La salvadora de Naamán

La fe en el Antiguo Testamento indica la seguridad absoluta de que Dios oye y obra.

20 DE MAYO DE 2020 · 09:40

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Foto de Raychan en Unsplash.n Unsplash.

Un profeta, un general, una criada.

Esta historia se sitúa en tiempos de Ben Hadad II, rey de Siria, en torno al siglo IX antes de Cristo. Aunque Siria e Israel se habían enfrentado varias veces en guerras crueles y duraderas, en esta ocasión no existía entre estas dos naciones una guerra declarada. Pero bandas armadas sirias penetraban de tanto en tanto en territorio hebreo dedicándose al pillaje, a los robos y al secuestro de personas. Estas bandas criminales han existido siempre. En todos los países. En todas las situaciones. Un ejemplo lo tenemos en la criminal banda de islamistas radicales denominada Boko Haram. En abril de 2014 un grupo armado de la banda penetró en una escuela de señoritas en la ciudad de Libik, en Nigeria, y sus componentes se llevaron cautivas a 200 chicas.

En los libros históricos de la Biblia el cautiverio de personas aparece con frecuencia. Una veces eran los enemigos de Israel quienes entraban en sus ciudades y se llevaban “cautivas a las mujeres y a todos los que estaban allí, desde el mayor hasta el menor” (1º de Samuel 30:2).

Otra veces eran los israelitas quienes actuaban de igual forma en ciudades enemigas como hicieron los judíos comandados por Simón y Leví, hijos de Jacob, con los habitantes de Siquem: Saquearon la ciudad… Y llevaron cautivos a todos sus niños y sus mujeres, y robaron todo lo que había en casa” (Génesis 34: 27-29). Casi todos los cautivos, de un bando y de otro, eran vendidos como esclavos. Así ocurrió con José, hijo de Jacob, vendido por sus propios hermanos a unos mercaderes egipcios y revendido por éstos a Potifar, alto personaje en la corte de faraón. 

La historia que estoy escribiendo dice que “de Siria habían salido bandas armadas y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha”. Aquí el historiador es poco explícito

¿Cómo se llamaba la muchacha?

¿A qué se dedicaba?

¿Dónde estaba cuando fue cautivada?

¿Qué pasó al resto de su familia?

Por otro lado, si los cautivadores formaban bandas, los cautivados serían muchos, ¿Por qué se menciona solo a “una muchacha”, así, en singular?

¿Qué la hacía diferente del resto de los cautivados?

Si existe eso que la gente llama suerte, la muchacha sin nombre la tuvo. Cayó en una buena casa. Fue vendida como esclava o como criada nada menos que al jefe supremo de los ejércitos del rey de Siria, Naamán. Así consta en la Biblia, sin más nombres ni apellidos.

Naamán padecía la lepra, si bien su estado no debía ser grave, puesto que continuaba ejerciendo sus funciones. Los sirios no consideraban contagiosa la enfermedad, por lo que, a pesar de la natural repugnancia, los que la padecían no tenían que ser aislados de la sociedad como estaba prescrito en las leyes del pueblo hebreo.

He dicho que la muchacha sin nombre tuvo suerte. Pudo haber sido vendida a un burdel donde pondrían su cuerpo a la venta diaria. Pero cayó en una buena casa. No era tratada como esclava. Estaba considerada como criada de la esposa de Naamán y, por lo que leemos, esta señora la tenía como amiga.

La muchacha sin nombre despertó un sentimiento de compasión hacia el guerrero. Un día le dijo a la esposa: “Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra”.

Se refería al profeta Eliseo. ¿Lo conocía ella? ¿Lo había visto alguna vez?

De estas palabras a la esposa de Naamán se deduce que era una muchacha religiosa, conocedora de los profetas de Israel, firme en sus creencias, testigo fiel de los valores de su religión, mujer de fe en su Dios, convencida de que Jehová podía sanar a un pagano, enemigo de su pueblo. La fe en el Antiguo Testamento indica la seguridad absoluta de que Dios oye y obra. Esta era la clase de fe que tenía la muchacha sin nombre de nuestra historia.

Cuando llego a casa el general, la esposa le contó lo que la criada le había dicho. Decidió probar. Pero se equivocó de hombre. Pidió a su rey cartas de recomendación para el rey de Israel. Se puso en camino llevando gran cantidad de oro, plata, vestidos y otros regalos. Pero cuando el rey de Israel leyó las cartas de recomendación entró en cólera, diciendo: “¿Soy yo Dios, que mate y dé vida para que este envíe a que sane a un hombre de la lepra?”.

Creía el rey de Israel que el de Siria lo estaba provocando.

¿Qué ocurrió? ¿Quién interpretó mal las palabras de la muchacha sin nombre? Ella aconsejó a la esposa que fuera a ver al profeta, no al rey. ¿Fue la esposa quien transmitió mal el mensaje o fue el general leproso quien pensó que el rey tendría más conexiones con Dios que el profeta?

Enterado del error, Eliseo mandó llamar al general. Naamán llegó en carro de caballo y se paró ante la puerta de Eliseo. Parece que el profeta no lo recibió en persona. A través de un mensajero dijo al general leproso que se bañara siete veces en el río Jordán. Ahora el furioso fue el sirio. “Se fue enojado, diciendo: he aquí yo decía para mí: saldrá él luego, y estando en pie, invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar y sanará la lepra”.

Esperaba una acción espectacular por parte del profeta. Si sólo era cuestión de bañarse en un río, en Siria los había buenos. Regresó a su casa con la lepra a cuesta.

Ahora no intervino la esposa, ni la muchacha sin nombre. Fueron los criados –¿serían también judíos?– quienes le convencieron con una lógica aplastante: “Si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? … Él entonces descendió y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme la palabra del varón de Dios, y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio.”

Cuando el esclavo José interpretó acertadamente los sueños del Faraón, fue exaltado y nombrado gobernador de Egipto. ¿Qué ocurrió con la esclava muchacha sin nombre? ¿Obtendría algún reconocimiento importante en Siria? Como quiera que fuera aparece ante nuestros ojos como una joven de profundas convicciones espirituales y con un depósito de amor en su corazón hacia los demás. Naamán era pagano, idólatra, había guerreado contra Israel, su ejército había matado a muchos de sus compatriotas. Pero la muchacha sin nombre olvidó todo esto a la hora de mostrarle su amor y su compasión. Lástima que no viva entre nosotros. Le levantaríamos un monumento en cualquiera de nuestras ciudades.

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