“Haz que tenga piedad de ti, Dios mío”: la poesía religiosa de Carlos Pellicer
Dueño de una amplia obra que se caracterizó por la exuberancia verbal y un acendrado sentido nacionalista, era muy conocido su arraigado catolicismo.
11 DE FEBRERO DE 2022 · 09:45

Y me retiro de tu mesa ciego
de verme junto a Ti. Raro sosiego
con la inquietud de regresar rodea
la gran ruina de sombras en que vivo.
¿Por qué estoy miserable y fugitivo
y una piedra al rodar me pisotea?
C.P. “Sonetos de esperanza”, I
El pasado 16 de enero se cumplieron 125 años del nacimiento del poeta Carlos Pellicer Cámara, nativo del estado de Tabasco, en el sureste mexicano. El 16 de febrero se conmemoran 45 años de su deceso en la Ciudad de México. Con tal motivo se han hecho varios homenajes, uno de ellos mediante un video del presidente de la República que se presentó ese día en el Palacio de Bellas Artes con la participación de la secretaria de Cultura, otros funcionarios y su sobrino Carlos Pellicer López, heredero y promotor de su obra. Pellicer fue su mentor en los primeros años de su carrera política y frecuentemente lo menciona como su modelo y ejemplo a seguir. El video del homenaje principal puede verse aquí.
Dueño de una amplia obra que se caracterizó por la exuberancia verbal y un acendrado sentido nacionalista (en esa veta escribió poemas patrióticos admirables), era muy conocido su arraigado catolicismo. Cercano, aunque marcó muy bien su distancia del grupo Contemporáneos (Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, José Gorostiza, Jorge Cuesta…), en su amplia trayectoria poética destaca su visión de lo tropical, así como fuertes convicciones republicanas y latinoamericanistas (estudió en Colombia). Las primeras lo llevaron a apoyar al bando republicano en España, y las segundas, muy en la línea de José Vasconcelos (de quien fue secretario privado), a recorrer el continente física y poéticamente, a la manera de Pablo Neruda, con quien compartió en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en Valencia, en 1937, al lado de José Mancisidor y un muy joven Octavio Paz (en quien influyó muchísimo, literariamente hablando), entre otros. Fue el primer poeta verdaderamente moderno de México, pues, aunque no se rebeló contra el modernismo tan en boga en su temprana juventud, incorporó muchos de sus elementos a la vanguardia.
Fue profesor de poesía moderna en la UNAM y director del Departamento de Bellas Artes. En 1964 obtuvo el Premio Nacional de Literatura y Lingüística; al año siguiente se abrió el Museo que lleva su nombre en Tepoztlán, Morelos. Otra faceta muy importante fue su labor como museógrafo, fruto de un largo viaje a Europa para estudiar la organización de museos, en el que tuvo a París como centro de operaciones. Fue el responsable de la apertura del Museo de La Venta en su natal Villahermosa, además de coleccionista de arte mexicano, prueba de lo cual es la Casa Azul, de Diego Rivera y Frida Kahlo, en la Ciudad de México. Fue notable el esfuerzo por reunir las piezas prehispánicas que componen el primero, entre las que destacan las monumentales cabezas olmecas, figuras emblemáticas reconocidas en todo el mundo. Falleció siendo senador por su estado.
Sus primeros libros fueron: Colores en el mar y otros poemas (1921), Piedra de sacrificios, Seis, siete poemas, Oda de junio (los tres de 1924), Hora y 20 (1927), Camino (1929) y Cinco poemas (1931). A ellos le siguieron: Esquemas para una oda tropical (1933), Estrofas al mar marino (1934), Hora de junio (1937), y Recinto y otras imágenes y Exágonos (ambos de 1941). Después aparecieron: Discurso por las flores (1946), Subordinaciones (1949), Sonetos (1950), Práctica de vuelo (1956). En 1962 dio a conocer Material poético, recopilación que abarca desde 1918 hasta 1961. Dos poemas y Con palabras y fuego, son de ese mismo año. Finalmente publicó: Teotihuacán (1965), Noticias sobre Nezahualcóyotl y algunos sentimientos (1972) y Cuerdas, percusión y alientos (1976). Póstumamente se publicaron: Reincidencias y Cosillas para el Nacimiento (1978), este último, reunión de los poemas que escribía cada año al propósito del nacimiento (Belén) de gran tamaño que montaba en su casa. En 1981, Luis Mario Schneider editó sus Obras. Poesía y, en 1997, la Poesía completa, en tres volúmenes, en colaboración con Pellicer López.
Pellicer pertenece al grupo de selectos poetas abiertamente católicos como Ramón López Velarde, Alfredo R. Placencia, Joaquín Antonio Peñalosa, Manuel Ponce, Enriqueta Ochoa, Ramón Xirau, Gabriel Zaid, Javier Sicilia y varios más. Entre las muchas opiniones sobre su poesía de inspiración religiosa destacan tres: primero, las de Zaid, autor de Tres poetas católicos (dedicado a Pellicer junto a López Velarde y Ponce), en donde destacó el atrevimiento de los autores estudiados:
López Velarde, Pellicer y Ponce son miembros de una tribu cuyo contexto se perdió: los poetas y artistas que creyeron que era posible ser católicos y modernos. Y eso era, finalmente, lo que estaba mal en la recepción de su obra: la ignorancia del contexto. El sueño de crear una cultura católica moderna fracasó hasta el punto de que ni siquiera es historiado, de que la tradición crítica recibida no conserva siquiera una precaución que diga: hay cosas de la cultura mexicana que nunca entenderás, si ignoras que el catolicismo mexicano soñó con la modernidad.[1]
Otro crítico interesante sobre esta vertiente es la de Carlos Monsiváis, quien en el prólogo a una antología de poesía religiosa latinoamericana, escribió:
A cambio de un alud de textos que narran martirios resplandecientes o enloquecimientos amorosos ante el altar, aparecen de vez en cuando obras maestras como Práctica de vuelo, el libro de sonetos de Carlos Pellicer:
Ninguna soledad como la mía.
Lo tuve todo y no me queda nada.
Virgen María, dame tu mirada
para que pueda enderezar mi guía.
Ya no tengo en los ojos sino un día
con la vegetación apuñalada.
Ya no me oigas llorar por la llorada
ansiedad en que estoy, Virgen María.[2]
En otro momento, afirmó: “Pellicer es tradicional porque le importa exaltar los motivos de su admiración, y es modernísimo, porque nunca cede al empecinamiento doctrinario y a las rutinas literarias”.
El tercer autor es el poeta y crítico León Guillermo Gutiérrez, que dedicó un volumen completo a desentrañar los misterios de esta veta tan amplia. Sobre Práctica de vuelo, que consta de 87 sonetos escritos luego de la muerte de la madre de Pellicer, afirma:
…está enmarcado por la concentración en el yo poético que envuelve a todo el texto; en el yo espiritual manifestado en la angustia, el anhelo, la oración suplicante, el diálogo y la confesión ante un Dios humano y omnipotente. Abre el poemario el soneto que según Pellicer dio origen al libro: ‘Soneto a causa del tercer viaje a Palestina’, firmado en Monte Tabor en 1929. El primer cuarteto inicia con el diálogo franco del poeta frente al Señor de una manera familiar, es decir, se trata de una acción que le es común y recurrente. Lo que importa es el cuestionamiento que el poeta hace: “¿Por qué, Señor, a tus paisajes tomo / de nuevo entre mis brazos? ¿Por qué ordenas / —pájaros en abril, noches serenas— / que a mí desciendan nubes de tu domo?”. Indudablemente se siente un elegido de la divinidad que lo ha llamado para comunicarle algo de suma valía.[3]
Las palabras que preceden a Cosillas para el Nacimiento lo muestran de cuerpo entero en su papel de poeta-creyente que celebró, como pocos en el medio cultural latinoamericano, el nacimiento de Jesús de Nazaret:
Los pequeños poemas que siguen hablan de mi pasión por todo lo cristiano. Creo en Cristo como Dios y la única realidad importante en la historia del planeta. Todo lo demás —arte, ciencia, etcétera— es accesorio, secundario y anecdótico.
Desde siempre organizo “El nacimiento” cada Navidad en mi casa. Estoy seguro de que es lo único notable que hago en mi vida. Es casi una obra maestra. He podido conjuntar la plática, la música y el poema, así cada año. Miles de gentes van a mi casa durante cinco o seis semanas, un largo rato de noche a mirar “El Nacimiento”. Los poemas que forman esta sección se escribieron siempre horas después de haber terminado mi trabajo anual.
Mi madre, tan humana cuanto religiosa, me inició en la divina práctica de “El Nacimiento”. Gracias a Dios y a ella, puede, puedo, hacer cada diciembre lo que dura un mes y parece eterno.[4]
Cerramos aquí con tres de los “Sonetos bajo el signo de la Cruz” y una de las Cosillas para el nacimiento.
Alcé los brazos y la cruz humana
que fue mi cuerpo así, cielos y tierra
en su sangre alojó. Su paz, su guerra,
su nube palomar, su piedra arcana.
¡Cómo sentí en mis brazos la campana
del aire azul! Y el pie que desentierra
su pisada en la tierra que lo encierra.
Del corazón salía la mañana.
Y cuerpo en cruz, el corazón abierto
–pájaros de diamante en aire vivo–
brotó y el aire fue el más claro huerto.
De aquella libertad quedé cautivo.
Bebiéndome la sed planté el desierto
y del sol en el cielo fui nativo.
*
Una vez, una noche en Palestina,
el cielo cintiló y alcé el oído
y abrí los brazos y oculté al olvido
la nube de su pálida cortina.
¡Jesús, Tú que eres Dios!, dije y divina
la sangre derramó su vaso herido
sobre la mesa festival crecido
como rosa alcanzada por su espina.
Aquella noche llena de luceros
oí mi voz por vez primera –aleros
de la primera voz–. Y el alma cupo
en el paisaje inmenso. Poesía,
mira, calla, ven, ve, vuelve a tu grupo
y escucha la perfecta melodía.
*
Cuando tenga en mi voz el agua clara
de ser con los demás como conmigo,
del agua montañosa seré amigo
junto al hermoso mar que se acitara.
Cítara el huracán tendrá por cara
y azul la mano de rozar el trigo.
Toda criatura me dirá: “contigo”,
cuando en el agua escuche mi voz clara.
¡Si yo pudiera levantar los brazos
y abrirlos como en fruto bien maduro
hace el árbol al sol! A tus hachazos,
oh vida, mucha rama está cayendo.
Tal vez queden las dos que el tronco oscuro
entre sombras y estrellas va pidiendo.
*
ENTRE los pinos andan los ángeles,
como la brisa, como los aires,
entre los pinos, como las luces
que fueran pájaros
entre los pinos.
Se ven los montes
Lejos azules, desde los pinos-
Bajo el pinar
Dios ha encendido la dulce hoguera
Del Niño Dios
como un cantar,
como un cantar de inmensa voz.
El Niño Dios
bajo el pinar.
¡Quién pudiera ofrecerle
buen corazón!
Sin odio y sin rencores...
Un corazón
como una flor.
Florea la mañana
su antigua flor.
Y es una flor tan nueva
como otra flor.
Y entre flores alegres
de alegre estar
yo quisiera algún día
bajo el pinar,
alegremente, calladamente,
llorar, llorar.
Una lágrima honda
del corazón
para esa flor
del Niño Dios.
Amor a toda cosa,
amor cantar
junto al Niño Jesús,
humildemente, bajo el pinar.
Cantar Amor
como una flor
bajo el pinar.
Las Lomas, 23 de diciembre de 1953
Para el Nacimiento en la casa nueva.
Notas
[1] G. Zaid, Tres poetas católicos. México, Océano, 1997, p. 13.
[2] C. Monsiváis, “‘Así te ves mejor, crucificado…’ (Sobre la poesía religiosa)”, en L. Cervantes-Ortiz, ed., El salmo fugitivo. Antología de poesía religiosa latinoamericana. Barcelona, CLIE, 2009, p. 17.
[3] L.G. Gutiérrez, Fervor desde el trópico. Poesía religiosa de Carlos Pellicer. Villahermosa, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 2007, p. 71.
[4] Cf. “Cosillas para el Nacimiento”, de Carlos Pellicer”, en Proceso, 24 de diciembre de 2020.
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