El primer asesinato
El primer crimen fratricida de la historia refleja hasta donde puede llegar el enojo no controlado en el ser humano.
22 DE JUNIO DE 2025 · 11:10

“Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató” (Gn. 4:8).
No se trata de un crimen improvisado o accidental, debido a la ira de un momento, sino algo premeditado con bastante antelación, lo cual le confiere aún mayor gravedad.
Caín y Abel adoran a Dios voluntariamente. Nadie les obliga a ello. Lo hacen libremente por medio del fruto de su trabajo. Caín ofrece vegetales porque era agricultor, mientras que Abel, al ser pastor de ovejas, inmola algunos de sus mejores ejemplares.
La Biblia dice que el Creador miró con agrado la ofrenda de Abel, pero no la de Caín. ¿Es que Dios prefiere la carne a la verdura? Nada de eso. Más adelante, la Escritura indica que el Altísimo acepta tanto las ofrendas animales como las vegetales (Ex. 29:40).
Lo que motiva la diferente valoración del ofrecimiento es la actitud y la propia vida del adorador. Abel procuró darle a Dios lo mejor de sus rebaños ya que éste era para él lo más importante de su existencia.
En el libro de Hebreos (11:4) podemos leer que “por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas”. Mientras que en 1ª Juan 3:12 se añade: “no como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.”
No se trata pues de la calidad o cantidad de la ofrenda sino de la actitud del corazón humano. Dios no acepta holocaustos de oferentes perversos (Is. 1:11-17). La hipocresía religiosa ofende al Creador.
La ofrenda de Caín es rechazada porque expresa sus malas artes al pretender competir con su hermano y así manipular a Dios en beneficio propio.
Sin embargo, al comprobar que ésta no es aceptada, se enoja tanto que el egoísmo y la envidia le llevan a vengarse de Abel, quitándole la vida. El primer crimen fratricida de la historia refleja hasta donde puede llegar el enojo no controlado en el ser humano.
Caín no tenía una relación correcta con Dios ya que Él no era el centro de su vida, de ahí que no aceptara tampoco sus advertencias divinas y se dejara dominar por los bajos instintos.
De la misma manera, su relación con Abel tampoco era la adecuada, pues le generó celos, envidia y resentimiento, hasta el extremo de llegar a infravalorar la vida de su propio hermano y arrebatársela para sentirse mejor.
Mucho más tarde, la Escritura mostrará que el ser humano sólo puede tener unas relaciones correctas con Dios y con sus hermanos, a través de Jesucristo.
Caín parece desconocer o, al menos, ignora voluntariamente que la vida y la sangre sólo pertenecen al Creador. Tal como reconoce el famoso teólogo alemán del siglo XX, Gerhard von Rad: “Según la perspectiva veterotestamentaria la sangre y la vida sólo pertenecen a Dios, y a nadie más; cuando el hombre asesina se injiere en el más estricto de los divinos derechos de propiedad. Destruir la vida rebasa con mucho las atribuciones del hombre”.[1]
Aunque von Rad era partidario de la hipótesis documentaria o de Wellhausen, su conocimiento del libro de Génesis es profundo e instructivo.
En base a las preguntas divinas dirigidas a Caín, algunos escépticos han deducido erróneamente que Dios no sabía lo que había ocurrido y que, por lo tanto, no puede ser omnisciente.
Piensan que al preguntar: “¿por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?” (Gn. 4:6); “¿dónde está Abel tu hermano?” (Gn. 4:9) o “¿qué has hecho?” (Gn. 4:10), el Altísimo demandaba que se le informara de algo que desconocía.
Nada más lejos de la realidad. Dios no pregunta por falta de conocimiento puesto que Él sabe todas las cosas incluso antes de que ocurran. Las preguntas divinas tienen el propósito de apelar a la conciencia humana para hacernos reflexionar acerca de nuestro pecado y para que seamos responsables de nuestros actos.
Otra cuestión suscitada con frecuencia es la siguiente: si Dios lo sabe todo, ¿por qué permitió que Caín matara a su hermano Abel? ¿Acaso no podía haberlo convencido de su error antes de que cometiera semejante asesinato? La respuesta es positiva. Sí, en efecto, Dios podía haber evitado esta terrible acción fratricida.
Pero, si lo hubiera hecho, ¿qué habría ocurrido con el libre albedrío de Caín? ¿Cómo podría éste convencerse de su pecado? Si el Creador nos impidiera siempre tomar decisiones equivocadas, ¿de qué manera llegaríamos a asumir nuestra responsabilidad personal frente a cualquier injusticia?
Dios no creó androides o robots programados para hacer siempre el bien, sino personas libres, capaces de escoger entre el bien y el mal. Es decir, seres humanos con conciencia que fueran responsables de sus actos.
Él no desea muñecos infantiles, como esos que contienen baterías de litio y dicen repetidamente “te quiero”, sino criaturas humanas que le amen con sinceridad. Pero, el amor verdadero sólo puede darse en completa libertad.
De ahí que Dios asumiera, desde el principio, el riesgo que suponía crear al hombre y a la mujer con libre albedrío. El mal sería una opción abierta para ellos. Sin embargo, esto no significa que el mal quede impune ya que, a su debido tiempo, tal como dice la Escritura, “Él juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud” (Sal. 9:8).
La maldición divina sobre Caín hizo que hasta la propia tierra se le volviera hostil y que se convirtiera en un extranjero errante. Un vagabundo en tierra extraña estaba bajo el peligro constante de ser agredido y matado.
De ahí que Caín le diga a Yahwé: “Grande es mi castigo para ser soportado” ya que “cualquiera que me hallare, me matará” (Gn. 4:13-14). Y aquí se establece una singular relación entre Dios y el hombre pecador. A pesar de su maldad (y de la nuestra) el ser humano sigue dependiendo de su Creador y éste no le destruye de inmediato, sino que le protege del peligro por medio de una señal.
El texto bíblico no indica qué clase de señal era ésta, sin embargo, algunos autores creen que la señal de Caín debía ser como un tatuaje bien visible en su frente, algo parecido a lo que se describe en el capítulo nueve de Ezequiel.[2]
Este primer asesinato desencadenó posteriormente toda una ola de crímenes en la primitiva humanidad. A pesar de que Dios intentó persuadir a Caín, apelando a su conciencia, para que no cometiera semejante asesinato, él desoyó los consejos divinos y llevó a cabo su macabro plan (Gn. 4:6-7).
Los crímenes y las muertes por violencia llegaron a ser algo tan común que algunos hombres incluso se vanagloriaban de ello (Gn. 4:23-24). La maldad se extendió como la pólvora durante varias generaciones y la vida humana dejó de tener valor.
De ahí que el Creador tomara la decisión de enviar un Diluvio y de revelarle a Noé que construyera un arca para salvar a su familia y a ciertos animales, con el fin de que no se extinguiera la vida.
Quienes aceptan la hipótesis documentaria creen que este texto bíblico de Génesis fue escrito muy tardíamente y que no refleja fielmente la identidad real de Caín. Incluso se dice que el primogénito de Adán y Eva no fue tan malo, ni tampoco Abel tan bueno y que el hecho de que Dios haya preferido la ofrenda de Abel no significa que este fuera moralmente mejor que su hermano.[3]
Siguiendo esta misma línea de pensamiento, se subestiman también las epístolas a los Hebreos y 1ª de Juan, cuando afirman que “por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín” o que éste era del maligno y sus obras malas. Se asegura que estos textos del Nuevo Testamento hacen una interpretación particular que no corresponde a la realidad.
Según tales autores, la historia de Caín fue al principio un cuento popular de otros pueblos que se transmitió de forma oral, independientemente del relato de Adán y Eva.
Se supone que Caín habría sido un antiguo héroe o un ser semidivino de la tribu de los cainitas, vecinos de los israelitas. Cuando esta leyenda llegó a oídos de los hebreos, éstos se la apropiaron y la modificaron, añadiéndole la historia de Abel.
De ahí las pretendidas incoherencias del relato bíblico: ¿quién iba a poder matar a Caín, si no había nadie más en la tierra? ¿Qué mujer pudo ser su esposa? ¿Quiénes habitaban en la tierra de Nod, al oriente de Edén?
Estas cuestiones han venido constituyendo un problema para algunos, hasta el extremo de llegar a negar la inspiración divina del texto bíblico. Sin embargo, una lectura atenta del mismo permite resolverlas.
La Escritura indica que Adán y Eva no sólo tuvieron tres hijos (Caín, Abel y Set) sino otros “hijos e hijas” (Gn. 5:4). Al no mencionar el nombre propio de éstos, el texto parece señalar que fueron muchos.
Asimismo, se dice que las primeras personas eran extremadamente longevas. Adán vivió 930 años, es decir, unos 800 años después de que naciera su hijo Set, durante los cuales tuvo más descendientes.
La genealogía de Adán que ofrece este capítulo 5 da a entender que cada uno de los descendientes de la primera pareja humana, hasta llegar a Lamec, -el padre de Noé- tuvo a su vez otros hijos e hijas, cuyos nombres tampoco se mencionan.
La frase “y engendró hijos e hijas” se repite hasta nueve veces en la genealogía de dicho capítulo. Es evidente que el escritor del texto desea manifestar que los humanos antiguos eran fértiles hasta edades muy avanzadas.
Por ejemplo, Set tuvo hijos e hijas después de cumplir los ciento cinco años (Gn. 5:6-7) (Trataremos sobre la extraordinaria longevidad de los patriarcas en el capítulo siguiente).
Ahora bien, si esto realmente fue así. Es decir, si las parejas fueron fértiles durante al menos dos terceras partes de su vida, -tal como parece indicar la Escritura- el gran crecimiento demográfico de aquella humanidad resulta también evidente.
Tal como escribe Hugh Ross: “Si Caín esperó a casarse hasta que tuvo unos 60 o 70 años, habría tenido varias mujeres entre las que elegir, siempre que algunas emigraran hacia el este, a Nod, con otros miembros de su familia. Si esperó otros 200 años para construir una ciudad, podría haber tenido al menos unos cuantos miles de personas para ayudarle, suponiendo de nuevo que se produjera alguna migración. Caín pudo haber tenido hermanas o sobrinas entre las que elegir esposa incluso antes de su destierro y antes del nacimiento de Set”.[4]
Conviene también tener en cuenta que el incesto o las relaciones sexuales entre parientes (hermanos, padres e hijos, etc.), aunque hoy nos parezca algo inmoral o repugnante, estuvieron permitidas al principio hasta que Dios decidió prohibirlas.
Esto se aprecia bien en la actitud de las hijas de Lot (Gn. 19:30-38) e incluso en el propio Abraham (Gn. 20:2-16). Sin embargo, posteriormente, en el libro de Levítico, se establecen unas leyes morales para el pueblo de Israel, en las que se prohíbe expresamente toda relación incestuosa (Lv. 18:6-18).
Este cambio de actitud es coherente no sólo desde la perspectiva moral sino también desde la biológica. Las mutaciones y los defectos genéticos tienden a incrementarse en la población como consecuencia de los matrimonios entre parientes.
Sin embargo, al principio no habría mutaciones ni genes defectuosos y, al menos, durante las primeras decenas de generaciones, los matrimonios intrafamiliares no tenían peligro de concebir hijos con enfermedades hereditarias o incompatibles con la vida.
A lo largo de toda la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis, son numerosas las citas que hacen referencia al incremento de la maldad humana en el mundo.
En los días de Noé, ésta fue la principal causa del Diluvio. Más tarde, el profeta Ezequiel dirá: “La maldad de la casa de Israel y de Judá es grande sobremanera, pues la tierra está llena de sangre, y la ciudad está llena de perversidad” (Ez. 9:9).
Incluso, en el Nuevo Testamento, el Señor Jesucristo profetizó que “por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mt. 24:12). ¿Cómo está hoy el mundo por lo que respecta a las muertes por violencia?
Según uno de los últimos estudios mundiales sobre homicidios, realizado en el 2021 por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), unas 400.000 personas son asesinadas cada año en todo el mundo. Esta cantidad es muy superior al número de personas que mueren al año en las guerras y conflictos armados.
Por tanto, por primera vez desde el Diluvio, el asesinato se ha convertido en la primera causa de muerte entre los humanos. Por supuesto, estas cifras no incluyen los abortos provocados, que también son asesinatos de seres humanos vivos antes de nacer (aunque legalmente no se quieran reconocer como tales).
En el año 2022, se practicaron 73 millones de abortos en el mundo, es decir, unos 200.000 al día.[5] Nunca hubo tanta usurpación de vidas humanas a lo largo de la historia como en el tiempo presente. Jamás las personas se entrometieron tanto en aquello que únicamente corresponde a Dios -la vida del hombre- como en la actualidad.
La Escritura dice que Dios es misericordioso y paciente con el ser humano, que espera que nos demos cuenta de nuestra maldad, que nos arrepintamos sinceramente y nos volvamos hacia nuestro Creador.
Pero el Altísimo no va a esperar eternamente, sino que a su debido tiempo actuará enérgicamente y con justicia (2 Ts. 2).
Notas
[1] Von Rad, G., 1988, El libro del Génesis, Sígueme, Salamanca, pp. 127-128.
[2] Ibid., p. 130.
[3] Álvarez Valdés, A., 2013, “Caín” en Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia, Clie, Viladecavalls, Barcelona, pp. 377-378.
[4] Ross, H. 2023, Navegando Génesis, Kerigma, Salem, Oregón, p. 158.
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