Rastros de gracia aprendiendo de un pulpo
Lo que el pulpo me enseñó ha conseguido el Óscar al mejor largometraje documental. ¿Qué puede mostrarnos la relación entre un submarinista y un pulpo común sobre la gracia de Dios?
27 DE ABRIL DE 2021 · 11:00
En su libro El problema del dolor, C. S. Lewis dedica todo un capítulo a lo que él se refiere como “el dolor animal”. Una parte de la obra desconcertante, que Lewis ubica casi al final y en la que plantea, aunque con la humildad de reconocer el hecho de poder verse sujeto a error, la resurrección de los animales en el fin de los tiempos. “Los animales no son criaturas iguales al hombre, sino subordinadas a él, y su destino está estrictamente relacionado con el suyo. La inmortalidad derivada que les corresponde, no es mera compensación sino parte esencial del cielo y la tierra nuevos relacionada orgánicamente con el doloroso proceso de la caída y la redención del mundo”, escribe el autor.
Aunque el propósito aquí no es continuar con el debate sobre la idea que plantea Lewis, esta sí que nos resulta útil para destacar la sensibilidad especial con la que aborda la Biblia la relación entre los seres humanos y el conjunto de seres que se mencionan en el relato de la creación universal, en el primer capítulo de Génesis. Y esto es algo que cobra una relevancia destacada tras el anuncio del Óscar al mejor largometraje documental para Lo que el pulpo me enseñó (‘My Octopus techaer’), una gran recompensa para la puesta en valor del interés por el mundo animal en el panorama actual del cine documental.
De hecho, el último documental en ganar en esta categoría que trataba sobre animales fue The Cove, en 2009, que muestra la caza anual de delfines en el parque nacional japonés de Taiji y lo hace desde la perspectiva del activismo en contra de esta práctica. Desde entonces, todos los premiados se han centrado en temáticas de aspecto social, económico, político y deportivo. Así ha sido hasta el año pasado, cuando Netflix lanzó el documental de Pippa Ehrlich y James Reed en el que es de lo más justo decir que un pulpo común es coprotagonista, con todas las letras, con el cineasta y submarinista sudafricano Craig Foster, en un bosque de algas en la costa del Cabo Occidental de Sudáfrica. Un largometraje en el que un hombre extiende su mano para estrecharla con el tentáculo de un pulpo hembra y que habla de la gracia de Dios probablemente más de lo que pretende.
¿Sueñan los pulpos? ¿Tienen sentimientos?
En sus sencillas expediciones submarinas, Foster descubre un día a un pulpo hembra al que empieza a observar de forma periódica y con el que establece una serie de patrones a medida que aprende a acercarse más y ganarse su confianza. El sentido del concepto de la relación es descrito de una forma muy poética en el documental, entre sobrecogedoras imágenes de la vida marina y la voz de un submarinista experimentado que acaba preguntándose qué sueña y qué siente el pulpo al que visita cada mañana en unas aguas que están a diez grados, aproximadamente.
Para un Dios que en su esencia es relacional, un Dios en el que las tres personas que conforman su ser conviven en una comunión eterna, una de las primeras formas de darse a conocer a su creación es precisamente a través de su expresión relacional. Primero dirigiéndose a los seres marinos y diciéndoles “multiplicaos y llenad las aguas en los mares” (Génesis 1:22). Pero luego, también, a través de su creación especial, el ser humano, el hombre y la mujer, a los que también les manda “dominar sobre los peces del mar” (Génesis 1:26).
De ese ‘dominio’, que no es una cuestión de abuso sino de orden, se hace eco la pregunta de Foster ante el pulpo al que visita una y otra vez; ¿sueña el pulpo? ¿Tiene sentimientos? Su interés aparentemente biológico, al principio, acaba incorporando una realidad emocional. Es más, una realidad moral, capaz de sufrir e identificar el mal cuando un tiburón arranca uno de los tentáculos del pulpo. ¿Cómo puede un ser humano desarrollar semejante sensibilidad hacia un animal? ¿No es la gracia con la que Foster contempla a su pulpo un reflejo de la que Dios muestra respecto a su creación en un sentido general? ¿Se refería a algo parecido el sabio cuando escribió que “el aliento de vida es el mismo para hombres y animales” y que “el hombre no es superior a los animales” (Eclesiastés 3:19)? La diferencia es que la gracia de Dios no es un accidente casual fruto del ataque de ningún tiburón ni de la respuesta favorable de ninguna criatura, sino que él la ha mostrado desde siempre porque “no está lejos de ninguno de nosotros” (Hechos 17:27).
Lo que nos enseña el pulpo
De su relación, dice Foster en el documental, el pulpo se beneficia porque ejercita su inteligencia. El submarinista se ve a sí mismo como un portador de incentivos a través del tacto y la visión, sobre todo, que permiten al octópodo una experiencia diferente en su desarrollo. ¿Qué es lo que aprende exactamente Foster del animal?
Es cierto que del largometraje se desprenden algunas ideas esenciales. Una visión más sensibilizada con la vida no humana del planeta, el respeto por el medio ambiente y animal ante la crisis climática y la producción de alimentos en cadena, detalles básicos de la biología del pulpo, el desarrollo del sentimiento ante lo ajeno animal. Todas esas conclusiones son válidas, pero el documental no sienta base en cuanto a una enseñanza concreta. Al pulpo se le asigna el rol de maestresala de un medio marino tan vasto como se pueda imaginar, y del que él mismo es una nota de color en la que enfocarse, que estudiar.
Una lección en la película, que considero no intencional, es la del reflejo del ser humano que se plasma en el molusco. En algún momento Foster se sorprende de cómo el pulpo se alimenta, y no puede evitar verse conmocionado por la violencia de la escena. El octópodo se camufla entre el coral y despliega sus tentáculos en cuestión de segundos para, literalmente, envolver a un pez. O se arroja como un gran manto sobre una langosta, a la que después devora, y apenas permite que otros seres vivos del fondo marino coman ni siquiera de los trozos. Y ahí estamos nosotros.
En medio de las bellas imágenes del pulpo nadando, o tocando con sus tentáculos la mano de Foster, a la llamada de su naturaleza responde con agitación y violencia. Foster se da cuenta del contraste con la realidad armónica que había observado hasta entonces. También nosotros nos vemos impactados con la manifestación de nuestra naturaleza en su estado más básico. Somos capaces de reconocer la belleza en un animal marino pero también de elaborar una larga lista de desprecios respecto al molesto vecino de al lado. Consideramos la perfección en una textura, un sabor, una imagen, pero estallamos ante lo que nos contraría. Y como hace Foster con el pulpo en el documental, Dios no puede abandonarnos ante la manifestación de esta realidad nuestra. El amor del cineasta por el pulpo está motivado por lo casual y por la belleza natural, por una idea de delicadeza formada y atribuida previamente al animal. Él no siente la misma empatía por los tiburones pijama. Pero Dios nos observa tal y como somos, pulpos unos y tiburones otros, conociéndonos y amándonos con todo, y continúa mostrándonos su gracia, no abandonándonos en las profundidades, envueltos en algas. “Las algas se me enredaban en la cabeza[…] Pero tú, Señor, Dios mío, me rescataste de la fosa” (Jonás 2:5-6)”.
Al final del documental, Foster se detiene ante un último episodio de fascinación. El apareamiento, la cría de los huevos y la muerte progresiva del pulpo hembra, que se desprende de su vida, e incluso de una gran parte del tejido de su cuerpo, para que las futuras crías se formen y vivan. Y el cineasta y submarinista se conmueve ante el hecho de que “un molusco dé su vida por sus crías”. El cristianismo no es el ‘deporte’ de buscar paralelismos e ilustraciones forzadas, despersonalizadas de todo contexto, con la crucifixión de Jesús. De lo que se trata aquí es de la capacidad de ver el reflejo de la expresión superior de la gracia de Dios, manifestada en Jesús, en lo que él mismo ha creado. Y de que viéndolo, le reconozcamos a Él.
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