En ‘Roma’, lo invisible no necesita justificación
La película destaca el hecho en sí de vivir y la forma en la que las personas nos aferramos a ese vivir. Esto es algo grande.
01 DE ABRIL DE 2021 · 21:00
Para que una película sea relevante debe reflejar, de alguna forma, lo natural del hecho de vivir. Esto no es una cuestión de gustos, porque la relevancia debe tender hacia lo objetivo y no basarse únicamente en algo tan aleatorio como los gustos. Y tampoco es una cuestión de géneros, porque incluso la ciencia ficción ha incluido en sus tramas y sus imaginarios algo tan sencillamente complejo y humano como es el amor, o la angustia, o la muerte. Por eso considero que Roma es una buena película, porque hace trascendente el hecho en sí de vivir.
La película recoge los recuerdos del propio director, Alfonso Cuarón, cuando era niño en una familia de clase media, en la década de 1970, y vivía en la Colonia Roma, de Ciudad de México, con un homenaje destacado a la figura de su trabajadora doméstica, Liboria Rodríguez. “No estaba interesado en un acercamiento nostálgico de la memoria”, ha señalado Cuarón, sino “en el pasado desde el punto de vista del presente, desde mi entendimiento del presente y de cómo ese pasado ha dado forma a cómo soy ahora, de bueno y de malo”.
La cinta le valió a Cuarón el Óscar a la mejor dirección, la mejor fotografía y la mejor película en lengua extranjera en 2019. Si el director mexicano ya reflejaba los ecos de la desesperación humana en su adaptación de la apocalíptica novela Hijos de los hombres (2006), y la fragilidad de la vida ante las leyes de la naturaleza y su desolación ante el vacío y la grandeza del universo en Gravity (2013), en Roma (2018) el director destaca el hecho en sí de vivir, sin mayores historias que las que pueden afectar a cualquier vida, y la forma en la que las personas nos aferramos a ese vivir. Esto es algo grande. Como diría el salmista, en forma de pregunta (Salmo 34:12), nuestro “deseo por la vida”.
La fuerza de lo común
La película de Cuarón lucha contra el intento de revestir cualquier historia de una pátina de sublimidad fácil porque, en realidad, lo cotidiano, lo comúnmente humano de por sí, ya nos ofrece la visión más precisa de lo que significa vivir esta vida. Con su historia, el director mexicano sabe transmitir que no es necesario justificar el hecho de estar vivos, con nuestras flaquezas y miserias, con los recuerdos que nos ayudan a conformar nuestra visión de la vida hoy. Habla del hecho de vivir sin pretensiones, parecido a la sinceridad con la que en su día se expresó Job: “Acuérdate de mi vida, que es un soplo” (Job 7:7).
Prueba de ello es que la figura protagonista de la película, la trabajadora doméstica Cleo, esté interpretada por Yalitza Aparicio, una desconocida de Hollywood y la primera mujer indígena en ser nominada a un premio Óscar. Es otra muestra más de la cotidianidad de la vida y del recuerdo con la que Cuarón quiere caracterizar a su película, y también a su historia.
En Aparicio se plasman rasgos que son muy comunes y fácilmente reconocibles para la mayoría de espectadores: el anonimato y la indefensión. En realidad, nos resulta muy fácil sentirnos invisibles ante la magnitud de un mundo tan complejo y repleto de miles de millones de personas. Y eso, al mismo tiempo, genera indefensión por toda clase de cuestiones. Por la provisión del sustento necesario para vivir, pero también por esas relaciones en las que exponemos nuestra confianza. Es paradójico que en el hecho de ser llamados a amar a los demás como a nosotros mismos se ponga de manifiesto nuestra fortaleza, así como nuestras debilidades.
Visibles ante la invisibilidad
Aunque la película de Cuarón se enfoca en la experiencia de Cleo, una trabajadora doméstica, no es individualista. También forman parte indispensable de la historia sus interacciones con otras personas, especialmente con los niños de la casa en la que trabaja. Pero, incluso, con lo más general de su contexto, pues la película se hace eco de unos momentos de convulsión social en México, como la Matanza del Jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971, donde más de 120 jóvenes fueron asesinados. “Hay periodos en las historia que asustan a las sociedades y momentos en la vida que nos transforman como individuos”, así recoge ese binomio entre individuo y conjunto Cuarón en un comentario sobre la película.
Hans Rookmaaker decía que “lo que es arte cristiano no depende del tema, sino del espíritu” y de “su sabiduría y comprensión de la realidad que refleja”. Hay varios aspectos de la cosmovisión bíblica que son recogidos en Roma: desde el dolor de vivir y relacionarnos en mundo caído en el pecado, hasta la persistencia del reflejo de Dios en una creación que todavía sigue siendo capaz de mostrar amor y de cuidar, aunque de forma limitada.
Además de la belleza de la imagen, en la película resuena esa visibilidad trascendente a la que se ve catapultad toda vida de aspecto invisible en el marco del concepto bíblico de humanidad, y que personalmente me ha hecho recordar la palabras de Job 28:24: “Dios puede ver los confines de la tierra; él ve todo lo que hay bajo los cielos”.
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