El tamaño de nuestro mundo
El Verbo eterno de Dios se hizo carne, y habitó entre nosotros. Aprendió nuestro idioma y se comunicó con nosotros de manera comprensible.
29 DE JUNIO DE 2025 · 09:30

Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén. (Juan 21:25 Reina-Valera 60)
En este resumen del Evangelio según Juan se relaciona el testimonio de todo lo que hizo Jesús con el tamaño del mundo. Haciendo uso el recurso de la exageración, es un guiño con el que Juan comunica a sus lectores la necesidad de adaptar el testimonio del evangelio al tamaño de nuestro mundo.
Con la inspiración del Espíritu Santo, el evangelista Juan ha tenido cuidado de hacer que su testimonio de Cristo quepa en el mundo. El testimonio de Cristo pudiera llegar a ser más grande que el mundo. Si así fuera, sería un testimonio perdido, un testimonio ineficaz, que vuela por encima de la cabeza de todos nosotros.
Sin embargo, guiado por el Espíritu, Juan ha editado, recortado y redactado su testimonio. Mucho material vivo de lo que Jesús dijo e hizo no aparece en su Evangelio porque no cabría en nuestro mundo. Juan ha adaptado su testimonio de acuerdo al tamaño de nuestro mundo.
Quiere decir que nuestro testimonio del evangelio también debe adaptarse a los distintos contextos donde vivimos. Si estamos entre niños y niñas, nuestro testimonio debe hacerse de modo que quepa en el mundo infantil. Si estamos entre lugareños de una cierta región del país, habrá que conocer las formas de hablar y de pensar de esa región. Si damos testimonio del evangelio entre maestros universitarios, habremos de saber cómo hablarlo para que quepa en ese mundo.
Una de las proposiciones de Ludwig Wittgenstein era que “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. Ese pensador relacionaba el tamaño del mundo con la riqueza o pobreza de nuestro lenguaje. Nuestra forma de hablar y de expresarnos conforma nuestra realidad y nuestro mundo.
Independientemente del tamaño de nuestro mundo, el testimonio de Cristo siempre cabe ahí. Podemos escucharlo y entenderlo. El Verbo eterno de Dios se hizo carne, y habitó entre nosotros. Aprendió nuestro idioma y se comunicó con nosotros de manera comprensible. No es necesario adquirir un conocimiento secreto, escondido o esotérico, exclusivo de unos cuantos iluminados que sólo ellos pueden entender el evangelio. De ninguna manera. El evangelio es accesible y fácil de entender para quien lo quiera recibir. No es necesario conocer un código secreto para descifrar su significado. Es un testimonio claro y sencillo: JesuCristo es el Señor y el salvador del mundo.
Creemos que Jesús es el Hijo de Dios. Si conocemos a Jesús podemos saber cómo es Dios en verdad, y así tener la vida plena y abundante que comienza desde el día de hoy. Demos gracias al Señor porque el evangelio cabe en nuestro mundo, y no sólo lo podemos entender, sino que también lo podemos vivir hoy.
La perspectiva del siete
Gracias a Dios que no tenemos que salir de nuestro mundo para recibir y entender el mensaje del evangelio. El Señor Jesús ha revelado los pensamientos de Dios para toda la humanidad, y lo ha hecho de manera comprensible. El evangelista Juan se dio a la tarea de seleccionar los episodios de la vida de Cristo y de presentarlos de tal forma que sus lectores podamos creer que Jesús es el Hijo de Dios.
En el Nuevo Testamento, los textos que comparten vocabulario y temas similares con el Evangelio según Juan se han identificado como la vertiente teológica del apóstol Juan. En las epístolas juaninas se habla del testimonio, la luz, la vida, así como en el Evangelio. Y en el Apocalipsis aparece Jesús como un cordero, y como el Verbo de Dios, tal como en el Evangelio. Por eso identificamos todos estos textos como relacionados entre sí.
En el Apocalipsis es muy importante la cifra siete. Jesús está en medio de siete candelabros y tiene siete estrellas en su mano. Envía mensajes a siete iglesias, y todo el libro está estructurado siguiendo el desarrollo de tres septenarios: siete sellos, siete trompetas y siete copas. Todo parece indicar que el número siete representa la plenitud, la perfección. La cifra siete lo abarca todo, porque el Señor creó todo el universo en siete días. Además, cuando hace su aparición el Cordero, (cap. 5), se señala que él tiene siete cuernos. Como el cuerno es lo que indica poder, entonces afirmar que el cordero tiene siete cuernos equivale a decir que JesuCristo tiene todo el poder.
En el Evangelio según Juan también hay series de siete. El Señor Jesús dijo siete afirmaciones de lo que él es en sentido figurado: El pan de vida (6:35), la luz del mundo (8:12), la puerta (10:9), el buen pastor (10:11), la resurrección y la vida (11:25), el camino, la verdad y la vida (14:6), y la vid verdadera (15:1). Además, en el Evangelio de Juan se presentan siete señales milagrosas que hizo Jesús, para indicar que él es el Hijo de Dios, y que nos desafían a creer en él.
Están del tamaño de nuestro mundo, de modo que las podemos entender, y nos invitan a creer en él como el Hijo de Dios, y para creyendo tengamos vida. No son las únicas señales que hizo Jesús, pero son las siete que ha seleccionado Juan, bajo la dirección del Espíritu Santo, para darnos su testimonio de Cristo: El agua hecha vino (cap.2), la curación del hijo de un noble (cap.4), el paralítico de Betsaida (cap.5), la multiplicación de los panes y los peces (cap. 6), caminar sobre las aguas del mar (cap. 6), el ciego de nacimiento (cap.9), y la resucitación de Lázaro (cap.11). Son siete episodios que dan un testimonio completo de quién es el Señor Jesús. Demos gracias al Señor por el testimonio del Evangelio, y porque nos llama a creer en su Hijo eterno, JesuCristo. Que su Espíritu nos guíe para responder a su llamado hoy.
Las primeras señales
Por la inspiración del Espíritu Santo, el apóstol Juan registró siete señales milagrosas en su Evangelio. Son sólo una muestra de todo lo que Jesús hizo, y han sido registradas para que verifiquemos la identidad del Señor Jesús, y para que, al creer en él, tengamos vida.
La primera está en el capítulo dos. Era una boda, y había ahí, para los recién casados, seis tinajas de piedra llenas de agua para la purificación de quienes se estaban casando. En la boda se acabó el vino –lo cual puede ser un evento desafortunado, trágico y de mal augurio para una pareja que apenas comienza su proyecto de familia.
El Señor Jesús transformó el agua –que estaba destinada para la purificación—en vino, que en el Nuevo Testamento simboliza la sangre de Cristo. Así, el Señor comenzó su ministerio declarando, con este “principio de señales”, que la verdadera purificación no se encuentra en los ritos religiosos, ni en la disciplina de lavarse una y otra vez con agua bendita, purificada o traída directamente del río Jordán. Por eso creemos que el bautismo en agua no garantiza la verdadera purificación, sino que debe ser bautismo de creyentes, es decir: manifestación externa de la purificación que ya se ha efectuado en el corazón de quien se bautiza. Y aún el bautismo de creyentes no otorga la purificación verdadera. Lo único que realmente purifica es el sacrificio de Cristo en la cruz. Sólo por la sangre que él derramó ahí –que se representa en el vino—encontramos la purificación de nuestros pecados, el perdón de nuestras culpas, y la verdadera limpieza, por dentro—en el corazón.
Después, en el capítulo cuatro aparece la segunda señal. Hay que señalar que entre estos dos episodios hay muchos otros milagros, que no están descritos de manera específica en el texto (2:23; 3:2). Se trata del hijo de un funcionario del gobierno de Galilea, que está enfermo de muerte.
Podemos suponer que era un hombre acostumbrado a convivir con la corrupción, por ser funcionario de un gobierno déspota, tirano y corrupto. Cualquiera de nosotros pensaría que un hombre así no merecía la atención de Cristo. Más de uno habría deseado que desapareciera de la faz de la tierra la descendencia de un hombre así. Pero el Señor Jesús es diferente. Él ve el corazón desesperado de un padre que pide ayuda para salvar a su hijo. A larga distancia, el Señor pronunció la palabra de vida y salud, y el muchacho sanó. Esta fue la segunda señal.
Para que creamos
Nos preguntamos si creemos en Cristo sólo por costumbre o por tradición; sólo porque formamos parte de una sociedad y una iglesia que dan por sentado el asunto, que asumen que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, sin revisar los detalles de su vida. O si más bien creemos en Cristo por haber escudriñado en sus dichos y hechos, por haber investigado su paso por el mundo y por la historia.
La manera evangélica de creer en Cristo está enraizada en lo que él hizo durante su vida en la tierra. De hecho, consideramos que las creencias populares de nuestra cultura sobre Cristo deben someterse al examen del testimonio de las Escrituras. Al revisar lo que dicen los Evangelios sobre Jesús, se corrigen las ideas que tal vez teníamos sobre él. Al repasar lo que hizo Jesús, calibramos, afinamos, especificamos y precisamos nuestra creencia en él como el Mesías, el Hijo de Dios, y por esa creencia llegamos a tener vida por medio de él.
Por la inspiración del Espíritu Santo, el apóstol Juan registró siete señales milagrosas en su Evangelio. Primero: Jesús cambió el agua en vino. Segundo: sanó –a larga distancia—al hijo de un funcionario del gobierno.
La tercera señal está en el capítulo 5. Es la sanidad de un hombre con discapacidad motriz. No podía caminar y llevaba treinta y ocho años al lado de un estanque, esperando un milagro. Supuestamente un ángel bajaba de tiempo en tiempo y removía las aguas del estanque. La primera persona con discapacidad que se arrojara al agua quedaría sana de su padecimiento.
¡Qué horrible carrera de angustia y oportunismo! El Señor le pregunta: “¿Quieres ser sano?”, y aquel hombre no responde sino con excusas. Y la pregunta de Jesús queda sin respuesta. Era sábado, y Jesús lo sanó y le mandó cargar su camilla. Pero los líderes religiosos, en lugar de ver que aquel hombre ahora ya no tenía su discapacidad, y que su vida había sido transformada, se enfocaron sólo en que era sábado. ¡Qué parálisis de espíritu! Y este hombre también había quedado con espíritu paralizado, porque fue a denunciar a aquel que lo había sanado.
Los fariseos se asombraban porque en sábado también nacían bebés, y también caía la lluvia, y también había manifestaciones de la obra de Dios. Por eso llegaron a la conclusión que Dios trabajaba también en sábado. Ante los reclamos de los líderes religiosos judíos, Jesús respondió con una sentencia implacable: “Mi Padre hasta ahora trabaja; también yo trabajo”.
Para que sigamos creyendo
La cuarta señal que se registra en el Evangelio según Juan está en el capítulo 6. El Señor Jesús estaba enseñando a una gran multitud. Se hacía tarde… con cinco panes y dos peces nomás. Pero el Señor tomó esos cinco panes y esos dos peces y agradeció. Eso es lo maravilloso de este relato. El Señor Jesús dio gracias por cinco panes y dos peces.
Es tremendo el ejemplo del Señor Jesús. Porque, aunque recibió tan poquito, eso poquito lo agradeció. Nos está diciendo sin palabras: En tu vida, ¿cuáles son esos cinco panes y dos peces que Dios te ha dado? En tu situación: Tu casa, tu familia, tus estudios, tu iglesia… ¿En qué sentido tienes realmente muy poquito, como para responder diciendo: “Esto no es suficiente para mí”? ¿Por qué no agradecer, así como el Señor Jesús?
“Gracias, Señor, por esto poquito que me das”. Cuando el Padre celestial escucha la gratitud del Hijo Jesús, su corazón debió estar orgulloso por este Hijo eterno que agradece por cinco panes y dos peces. “Este es mi Hijo amado…” Con gusto, Dios le abre las ventanas de los cielos para multiplicar esos recursos, porque tiene un corazón agradecido en lo poco. Vino la bendición, ¡y hasta sobró!
En ese mismo capítulo aparece la siguiente señal. Jesús camina sobre el agua. Los discípulos van en la barca, con un fuerte viento en contra, y ven que Jesús viene caminando sobre el agua. Ellos se espantan, y Jesús les dice: “No tengan miedo. Soy yo”. El Señor Jesús es capaz de caminar en medio de las olas que se levantan en el mar embravecido.
¿Qué mayor prueba de que es Dios mismo que ha venido en Jesús? La gloria de Dios se ha manifestado y toda carne lo pudo ver. Dios mismo vino a visitar a su mundo. Los judíos pensaban que el mar en su estado de agitación era la concentración de todo lo maligno. Creían que el mar picado es la mejor representación del poder del diablo. Por eso los hebreos nunca fueron navegantes, como las otras naciones de la antigüedad. En 2 Crónicas 20 aparece la única flota que tuvieron, destruida por una gran tempestad.
Cuando el Señor perdona nuestros pecados, en sentido figurado los arroja al fondo del mar. De modo que el mar representa todo lo malo. Pero mirar a Jesús caminando sobre el mar es la mejor demostración de su identidad divina. El Verbo eterno de Dios se encarnó en Jesús, de modo que efectivamente, Jesús es Dios. Si creemos esto, tenemos vida plena y abundante.
Roguemos al Dios de gracia que nos llene de su Espíritu para vivir en la dimensión de la gratitud. Que nos enseñe hoy qué significa tener vida plena por creer en Cristo Jesús, para vivir así en su camino.
Las siete señales
El agua hecha vino, el hijo del noble, el paralítico de Betesda, los panes y peces, el andar sobre el mar, el ciego de nacimiento y la resucitación de Lázaro. Se han escrito en el Evangelio según Juan para invitarnos a cambiar el rumbo de nuestra vida, para creer en Cristo y así tener vida.
Los discípulos preguntaban sobre la relación entre el pecado y la condición de un hombre que nació ciego. Jesús responde que no existe esa relación de manera inherente. No todas las condiciones trágicas tienen la misma explicación. El caso del hombre de Juan 9 es para que se manifieste la gloria de Dios. Hizo lodo, lo untó en los ojos de ese hombre, y lo envió a lavarse al estanque. Todas esas eran acciones prohibidas en el sábado según los líderes religiosos.
Aquel hombre sanado comienza un peregrinaje de un lado al otro respondiendo a las inquisiciones de los líderes religiosos: ¿Quién te sanó? “Aquel hombre que se llama Jesús”. ¿Y qué piensas de ese hombre? “Que es profeta”. Observamos que ya no es sólo “un hombre”; su opinión sobre Jesús va progresando. Lo expulsaron de la sinagoga con insultos diciéndole: “Nosotros somos discípulos de Moisés, y éste –no sabemos ni de dónde salió”. Entonces el hombre dijo: “Pues eso es lo maravilloso. Que ustedes no sepan de dónde salió, y a mí me abrió los ojos”. Jesús abre los ojos de la gente para que pueda mirar la realidad tal y como es.
Y los líderes religiosos deberían ser los primeros en suplicarle al Señor Jesús que abra sus ojos para que vean la realidad de la vida, del mundo y de Dios. Jesús lo encontró y lo invitó a creer en él. El que había sido ciego de nacimiento le dijo: “Creo, Señor”, y lo adoró. Llegó a conocer a Jesús como su Señor.
La última de las señales aparece en el capítulo 11. Un amigo muerto: Lázaro. Y Jesús se quedó esperando un par de días más en donde estaba, para que pasaran los cuatro días que la creencia judía adjudicaba al alma para terminar de desalojar el cuerpo. El Señor fue a “despertar” a su amigo Lázaro y al llegar, Marta lo recibió con su enorme declaración: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. La gente se preguntaba: “Este que abrió los ojos al ciego, ¿no podría haber impedido que Lázaro muriera?” Estaban a punto de mirar algo todavía más tremendo… Jesús lloró, y su llanto no es sólo muestra de tristeza por sus amigos de Betania, sino que también es llorar de rabia e indignación ante las pretensiones y atrevimiento de la muerte. Jesús lloró para decirle a la muerte que un día quedará totalmente derrotada y ya no va a causar más dolor. Luego pronunció el nombre de su amigo: “Lázaro, ven fuera”. La palabra poderosa del Señor Jesús es palabra de vida, que saca de la tumba a los muertos. Dios mismo (y no sólo un profeta), quien hizo todas las cosas por la palabra de su poder, sacó a Lázaro de la muerte.
Dios en Cristo hizo por nosotros aquello que no podíamos hacer por nosotros mismos. Nos ha purificado con su sangre, ha pronunciado la palabra de vida, nos ha sanado para la libertad, nos enseña a agradecer aún en la escasez y nos da el pan de vida, nos quita el miedo, nos abre los ojos a la realidad de su reino, ha derrotado a la muerte y nos hace ser hijos e hijas de Dios por la fe.
Este es un testimonio del evangelio que bien cabe en nuestro mundo.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enrolado por la gracia - El tamaño de nuestro mundo