El dios minúsculo de “This is us”
Nos afanamos por vivir en plenitud una vida que, carente de perspectiva eterna, solo acaba siendo un puñado de emociones transitorias. Excluir a Dios de la totalidad de lo que vivimos nos reduce a un deísmo impertinente y descorazonador.
09 DE FEBRERO DE 2023 · 18:12
Para competir con el músculo de HBO o Netflix, con dramas familiares tan memorables como Olive Kitteridge, I Know this much is true o The crown, Prime Video ha apostado fuerte por This is us, presentándola como una de las series más destacadas que posee la plataforma en la actualidad.
Una historia bonita y amable, con elementos que combinan la comedia con una visión más trágica de la vida. A veces no molesta el hecho de que resulte demasiado “perfecta”, mientras que otras veces es tan disparatada y políticamente correcta que hasta irrita, por medio de su variado elenco de personajes. Elenco que, por cierto, renuncia en su gran mayoría a contratar a nombres reconocidos de Hollywood.
En cualquier caso, la serie de Dan Fogelman (guionista de la última película de Indiana Jones que se estrena este año) es un drama a la altura de las condiciones del mercado actual de las grandes plataformas. Logra plasmar con detalle las complejidades de una familia singular, pero remarcando lo rutinario y lo que es habitual para todos, de manera que elabora una historia que no deja de resultar extraña pero cercana al mismo tiempo.
Circunstancias comunes
Pienso que buena parte del éxito en el planteamiento de Fogelman pasa por enfocarse en circunstancias que son comunes. La ilusión de la infancia, las dificultades de la adolescencia y los derroteros por los que se va perdiendo la juventud hasta llegar a una madurez extraña en cada individuo.
Además, Fogelman no esconde los fracasos de la sociedad contemporánea. Aunque intenta plantear unas relaciones que a veces resultan poco realistas y no renuncia a las cuotas impuestas por el debate político actual en sus personajes, retrata con realismo el fracaso del excesivo individualismo occidental. Junto con las sonrisas y muestras emotivas de afecto aparece un profundo egocentrismo que se manifiesta en una espiral de infidelidades, decepciones, distanciamiento, frustraciones, etc.
Fogelman juega constantemente con elementos de ruptura, como la muerte o un divorcio, para devolver al espectador a la realidad en medio de una historia que atrapa en emociones aparentemente inofensivas y dignas de ser vividas. No deja de ser un retrato del engaño de la felicidad occidental. Ni siquiera la abundancia económica, el éxito laboral o un matrimonio feliz trae satisfacción a quienes siempre deseamos tener razón, conseguir el último objetivo que hayamos planteado o buscar la aprobación externa. Es el doble fondo contemporáneo del American way of life, con una apariencia que no merece ser cambiada, pero con unas profundidades que acaban descubriéndose en una serie de impulsos en esencia desagradables y que conducen a lo trágico.
La realidad de la familia creada por Fogelman conecta así con la que pueda vivir cualquier familia. Es la conversación que todos hemos tenido y en la que hemos mencionado ese pariente más lejano o más cercano con el que perdimos la relación hace tiempo. Se asume como algo común, propio de toda estructura familiar, pero revela lo trágico de la vida desde sus orígenes. La huella de Caín y Abel que seguimos alimentando como hermanos enfrentados.
¿Y dónde está Dios para Fogelman?
La idea de la tragedia familiar como reflejo básico de la humanidad de la vida se observa también en el lugar que ocupa Dios en la serie. O mejor dicho, el dios que aparece en la serie, y que es el mismo al que recurren la superstición y la necesidad en nuestro contexto.
El dios de This is us es un dios reducido a un espacio de cortesía en el transcurso de la vida, pero sin relevancia alguna. Es una nueva versión del convidado de piedra, el observador pasivo e impotente con el que únicamente se comparte si se quiere, en un momento de éxtasis emocional, o si se necesita, como ante la enfermedad o la muerte.
Es ese dios al que amenazar ante la cercanía de la muerte, diciéndole que ni se le ocurre llevarse a ese ser querido. Es el mismo dios al que acude el político que hace campaña, para ser reconocido por sus votantes como alguien con moral. Es un dios propio de un deísmo popularizado por el secularismo materialista de nuestro contexto. Así comienza en la serie, como completamente inexistente en el nacimiento, el inicio de la vida, y así acaba en la misma, como inexistente también en la muerte, el final de la vida.
Sin embargo, Fogelman no quiere renunciar a la idea de la esperanza, aunque aparece como algo circunstancial, únicamente relacionado con la realidad de la muerte y la capacidad de la memoria humana. Es esa esperanza dolorosa de la muerte sin resurrección, de un cristianismo diluido y sin Cristo, en la que solo cuenta el recuerdo de cómo se han vivido las circunstancias que ha tocado vivir. Nada más importa, porque nada más existe.
En realidad, nos afanamos por vivir en plenitud una vida que, carente de perspectiva eterna, solo acaba siendo un puñado de emociones transitorias. Excluir a Dios de la totalidad de lo que vivimos nos reduce a un deísmo impertinente y descorazonador.
“¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová?”, preguntaba el profeta (Isaías 50:10a). “He aquí que todos encendéis fuego, y os rodeáis de teas; andad a la luz de vuestro fuego, y de las teas que encendisteis” (Isaías 50:11). Es desolador reconocer lo trágico de la vida, pero todavía más desolador reconocer que es el fruto de nuestra respuesta y excluir la perspectiva de la eternidad por una sonrisa circunstancial, una caricia del tiempo que apenas podemos comprender y percibir.
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