John Wesley: vida y curiosidades del incansable predicador metodista
Tras ser rescatado de un incendio en la infancia, John Wesley (1703-1791) prendería fuego a una nación como predicador itinerante con un mensaje que perduraría a través del metodismo.
14 DE JULIO DE 2024 · 19:00
Un estudiante cursaba preocupado su última etapa en la Universidad de Oxford. Había disfrutado del banal ambiente universitario, pero ahora tocaba ponerse en serio. Decidió arrancar un grupo de estudio. Como era propio de la época (1727), los domingos discutían teología, y esto dio pie a una auténtica búsqueda espiritual. Charles, el fundador, le pidió a un hermano mayor, que era cura anglicano y trabajaba en la universidad, que les orientara.
Con sus estrictas rutinas de oración, ayuno, estudio bíblico, asistencia a la iglesia y ayuda social, el grupo ya no pasaba desapercibido. Los demás estudiantes se burlaban del «club santo» y de los «polillas de la Biblia».
A la cabeza estaba John Wesley, el hermano al que Charles admiraba. Pero, aunque cumplía las mismas disciplinas cristianas que los demás, no tenía paz interior, ni siquiera después sirviendo de misionero.
Navegando de vuelta deprimido, escribió: «Fui a América a convertir a los indígenas. Pero, ay, ¿quién me convertirá a mí? ¿Quién me librará de este corazón perverso e incrédulo?»
Wesley no podía imaginarse en ese momento a los 34 años los planes que Dios tenía para él. No solo cambiaría su corazón, sino que además utilizaría su predicación y dotes administrativas a lo largo de cincuenta años para transformar el panorama social y espiritual británico del siglo XVIII.
Instantánea biográfica de John Wesley
Atrás dejaría:
- las cuarenta mil veces que predicó;
- sus constantes donativos a causas benéficas, hoy equivalentes a seis millones de euros;
- los cuatrocientos mil kilómetros que viajó;
- las cuatrocientas publicaciones que escribió o editó;
- la música cristiana que cambió;
- y una organización eclesial de más de cien mil miembros y casi quinientos predicadores.
Hoy la Iglesia metodista cuenta con millones de miembros a nivel internacional, y además los énfasis doctrinales de Wesley han influido en el movimiento carismático y pentecostal.
«No conozco a nadie a quien deba más como instrumento de la gracia divina», diría el escritor de himnos John Newton, mientras que el predicador Charles Spurgeon iría incluso más lejos, diciendo que, si se quisieran añadir dos apóstoles a los doce, John Wesley sería un apto candidato, junto con su contemporáneo George Whitefield.
Vida temprana: «un tizón arrebatado del incendio»
Wesley nació en Epworth, Inglaterra, en 1703, el decimoquinto de una familia pastoral anglicana. Su madre, Susanna, se esmeró en la crianza de sus hijos aún en medio de la tragedia y dificultad. Fueran niño o niña, en cuanto balbuceaban sus primeras palabras y daban sus primeros pasos, aprendían a leer para luego formarse en griego y latín y recitar textos del Nuevo Testamento.
Susanna oró todavía más por el pequeño Wesley de cinco años tras el incendio del que fue rescatado justo antes de que se derrumbara el techo del hogar. Siempre lo vio como un acto providencial, y el mismo Wesley aludiría a Zacarías 3:2 al describirse como «un tizón arrebatado del incendio».
Etapa en las facultades de Oxford
En 1720 Wesley fue admitido a Christ Church y, salvo alguna interrupción, comenzó su etapa de más de una década en Oxford: recibiría su licenciatura (1724) y maestría en Humanidades (1726); sería ordenado diácono (1725) y después sacerdote de la Iglesia anglicana (1728); y elegido miembro del cuerpo docente y de la junta rectora de Lincoln College en Oxford (1726), donde moderaría debates y ejercería de tutor.
En 1729 se incorporó al Club Santo. Regidos por Wesley que buscaba la perfección cristiana y evaluaba su virtud a diario con un sistema de puntos, no sorprende que los acabaran tildando de «metodistas». Aunque al principio no le gustó esta etiqueta, al final la asumió.
Tormentas en la travesía y en el alma
Wesley viajó de misionero a Savannah, Georgia, en 1735, acompañado de los moravos, unos discípulos alemanes del Conde Zinzendorf. A Wesley le llamaron la atención: asumían las peores tareas a bordo diciendo, «El Salvador ha hecho mucho más por nosotros», y al romperse el mástil en una tormenta, fueron los únicos que mantuvieron la calma orando y cantando. No temían morir. No podía decir lo mismo.
En el Nuevo Mundo, no terminó de encajar. Wesley había tenido ilusiones de trabajar entre los nativos, pero tuvo que dedicarse más a los colonos que, a su vez, no apreciaban su rigidez y refinamiento. Por si fuera poco, se le complicó la estancia con un malentendido amoroso, y su hermano Charles se tuvo que marchar por una enfermedad. Pero lo que más le perturbaba a Wesley era, en palabras del clérigo J. John, «el abismo entre lo que predicaba y quién era él».
Los moravos no dejaban de sacudirlo con preguntas como: «¿Te da testimonio el Espíritu de Dios a tu espíritu, de que eres hijo de Dios?». Tras su vuelta a Londres, siguieron invitándole a experimentar la justificación por la fe, no solo conocerla intelectualmente.
El 24 de mayo, 1738, Wesley acudió a una de sus reuniones en Aldersgate «de muy mala gana», pero durante la lectura del comentario de Romanos de Martín Lutero, ocurrió lo siguiente:
Mientras él describía el cambio que Dios obra en el corazón mediante la fe en Cristo, sentí en mi corazón un ardor extraño. Sentí que confiaba en Cristo, y solamente en Él, para mi salvación, y me fue dada la certeza de que Él había quitado mis pecados, los míos, y me había salvado de la ley del pecado y la muerte.
Fue corriendo a celebrarlo con Charles, que había experimentado lo mismo tan solo tres días antes.
Predicación que transformaría Inglaterra
Wesley no tardó en predicar un sonado sermón sobre la doctrina de la salvación personal por la fe: sería ya su tema hasta el final de sus días, y el comienzo de medio siglo de obra evangelística.
Por temor a su fanatismo, la Iglesia anglicana le empezó a cerrar las puertas, como habían hecho ya con otro ex-miembro del Club Santo, George Whitefield. Este, sin embargo, encontró a sus fieles predicando al aire libre entre los más desfavorecidos, y desbordado con el fruto del avivamiento, invitó a Wesley a ayudarle.
Al recién convertido Wesley, la predicación al aire libre le parecía una aberración. Cuando accedió por fin a predicar en una explanada ante tres mil personas, lo hizo para rebajarse, como un ejercicio de humildad cristiana. ¿Qué le ayudó a superar sus prejuicios? La conversión de los que jamás cruzarían el umbral de una iglesia. A partir de ahí estaría dispuesto a predicar en cualquier lado, a veces hasta tres o cuatro veces al día. Aunque bajo de estatura, era capaz de cautivar a multitudes de veinte mil personas.
Siguiendo el ejemplo pietista, Wesley organizó a sus discípulos en grupos de hombres y mujeres que llamaba sociedades (más adelante, clases). En este discipulado intensivo se trataba todo, desde la administración del dinero al abolicionismo. Pero con la multiplicación, llegaron las tensiones que tuvieron dos vertientes principales, la eclesial y la doctrinal.
Crecimiento y tensiones del movimiento metodista
En el terreno eclesial, Wesley luchó con los límites parroquiales, la corrupción del clero y su letargo frente a un mundo que moría sin Cristo. Su frase célebre, lema de los misioneros metodistas, lo dice todo: «El mundo es mi parroquia».
Por otro lado, su predicación a las masas fue interpretada por la Iglesia como una amenaza social, junto con el hecho de encomendar a predicadores laicos en vistas a que el clero anglicano no lo apoyaba. Dijo:
Dadme cien predicadores que no le teman a nada excepto al pecado, y que no deseen nada excepto a Dios, y no me importa si son clérigos o laicos; con tan solo ellos se sacudirán las puertas del infierno y establecerán el reino de Dios en la tierra.
Wesley los formaba con su propio régimen de lectura y horarios de servicio, programando su predicación itinerante para no interrumpir ningún culto local, pero la respuesta de la Iglesia fue atacarlo desde el púlpito, la imprenta y maleantes a sueldo.
Aunque apoyó la autonomía de los metodistas americanos por diversas razones, en Inglaterra Wesley rehusó separarse de la Iglesia anglicana, deseando que cualquier cristiano pudiera ser «metodista» y miembro de su propia iglesia. Solo fue después de su muerte que se estableció la Iglesia metodista.
En cuanto a lo doctrinal, Wesley predicó «Gracia gratuita» en 1739, abrazando el arminianismo y rechazando la predestinación, diciendo que representaba a «Dios peor que el diablo». Siguieron varios años de debate público con Whitefield y al final acabaron separándose a nivel laboral, aunque mantuvieron el respeto mutuo toda la vida.
De sociedades en hogares, el metodismo pasó a capillas; de reglas generales, a la Disciplina metodista; y de su primera conferencia en 1744, a un órgano rector con Wesley como presidente. A partir de 1771 aceptó de manera oficial la predicación femenina. Escribe Aaron Thomas Hicks en su introducción a esta edición que la carta de Mary Bosanquet defendiendo sus predicaciones en un orfanato es «la primera defensa completa de la predicación de las mujeres en el movimiento metodista» (p. 27).
Matrimonio, partida y legado de John Wesley
Aunque Wesley valoró el compañerismo femenino en lo eclesial, algo falló de puertas para adentro cuando se casó a los 48 años con Mary Vazeille, una viuda con cuatro hijos. Aguantaron veintitrés años de peleas y separaciones, en los que no tuvieron descendencia propia, hasta que ella decidió no volver. Algunos académicos han estudiado las desavenencias más allá de la sugerencia establecida de que Mary fue incapaz de competir con la dedicación de Wesley al movimiento metodista.
A pesar de tanto viaje y horario implacable, Wesley llegó a los 85 años agradeciendo estar «casi tan vigoroso como siempre», y siguió predicando hasta los últimos meses de vida. Falleció a los 87 años, en 1791, despidiéndose así: «Lo mejor de todo es que Dios está con nosotros».
Fue enterrado en la Capilla de Wesley en Londres, y se dice que solo dejó atrás tres cosas: una buena biblioteca, un vestido de clérigo gastado, y el movimiento metodista que tanto ha influido en prácticas y creencias evangélicas.
Añade J. John, y no es ninguna coletilla vacía, que atrás dejaba «una nación transformada»: no solo fue vital en la predicación del evangelio, sino que fue clave en el abolicionismo, el establecimiento de orfanatos, la lucha anticorrupción, la reforma laboral, la reforma de las cárceles, la humanización de la medicina y el acceso a la educación.
Dios tomó a la polilla que revoloteaba alrededor de una Biblia, y la transfiguró para dar alas a un país.
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