¿A quién debemos creer?
El desbarajuste social y las consiguientes consecuencias que está produciendo la pandemia de la covid-19 han descolocado a todo el mundo y han alterado las agendas humanas.
24 DE AGOSTO DE 2020 · 13:08

Desde mi observación personal acerca de lo que está ocurriendo en el mundo con el furor de la pandemia, y especialmente en nuestro país, me doy perfecta cuenta del desconcierto general existente, así en los poderes públicos como entre la ciudadanía, por la falta de un claro liderazgo; además es de destacar la infodemia que está padeciendo prácticamente toda la población.
No es mi intención darle leña al mono, entiéndase criticar al gobierno de turno. La crisis de confianza que está generando esta indeseada situación pone al descubierto nuestras carencias y las debilidades de todos los sistemas políticos, por muy autosuficientes que parezcan. Las democracias del mundo están en grave peligro de extinción, tal como lo estamos percibiendo por el devenir de los acontecimientos actuales. Tampoco podemos evitar que nos asalten dudas justificadas acerca de las sórdidas maniobras del gigante asiático. El hermetismo chino y sus veleidades científicas acrecientan nuestras sospechas, pero tampoco podemos encallarnos en cuestiones de este tipo ahora mismo.
El desbarajuste social y las consiguientes consecuencias que está produciendo la pandemia de la COVID han descolocado a todo el mundo y han alterado las agendas humanas. Sin embargo, aunque pueda parecer complejo, no ha alterado la agenda de Dios en sus planes soberanos sobre la historia de la humanidad para estos tiempos tan inquietantes a los que la Biblia describe como tiempos peligrosos sin precedentes. Y tal como preconizaban las Escrituras, estas cosas que estamos viendo y viviendo hoy en día están predichas de forma especial para quienes protagonizamos, sin duda alguna, lo que yo considero que es el preámbulo del fin de los tiempos.
Hoy abiertamente se nos habla sobre el “reloj del juicio final” o el “reloj del apocalipsis” como le llaman otros, según ha aparecido en diversos medios de comunicación recientemente con bastante relevancia. Esto demuestra que, incluso en el consciente colectivo, existe la idea de que nosotros mismos nos vamos a autodestruir y que los males que nos aquejan actualmente van a empeorar y no, a mejorar. Parece ser que la intuición de algunos sabios de la agenda global también pronostica que se nos está agotando la mecha en todos los aspectos y que, muy probablemente, estamos avanzando hacia el ocaso de la humanidad. Eso lo profetizan los mismos incrédulos, aunque sus claves de interpretación son muy diferentes a las nuestras. Es curioso que hace apenas unas pocas décadas se nos hablaba de que íbamos hacia un mundo mejor y más sostenible, y que el talante filantrópico de la humanidad sería el canto a la alegría el cual proclamaba que habría un nuevo día en que los hombres volverían a ser hermanos, iguales y libres. Sin embargo, por lo que estamos viendo, esto va de mal en peor, lamentablemente.
La gran pregunta que muchos se están haciendo en estos tiempos es: ¿A quién debemos creer? ¿A nuestros dirigentes políticos, sociales y espirituales o a nuestra propia intuición personal? Hemos de reconocer que no es fácil contestar a esta pregunta de cualquier manera y tampoco a la ligera con nuestros clásicos tópicos. No obstante, permíteme responder con la máxima sencillez a estos interrogantes en un tiempo como el que estamos viviendo, donde el escepticismo acerca de la fe en Dios se ha instalado en nuestra sociedad, fundamentalmente por el desengaño de la religión en general y sus farragosos planteamientos de espiritualidad que se perciben más como un suplicio que como una liberación personal de nuestras miserias humanas.
Para muchos Dios no está en ninguna parte, solo en la imaginación de los creyentes de buena fe, pero la respuesta es que la firma del Dios creador de todo lo existente está en toda Su creación, está en nosotros mismos y está en la historia de forma indeleble. Jesús hizo visible el rostro de Dios y Su mensaje redentor ha transformado millones de vidas, entre ellas la mía propia. El Nuevo Testamento es uno de los documentos más confiables que existen en los anales históricos y haríamos bien en abordar sus páginas desprovistos de prejuicios infundados.
Por lo tanto, mi propuesta para todos, es que debemos creer a ese buen Dios que nos diseñó a Su imagen y semejanza y nos otorgó el don de la vida. La respuesta clamorosa a todo este laberinto de incógnitas humanas se encuentra en el amor de Dios que es realmente apabullante y transformador. Porque el amor de Dios en Jesucristo lo cambia todo y si lo invocas sinceramente ahí donde estás, lo experimentarás en todo tu ser. “Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”, tal como afirma la misma Palabra de Dios (Romanos 10:13).
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Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El Tren de la Vida - ¿A quién debemos creer?