Hombres, al fin y al cabo

Tan contradictorios como es el hecho de vivir odiando y reconocer una parte fundamental de nuestro consuelo en la presencia de los otros.

29 DE JULIO DE 2021 · 17:15

'Last and first men' es la primera y única película de Jóhansson como director, a título póstumo. / Fotograma de la película, Filmin,
'Last and first men' es la primera y única película de Jóhansson como director, a título póstumo. / Fotograma de la película, Filmin

Una de las últimas rarezas que uno puede encontrar en el cine lleva el nombre de una novela del escritor inglés Olaf Stapledon y adapta su historia. Last and first men (2020) reúne en sí misma muchos aspectos que la convierten en una película singular. Por ejemplo, el hecho de que en ella no aparezca ningún actor humano, sino que todo el peso de la ‘interpretación’ recae en unos paisajes abstractos y unas figuras que pretenden encarnar el imaginario de los últimos seres que ha producido la humanidad.

Además, se trata de una película que le sirvió de debut a su director, el compositor islandés Jóhann Jóhannsson, autor de la banda sonora de La teoría del todo con la que fue nominado al Óscar, aunque a título póstumo, puesto que había muerto un par de años antes, a la edad de 48 años.

Y también la historia en sí, a la que añade un énfasis particular la actriz Tilda Swinton con su narración de estudio, que repasa el proceso de desarrollo de una humanidad que hace tiempo que dejó la tierra para instalarse en un nuevo hogar, y que cambió sus características físicas y su comportamiento social, pero que sigue amenazada por el terror a la extinción eterna.

La traducción a la gran pantalla de la novela de Stapledon que Jóhannsson hace, parece más bien un manifiesto en forma de soliloquio y revestido por la música que el propio director irlandés compuso para la ocasión junto a Yair Elazar Glotman. La abstracción puede resultar aburrida en ocasiones, pero tiene valor para expresar ciertas realidades y hacerlo con una sensibilidad particular. También en el texto bíblico aparecen esas referencias que a veces nos desubican, pero que solo con su belleza son capaces de transmitirnos la grandeza de Dios. ¿Qué, si no, es esa suspensión y balanceo de los mineros en Job 28:4, o ese silbo apacible y delicado que oyó Elías tras el fuego, tras el terremoto, tras el viento poderoso que rompía los montes y quebraba las peñas?

Una catástrofe cósmica

Los seres humanos del futuro necesitan a los seres humanos del pasado. En la afirmación sobre que “la existencia siempre ha sido precaria”, la película cae en una terrible conclusión que resuena en cualquier generación que llega, pasa y se va. Además, del cambio climático, de la propagación descontrolada de un virus o de una alteración química, “podríamos desaparecer por los múltiples efectos de nuestra propia locura”. 

Hombres, al fin y al cabo

En 'Last and first men' se presentea una visión de los últimos seres humanos, diferentes en sus relaciones pero también en aspecto físico. / Fotograma de la película, Filmin

El personaje de Swinton, un narrador omnisciente que no aparece ante la cámara y que pertenece ese grupo de los extraños últimos seres humanos, parece en ocasiones uno de los mordaces amigos de Job, analizando la situación desde la distancia, de una forma que pretende ser tan imparcial que, al final, acaba cayendo en la frialdad. Es algo gélido, todavía más acentuado por el tono en blanco y negro de las imágenes que aparecen en pantalla.

Pero también es revelador sobre la manera en la que esa ‘humanidad tardía’ sigue estando dispuesta a aferrarse a nada más que lo que es, lo que siempre ha sido y, según la película, seguirá siendo. “A pesar de todo rebosamos un amor glorioso para con nuestro destino”, dice el personaje de Swinton. 

Un destino en el que, sin embargo, la religión sigue siendo una cuestión simbólica, un conjunto de símbolos mantenidos como una expresión de la propia existencia, en lugar de aquello en lo que se cree, y un destino en el que los jóvenes son enviados a un lugar en concreto para aprender a vivir amando y odiando. La desolación de la adaptación que plantea Jóhannsson se hace palpable por el modo en el que remarca nuestra contradicción. Tan contradictorios como es el hecho de vivir odiando y reconocer una parte fundamental de nuestro consuelo en la presencia de los otros. Tan contradictorios como la pregunta de Job: “Acuérdate que como a barro me diste forma; ¿y en polvo me has de volver?” (10:9).

El conflicto de la indiferencia

Hace poco comencé la lectura de La luz en la oscuridad, del profesor de radioastronomía Heino Falcke, que junto con un equipo de investigadores se ha convertido en la primera persona en lograr captar una imagen de un agujero negro. En su libro explica que en el espacio no puede escucharse nada. “Ningún rumor, ninguna palabra, ni siquiera la explosión más potente en la Tierra podría oírse en el cosmos”, escribe.

Aunque aferrados a nuestra existencia como una garantía cósmica, nos inquieta la indiferencia de semejante magnitud. Se ha fantaseado con historias de otros seres de otros planetas que venían a invadirnos, a comernos o simplemente a visitarnos y a volar en el cesto de nuestras bicicletas mientras pedaleábamos en el aire. Pero la gran pregunta no es la de si hay alguien ahí, sino la de si seguimos importándole a alguien. “Las estrellas son grandes, y la humanidad les es indiferente”, dice el personaje de Swinton en un momento de la película. 

Hombres, al fin y al cabo

Jóhan Jóhansson, nominado al Óscar por la banda sonora de 'La teoría del todo', falleció a los 48 años. / SpectreVision Mgmt, Wikimedia Commons

Ni siquiera en otro lugar del cosmos, cuando la Tierra ya se ha consumido y extinguido, la extraña última expresión de la humanidad consigue encontrar consuelo ante el hastío de su finitud, su soledad, su razón de ser. Ni siquiera el ojo astronómico que se incorpora a la parte superior del cráneo con el desarrollo de la especie es suficiente para calmar tanta angustia. 

La Biblia, en su acercamiento a la definición de lo humano, ofrece una afirmación singular, planteada en un interrogante, que ha resonado y lo sigue haciendo en los corazones de aquellos que han reconocido en Jesús a un Dios plenamente humano y divino al mismo tiempo, el Dios vivo encarnado. “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmo 8:4). No somos una tragedia cósmica, ni una desolación estelar. Como apunte Heino Falcke, al igual que las estrellas, nosotros también morimos en un proceso constante. Pero en Jesús tenemos la garantía de que Dios no permanece indiferente a ese proceso, sino que ha provisto de una vida que puede revertirlo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cameo - Hombres, al fin y al cabo