¿A dónde vamos cuando morimos?

Nuestros cuerpos degeneran envejeciéndose y enfermando por causas ajenas al diseño original de nuestro Creador.

04 DE NOVIEMBRE DE 2023 · 15:50

Imagen de Mihály Köles en Unsplash.,
Imagen de Mihály Köles en Unsplash.

Sin duda alguna, la mayoría de nosotros tenemos planes para seguir viviendo muchos años más aquí en la tierra, pero los soberanos designios de Dios nos pueden tomar por sorpresa y, en un determinado momento, podríamos ser trasladados a lo que Teresa de Jesús denominó acertadamente las moradas eternas o, en su defecto, la separación eterna del Todopoderoso. 

Algunos piensan en una posible reencarnación, otros en una especie de limbo espiritual, aunque no se sabe exactamente dónde, pero la inmensa mayoría de la gente no sabe a ciencia cierta cómo será ese paso de la muerte clínica al más allá. Otras muchas personas piensan que la muerte es definitivamente el fin de la existencia humana y que, con la mayor serenidad posible, tenemos que prepararnos para dar ese último gran salto al vacío existencial; es allí a donde se cree popularmente que iremos a parar todos los mortales que fallecemos en cualquier circunstancia de la vida y que, por esa razón, hemos de asumir nuestro inevitable final para que sea una buena muerte, desdramatizando y trivializando el asunto con una laica resignación.

Sin embargo, convengamos que la muerte es una completa anomalía, aunque no lo queramos reconocer, porque originalmente estábamos diseñados a la perfección para vivir indefinidamente. No obstante, nos damos cuenta fácilmente que nuestros cuerpos degeneran envejeciéndose y enfermando por causas ajenas al diseño original de nuestro Creador. El pecado humano es el virus causante de la muerte del cuerpo y del alma inexorablemente; pero las grandes preguntas que nos podríamos hacer, aunque parezcan un tanto macabras, son: ¿Qué pasará un solo instante después de morir? ¿A dónde vamos cuando morimos? La respuesta para los que se han reconciliado con Dios, a través de Jesucristo, es que instantáneamente pasarán a la misma presencia del Señor, aunque aquí en la tierra se estén produciendo todo tipo de lamentos y de gestiones burocráticas para el sepelio y el duelo que resultará tras la desaparición del finado, pero quienes “mueren en el Señor”, cuando exhalen su último aliento aquí en la tierra, estarán insuflando en toda su plenitud el don de la vida eterna. 

Hay quienes piensan que los creyentes renacidos en Cristo estaremos en una especie de hibernación hasta una resurrección definitiva cuando concluyan los juicios divinos sobre la tierra y entremos en la nueva era del reino eterno de Dios; desde luego que, a partir de ese momento, entraremos en la plenitud de los planes eternos del Señor y disfrutaremos de una nueva humanidad en el planeta redimido al que llamaremos en mi bella lengua catalana “cel i terra nova” (Cielo y tierra nueva)

Como dicen las Escrituras que para el Señor “un día es como mil años y mil años como un día”, así será para los que “duerman en el Señor”, como un cerrar y abrir de ojos, tal como nos relata la Palabra de Dios y esto no se refiere a un estado de inconsciencia o de “limbo transitorio”, más bien , a un estado de paz y bienestar supremo fuera del tiempo cronos, instalándonos en la misma eternidad conscientemente, lo que vendría a ser el presente eterno en el que Dios vive ahora mismo.

Cuando Jesús le dijo al malhechor arrepentido “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23:43), no le estaba transmitiendo una falsa expectativa, ni tampoco es un error ortográfico de una coma mal colocada como algunos piensan, el destino inminente era el Paraíso celestial. El relato del hombre rico y el pobre Lázaro (Lucas 16:19-31) nos demuestra claramente lo que pasará un instante después de morir “de quienes mueren en el Señor”, y estos, a su vez, formarán parte de la gran multitud de testigos que observan a los santos de la tierra desde fuera del tiempo y del espacio humano. (Hebreos 12:1)

Los capítulos finales del Apocalipsis también nos revelan de forma abreviada, aunque totalmente verosímil, la incomparable belleza del Cielo de Dios. Cuando muchos cerremos los ojos aquí en la tierra, en el mismo momento del óbito, en una fracción de segundo, los abriremos en la misma presencia de Dios de forma totalmente consciente en la nueva dimensión de la eternidad celestial. Quienes no se hayan reconciliado con Dios a tiempo, durante su tránsito terrenal, lamentablemente no gozarán de la misma bendición porque el purgatorio no existe amigos, es solo una pura invención dantesca. 

La vida humana es un don de incalculable valor, pero a fin de cuentas es solo un breve ensayo general para disfrutar toda una eternidad con nuestro Creador o, en el peor de los casos por haber desoído el llamado de Dios en este breve paréntesis de la eternidad que es el tiempo cronológico que se nos concede, tener que encontrarnos irremisiblemente en la condenación perpetua que supone un trágico final y la terrible separación del Eterno.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El Tren de la Vida - ¿A dónde vamos cuando morimos?