Muerte espiritual
Pocas veces comentamos noticias de sociedad. Pero la imagen de una mujer de 40 años muerta 24 meses ante su televisor encendido, sin que nadie se diera cuenta, es un fiel reflejo de nuestro tiempo y nuestra sociedad; y ante lo que no podemos pasar indiferentes.
17 DE ABRIL DE 2006 · 22:00
Sólo en este siglo alguien joven, en edad activa, puede dejar de existir sin que nadie se preocupe ni nadie lo sepa. Es la muerte del que ya era invisible, del que ya no existía porque no era real para nadie.
Cierto que la pobre mujer era una maltratada, que había tenido que ocultarse, pero ¿ninguna persona quiso saber de ella, investigar cuando pasaban las semanas sin tener ninguna noticia? ¿en su trabajo, al ver que de un día para otro dejaba de presentarse? ¿tan poco importaba, que fueron los “cobradores del frac” los únicos que se presentaron en su casa, para exigir el dinero del alquiler que el cadáver debía, tras sus dos años de inactividad ante la pantalla de la televisión?
Y esta es la segunda y aterradora conclusión: el aparato de la “tele” fue su único y fiel amigo. Allí estaba cuando murió, y allí seguía mientras el cadáver se convertía en un entramado de huesos. Seguía entreteniendo a la fallecida, haciéndola reír, inventándose historias de amor para que el corazón que no latía se emocionase con sus historias virtuales.
Y en eso estamos. Soledad inmensa, en la que la única mano amiga es la del mando a distancia, en la que importamos sólo por el dinero que podemos o debemos ofrecer, mientras la experiencia vital es transcurrir los días sin nada propio salvo un mundo artificial que nos llega a parecer nuestro… hasta que descubrimos un día que estamos muertos.
Y no quitamos de esta macabra imagen a la iglesia, que puede verse atrapada en la misma corriente, y convertirse en un club de seres correctos a los que nada une con las soledades de los que llaman hermanos y prójimos, mientras se divierten con shows musicales, de entretenimiento y espectáculos y actividades varias (hiperactivismo social y preeminente incluido), todo destinado a que nadie se aburra y a que todo sea interesante… hasta descubrir que la muerte espiritual ha llegado.
Frente a todo esto, cobra más sentido que nunca la frase intemporal de Jesús: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo (Apocalipsis 3:20). Un Dios personal. Un Dios cercano. Un Dios humano, en el mejor y mayor sentido de la palabra.
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