“La mayor batalla de este mundo”, de Charles Spurgeon

En la pelea contra la falsa doctrina, la mundanalidad y el pecado, avanzamos sin temor hasta el final, y por eso nuestro lenguaje no debe ser fruto de una pasión desordenada, sino de principios bien considerados.

20 DE MAYO DE 2021 · 19:00

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “La mayor batalla de este mundo”, de Charles Spurgeon ( Biblioteca de Clásicos Cristianos, Abba, 2021). Puede saber más sobre el libro aquí.

 

Deseo que todas las oraciones que hemos elevado reciban respuesta pronto y en abundancia, y se multipliquen nuestras plegarias. Lo más memorable de las últimas conferencias fue el santo esfuerzo que invertimos en la oración eficaz, y espero que no desfallezcamos en ese sentido, sino que prosigamos en la intercesión ferviente y prevaleciente. El cristiano de rodillas es invencible. He meditado muchos meses sobre este discurso antes de pronunciarlo, así que puedo decir que es el resultado de mis oraciones. Me encantaría ofrecer una buena exposición en una ocasión tan destacada y con la mejor elocuencia posible, pero sobre todo, como ha orado el hermano, quiero estar enteramente en las manos del Señor, tanto en este asunto como en cualquier otro. Preferiría tartamudear si así se satisface más plenamente el propósito de Dios e incluso perder toda capacidad de habla si, ante el hambre de palabras humanas, pudierais alimentaros mejor de la vianda espiritual que solo se halla en Él, que es el Verbo encarnado de Dios.

Puesto que me dirijo a predicadores, puedo decir que estoy convencido que debemos prepararnos con diligencia y esforzarnos al máximo en el servicio a nuestro gran Maestro. Recuerdo haber leído sobre un puñado de griegos que, como leones, pelearon contra los persas. Un espía acudió a comprobar lo que hacían, regresó y le contó al gran rey que no eran más que pobres criaturas, porque estaban ocupados peinándose. El monarca, sin embargo, interpretó los hechos a la verdadera luz: un pueblo que se acicala el cabello antes de la batalla es que valora mucho sus cabezas y no las inclinará a una muerte cobarde. Cuando procuramos emplear el mejor lenguaje al proclamar las verdades eternas, damos a entender a los oponentes que somos aún más cuidadosos con las doctrinas en sí. No debemos ser soldados descuidados cuando salimos a la batalla, porque eso nos desalentaría.

En la pelea contra la falsa doctrina, la mundanalidad y el pecado, avanzamos sin temor hasta el final, y por eso nuestro lenguaje no debe ser fruto de una pasión desordenada, sino de principios bien considerados. No debemos lucir desarreglados, sino como triunfadores. Esforzaos mucho en estos tiempos para que todos vean que no tenéis intención de desviaros del objetivo. El persa, en otra ocasión que avistó a un grupo de soldados en marcha, dijo: «¡Ese diminuto puñado de hombres seguro que no tiene intención de luchar!». Pero otro se alzó y replicó: «Por supuesto que sí: llevan los escudos adornados y la armadura reluciente». Sabemos que un hombre trabaja seriamente cuando no se apresura en el desorden. Así actuaban los griegos: cuando se les presentaba un día sangriento, se arreglaban como el que más, porque era su modo de reflejar su honor como guerreros.

Creo, hermanos, que cuando tenemos una gran tarea que desempeñar para Cristo y la llevamos a cabo, no debemos acudir al púlpito o al estrado para articular la primera palabra que se nos pase por la cabeza. Si hablamos por Jesús, debemos hablar tan bien como podamos, aunque es cierto que a los hombres no se los mata con el brillo de los escudos ni con el refinado peinado del guerrero, sino que se requiere un poder mayor para cortar su cota de malla. Alzo la vista al Dios de los ejércitos. ¡Que Él defienda al justo! Pero yo seguiré marchando al frente, con todo cuidado y sin ninguna duda. Somos débiles, pero el Señor nuestro Dios es poderoso, y la batalla es suya, no nuestra.

Solo presento un recelo, y hasta cierto punto. Anhelo que mi profundo sentido de la responsabilidad no merme mi eficiencia. A veces, ante la presión de hacer algo tan bien, acabamos haciéndolo peor de lo que somos capaces. La sensación abrumante de responsabilidad puede paralizar. Una vez recomendé a un joven oficinista para trabajar en un banco, y sus amigos le advirtieron que tenía que ser estrictamente riguroso con las cuentas. El chico oyó el consejo muchas veces y empezó a trabajar con tanto cuidado que los nervios se apoderaron de él y, aunque empezó siendo preciso, la ansiedad lo llevó a cometer un error tras otro y acabó dimitiendo. Es posible sentir tanta ansiedad sobre cómo y qué debes decir que genere tal constreñimiento que incluso olvides lo que más querías recalcar.

Hermanos, os estoy contando algunos de mis pensamientos privados, porque nuestros llamados se asemejan. Puesto que vivimos las mismas experiencias, nos hará bien compartirlas. Los que lideramos sufrimos las mismas debilidades y problemas que los que son liderados. Debemos prepararnos, pero también confiar en Dios, porque sin Él nada empieza, continúa ni acaba bien.

Me consuela saber que, si no hablara adecuadamente sobre este asunto, acabaríais por experiencia aprendiéndolo. El mero hecho de tratar un tema apropiado ya es muy positivo. Si uno aborda correctamente una cuestión, pero esta no tiene importancia práctica alguna, mejor no haber dicho nada. Como comentó alguien hace mucho tiempo: «Es inútil hablar tanto de algo que no es relevante». Puedes tallar el hueso de la cereza con la mayor habilidad, pero no deja de ser un simple hueso de cereza. En cambio, un diamante es una piedra preciosísima, por mal cincelado que esté. Prestar atención a cuestiones de peso nunca está de más, aunque el orador no esté a la altura de la ponencia. Es importante que consideremos los asuntos que he seleccionado para hoy, y hacerlo ahora. Son verdades presentes y apremiantes, y reflexionar sobre ellas es invertir bien el tiempo. ¡Oro muy fervientemente que sean de provecho en esta hora de meditación!

Afortunadamente, la naturaleza de estos temas me permite ejemplificarlos mientras imparto este discurso. Igual que el herrero enseña al aprendiz mientras fabrica la herradura y la confecciona, nosotros podemos convertir los sermones en ejemplos de la doctrina que contienen. En este caso, podemos practicar lo que predicamos, si el Señor nos acompaña. El instructor de cocina utiliza sus recetas para enseñar a los alumnos. Prepara un plato ante su público y va describiendo los ingredientes y la preparación, prueba la comida él mismo y la ofrece también a sus amigos. Aunque no sea un gran pedagogo, tendrá éxito gracias a sus delicados platos. El hombre que alimenta cosechará mejores resultados que el que toca muy bien un instrumento pero deja en su público el recuerdo de un sonido agradable. Si los temas que predicamos a nuestra gente son buenos, compensarán nuestra carencia de habilidades a la hora de exponerlos. Mientras los oyentes reciban alimento espiritual, el que los sirve puede caer en el olvido de buena gana.

Los temas que trato hoy guardan relación con nuestro oficio, la cruzada contra el error y el pecado en el que se ve inmerso nuestro mundo. Espero que todos los presentes lleven la cruz roja en el corazón y estén decididos a trabajar y afrontar peligros por Cristo y su cruz, así como a no darse por satisfechos hasta que sus adversarios sean derrotados y Cristo mismo quede complacido. Nuestros padres solían hablar de «la causa por Dios y la verdad», y por eso cargamos armas y salimos pocos contra muchos, débiles contra poderosos. ¡Oh, que seamos considerados buenos soldados de Jesucristo!

Hay tres cosas de importancia crucial y que, de hecho, siempre han estado y estarán en las primeras filas de cualquier batalla, debido a su utilidad práctica. La primera es nuestro arsenal, que es la Palabra inspirada por Dios. La segunda, nuestro ejército, es la Iglesia del Dios viviente, llamada por Él mismo, a la que debemos liderar bajo el mando del Señor. La tercera, nuestras fuerzas, con las cuales nos vestimos la armadura y empuñamos la espada. El Espíritu Santo es nuestro poder en todo lo que somos y hacemos, para sufrir y servir, crecer y pelear, combatir y vencer. El tercer tema es de gran importancia. Aunque lo abordaremos al final, su relevancia es primaria.

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