José Zorrilla (Siglo XIX)
Blanca de los Ríos añade que “Don Juan era sobre todo un creyente, un olvidadizo de Dios que aplaza su conversión hasta apurar la copa de los deleites”.
25 DE FEBRERO DE 2022 · 09:00

El autor del más leído y representado Don Juan Tenorio nació en Valladolid el 21 de febrero de 1817.
La muerte del gran Larra, suicidado por amor en febrero de 1837, dio a Zorrilla la ocasión de leer en el cementerio una elegía que marcó el principio de su consagración como poeta a los 20 años. A tal punto, que cuatro años más tarde era ya una personalidad en el campo de las letras. A los 22 años contrajo matrimonio con la viuda Matilde O’Reilly, 16 años mayor que él. Fracasado el matrimonio Zorrilla se dedicó a viajar. Permaneció cuatro años en París y once en México. En la capital de Francia hizo amistad con Víctor Hugo, Musset y otros genios literarios. En México, el emperador Maximiliano confió a Zorrilla la dirección del Teatro Nacional y lo pensionó para que regresara a Europa como cronista suyo. Al desembarcar en Barcelona en 1866 fue recibido con aplausos apoteósicos.
En junio de 1885 ingresó en la Real Academia de la Lengua Española y cuatro años después fue condecorado con la gran cruz de Carlos III.
Su obra más conocida es sin duda Don Juan Tenorio, si bien no fue una obra original. Gregorio Marañón dice que la leyenda de Don Juan vino de otros lugares de Europa. Blanca de los Ríos añade que “Don Juan era sobre todo un creyente, un olvidadizo de Dios que aplaza su conversión hasta apurar la copa de los deleites”.
Zorrilla murió en Madrid el 23 de enero de 1893.
Palabras a la estatua del Comendador
Mi buen padre empleó en esto
entera la hacienda mía;
hizo bien; yo al otro día
la hubiera a una carta puesto.
No os podréis quejar de mí,
vosotros a quien maté;
si buena vida os quité,
buena sepultura os di.
¡Magnífica es en verdad
la idea del tal panteón!
Y... siento que el corazón
me halaga esta soledad.
¡Hermosa noche...! ¡Ay de mí!
¡Cuántas como ésta tan puras
en infames aventuras
desatinado perdí!
¡Cuántas al mismo fulgor
de esa luna transparente,
arranqué a algún inocente
la existencia o el honor!
Sí; después de tantos años
cuyos recuerdos espantan,
siento que aquí se levantan
pensamientos en mí extraños.
¡Oh! Acaso me los inspira
desde el cielo, en donde mora,
esa sombra protectora
que por mi mal no respira.
¡Mármol en quien doña Inés
en cuerpo sin alma existe,
deja que el alma de un triste
llore un momento a tus pies!
De azares mil a través
conservé tu imagen pura;
y pues la mala ventura
te asesinó de don Juan,
contempla con cuánto afán
vendrá hoy a tu sepultura.
En ti nada más pensó
desde que se fue de ti;
y desde que huyó de aquí,
sólo en volver meditó.
Don Juan tan sólo esperó
de doña Inés su ventura,
y hoy que en pos de su hermosura
vuelve el infeliz don Juan,
mira cuál será su afán
al dar con tu sepultura.
Inocente doña Inés,
cuya hermosa juventud
encerró en el ataúd
quien llorando está a tus pies;
si de esa piedra a través
puedes mirar la amargura
del alma que tu hermosura
adoró con tanto afán,
prepara un lado a don Juan
en tu misma sepultura.
Dios te crió por mi bien,
por ti pensé en la virtud,
adoré su excelsitud,
y anhelé su santo Edén.
Sí; aún hoy mismo en ti también
mi esperanza se asegura,
y oigo una voz que murmura
en derredor de don Juan
palabras con que su afán
se calma en tu sepultura.
¡Oh, doña Inés de mi vida!
Si esa voz con quien deliro
es el postrimer suspiro
de tu eterna despedida;
si es que de ti desprendida
llega esa voz a la altura,
y hay un Dios tras de esa anchura
por donde los astros van,
dile que mire a don Juan
llorando en tu sepultura.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Dios en la poesía religiosa española - José Zorrilla (Siglo XIX)