París bien vale una visita

París conserva una personalidad propia, un carácter exteriorizado que quiere corresponder a la alegría y al amor, pero su estado de alma no es totalmente puro.

03 DE DICIEMBRE DE 2013 · 23:00

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La torre Eiffel, en París.

La ciudad de París, reducida a sus estrechos límites administrativos, sólo tiene dos millones y medio de habitantes. Está considerada la quinta entre las grandes ciudades europeas después de Londres, Berlín, Madrid y Roma. Aún así, París es todo un mundo. Todo es grande: mucho malo y mucho bueno. Los espectáculos, los sitios de placer, los paseos, todo está lleno, día y noche. Abundan los rincones por los que caminar y dejar que la vista se vaya posando en sus monumentales construcciones. Se ha llamado a París la ciudad de la luz. El actor y cantante parisino Maurice Chevalier (1888-1972), el más universal “chansonnier” de entreguerras, solía decir que París era la “joie de vivre” (“la alegría de vivir”). ¿Diría lo mismo hoy, en el despertar de este siglo XXI cambalache, melancólico y febril? Cierto que París conserva una personalidad propia, un carácter exteriorizado que quiere corresponder a la alegría y al amor, pero su estado de alma no es totalmente puro. París, hoy, tiene sus problemas, sus traumas, sus brotes de violencia aquí y allá, como toda ciudad grande. Hay mucho que ver en París. Tal vez menos que en Londres, pero más que en Roma y que en Madrid. En Berlín sólo he estados dos veces, breves días, no la conozco lo suficiente para establecer comparaciones. Visita obligada a la capital de Francia es la torre Eiffel, presente dondequiera que se represente a París. Fue inaugurada el 15 de mayo de 1889, tras 22 meses de obras. Tiene una altura total de 320 metros. Para llegar a la sima a pie habría que subir 1.710 peldaños. Pesa 7.000 toneladas y se apoya sobre cuatro enormes pilares con bases de cemento. La ciudad tiene otros magníficos monumentos, imposible de ser descritos en un breve artículo de prensa como este. Contando sólo los más conocidos, París tiene 37 museos. El más célebre es el museo del Louvre, cuyos orígenes se remontan al siglo XIII, uno de los más importantes, si no el que más, del mundo. Además de este existen otros cuatro que no deben obviarse: Museo Picasso, en la Rue de Thorigny, Museo Rodin, Rue de Varene, Museo Nacional Pompidou de Arte Moderno, Place Beaubourg y Museo de la Historia de París, Rue de Sevigné. Una visita a la casa Víctor Hugo, en Place des Vosges, muestra casi todo lo referente al mundo del genial escritor y poeta. No es preciso ser católico para rendirse ante la catedral de Notre-Dame, en la Rue de la Cité. Cuenta la historia que esta catedral, admirada en los cinco continentes del planeta en el que vivimos, se levantó en el lugar de una basílica cristiana que ocupaba a su vez el de un templo romano de los primeros siglos. La construcción se inició en 1163 y no fue hasta 1345 cuando pudo considerarse totalmente terminada. Víctor Hugo la inmortalizó en su novela histórica NUESTRA SEÑORA DE PARÍS, publicada en 1831. Otro monumento católico que reclama atención es la imponente basílica del Sacré-Coeur, que domina París desde lo alto de la colina de Montmartre. Data de 1870. Los habitantes de París hicieron voto solemne de edificar un templo al Sagrado Corazón de Jesús si Francia era liberada de los enemigos que la ocupaban. El deseo se cumplió. El voto también. Naturalmente, Montmartre no es sólo la basílica. Fue y lo sigue siendo uno de los barrios más pintorescos de París, incorporado a la capital en 1860. Surge sobre una colina calcárea de 130 metros. Allí se concentran artistas, escritores, pintores, cantantes para quienes la vida bohemia tiene refugio privilegiado en Montmartre. Cuenta la leyenda que en lo alto de esa colina fue decapitado un tal Dionisio, supuesto primer obispo de París, el año 272 de nuestra era. A ver quién vive para certificarlo. Tumbas y cementerios. Muerto de entusiasmo ante la muerte, desde joven, quedé emocionado junto a la tumba de Napoleón. Se encuentra en el palacio de los Inválidos, entre la explanada del mismo nombre y la Plaza Vauban. La construcción de este vasto conjunto fue ordenada por el rey Luis XIV para acoger a los viejos soldados inválidos que se veían obligados a mendigar. Las obras se iniciaron el año 1671 y concluyeron en 1976, aunque posteriormente se añadieron nuevos edificios. La vastísima explanada tiene 487 metros de largo y 250 de ancho. Es aquí, en la iglesia de los Inválidos, donde puede contemplarse la tumba de Napoleón Bonaparte, fallecido en mayo de 1821 en la isla de Santa Elena. Cito: Los restos del emperador “fueron encerrados, como los de un faraón egipcio, en seis ataúdes: el primero de hierro, el segundo de caoba, el tercero y el cuarto de plomo, el quinto de madera de ébano y el sexto de encina”. Otros muertos ilustres de Francia están enterrados en el Panteón, majestuoso edificio que en un principio fue iglesia de Santa Genoveva. La Revolución de 1789 la transformó en el templo de la Gloria para alojar los restos de los grandes hombres. Napoleón la consagró de nuevo al culto católico en 1806, pero años después, en 1885 volvió a ser un templo laico. El monumento tiene 110 metros de largo por 83 de alto. En su parte frontal figura esta inscripción: “a los grandes hombres, la Patria reconocida”. Entre otros sepulcros de personalidades ilustres, en su interior figura el del filósofo ginebrino Juan Jacobo Rousseau (1712-1778). Más de muertos. Montparnasse tiene parecido con Montmartre. Al igual que este, sus restaurantes, bares y cafés estuvieron frecuentados –ahora no tanto- por personajes de la bohemia: escritores, políticos y, sobre todo, pintores. Su cementerio es famoso por las tumbas que alberga de grandes escritores, artistas y políticos. Tengo una colección de fotografías que tomé en algunas de estas tumbas. Para sacudirse el espíritu de la muerte bueno es ver jardines, flores y plantas. Nada mejor que una visita a los jardines que rodean el palacio de Luxembourgo. Su construcción se remonta a 1615. Los jardines están considerados como los más populares de París. Ocupan 23 hectáreas. Entre árboles y flores se alzan estatuas de las reinas de Francia y otras mujeres ilustres. Más jardines y palacios, los mejores de Europa, se encuentran en Versalles, 20 kilómetros al sudeste de París. Están considerados como el prototipo de los jardines de Francia. Aquí se crea y recrea la naturaleza con árboles, bosques, flores y setos. Grupos escultóricos y surtidores están esparcidos por doquier. De paseo por París hay que llegar hasta la Plaza de la Bastilla, fortaleza maciza construida entre 1370 y 1382. Fue protagonista principal en el período revolucionario. En julio de 1789 setecientos mil parisienses enfurecidos marcharon contra ella, considerada entonces como símbolo del absolutismo monárquico. De la Plaza de la Bastilla a la Plaza de la Concordia, de negros hechos históricos. Aquí se levantó la guillotina bajo cuyas cuchillas cayeron las cabezas de Luis XVI, María Antonieta, Madame Roland, Robespierre y otros personajes de tiempos revolucionarios. Con la torre Eiffel al fondo, en el centro de la plaza se eleva el obelisco de Ramsés II. Barrio Latino. Callejuelas estrechas. Restaurantes de varias nacionalidades: franceses, turcos, árabes, griegos, chinos, españoles. Cafeterías y tabernas, todo en una atmósfera cosmopolita. Gente. Mucha gente, muchos estudiantes universitarios. Tiendas con toda clase de objetos para recordar París. Paseos. En verano resulta una delicia pasear por lugares típicos de París. Por ambas orillas del Sena, por los Campos Elíseos, por el Arco del Triunfo, por los muchos parques y jardines que adornan la ciudad. Finalmente, sería un crimen ir a París y no participar en una cena crucero por el río Sena. Desde el barco se contemplan los más importantes monumentos de la ciudad que, al estar iluminados, presentan aspectos diferentes a las visitas diurnas. Imponentes casas de millonarios, construidas caprichosamente frente a las aguas del río. Si París bien vale una misa, como dijo aquel rey, también vale una visita, cuanto más prolongada mejor.

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