Andanzas y lecciones de Don Quijote (6): en busca de Dulcinea

No estaba tan loco Don Quijote. En el fondo de sus pensamientos y sentimientos tenía claro que la señora Dulcinea no era un personaje real.

18 DE NOVIEMBRE DE 2021 · 20:58

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En su encendido amor por Dulcinea, Don Quijote dice a Sancho que quiere ir al Toboso para verla. Sancho, que está convencido de la inexistencia de la dama, se opone al viaje con múltiples razonamientos: (Don Quijote, segunda parte, capítulo VIII).

Llegan al Toboso. Es noche cerrada. Sancho busca por toda la ciudad. Al amanecer encuentra a tres labradoras montadas en sus pollinas. Corre a Don Quijote y le dice que allí está Dulcinea con dos de sus doncellas. Acude raudo Don Quijote, ve a la supuesta Dulcinea, pero en esta ocasión no cae en el engaño. Por segunda vez Sancho presenta a Don Quijote una ficción de Dulcinea. El caballero de la alegre figura ha confundido molinos con gigantes, vulgares ventas con castillos, trampas del barbero y el cura con encantamientos, pero ahora no acepta la mentira. Dice a Sancho: “Yo no veo sino a tres labradoras sobre tres borricos”.

No estaba tan loco Don Quijote. En el fondo de sus pensamientos y sentimientos tenía claro que la señora Dulcinea no era un personaje real. Así lo confiesa a Sancho en uno de los textos más luminoso y transcendente de la novela. “Ven acá, hereje; ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta?”.

¿Entonces? Don Quijote, idealista en excelencia, tenía a Dulcinea como representación del ideal.

Dale Wasserman, escritor y productor de cine en Hollywood, pasó un verano en Madrid preparando el guion de una película que nada tenía que ver con España. Durante su estancia en nuestro país leyó el Quijote y quedó rendido a su magia. Aquí compuso el musical más importante que existe sobre la novela de Cervantes. Lo tituló El Hombre de la Mancha. En noviembre de 1965 fue estrenado en Nueva York y en septiembre de 1966 en Madrid. Wasserman confesó que su intención desde el principio fue “captar y transmitir el ideal que late tanto en el autor como en los principales personajes de la novela, principalmente en Don Quijote”. En la partitura El sueño imposible Wasserman hace decir a Don Quijote:

Yo iré por el mundo

en pos de un ensueño

doquiera me guste llevar,

hasta la gloria alcanzar.

Ese es mi ideal:

una estrella alcanzar,

no importa cuan lejos

se pueda encontrar.

El ideal no conoce límites. El idealista ha de vivir con los pies en la tierra y la ilusión puesta en el cielo, a la manera de Don Quijote en opinión de Wasserman. El ideal, para que tenga fuerza de Dios, para que sea agente transformador de corazones y regenerador de conciencias, ha de contar con la estrella, la gloria, el más allá. El ideal crece en proporción directa a la acción, como era la intención de Don Quijote: Combatir el mal. Triunfar sobre el miedo. Soportar el dolor a pie firme. El ideal ha de aspirar siempre a lo más elevado. Jesucristo estimula la firmeza en el ideal cuando dice en Lucas 9:62: “Ninguno que poniendo su mano en el arado (en el ideal), y mira atrás, es apto para el reino de Dios”.

El carro de la muerte

“Pensativo iba Don Quijote camino adelante, considerando la mala burla que le habían hecho los encantadores volviendo a su señora Dulcinea en la mala figura de la aldeana”. (Don Quijote, capítulo XI, segunda parte).

En estos pensamientos estaba cuando ve una carreta cargada de extraños personajes. Quien la guiaba era un feo demonio. “La primera figura que se ofreció a los ojos de Don Quijote fue la de la misma muerte, con rostro humano”. Don Quijote quiso saber quienes eran aquella gente y hacia dónde se dirigían. Respondió el carretero que eran miembros de la compañía de Comedias Angulo el malo. Acababan de representar en un lugar cercano y se dirigían a otro pueblo para desarrollar el auto Las cortes de la muerte. Por estar cerca un pueblo de otro decidieron conservar la ropa utilizada en la farsa y evitar desvestirse y volverse a vestir.

Convencido Don Quijote, dice al carretero disfrazado de demonio: “Andad con Dios, buena gente, y haced vuestra fiesta… Desde muchacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula”.

Todo transcurría pacíficamente cuando hizo acto de presencia uno vestido de bojiganga, mamarracho disfrazado estrafalariamente. En la punta de un palo llevaba tres vejigas de vaca hinchadas y muchos cascabeles. Don Quijote lo observaba montado sobre Rocinante. El intruso comenzó a esgrimir el palo y hacer sonar los cascabeles. Rocinante, asustado, emprendió una veloz carrera sin que Don Quijote pudiera detenerle. Sancho, que consideró el peligro en el que se hallaba su amo, saltó del rucio que montaba y acudió a su ayuda. Al ver la cabalgadura libre, el demonio bailaor de los cascabeles montó sobre el rucio de Sancho y lo dirigió a toda carrera hacia el pueblo. Sancho no sabía a dónde acudir primero: Socorrer a su amo o correr en busca del rucio. Como buen escudero optó por lo primero. Levantó del suelo a Don Quijote y lo montó sobre Rocinante. Luego dijo todo desconsolado: “Señor, el Diablo se ha llevado al rucio. Pues yo lo recobraré –replicó don Quijote–, si bien se encerrase con él en lo más hondo y oscuros calabozos del infierno”.

No hizo falta. El Diablo cayó del rucio, como Don Quijote había caído de Rocinante. Se fue a pie al pueblo y el jumento volvió a Sancho.

No quedó conforme Don Quijote. Fue tras la carreta y con grandes voces ordenaba: “Deteneos, esperad, turba alegre y regocijada: que os quiero dar a entender cómo se han de tratar los jumentos y alimañas que sirven de caballería a los escuderos de caballeros andantes”.

Los de la carreta adivinaron las intenciones de Don Quijote. Salieron todos, provistos de piedras esperaban al héroe. Mientras pensaba cómo atacar, llegó Sancho y lo disuadió a retirarse con el argumento que Don Quijote aceptó, de que en el grupo no había ningún caballero andante. Con todo, dijo a Sancho que puesto que él no podía ni debía sacar la espada, fuese el escudero quien tomara venganza.

En este punto el escudero reacciona como lo habría hecho el más fiel seguidor de Dios, con altos conceptos de las verdades morales. Dice a Don Quijote: “No hay para qué, Señor, tomar venganza de nadie, pues no es de buenos cristianos tomarla de los agravios” (Don Quijote, segunda parte, capítulo XI). Dijo el periodista y poeta francés P. Courty: “El hombre prudente no trata de vengarse de sus enemigos; deja este cometido a la vida”. Dice un aforismo chino: “El agua no puede permanecer sobre las montañas, ni la venganza dentro de un corazón grande”. Si Sancho hubiera buscado vengarse del pretendido Diablo se habría puesto al mismo nivel que su enemigo. Esto escribió Salomón: “No digas: Yo me vengaré; espera a Jehová, y él te salvará” (Proverbios 20:22). Del poeta alemán T. Korner en su obra Rosamunde: “La venganza es una herencia de las almas débiles; nunca se cobija en los corazones fuertes”.

En esta ocasión, fue Sancho quien dio una lección de moral cristiana a Don Quijote.

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