Algunas rimas de Bécquer

Sabe, como pocos de sus contemporáneos, penetrar con sus escritos en las profundidades del alma humana, del alma española.

25 DE MAYO DE 2023 · 16:54

Detalle del retrato de Bécquer pintado por su hermano Valeriano. / Museo de Bellas Artes de Sevilla, Wikimedia Commons.,
Detalle del retrato de Bécquer pintado por su hermano Valeriano. / Museo de Bellas Artes de Sevilla, Wikimedia Commons.

Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836 y murió en Madrid el 22 de diciembre de 1870, a la temprana edad de treinta y cuatro años. La vida empezó a maltratarle desde muy joven. Quedó huérfano cuando contaba nueve años y fue recogido por un tío materno, Juan Vargas, quien cuidó de él y de su hermano Valeriano.

Ayudado por su madrina, Manuela Monahay, Bécquer ingresó en el sevillano Colegio de San Telmo, donde tenía la intención de prepararse para la Escuela Náutica. El colegio cerró cuando el futuro poeta llevaba tres años en él. Sin vocación alguna por la Náutica, Bécquer probó fortuna en la pintura, arte que había convertido su padre en profesión y que también había seguido su hermano Valeriano. Tras algunos intentos en la pintura y la música, Bécquer se decidió finalmente por la literatura, dedicando sus años juveniles a la lectura de cuantos libros caían en sus manos.

En 1854 los hermanos Bécquer se trasladaron a Madrid en busca de gloria. Gustavo Adolfo consiguió un empleo, que perdió pronto, en la Dirección de Bienes Nacionales. En la capital de España se dedicó a la composición de versos y leyendas que luego le habrían de hacer famoso. Colaboró en periódicos y revistas. Dirigió El Mundo, publicación que tuvo una vida efímera, y con algunos amigos fundó la revista España Artística y literaria, que tampoco alcanzó larga vida. Estuvo en Ávila, Soria, Toledo y Segovia, cuyas catedrales visitó. Tenía la intención de publicar una monumental Historia de las Catedrales de España, de la que sólo llegó a publicarse un volumen.

Bécquer casó con Carla Esteban Navarro, hija del médico que le atendió durante su tuberculosis, enfermedad que terminó con su vida en el crudo invierno de 1870. Le nacieron tres hijos del matrimonio. Dos años después de su muerte, sus amigos recogieron y publicaron las obras completas del poeta, que han conocido numerosas ediciones desde entonces. En nuestros días, Bécquer es considerado como uno de los más grandes poetas del romanticismo español.

Se ha querido, sin razón, ver en Bécquer al poeta de las niñas cursis. Se ha pensado que las rimas del famoso poeta sevillano estaban bien recogidas en pequeños volúmenes de lujo y sobre las mesitas de noche en las alcobas de jovencitas soñadoras. Es cierto que Bécquer fue un poeta romántico, tal vez el más alto y puro representante del romanticismo español. También es verdad que el poeta se ocupa mucho de los temas característicos en los grandes líricos del romanticismo. Pero leída con detenimiento su obra completa se advierte la continua preocupación del poeta por los grandes temas del espíritu. Bécquer sabe, como pocos de sus contemporáneos, penetrar con sus escritos en las profundidades del alma humana, del alma española. Hasta tal punto, que Luis Rosales ha dicho de su obra lo siguiente: "No hay español que no sea ‘hechura suya’, que no le deba, en cierto modo, alguna parte de su corazón. No hay español que no haya recreado, en él, su intimidad. No hay español que no recite de memoria alguna de sus rimas".

En las rimas se encuentran los inevitables temas frívolos a los que está obligado todo poeta. Pero aun en estos temas hay una melodiosa comunicación espiritual. Como en la número 23, tan celebrada:

Por una mirada un mundo; 

Por una sonrisa un cielo;

Por un beso... ¡Yo no sé 

qué te diera por un beso!

A esta misma inspiración melódica y sentimental, en la línea de la más pura fantasía amorosa, pertenece otra de sus rimas que ha sido cantada y contada por todos los amantes familiarizados con la obra del poeta sevillano. La número 24:

¿Qué es poesía? dices mientras clavas 

en mi pupila tu pupila azul.

¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? 

Poesía... eres tú.

El amor, cosa lógica, es una constante en las rimas de Bécquer. Amor "soñado o vivido en el deseo, suspirado en voz baja como un secreto entre dos, fruto agridulce de una inspiración viril y casta a la vez". Amor que encuentra su plena realización, su goce total en el momento mismo del encuentro. Como en la rima número 58:

¿Quieres que conservemos una dulce 

memoria de este amor? 

Pues amémonos hoy mucho, y mañana 

digámonos ¡adiós!

Pero las rimas de Bécquer, 76 poemas breves en total, más unos cuantos que fueron recogidos y añadidos después de su muerte, no están limitados al verso, a la mujer y al amor. Guillermo Díaz Plaja nos dice que "estas breves composiciones están completamente orientadas hacia la interioridad del poeta". Y Bécquer, en opinión de Julio Nombela, que fue uno de sus mejores amigos, no era frívolo en absoluto y vivió su corta vida preocupado por los grandes temas del espíritu. "Siempre fue serio -dice Nombela-. No rechazaba la broma, pero la esquivaba. Nunca le vi reír; sonreír siempre, hasta cuando sufría. Tampoco le vi llorar; lloraba hacia dentro".

Con esta calidad humana no sorprende encontrar en las rimas del poeta abundantes temas de meditación metafísica. El sentimiento fatalista del mal que le rodea le persigue y le aprisiona está expresado en la rima número 40:

Mi vida es un erial;

flor que toco se deshoja; 

que en mi camino fatal,

alguien va sembrando el mal

para que yo lo recoja.

Las dos eternas preguntas del alma humana, ¿de dónde vengo? Y ¿adónde voy?, están presentes en la rima número 55. Los interrogantes quedan sin respuesta en la poesía becqueriana. El cielo del poeta es negro, sin nubes y sin luz, sin vida ni esperanza. Las líneas finales de esta rima son un canto a la nada, la lúgubre nada de las almas sin luz:

En donde esté una piedra solitaria 

sin inscripción alguna,

donde habite el olvido, 

allí estará mi tumba.

Pero este sentimiento no es definitivo en el alma del poeta. En la tumba solitaria no puede acabar la más grande creación de Dios: el hombre. Otro poeta viejo, molido por el sufrimiento como Bécquer, castigado sin causa aparente por la vida, como Bécquer, se interrogaba también sobre “la otra orilla”“Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?”, se preguntaba Job, el patriarca de la paciencia. Y Bécquer, en una de sus más hermosas rimas, la número 73, tal vez la más larga, donde canta a la soledad de los muertos, se pregunta igualmente:

¿Vuelve el polvo al polvo?

¿Vuelve el alma al cielo?

¿Todo es vil materia, podredumbre y cieno?

¡No sé; pero hay algo 

que explicar no puedo, 

que al par nos infunde

repugnancia y duelo 

al dejar tan tristes, 

tan solos, los muertos!

Esta incertidumbre ante el destino final de los muertos se convertía para el poeta en tortura cuando consideraba la brevedad de la vida, que a él, particularmente, sólo le concedió treinta y cuatro años de existencia.

No esperaba el poeta morir tan joven cuando cantó a la fugacidad de la vida humana en sus rimas.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - Algunas rimas de Bécquer