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Eneas, amor de hijo

Una máxima árabe dice: “demuestra a tu padre cuánto lo amas, no esperes a que muera”. Así fue el amor de Eneas hacia el padre que lo engendró.

11 DE FEBRERO DE 2015 · 10:09

Venus Giving Arms to Aeneas / New York, NY (Flickr - CC BY-NC-ND 2.0),Estatua
Venus Giving Arms to Aeneas / New York, NY (Flickr - CC BY-NC-ND 2.0)

Setenta años antes de que Cristo naciera en Belén lo hizo en Italia el famoso poeta Publius Virgilius Maro, Virgilio en el idioma de Castilla. Faltando 19 años para la encarnación del Verbo, el poeta entregó su alma.

Entre las obras que escribió ocupa un lugar destacado la ENEIDA, epopeya dividida en doce cantos.

La ENEIDA narra el establecimiento en Italia de los dioses de la mitología griega. La intención de Virgilio fue proporcionar a la literatura latina una gesta que fuera para Roma lo que los poemas de Homero habían sido para Grecia. La obra de Virgilio contiene los elementos esenciales en torno a Eneas, un héroe de la guerra de Troya, emparentado con divinidades mitológicas de la antigua Grecia. De la misma figura tratan también historiadores contemporáneos a Virgilio, como Livio y Dionisio de Halicarnaso. Shakespeare incluye a Eneas entre los personajes de su obra TROILO Y CRÉSIDA. En la ILÍADA Eneas es un dios de segundo plano, aunque considerado siempre de origen divino. Homero lo exalta como hombre piadoso, protegido por los dioses.

La narración de su nacimiento es propia de la fantasía, del imaginario que crea la fábula. Tal como se cuenta en el himno homérico, Afrodita, vestida de princesa frigia, se presenta ante el príncipe troyano Anquises. Le dice que Hermes la ha llevado hasta el monte Ida, en Asia Menor, próximo a la llanura de Troya, para convertirla en su esposa y le propone consumar el matrimonio sin demora. Obnubilado por la belleza de Afrodita y urgido por el deseo, Anquises cede. Después de mantener relación sexual Afrodita lo duerme. Cuando Anquises despierta ella le revela su auténtica personalidad. El príncipe, aterrado, se alarma ante los peligros que le puedan sobrevenir por haber dormido con una diosa. Afrodita, siempre astuta, le asegura que nada le ocurrirá, será padre de un niño al que pondrá de nombre Eneas. Añade que el niño será criado por las ninfas de la montaña hasta que cumpla cinco años, cuando será entregado a él. Antes de partir ordena a Anquises que haga pasar al niño como hijo suyo y de una ninfa, advirtiéndole que Zeus lo matará con un rayo si se le ocurre jactarse de haber dormido con ella. Algunas tradiciones posteriores añaden que Anquises, estando borracho, reveló el secreto, por lo que un rayo enviado por Zeus lo dejó ciego y tullido.

Hasta aquí, las circunstancias que concurrieron en el nacimiento de Eneas, hijo de la diosa de belleza colosal que surgió de la espuma del mar: Afrodita para los griegos, Venus para los italianos.

Cuando Eneas tuvo cinco años y fue devuelto a su padre biológico, Anquises, este lo llevó a la ciudad y lo dejó al cuidado del guerrero Alcátoo, hijo de Pélope, no Penélope, como escriben algunos tratadistas de los mitos griegos. Es sabido que Penélope fue esposa de Ulises, en tanto que Pélope, nombre de varón, fue un dios padre de muchos hijos. La leyenda afirma que resucitó después de haber sido asesinado.

Entre Pélope y Alcátoo hicieron de Eneas un valiente guerrero, el más destacado en la guerra de Troya. Fue herido en una de las batallas, pero Apolo lo envolvió en una nube y lo transportó a Pérgamo, donde fue curado por Artemisa y por Leto. Otra vez estuvo a punto de ser muerto por Aquiles y lo salvó el dios Poseidón.

A imitación de Orfeo, Eneas también hace un viaje a los infiernos. Con una diferencia entre ambos: Orfeo baja al lugar de los muertos en busca de su amada Eurídice, en tanto que lo de Eneas fue simple curiosidad.

 

Eneas i Ascani, British Museum / Sebastià Giralt (Flickr - CC BY-NC-SA 2.0)

Este viaje lo relata Virgilio en el libro sexto de la ENEIDA. En su libro FRAGMENTOS DE ÉPICA GRIEGA ARCAICA, Bernabé Pajares dice que “al describir el modo en el que Eneas pasa por las distintas regiones de los infiernos en compañía de Sibila de Cumas, Virgilio proporciona el relato más claro, más elaborado y coherente que se puede encontrar de todos los escritos después de Platón”.

La compañera de Eneas en el viaje infernal pertenecía al grupo de las sibilas, a las que se creían inspiradas por los dioses. Se les atribuían diversos oráculos que fueron recopilados en colecciones, algunos de ellos citados por Aristófanes y Platón. Se contaban hasta diez. Los más conocidos eran los de Eritrea y Cumas, en la Italia meridional. De estos paisajes procedía la que acompañó a Eneas al averno. De ella se cuenta que tenía el don de la adivinanza.

El mito sugiere que para lograr entrar Eneas en los infiernos tomó una rama dorada de un árbol especial cerca de Cumas y la llevó consigo como ofrenda a Perséfone, divinidad griega hija de Zeus; siendo joven fue raptada por Hades, quien la hizo reina de los infiernos.

Tras bajar por una cueva, Eneas y Sibila encuentran un grupo horrible en el umbral del infierno, consistente en la personificación del hambre, el miedo, la muerte. También perciben las sombras de los muertos muchos de ellos habitantes temporales de las tinieblas. Al final de su tenebroso viaje, Eneas y Sibila llegan al Eliseo, el hogar de los muertos felices.

Una leyenda afirma que después de su aventura infernal Eneas se dirigió a Italia y fue el fundador de Roma. El nombre de la ciudad lo tomó de Rome, una de las mujeres que lo acompañaban en aquél viaje. Los griegos versados en el patrimonio legendario de su tierra sustentan esta teoría; sostienen que Roma debió de haber sido bautizada por alguien llamado Rome o Romo, tal como Corinto se llamó así por el héroe Corinto. Autores latinos dudan de esta versión y mantienen la interpretación clásica, que la capital de Italia fue fundada por los gemelos Rómulo y Remo, hijos de Rea Silvia, a su vez hija del rey Numitor según unos e hija de Eneas según otros.

 

Eneas (palacio de Schönbrunn, Viena) / Alfor (Flickr - CC BY 2.0)

El Vaticano conserva un cuadro de Rafael, famoso pintor italiano que vivió entre los siglos XV y XVI, que representa a Eneas con su padre anciano a cuestas, huyendo de Troya. Efectivamente, se trata de un episodio encantador en la vida de Eneas. Al huir de Troya en llamas se le permite coger todo lo que pudiera llevarse encima; él escogió cargar a su padre antes que a su mujer, sus hijos o sus propiedades. Más tarde regresa a la ciudad en llamas en busca de la esposa, pero no la encuentra, había muerto. Tiempo después ésta se le aparece como un fantasma para decirle que no se agobiara por su muerte, había sido su destino, así como el destino de Eneas sería ser padre de una gran nación, en referencia a Italia.

Sigue la leyenda que el sepulcro de Eneas se podía ver cerca de Lovinium, en la Italia peninsular, junto a un arroyo, lo cual no deja de ser otro mito.

Los dioses no mueren.

José María Pemán escribe que un hijo es una pregunta que le hacemos al destino. No se sabe si saldrá bueno o malo. Cuando César, al ser asesinado, vio el puñal de Bruto contra él, exclama: “¿tú también, hijo mío?”. Bruto no era hijo biológico de Cesar, pero le debía la educación y la vida. Un proverbio hindú dice que cuando más se aprecia el sabor de la sal es cuando se carece de ella, y el valor de un padre, después de su muerte. Otra máxima árabe mejora la anterior: “demuestra a tu padre cuánto lo amas, no esperes a que muera”.

Así fue el amor de Eneas hacia el padre que lo engendró. Anduvo encorvado no se sabe cuánto tiempo con el anciano a cuestas. He aquí el verdadero amor de un hijo hacia su padre. Cicerón, escritor y brillante orador romano, siglo primero antes de Cristo: “El amor al padre es el fundamento de todas las virtudes”. 

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