El líder cristiano y su familia, 3 puntos de vista

Cualquier persona con alguna función de liderazgo cristiano suele hablar del tiempo, de agendas llenas, de muchas prioridades y poco espacio para cumplirlas. Ante todo este trabajo, la familia es la primera que está en riesgo de salir perdiendo. Hemos preguntado a tres personas que han pensado mucho sobre cómo se relacionan la familia y el ministerio cristiano. ¿Cómo viven los hijos el trabajo de sus padres? ¿Cuándo hay que decir ‘no’ a un compromiso que va a evitarnos pasar tiempo de calidad en

BARCELONA · 18 DE OCTUBRE DE 2010 · 22:00

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Ester Martínez es psicóloga y profesora universitaria, Marcos Zapata terapeuta familiar, y Pablo Martínez-Vila psiquiatra. Los tres son además conocidos y reconocidos líderes evangélicos en diferentes ministerios. El problema no es nuevo: el trabajo, cuando se convierte en el elemento que define a las otras áreas de la vida, acaba repercutiendo muy directamente sobre la familia. Puede pasar en cualquier familia, y con cualquier trabajo. En el ministerio (es decir, ‘servicio’) cristiano, además, todo puede ser aún más complicado. Si servir a Dios es lo primero, ¿se puede renunciar a ciertas responsabilidades con la familia? ¿Ante un tiempo limitado, cómo responder a las expectativas que muchas veces desbordan al cristiano en posiciones de liderazgo? Precisamente hace poco uno de los más conocidos líderes de Estados Unidos Mark Driscoll, denunció en la conferencia anual de ‘Acts 29’ a quienes `sacrifican su familia por el ministerio´. “No necesitamos más pioneros en la obra, necesitamos más hombres de Dios”, cree Mark Driscoll. “Si tenemos más de estos, algunos levantarán iglesias”. La obra pionera en la fundación de nuevas iglesias no debe ser un fin que justifica los medios. El pastor de la conocida iglesia Mars Hill (Seattle) ha defendido muy claramente que la principal responsabilidad de un pastor es cuidar de su familia, y que sacrificar a mujer e hijos por el ministerio cristiano nunca es justificable. Una de las claves iniciales en las que coinciden Ester Martínez, Marcos Zapata y Pablo Martínez es la planificación. Saber qué queremos hacer con nuestro tiempo. Empezando por aquí, la familia debe tener una posición primordial. “Hay un orden de prioridades en todo y después del Señor, el siguiente grupo que merece una atención muy especial es la propia familia”, opina Ester Martínez. Ellos son “los primeros miembros de la iglesia” para un pastor, los que deben recibir una atención especial. Para que esto sea una realidad no sólo en la teoría, es útil dejarlo claro por escrito. “Creo que cada persona que está en la obra debe revisar muy bien sus horarios y su agenda”. Por otro lado añade que “es difícil dar tiempo de calidad sin cierta cantidad”. Marcos Zapata opina exactamente lo mismo. En cuanto a la familia, no cree que haya “tiempo de calidad sin tiempo en cantidad”, y añade que “en ciertas edades de los hijos gran parte de la calidad reside en la cantidad de tiempo que pasamos con ellos”. Es más, todo el tiempo que él pasa fuera de casa en conferencias y charlas, explica Zapata, es “una ofrenda de mi familia a otras familias de otras iglesias”. “Ante todo hay que poner un límite a estas salidas y reuniones” relacionadas con el ministerio, opina Pablo Martínez. Para que el tiempo con la familia no desaparezca bajo otras prioridades es necesario “tener un porcentaje fijo de fines de semana al mes o al trimestre y también de noches a la semana” en las que decir ‘no’ a nuevos compromisos. Muchos líderes cristianos siempre podrían hacer más, responder a nuevas llamadas de teléfono, cambiar los planes de la semana por enésima vez. Esto demuestra que “uno de los grandes problemas de muchos líderes es no haber plasmado por escrito o de manera bien objetiva sus prioridades”. Si no quedan claras las líneas rojas que no se deben pisar, es difícil mantener un buen equilibrio en el que la familia no salga perjudicada. Así que plantear estos “límites” ayudará, cree Pablo Martínez, a crear “un marco imprescindible para una vida de ‘shalom’ personal y con la familia, lo cual va a repercutir también en la calidad del ministerio”. UN DILEMA IRREAL La pregunta que surge pues es: ¿Hay el riesgo que algunos líderes cristianos lleguen a pensar que servir a Dios y a otras personas es más importante que servir a la propia familia? “Sí, este riesgo existe”, contesta Zapata. “La tentación es hacer el ministerio a expensas de una sana vida familiar”. Esto no es algo consciente, la mayoría de las veces. No está tanto “en nuestra declaración formal de las prioridades, en la cual decimos siempre que lo primero es nuestra familia, sino en nuestra praxis, en la cual negamos con nuestros hechos lo que proclamamos en nuestra enseñanza”, reconoce. “El problema es que hay demasiadas cosas que hacer, demasiadas personas necesitadas a nuestro alrededor y todo es imperiosamente urgente”, describe Ester Martínez. La sensación de necesidades desatendidas es constante alrededor de una persona que trabajo en la obra cristiana. Ante toda esta avalancha, es necesario que la casa sea “un poco un ‘castillo’ y ‘refugio’ para que la familia no se sienta invadida por las urgencias de otros”. Y en la práctica, esto puede significar “dejar ordenadores y móviles apagados las horas de descanso en familia”. A ello se añade seguir una norma muy útil: “Hay que saber que lo urgente no debe pasar por delante de lo importante. Cada cosa ha de tener su tiempo y lugar”. Pablo Martínez está de acuerdo en que crear un dilema entre cuidar a otras personas o a la propia familia “es un error conceptual tan grave como frecuente”. “El carácter espiritual de una actividad no viene dado tanto por el qué se hace, sino por el cómo se hace (Colosenses 3:17; 23-24)”. Es decir, cuidar de tu familia puede “no ser una actividad religiosa y sin embargo muy espiritual”. Y viceversa, “se puede realizar una tarea ‘sagrada’ con muy poca espiritualidad”. ¿Dónde está el equilibrio, pues? “La mejor manera de servir a Dios es mediante el servicio a los demás, empezando por tu ‘viña propia’”, opina. Y recordar que “nuestra familia es también parte de la iglesia”, no algo separado de ella. EL PUNTO DE VISTA DE LOS HIJOS ¿Y lo hijos, cómo ven todo esto? ¿Entienden las características un tanto especiales que a veces tiene el trabajo de sus padres? Marcos Zapata lo explica con un ejemplo muy personal. “Mis hijos todavía son pequeños y están en la infancia, no acaban de entender completamente que su papá tenga que viajar para enseñar a otras personas de otros lugares. Cada vez que viajo tomo un mapa del lugar a donde voy y vemos dónde está y les explico qué voy a hacer a tal lugar”. Esto les ayuda, sigue, para sentirse “parte del proceso”. En su propio entendimiento que tienen de la función pastoral de su padre, los hijos “llegan a comprender aspectos como la consejería, la predicación, la asistencia a reuniones... ellos mismos, como niños”, y se dan cuenta así que “también son parte de la vida de la iglesia, que es parte vital de la vida de nuestra familia”. Ester Martínez también habla de su propia experiencia, y de cómo ella misma vivió el ser hija de un pastor evangélico. “No siempre es fácil para los hijos explicar qué profesión tiene su padre y, a veces, temen muchísimo que se les haga esta pregunta”. Explica que en la escuela, por ejemplo, o entre amigos, muchas veces se utiliza un sustitutivo para no usar la palabra ‘pastor’ o ‘misionero’. “Recuerdo, hoy día con una sonrisa, mi propia experiencia”, explica, “cuando dije en la escuela, a mis siete años, ¡que mi padre era pastor!”. “Mis compañeras me preguntaron inmediatamente si la piel del cuello de mi abriguito era de sus ovejas. Entendí rápidamente, con cierta vergüenza, que aquella palabra no significaba lo mismo para mí que para los demás”. Pero la opinión que tendrán los hijos del trabajo en el ministerio cristiano de sus padres va a depender también mucho de si ven a sus padres satisfechos con su trabajo, cree Pablo Martínez. Por ello, explica que “uno de los aspectos esenciales es que el líder cristiano no hable mal de la obra o de la iglesia local o de otros creyentes en casa delante de los hijos, incluso cuando estos ya parecen adultos (en la adolescencia)”. Liderar un ministerio cristiano es “un gran privilegio, pero es tan duro como otros trabajos en los que intervienen seres humanos”, con “un plus añadido de conflictividad: la Iglesia (en mayúscula), y por tanto el ministerio, es objeto de un trato ‘preferencial’ por parte del diablo; es objeto de sus ataques de engaño y división tanto como puede”. Si el líder cristiano es consciente de esto y asume estos riesgos, “podrá transmitir una imagen a sus hijos de auténtica satisfacción por su trabajo”. UN DIAGNÓSTICO Vistas las problemáticas, y algunas soluciones, ¿qué concluimos sobre la situación en la que estamos ahora, cómo se ve la relación entre ministerio y familia hoy? Opina Pablo Martínez que en España, en el pasado, muchas generaciones “han tratado a la iglesia local como a su propia familia, con el riesgo de descuidar un tanto la ‘viña propia’". Hoy en día, en cambio, se puede haber llegado a otro extremo, a “una cierta tendencia a una profesionalización negativa en el sentido del pastor burócrata, con escasa visitación pastoral a los miembros”, y añade que no está seguro “de que este cambio obedezca a que la actual generación se preocupa más por su familia”. Así que “necesitamos avanzar hacia un mayor cuidado de la familia propia pero no a expensas de convertir al pastor en un ‘pastor de despacho’”. Ester Martínez, cree que pese a todo, ahora en el siglo XXI “las parejas en el ministerio están mucho más concienciadas en cuanto a sus familias”. En parte esto es porque se forman mejor sobre este tema. Y añade que no sólo debería verse como implicados a los propios padres que están en un ministerio, sino también al conjunto de los miembros de una iglesia: “Deberían ser formados en cuanto al trato que deben dar a sus pastores, para que estos ‘puedan servir con alegría y no gimiendo’”. Y añade: “Pienso, de verdad, que este gemir hace que muchos hijos [de pastores] huyan más tarde de nuestras congregaciones porque han visto mucho sufrimiento que no deberían haber presenciado”. Marcos Zapata concluye su propio diagnóstico con una reflexión en base a lo que el mismo ha ido viendo en muchas familias en ministerios cristianos. “Llevo un tiempo investigando acerca de por qué unos pastores o misioneros tienen ‘éxito’ con sus hijos y otros, aparentemente, no”. Explica que ha entrevistado a muchos matrimonios al respecto, “y es difícil encontrar unos parámetros comunes”. Pero que si tuviera que destacar algún factor clave sería que haya “una clara y constante identidad en lo que la familia es y para lo que Dios la ha llamado”. Porque si esta identidad “atractiva” y “no impuesta y con firmes valores morales” es asumida por toda la familia, “dará sentido al trayecto vital de cada uno de los miembros, adultos o niños”. Zapata concluye remarcando que más allá de que se trate de una familia en un ministerio de iglesia o no, la inversión de tiempo de los padres en sus hijos acaba teniendo unos efectos claros en ellos, a la larga. Lo ilustra con una breve historia. “Recuerdo cuando acompañé a un padre a llevar a su hija de 12 años a montar a caballo. Tuvimos que viajar varios kilómetros, preparar el caballo, esperar una hora mientras montaba, limpiar el caballo, guardarlo… todo el proceso duró tres horas. A mí me pareció agotador y le comenté: ‘¿no te cansas de hacer esto varias veces a la semana?’ Y me contestó: ‘Prefiero cansarme ahora y no después yendo a buscarla a la discoteca a las tres de la madrugada’. Este era un padre con visión de futuro, previsor y capaz de esforzarse ahora por ver la cosecha en el futuro. Creo que los que hacen esto están en buen camino”. MÁS INFORMACIÓN - NOTICIA: Mark Driscoll denuncia a quienes `sacrifican su familia por el ministerio´.

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