El diseño del ciclo hidrológico

Nuestra existencia y la de la ciencia resultan posibles gracias al singular fenómeno del ciclo del agua en la naturaleza.

08 DE JULIO DE 2023 · 18:00

Desembocadura del río Muga (Girona)./ Foto: Antonio Cruz,
Desembocadura del río Muga (Girona)./ Foto: Antonio Cruz

El ciclo del agua en la naturaleza es hoy bien conocido incluso entre los escolares. El agua de los mares se evapora al calentarse por los rayos solares y asciende formando las nubes. Éstas son transportadas por los vientos y al llegar a regiones frías -como las cumbres de las altas montañas- el vapor se condensa y precipita en forma de lluvia, nieve o granizo. Finalmente, los torrentes y ríos arrastran de nuevo el agua a los mares. Semejante ciclo, que actualmente resulta casi una obviedad, no fue sin embargo bien comprendido hasta el siglo XVII, cuando el hidrólogo francés Pierre Perrault lo explicó por primera vez en su libro, De l’origine des fontaines  (Sobre el origen de las fuentes).[1]

Hasta entonces se creía que el ciclo funcionaba al revés. Se suponía que bajo las inmensas masas acuosas de los océanos, en el subsuelo profundo de las cuencas marinas, había grandes grutas llenas de agua salada infiltrada por gravedad y presión. Como tales cavidades subterráneas se hallaban supuestamente a gran profundidad, su temperatura era muy elevada debido a la proximidad del manto caliente. Dicho calor hacía que el agua entrase en ebullición y ascendiera por las grietas de las rocas hasta las cumbres de las montañas, formando así las fuentes termales o el nacimiento de torrentes y ríos. Todo este antiguo planteamiento equivocado era consecuencia de no valorar suficientemente el inmenso poder de la evaporación del agua oceánica. Sin embargo, en la Biblia ya se sugería que Dios es grande porque “atrae las gotas de las aguas, al transformarse el vapor en lluvia, la cual destilan las nubes, goteando en abundancia sobre los hombres” (Job 36:26-28).

Hoy sabemos que la importancia del ciclo hidrológico, debida sobre todo a esta transformación del vapor en lluvia, es fundamental para la vida en la Tierra y para el desarrollo de la cultura tecnológica. Aunque se diga que los primeros seres vivos aparecieron en el mar o en las profundidades oceánicas junto a las fumarolas abisales, lo cierto es que la vida inteligente tal como la conocemos no habría podido prosperar en el medio acuático. Los grandes avances científicos y tecnológicos conseguidos por el ser humano no hubieran sido posibles si fuéramos seres con branquias y aletas. Únicamente en el medio aéreo terrestre se puede hacer fuego. En la Luna, ni siquiera es posible encender una cerilla porque no hay oxígeno y tampoco bajo el agua de los mares o lagos terrestres. 

No obstante, el fuego ha sido esencial en el desarrollo de nuestra civilización. Calentando minerales pueden obtenerse los metales que éstos contienen. La mayoría de los experimentos de química y física sólo pueden hacerse en presencia de aire. En este medio, se descubrieron la electricidad y el electromagnetismo, que tanta aplicación tecnológica han tenido posteriormente. De manera que la ciencia solamente ha podido desarrollarse en el medio aéreo, no en el acuático. Y esto ha sido posible gracias al ciclo del agua en la naturaleza, que no sólo depura continuamente las aguas del planeta sino que también proporciona, como veremos, todos los minerales que necesitamos para vivir. Si la lluvia o el vapor de agua no cayeran intermitentemente sobre los continentes, éstos serían desiertos secos y estériles. No habría bosques, sabanas, selvas, ni praderas. No existirían manadas de herbívoros, ni carnívoros depredadores, ni tampoco el propio ser humano. Por lo tanto, nuestra existencia y la de la ciencia resultan posibles gracias al singular fenómeno del ciclo del agua en la naturaleza. ¿Es esto algo puramente accidental o evidencia quizás una planificación previa?

Notas

[1] Perrault, P. 1674, De l’origine des fontaines, Wentworth Press, (2018).

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