Dios el Padre y Dios el Hijo, de Lloyd-Jones

Un fragmento de “Dios el Padre, Dios el Hijo”, de Martyn Lloyd-Jones (2010, Editorial Peregrino).

04 DE ENERO DE 2018 · 14:05

Detalle de la portada.,
Detalle de la portada.

“Dios el Padre, Dios el Hijo”, de Martyn Lloyd-Jones (2010, Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.

 

La revelación

Quizá nos vendría bien tener en mente las palabras que encontramos en Hechos 14:15–17:

Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay. En las edades pasadas él ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones.

Ahora bien, cualquier consideración de las doctrinas bíblicas, y de la doctrina cristiana en general, obviamente, en última instancia, está centrada en esta gran pregunta: ¿Cómo podemos conocer a Dios? El clamor está ahí en el corazón humano, como lo expresa Job tan acertadamente: “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!”. Damos por supuesto lo que muchas veces se ha señalado: que en toda la raza humana encontramos lo que se podría describir como un “sentimiento de Dios”. Muchos dicen que no creen en Dios, pero, al decirlo, deben luchar contra algo fundamental e innato en ellos que les dice que Dios existe, que tienen una relación con Él y que, de una forma u otra, deben enfrentarse a Él, aun cuando ese enfrentamiento consista en negarle por completo. Aquí, por tanto, hay algo básico en la naturaleza del ser humano, y fundamental en toda la raza humana. Y este sentimiento de Dios, esta sensación de Dios, es algo que o bien bendice a los hombre y mujeres o bien los atormenta. Y todo el mundo debe encararlo.

Aquellos a los que esto les preocupa, y que desean encontrar a Dios y conocerle, se encuentran con dos maneras posibles de hacerlo. La primera, y la que nos viene instintivamente debido a nuestra naturaleza caída, es creer que nosotros, por nuestra propia búsqueda y esfuerzos, podemos encontrar a Dios; y desde el principio de la Historia, los hombres y las mujeres se han dedicado a esta búsqueda. Lo han hecho por medio de dos métodos principalmente. Uno es seguir esa especie de sensación instintiva o intuitiva que tenemos, y eso se manifiesta de varias maneras. A veces la gente habla de una “luz interior”, y dicen que lo único que hay que hacer es seguir esa luz adonde nos conduce.

Ese es el camino de los místicos y otros más. Dicen: “Si quieres conocer a Dios, lo mejor que puedes hacer es sumergirte en ti mismo, dentro de todos hay una luz que finalmente conduce a Dios. No te hace falta ningún conocimiento”. “No necesitas más que someter tus fuerzas y tu ser a esta luz y su guía”. Ese método intuitivo es algo que a todos nos resulta familiar. Se manifiesta de muchas maneras, y está presente en muchas de las sectas del mundo moderno.

El otro método que se ha adoptado ha sido el que se basa en la razón, la sabiduría y el conocimiento. La gente, por ejemplo, puede empezar por la naturaleza y la creación, y razonar a partir de eso. Sostienen que, como resultado de ese proceso, pueden llegar al conocimiento de Dios. Otros dicen que mirando a la Historia, y razonando sobre su desarrollo, pueden llegar a creer en Dios. Y aún hay otros que dicen que el camino para llegar a Dios se reduce a un proceso de razón pura. Dicen que si nos ponemos a razonar verdadera y correctamente, debemos llegar por fuerza a creer en Dios. Recordemos que está ilustrado por el argumento moral: puesto que en este mundo soy consciente de un bueno y un mejor morales, eso supone que debe de haber un óptimo en algún sitio. ¿Pero dónde está? No lo encuentro en este mundo; por tanto, debe de estar fuera de él, y la creencia es que eso es Dios.

Por otra parte, no quiero adentrarme en esos asuntos. Simplemente te estoy recordando que esas son las formas en las que muchas personas piensan que pueden encontrar a Dios y llegar a un conocimiento de Él. Pero la respuesta cristiana es que ese método está inevitablemente condenado al fracaso. El apóstol Pablo lo expresa en estas palabras memorables: “El mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría” (1 Corintios 1:21); y es significativo que lo dijera a los corintios, que eran griegos y que, por tanto, estaban familiarizados con las enseñanzas filosóficas. Pero a pesar de que Pablo dijera eso, la gente aún confía en las ideas y los razonamientos humanos para encontrar a Dios.

Me parece que éste no es un asunto sobre el que se pueda discutir, porque simplemente es una cuestión de hechos, y el hecho es que uno no puede llegar al conocimiento de Dios siguiendo esa dirección por dos razones muy obvias. La primera es (como esperamos ver más adelante al tomar en consideración estas doctrinas en particular) la naturaleza de Dios mismo: su infinitud, su carácter absoluto y su completa santidad. Todo en Él y sobre Él hace imposible tener un conocimiento de Dios en términos de razón o intuición.

 

Portada del libro.

Pero cuando a eso se le añade la segunda razón, que es el carácter y la naturaleza de los hombres y las mujeres en su estado pecaminoso, la cosa se vuelve doblemente imposible. La mente humana es demasiado pequeña para abarcar o aprehender a Dios y comprenderle. Y cuando llegamos a la comprensión de que, a causa de la Caída, todas nuestras facultades se ven afectadas por el pecado y la enemistad natural, entonces, de nuevo, un conocimiento de Dios por medio del esfuerzo humano se torna completamente imposible.

Ahora bien, la Biblia siempre ha empezado por eso y, sin embargo, las personas en su necedad aún intentan emplear estos desgastados métodos que ya han probado ser un fracaso. Debemos, pues, empezar por asentar este postulado: nuestra única esperanza de conocer a Dios verdaderamente es que Él en su gracia se complazca en revelarse a nosotros, y la enseñanza cristiana es que Dios lo ha hecho. Está claro, pues, que la primera doctrina que habremos de considerar juntos es la doctrina bíblica de la revelación. No puedo llegar a Dios sin ayuda, por medio de mis propios esfuerzos. Dependo de que Dios se revele a sí mismo. La pregunta es: “¿Lo ha hecho?”. La respuesta: “Sí, lo ha hecho”, y la Biblia nos habla de ello.

Antes de que consideremos, pues, estas distintas doctrinas y verdades concernientes a Dios y nuestra relación con Él, que en última instancia es la búsqueda en la que todos estamos embarcados, debemos tener muy clara la cuestión de la revelación. ¿Qué es la revelación? Bien, creo que esta es la mejor definición que puede haber: La revelación es el acto por medio del cual Dios comunica a los seres humanos la verdad con respecto a sí mismo, su naturaleza, obras, voluntad y propósitos, y también incluye descubrir todo esto: retirar el velo que lo oculta para que podamos verlo.

Ahora bien, según la Biblia, Dios se ha revelado a sí mismo de dos maneras principalmente. La primera es lo que llamamos la revelación general; la otra, obviamente, es la revelación especial. En primer lugar, pues, veamos la revelación general. ¿Qué es? Ya me he referido al hecho de que ciertas personas, por medio de la observación de la naturaleza, creen poder llegar a Dios por medio de un proceso de razonamiento, y la Biblia está de acuerdo con eso hasta cierto punto: nos dice que Dios se ha revelado a sí mismo —en general y primeramente— a través de la creación y la naturaleza. Pablo hizo una declaración muy importante sobre este asunto a la gente de Listra. Dijo: “[Dios] no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones”. Justo antes de eso, Pablo había dicho: “Hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay” (Hechos 14:17,15).

La otra afirmación clásica sobre ese mismo asunto se encuentra en Hechos 17:24; de nuevo, encontramos la misma afirmación en Romanos 1:19-20: “Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa”; otro texto de suma importancia. Todas esas afirmaciones nos recuerdan que Dios, después de todo, ha dejado sus marcas, sus huellas, en la naturaleza y en la creación; son las “obras de sus manos”. Y, por supuesto, un tema que atraviesa toda la Biblia es: “Los cielos cuentan la gloria de Dios” (Salmo 19:1), etc. Todo lo que se creó es en sí mismo una revelación de Dios. Esa es la primera definición de la revelación general.

Pero, por supuesto, se obtiene el mismo tipo de revelación de la comúnmente denominada providencia: el orden de las cosas en este mundo, su mantenimiento, su sostén, y el hecho de que todo prosiga y continúe en la vida. ¿Cómo se explica todo? Bien, en última instancia, es cuestión de la providencia. No quiero entrar en eso ahora, porque cuando tratemos la doctrina de la providencia de Dios, veremos toda la cuestión más detalladamente. Pero recordemos de paso que, mediante los designios de la providencia, las estaciones, la lluvia y la nieve y la fructificación de las cosechas son todas manifestaciones de Dios.

El tercer punto de la revelación general es la Historia. Toda la Historia del mundo, si tan solo pudiéramos verla, es una revelación de Dios.

Pero ahora debemos decir que, de por sí, la revelación general no es suficiente. Debería ser suficiente, pero no lo es. Y eso, me parece a mí, es el argumento de Pablo en el capítulo 1 de Romanos, donde dice: “De modo que no tienen excusa” (v. 20). La evidencia está ahí, pero eso no ha sido suficiente. ¿Por qué? A causa del pecado. Si los hombres y las mujeres no hubieran sido pecadores, al ver los milagros y las obras de Dios en la creación, en la providencia y en la Historia, habrían podido llegar a Dios por un proceso de razonamiento. Pero a causa de su pecado, no pueden hacerlo; se niegan deliberadamente. Ese es el gran argumento del resto de Romanos 1, que espero leas cuidadosamente por ti mismo. Pablo dice: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios” (vv. 21-22). Y a continuación dice que empezaron a adorar a la criatura en lugar de al Creador.

Podemos resumirlo, pues, de la siguiente forma: la evidencia que proporciona la creación, etc., es suficiente como para dejar al hombre y a la mujer sin excusa cuando hacen mal y se presentan ante Dios. Pero, al estar en pecado, no basta para llevarles a un conocimiento de Dios. De modo que la pregunta es: ¿Hay alguna esperanza? Esta manera racional de mirar a Dios, hasta en su dimensión óptima, solo podría, como dice Pablo, llevarnos al conocimiento de Dios como creador. Su poder —dice Pablo— se manifiesta de esta forma, pero ése no es el conocimiento de Dios que anhelamos y codiciamos. Los hombres y las mujeres claman por un conocimiento más íntimo. Queremos conocer a Dios en un sentido más personal. Queremos tener una relación con Él. Cuando se nos abren los ojos, ese es el conocimiento que queremos, y un conocimiento tal no lo puede proporcionar ni la creación ni la providencia ni la Historia en el mejor de los casos: solo pueden mostrarnos que Dios es Omnipotente y que es el Creador.

Bien, preguntamos de nuevo: ¿Hay alguna esperanza para nosotros? Y la respuesta habremos de encontrarla en el segundo tipo de revelación de que nos habla la Biblia, la llamada revelación especial. Y la revelación especial que encontramos en la Biblia tiene un objeto muy distinto y concreto, que es el de revelarnos el carácter de Dios, la naturaleza de Dios y, especialmente, la naturaleza y el carácter de Dios tal y como se nos muestran en su gracia salvífica. Ese es el asunto que nos preocupa: cómo conocer a Dios, ser amados por Él y recibir su bendición.

Ahora bien, la Biblia hace una singular afirmación en este punto: afirma que ella, y solo ella, proporciona este conocimiento especial de Dios. La Biblia afirma ser el registro de la revelación especial que Dios hace de sí mismo y de la gracia y salvación que hay en sus propósitos con respecto a los hombres y las mujeres. La Biblia afirma ser mucho más que eso, pero por ahora solo trataremos esta primera afirmación. Y, por supuesto, tiene mucho que decir sobre este asunto. En un sentido, ese es el gran mensaje de este libro de principio a fin: es Dios revelándose a sí mismo. No es la gran búsqueda religiosa del género humano. No; es el gran Dios eterno retirando el velo y dando una visión y un conocimiento de sí y sus grandes propósitos de gracia. Ese es el tema de la Biblia.

Permítaseme introducir una observación en este punto. Cuando estudiamos la Biblia, es de vital importancia tener siempre en mente esta idea, este concepto de la revelación. Es la única forma de entender el mensaje de la Biblia; nos extraviamos si no lo hacemos. Debemos comprender que el gran objetivo e intención en toda ella es la revelación de Dios mismo; y nosotros debemos descubrir las formas en que a Él le ha placido hacerlo.

Permítaseme enumerarlas. Hay muchas clasificaciones posibles, pero creo que esta es la que sigue el orden de la Biblia con más fidelidad. Primero, y principalmente, la Biblia nos dice que a Dios le ha placido revelarse a sí mismo a los hombres y las mujeres por medio de las llamadas teofanías: las manifestaciones de Dios, sus distintas apariencias.

Tomemos, por ejemplo, Éxodo 33, que es un pasaje muy importante a la hora de considerar la doctrina de la revelación. Dios dijo a Moisés que accedería a su petición y que le manifestaría su gloria. Moisés había expresado ese gran deseo: “Muéstrame tu gloria”. “Me estás encomendando”, venía a decir “la gran tarea de conducir a este pueblo. ¿Quién soy yo, y quiénes son los que van a hacerlo conmigo? Antes de llevar a cabo esta gran tarea”, dijo Moisés, “quiero saber que tu presencia nos acompañará”. Entonces Dios dijo: “Mi presencia irá contigo”, pero Moisés se volvió más osado, y dijo: Quiero ir más allá: “Muéstrame tu gloria”. Permíteme verla. Y entonces Dios le dijo a Moisés: No puedes verme cara a cara, porque ningún hombre puede verme así y vivir. Sin embargo, te mostraré mi gloria.

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