‘El Faro’: réquiem por una revista centenaria (III)

El Faro (convertido como ya se dijo, y sin ninguna explicación, en La Luz de El Faro) ha perdido su impulso inicial,

14 DE DICIEMBRE DE 2012 · 23:00

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En el primer número dedicado a la conmemoración del centenario de la revista en 1985, escribió lo siguiente Salatiel Palomino López, a la sazón miembro del comité editorial y rector del Seminario Teológico Presbiteriano de México: Esto es quizá lo que más fácilmente salta a la vista al leer los “Faros” de aquellos años. Artículo tras artículo, columna tras columna, están marcados por un tinte fuertemente polémico. En ningún momento se nos oculta que El Faro es una publicación combativa y de carácter contestatario que valiente y aun encarnizadamente denunciaba los abusos del clero prepotente, combatía los errores romanistas y propugnaba una desaparición del poder papal en estas tierras. Tal opción en aquellos momentos, era marcadamente audaz y peligros. Pero se sostuvo con celo, firmeza espiritual y agudeza lógica, literaria y periodística.[1] El reconocimiento y promoción de las características mencionadas, especialmente “el tinte fuertemente polémico”, que no se ha perdido, aunque no por las razones originales, y luego su carácter “combativo” y “contestatario” ha sido desigual en sus diversas épocas a causa de los vaivenes producidos por los énfasis que las personas responsables han querido darle. Pero lo sucedido recientemente, al publicarse durante dos años seguidos un único número anual, ¡después de una ausencia de un año completo! (octubre de 2010-noviembre de 2011), rebasa cualquier expectativa favorable, pues la revista se encuentra prácticamente secuestrada por tres personas, quienes desde el denominado “ministerio de educación cristiana” escriben la mayor parte de los textos y controlan todo, desde la “selección de artículos y corrección” (muy deficiente, dicho sea de paso: en la p. 85 de la segunda “edición especial” se lee “texto masotérico”, en vez de “masorético”) hasta llegar al extremo de adaptar artículos para darles el énfasis conveniente. (Otro ejemplo: Ernesto García, afirma inocentemente que Karl Barth y Rudolf Bultmann fueron teólogos reformados, cuando en realidad sólo lo fue el primero, en un artículo ambiguo en el que no se sabe si los ha leído verdaderamente, dado lo tendencioso de su enfoque tan superficial.) Sobre las últimas características mencionadas por Palomino, lamentablemente El Faro (convertido como ya se dijo, y sin ninguna explicación, en La Luz de El Faro) ha perdido su impulso inicial ante lo que ahora se percibe como proyecto, pues únicamente se mantienen el celo y algo parecido a la firmeza espiritual, entendida más bien como “obsesión apologética”, pero la agudeza lógica, literaria y periodística se echan mucho de menos, pues lejos está la articulación de elementos bíblico-teológicos, literarios y periodísticos para cumplir la labor que en otras épocas cumplió la prensa protestante, hoy tan escasa. Dicha obsesión aparece como un auténtico dique para la creatividad de los miembros de la iglesia. En el año de su centenario, el director (Eliseo Pérez Álvarez) encargó al ya extinto Alberto Rosales, pastor, profesor y escritor de “la vieja guardia” (pues fue discípulo directo de Eleazar Z. Pérez), la elaboración de una serie de seis textos de análisis que dieran cuenta de la evolución de la publicación. Además, otros colaboradores ofrecieron su punto de vista sobre lo que El Faro había significado hasta esa fecha. Es el caso del también ya fallecido pastor Samuel Trujillo: El Faro es un depósito histórico. Al investigador social los primeros faros le comunican el hecho trascendente de la presencia de una iglesia. Nos comunica la historia que se va haciendo, se va construyendo. Y en cada circunstancia histórica siempre ha tenido algo que dar a conocer al pueblo de la iglesia. […] El Faro como revista establece el diálogo directo de la iglesia con la sociedad, de la iglesia con el mundo de afuera. Es el que presenta el testimonio escrito de lo que la iglesia hace o dice y en ese sentido la revista es evangelizadora porque anuncia un mensaje, tiene una proclama, tiene una luz que irradiar[…][2] En lo que parece una confesión de parte, el editorial del número de noviembre de 2011-octubre de 2012 (sin registro de continuidad con los años anteriores), firmado por Óscar E. Hernández Juárez, no por el director (como debería ser) señala: “Han sido muchos los factores por los cuales hemos editado a manera de ‘número especial’ estos últimos números […] Sin embargo es nuestro deseo regresar al esquema de edición bimestral”. Sobre el control mencionado líneas arriba, se especifica: “Les recordamos que dependemos de lo que en su momento el ministerio de educación apruebe para [su] edición y publicación” (“Carta a nuestros lectores”, La Luz de El Faro, nov. 2011-octubre 2012, p. 3, énfasis agregado). Obviamente, como ya se observó, ha desaparecido el comité editorial de antaño, dado que la libertad de expresión se ha reducido a un mínimo histórico y por demás preocupante. Lo que Hernández Juárez no menciona es que en febrero de 2011, en Campeche, la dirigencia nacional presbiteriana determinó lo siguiente: “En relación al (sic) proyecto que se presenta de la revista El Faro, se acuerda que se siga editando tal como se ha hecho hasta ahora con el apoyo de las empresas que allí se anuncian y que se presente un nuevo proyecto integrador más ampliado” (cursivas agregadas), algo que, como se ve, no se ha cumplido, por lo que la imagen y credibilidad de una publicación tan antigua se ha perdido y sus intenciones originales se han desnaturalizado, y se ha caído cayendo en un esquema de renuncia a la información y el análisis bíblico-teológico serio y pertinente ante el temor de que los fantasmas y los diversos “ismos” (liberalismo, ecumenismo, feminismo) amenacen o sorprendan a sus lectores/as cautivos. Esta “preocupación preventiva” ya no se sostiene en los tiempos que corren, tan abiertos al debate y la circulación amplia de las ideas. En el aspecto empresarial, el colmo ha sido que surgió la propuesta de hacer la revista más comercial, pero eso no se logrará si aparece una vez al año, con noticias fuera del momento y, sobre todo, con una visión tan reducida de la tarea editorial. De modo que habrá que esperar tiempos mejores para que reverdezcan las “viejas glorias” de El Faro.

[1]S. Palomino López, “Una boca y un corazón”, en El Faro, año 100, enero-febrero de 1985, p. 7.
[2]S. Trujillo, “El Faro, un medio de comunicación”, en El Faro, año 100, marzo-abril de 1985, p. 53.

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