidas contra minorías” y que las palabras ‘no puedo respirar’ “han capturado el dolor del momento, la falta de misericordia, y se han convertido fácilmente en un eslogan”.
El racismo, una realidad en la que coinciden muchas fuentes de datos
Es difícil calcular o medir una actitud social cuando está relacionada con aspectos que conciernen a la ética o la moral individuales, como por ejemplo si los agentes de las diferentes fuerzas de seguridad estadounidenses adoptan formas de proceder distintas en función del color de la piel de una persona. Además, en el caso del país norteamericano, una dificultad añadida es la existencia de montones de departamentos de policía de diferentes niveles, locales o estatales, como la de Minneapolis, a la cual pertenecía el agente que acabó con la vida Floyd.
Pero, en medio de toda la maraña institucional, muchos de los proyectos y esfuerzos por recoger datos sobre la violencia policial en Estados Unidos, y sobre cómo afecta esta en particular a la población negra, concluyen en la prevalencia de una realidad racista. Por ejemplo, The Washington Post, a través del espacio ‘Fatal Force’ (Fuerza fatal), asegura que en 2019 murieron 1.004 personas después de ser disparadas por algún agente de policía. De estas, 406 eran blancas y 249 afroamericanas. En esta misma línea, el portal especializado en tratamiento de datos Statista publicaba, recientemente, que entre 2017 y el 4 de junio de 2020, han muerto 755 ciudadanos negros y 1.416 blancos a manos de la policía. También la plataforma Mapping Police Violence (Mapeando la violencia policial) calcula en 1.945 las personas negras muertas bajo custodia policial entre 2013 y 2019, y en 7.666 las blancas. La web Fatal Encounters (Encuentros fatales) habla de 13.337 blancos y de 7.612 negros asesinados por la policía entre los años 2000 y 2019.
A simple vista, la diferencia entre las muertes de ciudadanos blancos y ciudadanos negros bajo custodia policial puede llevar a pensar que se registran más casos en el primer grupo. Y es cierto. La diferencia la marca el censo demográfico. Según los últimos datos publicados, de julio de 2019, Estados Unidos tiene una población de más de 328 millones de personas, el 76,5% de las cuales son blancas, mientras que solo el 13,4% son negras. Una diferencia que provoca que, en cuanto a porcentajes sobre el total de la población, la afectación sea mayor sobre el colectivo afroamericano.
“El caso de George Floyd es uno en una larga cadena, pero recientemente han sido este y dos más, los de Ahmaud Arbery y Breonna Taylor, los que han recibido mucha atención. Aunque hay muchos policías que hacen un magnífico trabajo y que se han portado muy bien durante las protestas, como los que se arrodillan para evitar violencia y mostrar solidaridad, los abusos que ocurren diariamente no se pueden ignorar”, explica Dan Julian, misionero estadounidense de Misión Cristiana Europea afincado en Valencia.
De hecho, el racismo es una realidad patente también en el contenido de las predicaciones. “Estamos obrando bajo estándares ilegítimos que no están arraigados a Dios, sino en la cultura, la historia, el pasado. Y todos ellos pueden ser hechos, pero la pregunta que debemos hacer es: ¿son la verdad?”, aseguraba hace poco el pastor Tony Evans en una predicación que ha sido publicada de forma parcial por The Washington Post. “Si nuestros púlpitos estuviesen en lo cierto habríamos solucionado el problema del racismo tiempo atrás, señalaba.
El impacto de la imagen de Trump con la Biblia
Poco ha ayudado a apaciguar los ánimos, coinciden diferentes voces, la imagen del presidente Donald Trump con la Biblia frente a la iglesia episcopal en el Parque Lafayette. “Dios no está satisfecho cuando usamos la Biblia como un adorno para ser vistos por los demás”, señalaban el director del Centro Billy Graham del Wheaton College, Ed Stetzer, y su director asociado, Andrew MacDonald, en un artículo publicado en Christianity Today después de que la fotografía del mandatario haya circulado por todo el mundo. “Este episodio ha puesto al descubierto un malentendido fundamental que debemos reconocer y confrontar: que la Biblia no es una herramienta para fotografías políticas”, añadían.
“También ha sido impactante para los canadienses”, apunta Wagler, residente en este país. “Ha sido un sacrilegio”, remarca. Para Wagler, la actitud de Trump “contrastaba con el momento, era confusa y parecía incendiaria”. “Desde una perspectiva eclesial, la acción incluso divide a los cristianos”, considera.
Una reflexión más profunda
“Estados Unidos está en llamas. Necesitamos un llamado a la justicia que contemple a cada persona como portadora de la imagen de su creador, como la Biblia enseña. No necesitamos esa foto”, reiteraban Statzer y MacDonald en su artículo.
La realidad del racismo, sin duda, puede ser el punto de partida hacia una reflexión más profunda y que abarque una dimensión moral más extensa, tanto en la sociedad estadounidense como en toda la cultura occidental. “Cada sociedad, incluso la española, tiene que seguir afrontando la confrontación racial. Por ejemplo, aún sigue en Europa una injusticia sistémica contra los gitanos. Y mis hermanos y hermanas de Latinoamérica, aunque reciben una cálida bienvenida de parte de la iglesia evangélica, tienen que sufrir racismo cada día en las calles”, recuerda Julian.
“¿Cómo puede haber un pecado tan grave en un país que tiene tantas personas que se identifican con la iglesia?”, se pregunta este misionero estadounidense. “La única respuesta a esta pregunta es admitir que todos somos pecadores”, concluye. “Para superar la cuestión nos hace falta la misericordia de Dios, y es necesario que hablemos la verdad, que confesemos nuestro propio pecado, que nos arrepintamos de nuestra falta de amor hacía los que no son como nosotros, y que busquemos cambios políticos y sociales para restaurar la justicia”, asegura.
Estados Unidos lleva décadas exportando cultura, política y teología, entre otros factores. Así que no se trata de una realidad nacional o aislada. Tratando de establecer un paralelismo con el contexto español, Julian recuerda que “en un país católico, no todos realmente son católicos, sino que llevan el nombre”. De la misma forma que en Estados Unidos, dice, “ha habido efecto ético por la presencia de creyentes, pero también ha habido efecto ético por la presencia de los que rechazan la Biblia”. “Y la Biblia deja claro que se conocerá a los creyentes por su fruto”, matiza. “La iglesia puede tener mucha influencia, y creo que debe tenerla, pero ninguna religión puede disfrutar de tratamiento preferencial. También puede verse en estas protestas, en las que participan muchos creyentes”, concluye.
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