Los primeros ministerios después del servicio militar

Si algo sobre la tierra merece el nombre de felicidad es el estudio. Con Trenchard y Pujol aprendí mucho de la teología Bíblica y de preparación de sermones.

15 DE OCTUBRE DE 2021 · 09:00

Una vieja imagen de Londres. / <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@dwmeyer?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">David W. Meyer</a>, Unsplash.,
Una vieja imagen de Londres. / David W. Meyer, Unsplash.

Se cumplieron los meses de servicio militar. Salí de Tánger como un neófito en Biblia y regresé convertido en predicador del Evangelio.

Pero no estaba conforme. Quería estudiar la Biblia con profesores, en alguna institución. Pepe Rodríguez, quien me llevó a la Iglesia, y Fernando, su hermano gemelo, fueron enviados a Cuba por Rubén Lores, al mismo Seminario donde estudiaron él y Emiliano Acosta. Rubén me propuso ingresar en el mismo lugar. Cuando me habló de seis años dije rotundamente que no. No quería estar recluido tanto tiempo ni tan lejos.

Supe de un Instituto Bíblico en el sur de Marruecos, en Kemisset. Escribí pidiendo información. Respondieron que era un Instituto americano para árabes convertidos. Toda la enseñanza era en este idioma. No hubo problema. Yo hablaba perfectamente el árabe de Marruecos, lo escribía y leía regularmente. Ingresé para los tres años que duraba el curso. 

Cinco meses llevaba en el Instituto cuando recibo una carta firmada por el Consejo de la Iglesias en Santa Cruz de Tenerife y en la Orotava. Decían que Emiliano Acosta, predicador en ambas congregaciones, regresaba a Cuba y ellos habían pensado que yo lo sustituyera.

Allá voy.

Recuerdo la cara de enfado que puso el director, Mr. Shenaider, cuando le dije que me marchaba. Había escrito a amigos de su país que le sostenían económicamente que tenía en el Instituto a un joven español “que prometía” según pude leer en un folleto que estaba en su mesa, en el que se incluía una fotografía.

Tomé un autobús hasta Tánger y unos días después el barco hacia Algeciras, otro autobús Algeciras-Cádiz y un nuevo barco, más grande, Cádiz-Santa Cruz de Tenerife.

Inmediatamente me incorporé al trabajo para el que había sido llamado al frente de las dos Iglesias.

Estando en Canarias recibo una carta procedente de Barcelona. Me la enviaba un gran líder evangélico, profesor de Biblia, Ernesto Trenchard. Era inglés, enraizado en España, maestro del idioma castellano. Ejercía como anciano en la Iglesia que se reunía en la avenida Marqués del Duero, el Paralelo barcelonés, al mismo tiempo daba cursos intensivos de Biblia a jóvenes que acudían a él desde otros puntos de España. ¿Cómo pensó en mí? ¿De quién obtuvo mi dirección? ¿Por qué yo? Nunca lo supe. En la carta me invitaba a pasar tres meses estudiando con él la Biblia. Miembros de la Iglesia que atendía se ofrecieron a tenerme en sus casas. En la casa del matrimonio Molins dormía, desayunaba y cenaba. En la del matrimonio Gasol comía al mediodía. Además de los estudios con Trenchard también me daba clases el profesor Pujol, líder de la Asamblea de Hermanos en la calle Pinar del Rio. A los Hermanos pertenecían también Trenchard y la Iglesia en el Paralelo.

Fueron tres meses deliciosos. Si algo sobre la tierra merece el nombre de felicidad es el estudio. Con Trenchard y Pujol aprendí mucho de la teología Bíblica y de preparación de sermones.

Terminado aquel período regresé a Canarias y me incorporé al trabajo en las dos iglesias. Hasta que llegó otra carta a mi apartado de Correos en Santa Cruz. Era de Rubén Lores, predicador de la Iglesia en Tánger donde yo había sido convertido. Escrita con carácter de urgencia decía que no aguantaba más la Iglesia ni Marruecos, que se iba a Estados Unidos y lo dejaba todo, que la Iglesia había pensado en mí para sustituirle.

Otra vez allá voy.

Los corazones de aquellos hermanos canarios y el mío se unieron en el dolor por mi partida precipitada. Pero no podía evitarla. Mi Iglesia me necesitaba y yo debía responder.

Más barco y autobús hasta llegar a Tánger.

La Iglesia que dejó Lores, unos setenta miembros, se reunía entonces los domingos por la tarde en el amplio templo de la Iglesia anglicana, en la calle Inglaterra, cerca del zoco. Cuando Rubén la dejó estaba dividida en tres grupos antagónicos. Hube de trabajar mucho para unirles y llegar a una Iglesia de 150 miembros, evangelística y ejemplar, fundadora de otras iglesias en Tetuán, Larache y Melilla.

Dos líderes evangélicos catalanes unieron fuerzas para crear la que se llamó Misión Cristiana Española, Samuel Vila y Zacarías Carles. Vila quedó en España fundando iglesias. Carles se instaló en Toronto, Canadá. Aquí estuvo la oficina principal de la Misión. Montó otras dos en Estados Unidos, dedicadas a recaudar fondos para sostener la obra que realizaba Vila. Después de unos años juntos llegó el divorcio entre ellos. Carles viajó a España en busca de un nuevo director de la Misión en nuestro país. Como era natural, recaló en Barcelona. Allí no encontró al hombre que necesitaba. Le hablaron de un joven con talento que vivía en Tánger. Tomó un avión y llegó en mi busca. En la ciudad marroquí permaneció una semana, instalado en el Hotel Rembrandt. Nos veíamos y hablábamos a diario. Siempre sobre la necesidad de evangelizar y de la situación, que a él le parecía adormecida, del protestantismo español. Al cuarto día de conversaciones me propuso ser el nuevo director de la Misión Cristiana Española, a la que le quedó ocho iglesias, después de la inteligente iniciativa que tomó el pastor José María Martínez de sacar la mayoría de las iglesias de la Misión Cristiana Española y fundar la Federación de Iglesias Evangélicas Independientes de España. Hizo bien, siempre tuve una relación fluida tanto con él como con Samuel Vila.

Yo tenía entonces 27 años. Sobre mis hombros tenía la Iglesia de Tánger y las ocho Iglesias de la Misión Cristiana, con la responsabilidad de atender económicamente a sus pastores con el dinero que Carles enviaba desde Canadá, que no siempre llegaba a tiempo.

Tan agotado, decidí tomarme un año sabático. En enero de 1961 me instalé en Londres. Estuve todo el año, hasta diciembre. Allí perfeccioné mi inglés, al tiempo seguía cursos avanzados de periodismo, profesión que llevaba cinco años ejerciendo, desde que en enero de 1956 fundé en Tánger el periódico Luz y Vida y después la revista Luz y Verdad.

En Londres asistí en la Embajada de Estados Unidos a una especie de recordatorio de Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura, muerto por suicidio en aquellos días. En los estudios de la BBC acudí a una conferencia de prensa en la que el astronauta Yuri Gargarin explicó su odisea en el espacio llevada a cabo por la Unión Soviética aquel año. Una frase suya dio la vuelta al mundo: “He estado en el cielo y no he visto a Dios”.

La Editorial The Protestant Truth Society, situada en la célebre Fleet Street, donde se agolpan las editoriales, decidió traducir al inglés y publicar mi libro de 1958 En Defensa de los Protestantes Españoles. De tanto en tanto acudía a la editorial por si podía colaborar en la traducción. Fue allí donde conocí al abogado Peter Benenson. Andaba atareado en la creación de un organismo que trabajara a favor de los derechos humanos y de la libertad religiosa, al tiempo que denunciara las torturas y los encarcelamientos injustificados. Me pidió que me uniera al proyecto, lo que hice con alegría, pues mi lucha a favor de la libertad religiosa había estado activa desde que conocí la intolerancia, los abusos, las discriminaciones, las multas, algunos encarcelamientos contra los evangélicos en aquella España nacional-católica.

La fundación de Amnistía Internacional tuvo lugar en julio de 1961 en el hotel Lutetia del París de la Francia. El nombre primitivo fue Amnistía 61, por el año de su presentación. Yo fui uno de los fundadores de este organismo ahora conocido mundialmente, reconocido por Naciones Unidas, la Unesco y el Consejo de Europa, Premio Nobel de la Paz en 1977.

A mediados de diciembre regresé a Tánger y me incorporé de nuevo al ministerio de la Iglesia, al tiempo que atendía a las iglesias de la Misión Cristiana Española, que no había descuidado económicamente durante el año que pasé en Londres.

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