El peso de los silencios en la familia: cuando callar enferma y hablar libera

Hablar no es fácil, pero el silencio que protege apariencias termina destruyendo lo que intenta cuidar.

18 DE SEPTIEMBRE DE 2025 · 13:00

Foto de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@moonofviolet?utm_content=creditCopyText&utm_medium=referral&utm_source=unsplash">Alina Kovalchuk</a> en Unsplash,
Foto de Alina Kovalchuk en Unsplash

Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día,” (Salmo 32:3).

¡Qué razón tenía el que escribió esto! Pocas frases describen con tanta precisión cuánto duele ocultar una verdad que arde en el interior. No es sólo un asunto espiritual; también golpea en lo emocional, lo físico y en las relaciones. Como pastor y terapeuta, he visto a muchas familias consumidas por secretos que pensaban que les protegerían o les mantendrían unidos. Pero, al final, en vez de arreglar algo, este silencio envenena y desgasta, porque lo pudre todo y daña a todos.

El silencio que encubre no es inofensivo. La Biblia lo dice claramente:

El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos, alcanzará misericordia. (Proverbios 28:13).

Y mi experiencia al tratar estos temas lo confirma: las verdades que se callan se convierten en ansiedad, noches sin dormir, dolores físicos, relaciones tensas, actitudes tóxicas y una desconfianza generalizada que los hijos perciben. Los pequeños no necesitan entender todo lo que ocurre para saber que algo anda mal: sienten lo que no se dice, aprenden lo que no se puede hablar y crecen con un nudo en el alma. De adultos, esto se traduce en miedo a confiar y terminan por repetir los mismos errores.

Claro, no todos los silencios son iguales. A veces los padres callan para proteger a sus hijos de un dolor prematuro. Pero hay una línea moral, ética y espiritual que no se debe cruzar: cuando el silencio tapa algo malo que daña a otros, deja de ser prudencia y se convierte en complicidad. Si el silencio oculta un abuso, una infidelidad, una adicción, un delito o un maltrato, entonces está alimentando la oscuridad. Ninguna reputación vale más que la dignidad de una persona, y menos de una víctima. La verdad, la protección de los débiles y la justicia deben ser lo primero.

La situación se agrava aún más en familias de líderes religiosos, donde la imagen es más importante que el bienestar familiar.  He visto secretos que se ocultan para evitar escándalos, dejando a los hijos con una doble carga: el secreto en sí y la presión pública de mantener una fachada que no corresponde con la realidad. En esos casos, lo más valiente que puede hacer un pastor no es aferrarse a su posición cueste lo que cueste, sino reconocer que necesita detenerse, pedir ayuda y permitir que su familia sane, sin preocuparse tanto por lo que dirán.

La Biblia no solo muestra el daño del silencio. ¡También dice cómo salir de esto!: confesar y apartarse del mal. El salmista lo dice claramente:

Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. Dije: «Confesaré mis rebeliones al Señor», y tú perdonaste la maldad de mi pecado. Selah” (Salmo 32:5).

Confesar no es un acto de exposición teatral ni cruel; es un intento real de enderezar lo torcido delante de Dios y con el prójimo. Pero cuidado porque tampoco es un atajo rápido. Decir algo sin sinceridad y volver al mismo comportamiento no es confesión, es cinismo. La confesión bíblica verdadera exige arrepentimiento, implica un cambio de conducta y muchas veces requiere guía supervisada para restaurar el camino. Santiago 5:16 añade otra dimensión, la comunitaria:

Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.”

La sanidad ocurre cuando la verdad no es solo una opción, sino un compromiso compartido de transformación.

Romper el silencio en una familia no es fácil, y puede doler. Pero es necesario. Primero hay que nombrar lo que se ha ocultado, reconocer cuánto pesa y a quién ha afectado. Luego, proteger a los que están en peligro: si hay abuso o violencia, la seguridad de la víctima va primero, lo que incluye ayuda profesional, terapia y, quizá, pasos legales. Solo después se puede abrir un espacio seguro de diálogo, con reglas claras y respeto, donde cada uno pueda decir lo que necesita. La sanidad también requiere apoyos externos: un pastor que no encubra, terapia familiar para reconstruir vínculos y acciones concretas de reparación.

En todo esto, no hay que perder de vista lo que significa la verdadera lealtad. Muchos silencios se justifican como fidelidad a la familia. Pero la lealtad que calla para proteger el pecado no es lealtad, es esclavitud. La lealtad más importante del creyente es a Dios, a la verdad y a la justicia. Encubrir un secreto que daña y hiere nunca es amor.  Confrontar a veces duele y puede parecer traición, pero en realidad es fidelidad a algo mayor: la vida, la sanidad y la libertad de las personas.

La comunidad cristiana también tiene una responsabilidad clara. Los pastores deben guardar confidencias para generar confianza, pero eso nunca puede servir de excusa para encubrir delitos o permitir que el daño continúe. Cuando la seguridad de alguien está en riesgo, el pastor, consejero o terapeuta debe actuar: denunciar si la ley lo exige, remitir a especialistas y proteger al vulnerable. Esconderse detrás de la misericordia es darle la espalda al Evangelio, que une gracia y verdad.

Hablar no es fácil. Callar a veces parece más seguro. Pero el silencio que protege apariencias termina destruyendo lo que intenta cuidar. Hablar con amor, con prudencia y responsabilidad abre la puerta a la sanidad. No se trata de contarlo todo sin más, sino de llevar la luz de Cristo lo que está oculto para que el amor de Dios pueda actuar con su misericordia: perdón, pero con condiciones; límites, pero con respeto; y hechos que demuestren que de verdad queremos cambiar.

Si en tu familia hay secretos pesados, silencios dolorosos o lealtades que se han convertido en cadenas, no estás solo. No eres el primero en enfrentar esto. La gracia de Dios nos llama a no ser ingenuos, sino valientes y a vivir la verdad de manera concreta. Dar el primer paso requiere coraje, pero también apoyo y límites claros. Abrir la puerta a la gracia hoy puede ser el inicio de una sanidad profunda para ti y para los tuyos.

 

Preguntas para la reflexión

•   ¿Qué silencios hay en mi familia y cómo nos afectan?

•   ¿He escondido algún secreto por lealtad o por el bien de todos, aunque supiera que hacía daño?

•   ¿Me comprometo a crear un ambiente donde se pueda hablar y a buscar ayuda si es necesario?

•   ¿Qué puedo hacer para que en mi casa haya más sinceridad y cariño?

•   ¿Cómo puedo encontrar un grupo donde se acepte la verdad con cariño y se ayude a sanar con valentía?

 

Recibe el contenido de Protestante Digital directamente en tu WhatsApp. Haz clic aquí para unirte.

 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Entre la Tormenta y la Roca - El peso de los silencios en la familia: cuando callar enferma y hablar libera