En Europa, algunas empresas tecnológicas “se acercan a un nivel de cuasi omnisciencia que no deberían tener”
Jonathan Ebsworth, de la plataforma TechHuman, alerta de la creciente intrusión en la privacidad con la crisis del Covid-19. “Nuestros sistemas políticos no están en condiciones de luchar para que los ciudadanos defiendan su privacidad”.
LONDRES · 07 DE ABRIL DE 2020 · 13:00
Los gobiernos de Europa se enfrentan a la crisis del Covid-19 con todas las herramientas disponibles, y esto incluye la tecnología de telecomunicaciones o la inteligencia artificial. Países asiáticos como China y Corea del Sur han rastreado los movimientos de sus ciudadanos en su lucha contra la epidemia, implementando estrategias que han llevado a un control muy estricto de la población.
En su propia batalla contra el coronavirus, los gobiernos europeos también han anunciado que comenzarán a utilizar la tecnología de los teléfonos móviles particulares para recopilar información sobre los movimientos de los ciudadanos. Pero, ¿dónde debemos trazar una línea y pedir que se respeten nuestros derechos? ¿Cuáles son las consecuencias para nuestra privacidad de algunas de las tecnologías utilizadas por las empresas llamadas ‘Big Tech’?
Jonathan Ebsworth responde a estas preguntas en la entrevista que sigue a continuación. Jonathan es uno de los fundadores de la iniciativa TechHuman, una plataforma creada recientemente que ofrece recursos sobre “tecnología, humanidad y fe”. Su objetivo es “explorar el impacto de la revolución digital en la vida humana”.
Pregunta: ¿Cómo podría esta crisis del Covid-19 ser erróneamente entendida por parte de gobiernos o empresas privadas para implementar más control tecnológico sobre la población?
Respuesta: La prensa está bastante llena de especulaciones, probablemente bien informadas, de que algunas ‘Big Tech’, particularmente Facebook y Google, las empresas de telecomunicaciones móviles y algunas empresas relacionadas con el transporte, están explorando el uso de técnicas de ‘Big Data’ primero para monitorearnos, pero luego ofrecen el potencial para ayudar en el control de las poblaciones durante este confinamiento extraordinario.
Podemos ver titulares como: “El Reino Unido se plantea una aplicación para facilitar el confinamiento” para ver hacia dónde van las cosas. Incluso con un mínimo de información capturada desde la aplicación en sí, los datos de ubicación asociados, el seguimiento, etc., pueden hacerse una imagen muy precisa de quiénes somos, qué estamos haciendo, con quién nos estamos asociando, etc.
Si retrocedemos poco más de un año, al lanzamiento de La era del capitalismo de vigilancia, de Shoshana Zuboff (lea una reseña en inglés de este libro aquí), podemos escuchar una de las acusaciones a las ‘Big Tech’ mejor investigadas y más cuidadosamente argumentadas. Ella las acusaba no solo de espiarnos (a nosotros, los llamados clientes o consumidores de sus servicios), sino de buscar sistemáticamente formas de manipular el comportamiento humano. En el libro, Zubhoff describe un patrón repetitivo que ha observado, en el que empresas como Google y Facebook buscan impulsar sus actividades intrusivas aún más en los espacios privados de nuestras vidas. Es algo parecido a esto:
Etapa 1: Incursión. Intrusión deliberada y no invitada en un ‘espacio privado’ hasta ahora, para recopilar nuestros datos.
Etapa 2: Habituación. Ocupación sostenida de ese ‘espacio privado’ por el intruso durante el mayor tiempo posible.
Etapa 3: Adaptación. Anuncio público ofreciendo cambios, después de que se hayan dado muestras públicas de indignación de usuarios.
Etapa 4: Redirección. Desvío del enfoque público, mientras se revierte a un comportamiento por parte de la empresa mayormente no modificado.
La oferta cínica de ayuda de Google y Facebook se asienta firmemente dentro de este patrón, de adaptación y redirección: admite niveles de conocimiento que no se habían hecho públicos antes, para después agitar la causa del Covid-19 para justificar y distraer de esas conductas dudosas. No creo que hayamos dado conscientemente nuestro consentimiento informado al nivel de rastreo en el que estas dos empresas en particular se empeñan. Por supuesto, si poseen una visión valiosa en la lucha contra esta pandemia, deben compartirla. De lo contrario, sería moral y éticamente reprensible, pero la cuestón es si esa es realmente la motivación de estas empresas.
P: ¿Podría esta crisis convertirse en un ‘acelerador’ para probar iniciativas gubernamentales en el área de la tecnología que quizás se habían planificado inicialmente más a largo plazo?
R: Los gobiernos, que son muy conscientes del poder de estas organizaciones (a pesar de sus dificultades para saber qué hacer al respecto) sin duda están encantados de aprovechar la oportunidad de obtener un conocimiento mayor de lo que muchos de estos procesos y sistemas tecnológicos han podido generar hasta ahora.
Espero que los gobiernos estén completamente motivados por el deseo de controlar y superar la propagación del coronavirus. Me preocupa que los gobiernos puedan unirse accidental o deliberadamente al ciclo falso de ‘Incursión - Habituación - Adaptación - Redirección’ que describe Zuboff. Dicho esto, no hay duda de que estos tiempos extraordinarios sí se justifican medidas extraordinarias para tratar de minimizar el impacto de esta enfermedad.
P: Para nosotros, como ciudadanos, ¿cuál debería ser el equilibrio entre: a) ser conscientes de los peligros potenciales de los nuevos usos de las tecnologías; y: b) tener un compromiso positivo y constructivo con estas realidades desde una perspectiva cristiana?
R: Creo que el público ha demostrado, en su mayor parte, la voluntad de apoyar los pasos necesarios para ganar esta batalla. La encuesta reciente publicada en Der Spiegel, en Alemania, refleja razonablemente las actitudes generales.
La sociedad en su conjunto es complaciente con las amenazas a largo plazo para la privacidad que significan el comportamiento sostenido de las ‘Big Tech’, que son, insisto, más que solo Google y Facebook. Particularmente con las amenazas de teléfonos inteligentes muy ampliamente implementados, que están plagados de aplicaciones que rastrean, en diferentes maneras, nuestra ubicación y comportamiento, incluida la escucha de nuestras conversaciones privadas.
Si a eso le sumamos los dispositivos inteligentes cada vez más comunes, como Amazon Echo, Google Home, Apple Home Pod, junto con todos las otras herramientas móviles que llevan Alexa, Siri, Cortana, Google Assistant, aumentados por el creciente número de los dispositivos domésticos inteligentes, en particular los de Amazon (Ring) y Google (Nest ), vemos que quedan pocos rincones de la vida moderna que sean resistentes a la invasión digital.
Las ‘Big Tech’ se están acercando a un nivel de cuasi omnisciencia que ninguna empresa humana debería tener; particularmente aquellas que no están sujetos a controles generalmente aceptados. Si bien los marcos legales, como el Reglamento General de Protección de Datos, son un paso en la dirección correcta, está claro, que para nada son suficientes en cuanto a los actuales niveles de vigilancia.
Las ‘Big Tech’ se mueven a una velocidad digital: rápidamente y rompiendo cosas. La legislación avanza mucho más lentamente, y los procesos judiciales son aún más lentos. Nuestros sistemas políticos no están ahora mismo en condiciones de luchar para que los ciudadanos defiendan su privacidad, incluso si eso fuera algo que los gobiernos quisieran priorizar.
A nivel social, hay una tendencia a alimentar la complacencia con ideas un tanto santurronas como: ‘No tengo nada que ocultar’. Sin embargo, no estoy seguro de que la mayoría de nosotros aprecie que cada búsqueda en internet, cada página web que hemos visitado, todas nuestras publicaciones en redes sociales, la mayoría de nuestras compras en línea, gran parte de nuestros gastos, todos nuestros movimientos físicos e incluso nuestras conversaciones son ‘visibles’ para uno o más de los proveedores de tecnología. Y estas empresas no tienen reparos en usar esa información para ganar dinero, y en algunos casos para manipular nuestro comportamiento.
La iglesia no parece más sabia que la sociedad en su conjunto. Facebook en particular ha visto el valor de los grupos religiosos dentro de su mundo de conexiones, y está alentando a que se creen grupos religiosos en internet. Expone a más y más personas a su intrusiva y secreta recopilación de datos. Sus herramientas, sin duda, ofrecen una forma muy buena y sencilla de conectar a las personas en línea.
¿Queda algún lugar en el mundo conectado al que podamos ir para liberarnos de esta vigilancia? ¿Tenemos que irnos directamente ‘fuera de la red’, evitando todas las formas de tecnología moderna, para encontrar el verdadero santuario, donde podamos estar solos, desconectados, sin supervisión y capaces de meditar y escuchar la voz de Dios? Cada vez más, ese parece ser el caso, pero no creo que deba ser así. Nosotros, como iglesia y como parte de la sociedad, debemos darnos cuenta de las amenazas potenciales de la vigilancia privada intrusiva que no tiene justificación.
La tecnología ha traído una gran bendición en medio de esta crisis del coronavirus: las comunidades han podido conectarse a través de Facetime, Zoom, Houseparty, Facebook, Instagram Live, Google Hangouts, Microsoft Teams, etc.. Los cultos de la iglesia, que se están volviendo cada vez más creativos, se han adaptado a la red y están llegando a más personas que nunca. Nuestra reunión de oración matutina en mi propia iglesia local, que celebramos a diario, atrae a más de 60 personas todos los días. Los cristianos en confinamiento están llegando a las comunidades a su alrededor (barrio) más que nunca antes.
La tecnología se está utilizando para tratar de llegar a los vulnerables, los desfavorecidos, los hambrientos y los débiles en estos tiempos difíciles. El hecho de que la tecnología haya alcanzado este nivel de madurez y fortaleza, junto con la infraestructura subyacente, ha permitido un tipo de confinamiento completamente diferente al que hubiera sido posible hace solo unos años. Pero incluso en medio de estas grandes bendiciones hay dos precauciones que destacaría.
La primera es que los más desfavorecidos en nuestra sociedad a menudo serán ‘excluidos digitalmente’. Sin teléfono inteligente, sin datos móviles, sin acceso a una red Wi-Fi. Necesitamos encontrar formas creativas para llegar y apoyar a estos sectores más vulnerables, ya que su aislamiento está en un nivel completamente diferente al de aquellos de nosotros que podemos disfrutar de la bendición de las videoconferencias, los mensajes de texto o incluso, por sencillas que parezcan, las llamadas de voz.
El segundo es que los humanos fuimos creados para una relación (Génesis 2:18): relaciones reales. La conexión digital, particularmente la versión actual de banda ancha, es maravillosa. Sin embargo, es una sombra de la conexión totalmente encarnada de dos, o más, seres humanos físicamente, en presencia del otro. Cuando termine esta crisis, no debemos conformarnos con esto como la norma de la relación humana. Tenemos que volver a comprometernos con lo real: interacciones analógicas, desordenadas, sin editar, de humano a humano.
De la misma manera, si los gobiernos aprovechan las oportunidades para monitorear a las poblaciones de la misma manera intrusiva que permitimos ahora que hagan las ‘Big Tech’, debemos responsabilizar a los gobiernos por ceder esos poderes cuando esto termine. Quizás también deberíamos buscar formas de desafiar a las compañías del ‘Big Tech’ a hacer lo mismo.
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