¿Descendemos de los australopitecos? ¿Qué dicen los fósiles?
Es cierto que existen cientos de fósiles de humanos y de simios prehistóricos. Sin embargo, no hay conexiones graduales ni vínculos evidentes que demuestren ninguna relación entre tales grupos.
27 DE ABRIL DE 2025 · 09:40

El biólogo evolucionista de la Universidad de Harvard, Jerry A. Coyne, escribe: “Somos simios que descendemos de otros simios, y nuestro primo más cercano es el chimpancé, cuyos antepasados divergieron de los nuestros hace varios millones de años en África. Éstos son hechos indisputables…” 1
¿Está Coyne en lo cierto? ¿Somos simios evolucionados -tal como afirma el darwinismo- o quizás fuimos creados por Dios de manera singular y específica, según indica la Biblia?
Esta es la cuestión que todavía hoy divide a buena parte de la humanidad y genera multitud de interrogantes.
¿Demuestra realmente el estudio de los fósiles que descendemos de los primates? ¿Fueron los australopitecos nuestros antepasados? ¿Qué indica el análisis del ADN y el de los hallazgos arqueológicos? ¿Desde cuándo el hombre es hombre? ¿Es posible que la humanidad descienda de una sola pareja, tal como dice la Escritura?
¿Podría ser que todas las especies fósiles del género Homo fueran descendientes de Adán y Eva y, por tanto, humanos hechos a imagen de Dios? ¿Por qué creó Dios a los australopitecos tan similares físicamente a nosotros?
Estas, entre otras muchas, son las preguntas que todavía inquietan a bastantes cristianos y que intentaremos abordar en próximos artículos.
Si la visión darwinista y materialista del mundo se limitara a decir que los animales y las plantas han evolucionado a partir de la materia inerte, sólo se trataría de una afrenta al sentido común y a las evidencias científicas que nos muestra la naturaleza ya que actualmente no se sabe cómo la vida pudo surgir de la no vida.
El problema es que, además, se pretende hacer creer que el origen humano es completamente opuesto a lo que afirma el relato bíblico, acerca de la doctrina de la entrada del pecado en el mundo, la génesis de la libertad y responsabilidad humanas, la conciencia o la imagen de Dios en el alma de las personas.
De ahí que el darwinismo siga constituyendo un ataque frontal al cristianismo. Veamos pues cuáles son en realidad algunas de las evidencias experimentales sobre las que se pretende fundamentar esta cosmovisión darwinista y atea.
El testimonio fósil
La ciencia de los fósiles (paleontología, para animales y plantas petrificados y paleoantropología, para los fósiles humanos) no aclara mucho la cuestión de los orígenes del hombre, a pesar de lo que cree y afirma el evolucionismo.
Más bien, ocurre todo lo contrario. Con el descubrimiento de cada nuevo fósil, la filogenia humana, o las supuestas relaciones de parentesco, se complican todavía más.
Los paleoantropólogos darwinistas están convencidos de que humanos y simios actuales descienden de un antepasado común, que vivió hace unos seis millones de años.
Sin embargo, tal supuesto ancestro es desconocido a pesar de los numerosos fósiles hallados ya que ninguno de ellos parece reunir las características que serían propias de tal individuo.
Igual que pasa con los hipotéticos fósiles intermedios que debería haber entre los principales grupos de animales y plantas que hoy existen, hay también un gran vacío, una llamativa laguna fósil sin intermediarios, entre los monos y los seres que pueden considerarse humanos.
Existen varias hipótesis darwinistas diferentes que pretenden explicar tales orígenes a partir de supuestos simios primitivos.
Los paleoantropólogos, estudiosos de los llamados fósiles de homínidos, parten siempre de la convicción que les proporciona el marco evolucionista para afirmar que tales seres deambularon sobre la Tierra hace entre 7 y 2 millones de años. (El término “homínido” se inventó para incluir en él al ser humano y a los simios actuales sin cola, tales como el chimpancé, el gorila y el orangután).
En este período de tiempo se sucederían también las distintas especies o supuestas formas de transición que habrían dado lugar al género Homo y posteriormente a la especie propiamente humana (Homo sapiens).
Antes de analizar estas hipótesis sobre la génesis de la humanidad, veamos un breve resumen de la supuesta filogenia que se propone en la actualidad.
La mayor parte de estos investigadores cree que el primate extinto, Ardipithecus ramidus, cuyos fósiles se hallaron en Etiopía, habría dado lugar al Australopithecus anamensis que, a su vez, evolucionó hacia el Australopithecus afarensis.
Algunos paleoantropólogos sugieren que A. afarensis evolucionó después para producir A. africanus y que éste habría sido el origen de Homo habilis. Se tendría así una línea evolutiva gradual y ascendente.
Sin embargo, en esto no hay unanimidad entre los especialistas. Unos creen que A. afarensis fue la especie ancestral de H. habilis, mientras que otros consideran que el verdadero ancestro directo de H. habilis sería otro fósil diferente, el Kenyanthropus.
Casi todos los paleoantropólogos están de acuerdo en que Paranthropus constituye una rama lateral que se extinguió. Aunque no tienen claro si la especie que dio origen a este último género fue A. afarensis o A. africanus. La mayoría piensa que H. habilis dio lugar a H. ergaster.
Pero aquí es donde terminan los acuerdos y empiezan las numerosas divergencias (ver el esquema 1 en el que las líneas discontinuas representan supuestas relaciones sin evidencia fósil). 2
En síntesis, los especialistas de la evolución humana están divididos en tres grupos por lo que respecta al origen de la humanidad.
Los que creen que el Homo sapiens evolucionó gradualmente a partir del Homo erectus, pero en lugares diferentes como África, Asia y Europa, aunque muy conectados genéticamente entre sí (hipótesis multirregional o poligenista); aquellos otros paleontólogos que piensan, por el contrario, que H. sapiens evolucionó solamente en el este de África, también a partir de una población muy pequeña de H. erectus, y después migró hasta colonizar todo el viejo mundo.
Por tanto, ni los homininos asiáticos ni los europeos habrían contribuido con sus genes a la aparición del ser humano (hipótesis “desde África” o monogenista); y los partidarios de una posible mezcla de estos dos planteamientos (hipótesis mixta).
No existe un consenso entre los especialistas acerca de cuál de las tres alternativas describiría mejor la evolución humana, aunque la mayoría parece decantarse actualmente por el origen africano.
¿Por qué no existe consenso? ¿Será quizás porque la evidencia fósil resulta insuficiente para avalar la hipótesis de que los humanos descienden de criaturas simiescas?
Si se observa el esquema 1 puede apreciarse que los fósiles de los homínidos se dividen en tres grupos principales: el de los primeros homininos fósiles (subtribu de primates caracterizados supuestamente por su posición erguida y locomoción bípeda); el de los australopitecos y el del género Homo.
La creencia de que existan relaciones de parentesco entre ellos es algo que los fósiles no pueden demostrar. Las líneas discontinuas del esquema indican que no se conocen fósiles intermedios entre las distintas especies catalogadas y que, por tanto, se asume sin pruebas desde el darwinismo que tales seres debieron existir.
Casi todo el registro de los homínidos está repleto de fósiles fragmentarios, especialmente en el caso de los primeros homininos, que no muestran claramente ser auténticos precursores de los humanos. Podrían ser también antepasados de los simios actuales.
Desde una perspectiva no evolucionista, sin embargo, estos tres grupos pueden dividirse perfectamente en especies equiparables a los simios y especies similares a los humanos, con una profunda separación o laguna entre ambos.
Se cree que hace alrededor de 4 millones de años aparecieron de forma abrupta los Australopithecus con un aspecto muy parecido al de los simios actuales. No hay evidencia de transición entre ellos y su supuesto ancestro el Ardipithecus.
De la misma manera, el género Homo surge de forma abrupta sin rastro de continuidad o transición con ningún australopitecino anterior. Todos los miembros del género Homo son muy parecidos a los humanos modernos y las diferencias anatómicas entre ellos equivalen a pequeños cambios microevolutivos.
En resumen, es cierto que existen cientos de fósiles de humanos y de simios prehistóricos. Sin embargo, no hay conexiones graduales ni vínculos evidentes que demuestren ninguna relación entre tales grupos, tal como esperaba encontrar el evolucionismo.
Según reconoció uno de los más notables biólogos evolucionistas del siglo XX, el Dr. Ernst Mayr: “los primeros fósiles de Homo… están separados de los Australopithecus por una gran brecha sin puente”. 3
Por tanto, la creencia bíblica de que Dios creó al ser humano directamente, a su imagen y semejanza, como la criatura más especial de la creación no ha sido desmentida por los numerosos hallazgos fósiles. Tal como veremos en el próximo trabajo, tampoco el estudio del ADN impide entender a las personas como seres absolutamente diferentes de los simios.
1. Coyne, J. A., 2010, Por qué la teoría de la evolución es verdadera, Crítica, Barcelona, p. 249.
2. Luskin, C., 2017, “Missing Transitions: Human Origins and the Fossil Record” in Theistic Evolution, Moreland, J. P. et al., Crossway, Wheaton, Illinois, p. 442.
3. Mayr, E., 2004, What Makes Biology Unique?, Cambridge University Press, New York, p. 198.
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