El regreso de la hipótesis Dios

¿Acaso el raciocinio humano no puede ir de la mano de la esperanza teísta?

08 DE MAYO DE 2021 · 10:00

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Foto de Stefan Steinbauer en Unsplash CC.

Muchos creen hoy que la ciencia tiene sus propios límites: aquellos que le impone el método de investigación. Es decir, la demostración empírica de las hipótesis capaces de explicar los fenómenos naturales. La ciencia progresa midiendo, pesando, observando, calculando y formulando explicaciones sobre el mundo material que pueden ser demostradas por medio de experimentos. Sin embargo, a la vez, se suele asumir que fuera de este método científico no existe posibilidad de adquirir ningún otro conocimiento verdadero. Por tanto, desde el materialismo científico, se rechaza la realidad de todo aquello que no sea susceptible de verificación empírica, como la existencia de Dios, de una posible ultra realidad o la de su revelación escritural y se dice que la fe en todo esto sería, al fin y al cabo, incapaz de aportar ningún saber auténticamente válido. 

Por otro lado, frente a esta postura escéptica estaría la de los creyentes que, como Agustín de Hipona y muchísimos más, seguimos aceptando la realidad del más allá y que “la Biblia nos enseña cómo ir al cielo y no cómo es el cielo”. Tales serían las dos poderosas tendencias opuestas que mueven el corazón de los seres humanos hasta el día de hoy. La fe contra la razón o la religión ante la ciencia. No obstante, ¿qué se puede decir de la “hipótesis Dios” en medio de dicha tensión? ¿Acaso el raciocinio humano no puede ir de la mano de la esperanza teísta? 

El escritor portugués José Saramago -ateo confeso- escribió en cierta ocasión que “Dios era el silencio del universo y que el ser humano era el grito que da sentido a ese silencio”[1]. Sin embargo, la cuestión es ¿hasta qué punto se muestra silencioso el cosmos? ¿Acaso los últimos descubrimientos de la ciencia, en casi todas las ramas del saber, no permiten pensar en la posibilidad de la existencia de Dios? ¿No nos están hoy gritando las propias ciencias experimentales en la dirección de una inteligencia creadora?

Desde finales del siglo XIX y hasta la segunda parte del XX, muchos intelectuales creían que el conocimiento científico entraba en conflicto con la fe en un Dios creador y personal. Sin embargo, hoy las cosas han cambiado notablemente. Los incesantes hallazgos de la física, la cosmología y la biología, entre otras disciplinas de la ciencia, han reavivado el debate acerca de una inteligencia diseñadora del universo y la vida. La información que subyace en las entrañas de la materia y en las células de los seres vivos demanda una inteligencia previa. Se requiere sabiduría para crear información. El azar impersonal es incapaz de lograrlo por muchos millones de años que se le concedan. La casualidad de las olas del mar, por ejemplo, rozando la arena de la playa jamás dibujará un corazón, en cuyo interior figure el mensaje romántico de que Fulanito ama a Menganita. Mucho menos diseñará un esbozo de la molécula de ADN o ARN propia de las células. Pues bien, algo parecido a eso es lo que habría que creer si no se quiere aceptar una inteligencia creadora.

Es sabido que el cosmos se nos muestra empaquetado y delimitado por leyes físicas minuciosamente precisas que parecen pensadas para permitir la existencia de los seres vivos. La llamada fuerza nuclear fuerte mantiene unidos a los protones y neutrones en el núcleo de los átomos de la materia, mientras que la fuerza nuclear débil se da entre partículas subatómicas y es 1013 veces menor que la fuerte. Por su parte, la gravedad actúa en el cosmos como otra atracción aún más débil que la anterior en las distancias cortas. Y, por último, la fuerza electromagnética existe entre las partículas con carga eléctrica como los electrones. Por lo que sabemos, estas leyes, junto a todas las demás constantes existentes en el universo, están finamente ajustadas y hacen posible, entre otras muchas cosas, que nuestros corazones sigan palpitando cada día. Cualquier mínimo cambio en ellas habría dado lugar a un cosmos absolutamente inhóspito para la vida. 

Hay también decenas de otros parámetros relacionados entre sí que posibilitan la habitabilidad en el planeta tierra y la existencia en el mismo de vida inteligente. Constantes terrestres como la precisa inclinación del eje terrestre, la adecuada distancia al Sol, el grosor de la corteza, la distancia a la Luna, la atracción gravitatoria en la superficie, la duración del día y la noche, el adecuado espesor de la atmósfera, etc., etc. Si alguno de tales parámetros se alterara, desaparecería la vida. Pues bien, desde el teísmo, no sorprende el ajuste fino del universo pero desde el materialismo, por el contrario, este dato resulta mucho más problemático y difícil de explicar.

Otro hecho interesante proviene de la biología. Las moléculas de ADN y ARN de los seres vivos poseen tanta información que si ésta se transcribiera en texto tipográfico ocuparían de 3.000 a 3.200 millones de letras o pares de bases nitrogenadas. Es decir, como una biblioteca de 860 libros del tamaño de una Biblia. ¿De dónde salió toda esta cantidad de información biológica que es capaz, por ejemplo, de elaborar a un ser humano en nueve meses y a partir de un microscópico óvulo fecundado? Las macromoléculas de los seres vivos están formadas por elementos químicos que carecen de propósito e inteligencia y no pueden crear información. Ésta requiere siempre de una inteligencia previa. Por tanto, la mejor conclusión es que alguien sumamente sabio introdujo dicha información en el ADN.

Hasta tiempos relativamente recientes, sólo se conocían en las células tres tipos de RNA (en español ARN o ácidos ribonucleicos). El mensajero (ARNm), que es una copia del ADN del núcleo capaz de atravesar la membrana nuclear y salir al citoplasma; el de transferencia (ARNt), que transporta los aminoácidos para construir proteínas; y el ribosómico (ARNr), que forma parte de unas máquinas moleculares llamadas ribosomas, dedicadas a la fabricación de las proteínas. Pues bien, durante las dos primeras décadas del siglo XXI, se han descubiertos nuevos tipos de ácidos ribonucleicos con funciones que han dejado perplejos a los biólogos moleculares ya que evidencian todavía más un diseño inteligente original. Se trata del ARN largo no codificante (IncRNA), el microRNA (miRNA), el RNA dietético y el RNA extracelular (exRNA). 

Algunas de tales moléculas actúan como termómetros permitiendo a determinadas bacterias (como a la Yersinia pseudotuberculosis) saber si se hallan dentro o fuera de un huésped. Otras, como el micro ARN (miR-126-5p) se dedican a monitorear el interior de los vasos sanguíneos y mandan instrucciones al núcleo de las células para que éste les permita seguir vivas o bien las elimine y sustituya por otras nuevas. Este micro ARN le comunica al ADN del núcleo celular que suprima la actividad de una enzima, llamada caspasa-3, que es la responsable de destruir a las células del endotelio del vaso. De esta manera, la molécula protege la integridad vascular y reduce la extensión de las lesiones arterioscleróticas. Es decir, son como supervisores que toman decisiones importantes para el buen funcionamiento de capilares, venas y arterias. 

El diseño inteligente aflora por doquier en el mundo de los seres vivos.

Se cree que determinados micro ARN, presentes en las células de los alimentos que consumimos, nos pasan información genética sobre cómo usar esos nutrientes o cómo digerirlos mejor. Esto es algo extraordinario ya que supone que cada alimento orgánico viene con su prospecto explicativo o información molecular para que el usuario pueda asimilarlo convenientemente. Es como si el “fabricante” del producto en cuestión diera instrucciones adecuadas al consumidor para su uso correcto. ¿Cómo se puede llegar a creer que tales mecanismos surgieron por casualidad y sin ningún tipo de intencionalidad? 

De la misma manera, otros ARN extracelulares salen de la propia célula donde se han originado, envueltos en adecuados sacos lipídicos, y viajan a través de la sangre a diversos tejidos por todo el cuerpo con el fin de pasarles información y ayudarles a realizar determinadas funciones vitales. Todos estos recientes descubrimientos sobre los ARN han revolucionado la biología molecular dando lugar a la nueva disciplina de la epigenética. Esta ciencia estudia los cambios hereditarios causados por la activación o desactivación de los genes, debidos a factores externos al ADN o medioambientales, pero sin alteración de la secuencia genética de los organismos. Semejantes conocimientos contribuyen a reafirmar la idea de un diseño inteligente de la vida ya que la ingente información que requieren tales máquinas y estructuras bioquímicas no se puede haber formado por casualidad sino que demanda una inteligencia previa.

Al observar al microscopio cualquier diseño realizado por el ser humano, pronto se descubre simplicidad e imperfección. Sin embargo, los diseños naturales evidencian casi siempre todo lo contrario: complejidad y perfección. Por tanto, esto permite concluir que el ajuste fino de las leyes físicas, la información del ADN y la complejidad de los seres vivos no se han podido generar por azar, tal como muchos creen todavía hoy, sino que señalan hacia una sabiduría original. Tal como se ha indicado, la información es algo inmaterial. No es una propiedad de la materia, ni ha podido ser generada por ella. La materia es incapaz de producir algo inmaterial como la información. De manera que ésta sólo puede haber sido creada por un autor dotado de inteligencia y voluntad.

Este es precisamente el argumento de un reciente libro publicado en los Estados Unidos por el filósofo de la ciencia, Stephen Meyer, quien propone el retorno de la hipótesis Dios[2]. Pero Meyer va más allá y afirma que el diseñador que permite entrever la ciencia actual es precisamente el Dios personal que se revela en la Biblia. Él es el único capaz de dar sentido a la vida humana y a la existencia del cosmos.

 

Notas

[1] Ver aquí.

[2] Meyer, S. C. 2021, Return of the God Hypothesis: Three Scientific Discoveries That Reveal the Mind Behind the Universe, HarperOne, USA.

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