Todo el teatro de Unamuno: “Raquel encadenada”

Una de las críticas de esta obra señaló que “el drama de don Miguel es hondo y amargo”. “Tratarlo como él lo ha tratado acusa valentía y rectitud de conciencia”.

01 DE ENERO DE 2021 · 10:00

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Foto de Priscilla Du Preez en Unsplash CC.

Encabeza la presentación de esta obra un texto de la Biblia tomado de Génesis 30:1: “Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no me muero”.

Escrita en 1921, según consta en el tomo V de las Obras Completas, página 79, al igual que otros dramas de Unamuno, este tardó en ser llevado a la escena. Viviendo en París, donde llegó escapado de la isla canaria de Fuerteventura, donde le desterró Primo de Rivera, Unamuno emprende un asedio epistolar con escritores y editores en la capital francesa. Al mismo tiempo hace gestiones en Alemania, donde se estaban publicando varias obras suyas traducidas al alemán.

Al igual que hizo con Soledad, manda el texto de Raquel a la actriz Lola Bembrides, que tiene su propia compañía en Buenos Aires.

Ni en Francia, ni en Alemania, ni en Argentina. No cuajan las gestiones realizadas en estos países. Raquel Encadenada se estrena el 7 de septiembre de 1926 en Barcelona por la compañía argentina Rivera-De Rosas.

Al día siguiente del estreno el crítico teatral Bernat y Durán escribía un artículo en El Noticiario Universal. Entre otras cosas, decía:

“Miguel de Unamuno ha dado ese versículo por impulso a la figura de Raquel, apartándose en lo demás de su drama, por completo, del relato bíblico y trazando en el personaje Simón un tipo en extremo diverso al del fecundo Jacob”.

El Lyceum Club madrileño presentó una lectura de la obra en diciembre de 1935. Como resumen del acto el diario El Sol publicó una amplia nota con las opiniones del autor. Escribía:

“El drama de don Miguel es hondo y amargo. Tratarlo como él lo ha tratado acusa valentía y rectitud de conciencia. Es el drama de la esterilidad; la virtud natural de una mujer en pugna con los principios morales y socialistas”.

En Raquel Encadenada intervienen cinco actores y tres actrices: Raquel, una violinista famosa que da conciertos. Simón, su marido y administrador, algo usurero. Aurelio, primo y antiguo novio de Raquel, soltero, rico. Catalina, niñera que fue de Simón y su ama de llaves. Manuel. Pedro y María, madre de José.

El primer acto se abre con seis actores y actrices sentadas en la terraza de un casino de estación balnearia de lujo. Al fondo se ve el mar. Pedro ofrece una copa de licor a Raquel, que la acepta. Luego, otra copa al esposo, Simón. Raquel lo corta:

—Mi marido no bebe.

Después ofrece unos cigarrillos a todos. Raquel toma uno. Cuando se acerca a Simón, Raquel interviene de nuevo.

—Mi marido no fuma.

Sigue un largo diálogo en el que intervienen Raquel, Simón y Aurelio. En un momento del mismo Aurelio dice a Raquel que sigue enamorado de ella, que ha vuelto para liberarla. Reacciona Raquel:

—¡No, sino perderme, esclavizarme a otra esclavitud peor! Déjame,  déjame que me sacrifique a él.

Se acerca una mendiga con un niño en brazos y otro descalzo, de la mano. Raquel:

—Mira qué guapo, Simón.

Simón, dirigiéndose a la mendiga:

—Acaso le está explotando. De seguro que el padre es algún gandul que se gasta en la taberna lo que recojan así.

Enojada, dice la mendiga:

—Si no me da nada, déjese de sermones.

Raquel:

—¡Qué es un niño, Simón, que es un niño! ¡Hazme esa caridad! ¡Dame a mí la limosna!

Simón saca al fin algún dinero y lo da a la mendiga, que se marcha.

Cuando se levanta el telón en el segundo acto Raquel y Catalina, niñera que fue de Simón y su ama de llaves, conversan en una habitación de la casa. La criada anuncia a un señor que quiere ver a la señorita. Raquel se sorprende. Catalina le dice que será alguien interesado en su arte. Ordena a la criada que lo haga pasar. Entra Manuel. Dice que es un hombre pobre. Tiene seis hijos a los que alimentar. Además, tiene en su casa a un sobrino de Simón, del que nunca le había hablado. Manuel le pide que se hagan cargo de él, “una boca menos que alimentar”. Enseña un retrato del niño a Raquel. Cuando lo ve, exclama llena de alegría.

—¡Mi salvación! ¡Mi salvación! ¡Déjemelo!

Besa el retrato y añade:

—Ese niño lo traeremos acá y lo prohijaremos. Sí, lo prohijaremos.

Entra Simón. Se sorprende de ver a Manuel, al que conoce bien. Le dice si ha venido a pedir. Interviene Raquel:

—Te equivocas, que ahora ha venido a dar, a traer.

Simón duda. Raquel se dirige al marido alzando la voz. Le dice que Manuel ha llegado a la casa:

—¡A traernos la dicha, a dárnosla! La vida, Simón, a darnos la vida, a llenarnos aquél vacío que nos la entenebrece. ¡A curarme!

Raquel dice a Manuel que ella lo arreglará, que la deje sola con su marido. Y Manuel sale de la casa. A solas el matrimonio, Simón le dice que “los hijos no traen más que disgustos y gastos”. A lo que Raquel responde algo exaltada.

—¡Pues mira Simón, necesito un hijo, un hijo, un hijo! Dámelo, dame un hijo, dámelo como sea; trae a ese niño. Lo prohijaremos. Tráelo, dame un hijo, dame vida. ¿Si no me muero Simón, me muero!

Llega Aurelio, primo y antiguo novio de Raquel, hombre rico. Tiene medio oculto a un hijo que tuvo con una muchacha muerta al dar a luz. Habla con Simón y con Raquel. Les dice que el niño está enfermo y pide a ella que vaya a cuidarlo. Simón se opone, teniendo en cuenta que iba a la casa de un hombre que había sido su novio. Raquel toma el violín, lo aprieta contra su seno y habla del niño enfermo, al que llama sobrino. Agarrando fuertemente el violín, repite:

—¡Tocarle a él, a él, y hacerle cantar y reír! ¡Con sus besos, con sus risas, hasta con sus lloros llenaría mi alma!

Se abre el telón en el último acto. Simón está en su casa. Con él Catalina, quien fue su niñera y ahora ama de llaves. Sin otras explicaciones por parte de Unamuno, hace decir a Catalina, refiriéndose a Raquel:

—Desde que volvió de casa de su primo, de Aurelio, de cuidar al niño, es otra, otra.

Catalina no oculta sus pensamientos. Pone en duda la fidelidad conyugal de Raquel. Dice a Simón que el niño puede arrastrar a Raquel a irse con el padre. Añade: “Toda la ciudad comenta lo de Raquel en casa de Aurelio, es otra”.

Escena quinta. Entran Aurelio y el niño con Raquel. Esta lo trae cojido, lo sienta en su regazo y empieza a acariciarlo y besarlo con frenesí. El niño reacciona y exclama: ¡Mamá!, a lo que responde, emocionada Raquel:

—¡Hijo! ¡Hijo! ¡Hijo!

Fuerte discusión entre Raquel, Simón y Aurelio. Acalorado, Simón va a abalanzarse sobre Raquel, que grita. Interviene Aurelio:

—¡No la toques, que ya es mía!

Tomando al niño, dice Raquel:

—Vamos, hijo, vamos a casa. ¡Púdranse ahí con mi dinero! ¡Ah, el violín! ¡Cógelo, hijo! ¡Vamos! ¡Y tú, Aurelio, síguenos!

A punto de partida, Aurelio dice a Simón:

—¡Tú lo has querido!

Simón:

—¿Querer yo? ¿Qué?

Aurelio:

—¡No querer!

Pierden Simón y Catalina. Ganan Raquel, el niño y Aurelio.

Fin del drama.

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