Andanzas y lecciones de Don Quijote (17): el caballero de los leones

134 veces menciona la Biblia a leones y leoncillos. El episodio más conocido tal vez sea el que narra el capítulo 14 en el sexto libro de la Biblia, Jueces.

17 DE MARZO DE 2022 · 17:25

Foto de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@nerdist0014?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">Jeremy Avery</a> en Unsplash CC.,
Foto de Jeremy Avery en Unsplash CC.

Camino adelante los tres mosqueteros hacen un alto en su cabalgar. Sancho lo aprovecha para comprar unos requesones. El caballero del Verde Gabán, a quien en adelante llamaremos por su nombre, Diego de Miranda, y Don Quijote, descansan. Así estaban cuando Don Quijote llama a Sancho a grandes voces. Acude Sancho. El caballero le dice que una nueva aventura le acecha y pide sus armas. Don Diego mira a un lado, a otro, y sólo descubre un carro que hacía ellos iba, con dos o tres banderas pequeñas, que le dieron a entender que el tal carro debía de llevar monedas de su Majestad y así se lo dice a Don Quijote, quien no le cree, pensando siempre que lo que había de sucederle eran aventuras y más aventuras. De continuo en su sueño, dice a Don Diego que tenía amigos visibles e invisibles que le quieren acometer, no sabe cuándo ni adónde, pero ha de estar apercibido. “Y venga lo que viniere; que aquí estoy con ánimo de tomarme con el mismo Satanás en persona”.

Púsose Don Quijote delante del carro y pregunta al que lo conducía qué carro era aquel, qué llevaba en él y qué significaban aquellas banderas. Responde el hombre que el carro era suyo y en él llevaba dos bravos leones enjaulados que el general de Orán, en Argelia, enviaba a su Majestad.

Pregunta Don Quijote si los leones eran grandes, a lo que responde el carretero: “Tan grandes que no han pasado mayores, ni tan grandes, de África a España jamás. Yo soy el leonero. He pasado otros; pero como estos, ninguno. Son hembra y macho; el macho va en esta jaula primera, y la hembra en la de atrás; y ahora van hambrientos porque no han comido hoy”.

La imagen que da el carcelero de los leones grandes, hambrientos, con muchas ganas de comer, daba para salir huyendo de aquel lugar.

En la vida de Don Quijote las aventuras se daban seguidas, una tras otra. En unos casos eran aventuras que le escogían a él, en otros, como en el caso de los leones, era él quien escogía la aventura.

Con una media sonrisa, Don Quijote dice al leonero: “¿Leoncitos a mi? ¿A mí leoncitos, y a tales horas?”

Acto seguido dice al leonero que abra las jaulas y eche afuera a los leones, que él les daría a conocer quién era Don Quijote de la Mancha. Sancho acude a Diego de Miranda que haga algo para evitar las intenciones de su amo. Que si salen los leones “nos han de hacer pedazos a todos”. El hidalgo tiene a Don Quijote por loco, a lo que contesta Sancho: “No es loco, sino atrevido”.

Diego de Miranda hace lo posible para disuadir a Don Quijote. Le dice que los caballeros andantes suelen acometer las aventuras que prometen esperanza de salir bien de ellas y no las que pueden acabar en tragedias, como la que intenta con los leones.

A nadie hace caso Don Quijote. Está seguro de vencer a los leones. Con un “váyase vuesa merced, señor hidalgo”, vuelve al carcelero y le ordena que abra de una vez las jaulas o le destrozaría el carro con su lanza.

Resignado el leonero ante la determinación suicida de Don Quijote le pide que le permita desunir las mulas y ponerlas a salvo de los leones una vez fuera de sus jaulas.

Don Diego de Miranda cree que Don Quijote estaba loco. Sancho Panza le hace ver que lo suyo no es locura, sino atrevimiento. Los locos piensan y tienen ideas que para los cuerdos descienden al misterio absoluto. Los atrevidos son seres audaces. Audacia y más audacia.

Ante la intimidación de Don Quijote lanza en mano no le quedó otra al leonero que llevarse las mulas a lugar seguro. Antes de abrir las jaulas habla al hidalgo y al escudero: “Séanme testigos como contra mi voluntad y forzado abro las jaulas y suelto los leones”.

El hidalgo hizo un nuevo intento por persuadir a Don Quijote de lo que consideraba locura. En su opinión era tentar a Dios acometer tal disparate. Don Quijote, que a nada ni a nadie atendía, le replica que picara a su yegua tordilla y se pusiera a salvo. Después llega Sancho. Con lágrimas en los ojos le suplica que desista de tal empresa: “Mire, señor, que aquí no hay encanto ni cosa que lo valga; que yo he visto por entre las verjas y resquicios de la jaula una uña de león verdadera, y saco por ella que el tal león, cuya debe de ser tal uña, es mayor que una montaña”.

El miedo, a lo menos –respondió Don Quijote– te le hará parecer mayor que la mitad del mundo. Retírate, Sancho, y déjame; y si aquí muriere, ya sabes nuestro antiguo concierto; acudirás a Dulcinea, y no te digo más”.

A todo esto, Don Quijote daba prisa al leonero y a reiterar las amenazas, lo que dio ocasión de que el hidalgo picase su yegua, Sancho su rucio y el leonero sus mulas y se distanciaron del carro antes de que los leones salieran de las jaulas. Lloraba Sancho la muerte de su señor, que aquella vez sin suda creía que llegaba en las garras de los leones.

Viendo el leonero que tanto el hidalgo como Sancho Panza estaban suficientemente alejados del lugar de peligro volvió a pedir al caballero que desistiera de tan loca aventura; el cual respondió, sin apartar la lanza que empuñaba con firmeza en su mano derecha, que se dejara de consejos y abriera de una vez la primera jaula, donde iba el león macho. Así lo hizo el leonero. Llegó el momento, el instante cumbre, el sonido del gong. Salió el león. “Lo primero que hizo es revolverse, tender la garra y desperezarse todo; abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y con casi dos palmos de lengua que sacó fuera se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro, hecho esto, sacó la cabeza fuera de la jaula y miró a todas partes con los ojos hechos brasas, vista y ademán para poner espanto a la misma temeridad”.

Don Quijote lo miraba atentamente, deseando que el león saltase y cayera sobre él para cogerlo y hacerlo pedazos con sus manos.

Entonces ocurrió lo increíble. Así lo cuenta Cervantes en el capítulo XVII, segunda parte del Quijote“El generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías, ni de bravatas, después de haber mirado a una y otra parte, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a Don Quijote, y con gran flema y remanso se volvió a echar en la jaula. Viendo lo cual Don Quijote mandó al leonero que le diese de palos y le irritase para echarle fuera”.

A esto se negó con firmeza el leonero. Dijo que no era prudente un segundo intento y que, si hacía lo que Don Quijote le pedía, él podía morir hecho pedazos.

Aquí acabó la aventura. Enjaulado el león Don Quijote llamó al hidalgo y a Sancho. Estos se acercaron lentamente, por si acaso el vencedor había sido el león. Don Quijote ordenó a Sancho que diera dos escudos al carretero. El leonero prometió contar aquella aventura al mismo rey, a lo que respondió Don Quijote: “Pues si acaso su Majestad pregunta quién lo hizo, diréisle que el Caballero de los Leones; que de aquí en adelante quiero que en éste se trueque, cambie, vuelva y mude el que hasta aquí he tenido de el Caballero de la Triste Figura”.

Siguió su camino el carro; Don Quijote, Sancho y el del Verde Gabán prosiguieron el suyo.

Don Miguel de Unamuno, segundo santo de mi devoción literaria después de Alberto Camús y antes de Papini, Tolstoi y Dostoievski, en su monumental obra que incluye novelas, composiciones teatrales, poesías, ensayos, relatos cortos, artículos de prensa y otros se declara algunas veces ateo y otras veces profundamente creyente. En su libro Vida de Don Quijote y Sancho Unamuno atribuye la salvación de Don Quijote de las garras del león a una intervención divina: “Don Quijote, en cuanto vio al león, sintió la señal de Dios, y arremetió sin prudencia alguna…. Y Dios quiso, sin duda, probar la fe y obediencia de Don Quijote como había probado la de Abraham mandándole subir al Monte Moria a sacrificar a su hijo”.

Tengo mis reservas sobre esta opinión de Unamuno. Porque de ser válida, ¿estuvo también Dios en las aventuras que enfrentó Don Quijote y que se detallan en los 126 capítulos de la novela?

134 veces menciona la Biblia a leones y leoncillos.

El episodio más conocido tal vez sea el que narra el capítulo 14 en el sexto libro de la Biblia, Jueces. Sansón desciende con su padre y con su madre a Timnat, ciudad que se hallaba al noroeste de Judá, con intención de contraer matrimonio con una mujer timnamita. Cuenta la Biblia que en el camino “un león joven venía rugiendo hacia él. El espíritu de Jehová vino sobre Sansón, quien despedazó al león como quien despedaza un cabrito”. (Jueces 14:5-6).

¿Se inspiró Unamuno en este episodio para decir que fue Dios quien salvó a Don Quijote de perecer destrozado por el león?

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - Andanzas y lecciones de Don Quijote (17): el caballero de los leones