Dios nos restaura
El principio de la restauración es reconocer nuestra situación de necesidad delante de Dios.
15 DE JUNIO DE 2025 · 09:00

El restaura mi alma; me guía por senderos de justicia por amor de su nombre.(Salmo 23:3 La Biblia de las Américas)
Dice en el Evangelio según Juan, 21:1-5; Después de esto Jesús se apareció de nuevo a sus discípulos, junto al lago de Tiberíades. Sucedió de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (al que apodaban el Gemelo), Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos discípulos. —Me voy a pescar —dijo Simón Pedro. —Nos vamos contigo —contestaron ellos. Salieron, pues, de allí y se embarcaron, pero esa noche no pescaron nada. Al despuntar el alba Jesús se hizo presente en la orilla, pero los discípulos no se dieron cuenta de que era él. —Muchachos, ¿no tienen algo de comer? —les preguntó Jesús. —No —respondieron ellos.
¿Podemos entrar en esa barca con estos pescadores discípulos de Jesús? ¿Podemos imaginar su estado de ánimo derrotado? ¿Podemos sentir el hambre que tenían después de toda una noche de intentos, por no tener nada en sus redes? En fin, ¿podemos imaginar cómo se debieron haber sentido cuando un extraño los llamó desde la orilla con una pregunta que les obligaba a admitir su fracaso?
Es cierto que la mayoría de nosotros no sabe nada sobre la pesca, y nunca hemos pasado una noche entera intentando pescar. Pero ciertamente sí hemos tenido experiencias de fracaso. No importa cuál sea la tarea, admitir que no lo logramos puede hacernos sentir a la deriva en un mar oscuro; sin embargo, aceptar nuestro fracaso delante de Dios nos abre a la transformación y a la restauración.
El principio de la restauración es reconocer nuestra situación de necesidad delante de Dios.
¿Podemos siquiera imaginarnos qué bendiciones nos otorgaría nuestro Señor si seguimos caminando y trabajando en su obra, pero asumiendo la realidad de nuestros intentos fallidos, teniendo frente a nosotros la derrota y el fracaso? Tal vez no; pero podemos confiar en que la fidelidad del Señor no acabará jamás.
Pedimos al Señor que vacíe nuestra vida de deseos egoístas y que tengamos hambre de Dios, el Dios de amor. Que nos levante si caemos, y nos dé fuerzas para seguir caminando buscándole siempre.
La restauración de nuestro discipulado
El relato de Juan 21 añade lo siguiente: (6-8) —Tiren la red a la derecha de la barca, y pescarán algo. Así lo hicieron, y era tal la cantidad de pescados que ya no podían sacar la red.
—¡Es el Señor! —dijo a Pedro el discípulo a quien Jesús amaba. Tan pronto como Simón Pedro le oyó decir: «Es el Señor», se puso la ropa, pues estaba semidesnudo, y se tiró al agua. Los otros discípulos lo siguieron en la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban a escasos cien metros de la orilla.
En los Evangelios, los discípulos casi siempre se presentan como hombres de poca fe, inmaduros peleando por el primer sitio, débiles que no pueden orar ni un cuarto de hora. Pero hay episodios, como éste, en donde nos sorprende y nos inspira la fortaleza física y espiritual de los discípulos. Después de pasar toda una noche de trabajo duro e infructuoso, no se quejan ni se niegan a seguir la sugerencia de alguien que está en la orilla y les anima a seguir pescando.
¡Habría sido más fácil atender y escuchar al cansancio de su cuerpo! Afortunadamente, no lo hicieron así, sino que atendieron la voz de aquel personaje de la orilla y de inmediato fueron recompensados por su confianza con una captura milagrosa. Con toda seguridad, Juan declara alegremente que ese personaje de la orilla es el Señor; y sin dudarlo, Pedro hace todo lo posible por llegar a Jesús.
Normalmente cuando alguien se echa al agua, primero se quita alguna prenda de ropa pesada, para poder moverse en el agua. Pedro lo hizo al revés. Antes de meterse al agua, se puso la ropa. Posiblemente fue la emoción del momento, o simplemente reconoció la importancia y la reverencia que le merecía estar en la presencia del Señor resucitado. De todas formas, nos resulta un detalle muy simpático el de un hombre que se pone la ropa para echarse al agua. Quería hacer todo lo posible por acelerar su encuentro con el Señor JesuCristo.
Estos ejemplos de discipulado valiente y arrojado fueron registrados hace dos mil años, pero todavía tienen el poder más que suficiente para inspirar a los lectores de hoy a vivir esforzándonos por nuestro Salvador. En el seguimiento de Cristo se requieren sacrificios físicos y espirituales, pero el Señor bendice a quien tiene la audacia de seguir esta vida de discipulado con alegría.
El resucitado restaurador
El relato de Juan 21 sigue diciendo: (9-14) Al desembarcar, vieron unas brasas con un pescado encima, y un pan. —Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar —les dijo Jesús. Simón Pedro subió a bordo y arrastró hasta la orilla la red, la cual estaba llena de pescados de buen tamaño. Eran ciento cincuenta y tres, pero a pesar de ser tantos la red no se rompió. —Vengan a desayunar —les dijo Jesús. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio a ellos, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado.
Ciertamente, la comida tiene un efecto restaurador. Los platillos favoritos mejoran nuestro estado de ánimo, las sopas y remedios caseros alivian nuestros síntomas cuando estamos enfermos, y los banquetes especiales en días de fiesta fortalecen los lazos de amor que tenemos con familiares y amistades. No es casualidad que llamemos “restaurante” al lugar donde vamos a comer. Es porque el comer nos restaura.
El Señor Jesús resucitado preparó un desayuno para sus discípulos: Pescado a las brasas y pan. Esta sencilla comida de desayuno que Jesús ha preparado para los discípulos es una oportunidad de restauración. Jesús ofrece restaurarlos al saciar su hambre, tanto física como espiritual. El gozo de la presencia de Jesús es suficiente para llenar el corazón de los discípulos hasta rebosar, y los inspira a cumplir el trabajo misionero que están a punto de comenzar. ¡Qué bendición debe haber sido esta comida!
Seguramente al ver al resucitado partiendo el pan lograron recordar la última vez que lo vieron hacerlo en aquella noche que cenaron juntos antes de su crucifixión. Él les había dicho: Esto es mi cuerpo…
Hoy en día, el Señor Jesús resucitado sigue invitándonos a participar de bendiciones similares en nuestra vida. Cada vez que comemos juntos en la comunidad de fe, hay un ingrediente de su presencia entre nosotros y nos llena de alegría para la misión. Cuando alimentamos al hambriento, cuando visitamos a los enfermos o vamos a las cárceles, o cuando nos amamos unos a otros como Cristo nos ama, aceptamos la invitación —no sólo de ayudar al Señor a restaurar a los demás, sino de ser restaurados nosotros también.
Que el Señor abra nuestro corazón para poder aceptar su invitación. Que nos alimente y nutra para poder compartir su amor con los demás hoy y todos los días.
Restaura nuestro servicio
Continuamos el relato de Juan 21, del 15 al 17 sigue diciendo: Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? —Sí, Señor, tú sabes que te quiero —contestó Pedro. —Apacienta mis corderos —le dijo Jesús. Y volvió a preguntarle: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas? —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. —Cuida de mis ovejas. Por tercera vez Jesús le preguntó: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: «¿Me quieres?» Así que le dijo: —Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. —Apacienta mis ovejas —le dijo Jesús.
Para Pedro esto fue una escena muy incómoda. Dice el texto que hasta le dolió. Las preguntas de Jesús van directo al centro del asunto. ¿Qué sintió Pedro cada vez que el Señor Jesús le preguntó? Seguramente su corazón se quebrantó, recordando las tres veces que negó a Jesús aquella noche.
Entonces, al reflexionar sobre este episodio, ¿qué hemos de sentir los lectores? ¿Cómo nos identificamos con Pedro en su diálogo con Jesús? Si de alguna manera hemos negado a Cristo, nos hemos de sentir también con el corazón roto, y dolidos como Pedro; sin embargo, el Señor Jesús es especial. Él no hace este interrogatorio con el propósito de lastimar a Pedro, ni de reclamarle ni de tomar venganza. Está restaurando su corazón. Está restaurando su liderazgo.
Ciertamente fallamos, porque somos débiles. Tal vez en alguna ocasión hemos tomado una postura totalmente contraria a lo que representa nuestra fe. Pero, aunque alguna vez hayamos negado al Señor, pronto tendremos paz y alegría. ¿Por qué? Porque el Señor Jesús, así como con Pedro, nos brindará su infinito amor, bondad y misericordia si nos arrepentimos.
Arrepentirse y pedir perdón puede ser algo incómodo; incluso puede doler. Sin embargo, si hemos hecho algo que nos provoca la sensación de estar fuera, de quedar excluidos del amor de Dios, si hemos fallado de tal forma que no nos sentimos dignos de ser discípulos de Cristo, y mucho menos servidores suyos en la obra de Dios, nunca debemos olvidar que el amor de Dios puede restaurarnos y que, si nos acercamos a Cristo, seguramente nos restaurará. Lo hizo por Pedro, y también lo puede hacer por ti y por mí.
Damos gracias al Señor por amarnos. Que Dios nos ayude a aceptar su amor en esos momentos en que sentimos que te hemos fallado terriblemente, y que restaure hoy nuestro servicio para su reino.
Nada más que la verdad
Juan 21:18-19 dice: De veras te aseguro que cuando eras más joven te vestías tú mismo e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras ir. Esto dijo Jesús para dar a entender la clase de muerte con que Pedro glorificaría a Dios. Después de eso añadió: —¡Sígueme!
La mayoría de la gente –con buenas intenciones— esconde verdades difíciles con el afán de no lastimar a los involucrados. Sin embargo, este buen propósito de no lastimar produce un tipo de relación en la que no existe la honestidad. Son relaciones superficiales en las que nadie se atreve a ser franco por el miedo a ser grosero.
¿Cuándo fue la última vez que alguien nos dijo algo totalmente honesto? Lamentablemente, este tipo de honestidad es raro porque normalmente no queremos darle a alguien el dolor que la verdad puede causar. Sin embargo, Jesús tiene sus maneras de ir más allá y de no retener la dolorosa verdad. Así, le dijo a Pedro lo difícil que sería su discipulado.
Toda la verdad, y nada más que la verdad para nosotros es que el camino va a ser difícil (estamos hablando del camino del discipulado cristiano). Ya sea que nuestro camino conduzca al martirio, como el del apóstol Pedro, o no, igualmente será difícil porque significa ser un discípulo de Cristo. No es fácil seguir a Cristo, tanto en aquel momento —inmediatamente después de la Resurrección— como en el aquí y el ahora.
Se necesita fuerza y valor para dar a Jesús el control sobre nuestra vida. Y esto es exactamente lo que se requiere para que el Señor renueve, restaure y haga crecer nuestra fe y nuestra confianza. Así podremos comenzar el viaje para convertirnos en seguidores y discípulos suyos.
Gracias, Señor, por la bendición y el desafío de seguirte. Ayúdanos a abrazar tu verdad, honesta y franca, y a asumir los retos y dificultades del camino. Amén.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enrolado por la gracia - Dios nos restaura