La consistencia mariana del papado

La devoción por la virgen María es el auténtico nexo de unión entre todos los papas e, incluso, el pegamento que mantiene unido al catolicismo romano.

09 DE MAYO DE 2025 · 15:30

León XIV, poco después de asomarse al balcón para saludar recién elegido Papa./ Vatican News,
León XIV, poco después de asomarse al balcón para saludar recién elegido Papa./ Vatican News

La elección del norteamericano nacionalizado peruano, Robert Francis Prevost, como papa León XIV, ha sido interpretada por muchos como una señal de que la iglesia católica romana quiere continuar por la línea marcada por su predecesor el papa Francisco. Frente al ala más conservadora de la iglesia de Roma, representada, entre otros,  por una parte sustancial de la jerarquía católica-romana de los EE.UU. Francisco y León XIV se presentan como progresistas en cuestiones sociales.

No podemos olvidar que Francisco buscó rehabilitar la figura del recientemente fallecido Gustavo Gutiérrez, el padre de la teología de la liberación. En esto no podía estar más lejos de su furibundo antecesor, Juan Pablo II, que no dudó en reprender públicamente al sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, otro proponente de esa teología. La imagen de esa recriminación dio la vuelta al mundo. Francisco y ahora León XIV apuntan a que los cambios oficiales, por lo menos, de Roma sobre la pobreza, la emigración y sus verdaderas causas han venido para quedarse.

Ahora bien, sería un gravísimo error de perspectiva si tan solo viéramos en los papas sus distintos enfoques sociales. Esto distorsionaría la evaluación del papado de un modo que haría imposible un análisis integral de lo que significa el papa en la iglesia católica-romana. Y es que aunque los pontífices puedan tener diversos puntos de vista sobre algunos temas, existen una serie de doctrinas que les cohesionan a todos, constituyendo la auténtica señal de identidad de catolicismo-romano. Y es que lo que reúne indisolublemente al afable Juan XXII, al adusto Pablo VI, al conservador Juan Pablo II, y a los progresistas Francisco y León XVI, es su devoción a la virgen.

Lo que me gustaría poner de manifiesto es que la devoción por la virgen María es el auténtico nexo de unión entre todos los papas o, incluso, el pegamento que mantiene unido al catolicismo romano. Tomemos el caso más a mano, el de Francisco. Su devoción por la virgen es incontestable, y esto no solo por el hecho de haber querido ser enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. Su fervor mariano es apreciable, por ejemplo, en ese nombre mismo que escogió el jesuita Bergoglio para su pontificado, el de Francisco. Se ha aludido repetidamente a este hecho como sintomático de su papado, como una especie de reivindicación de la pobreza y austeridad franciscanas. No se puede dudar de que esto estuviera en su mente ya que su pontificado ha intentado ir en esa dirección. Pero, no olvidemos que los franciscanos eran partidarios de la doctrina de la inmaculada concepción de María, la cual acabó imponiéndose en 1854 como dogma de fe.

Comentando esta declaración dogmática, el teólogo evangélico José Grau afirma que: “De esta manera fue impuesta a la cristiandad romana la doctrina que San Agustín, San Juan Crisóstomo, Santo Tomas de Aquino y San Bernardo de Claraval, entre otros, siempre repudiaron”. Y no podemos ignorar que son los jesuitas los que acentúan la devoción a la virgen como santo y seña de identidad frente a los partidarios de la Reforma Protestante del siglo XVI.

En este sentido, las procesiones católico-romanas de Semana Santa en España son un testimonio paradójico de que en nuestra nación sí que hubo asimismo una Reforma. La prueba es la intensificación del culto mariano en las mismas. Y es que frente al énfasis cristocéntrico de la Reforma con su Solus Christus o Solo Cristo o solo Cristo salva, Roma contestó con su creciente mariología.

El teólogo reformado H. Bavinck afirmó que: “La orden de los jesuitas es la encarnación y exponente de todo lo antiprotestante. Esta orden se dedicó con toda su energía a la destrucción de la obra de la Reforma. Al obtener el control de la educación, esta orden detuvo o revirtió los logros de la Reforma en muchos países, y trató de compensar sus pérdidas a la Reforma en Europa al llevar la religión católica a muchas tierras paganas. En las declaraciones de la inmaculada concepción de María y de la infalibilidad papal, la orden de Loyola celebró sus mayores triunfos”.

Los jesuitas son los grandes defensores del papa y de la devoción mariana. Estos también son sus colores. Antes mencionaba la distintas actitudes de Juan Pablo II y Francisco hacia la teología de la liberación y sus más conspicuos representantes. Pero en cuanto a la virgen no hay diferencias. Así, comentando la Asamblea Episcopal de Puebla de 1979 y las tendencias definidas del papa Juan Pablo II, Samuel Escobar observaba “un claro viraje de regreso a la mariología, una revalorización de la religiosidad popular y las claras declaraciones anti-evangélicas del Documento final”.

Resulta muy significativo que la primera oración de León XIV desde el balcón del Vaticano haya sido un avemaría. Esta devoción papal a la virgen María no encuentra sustrato bíblico alguno. La María que nos presenta Roma no es la joven que llegó a ser la madre de Jesús, sino una María que está lejos de la imagen que nos presentan los evangelios. La virgen de los evangelios se regocijaba en Dios su salvador, Lucas 1.47, no es una María que pueda rogar por nosotros los pecadores. Ella necesitó de la gracia de Dios para ser salva, tanto como la necesitamos cualquiera de nosotros.

Pero esta devoción a María esconde algo mucho más profundo que una flagrante contradicción de los textos bíblicos sobre ella. La figura de María ejemplifica a la perfección la teología romana de la cooperación del ser humano en su propia salvación. La veneración a María, es, por tanto, un elemento no adventicio sino esencial del catolicismo romano; toda su exégesis escritural está pendiente de este elemento mariano: Eva/María; María/iglesia e incluso aunque sea anecdótico la aparición de Jesús a María es central en la religiosidad romana del día de la resurrección. Es como si ambos en tándem fueran los que han derrotado al mal.

Lo que no se menciona en los relatos evangélicos es lo más importante en algunas manifestaciones de la religiosidad popular católica romana de las procesiones de Semana Santa. Francisco se ha destacado como un adalid de la implementación del Vaticano II, en diversas áreas, pero, sobre todo, ha sido fiel a las directrices del concilio sobre María. Así en la Constitución Dogmática sobre la iglesia, conocida como Lumen Gentium se sostiene que “piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres. Como dice San Ireneo obedeciendo se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano”.

Por esto tiene razón José Grau cuando afirma que: “la mariología viene a ser como el compendio y la expresión de lo más auténticamente católico-romano. En efecto, en la mariología se dan cita la antropología neopelagiana que no descansa si no enaltece al hombre con total olvido de su condición caída (María es el prototipo de este enaltecimiento de la naturaleza humana-y de ahí también la necesidad de su impecabilidad formulada en el dogma de la inmaculada, sin ningún soporte bíblico) y la soteriología sinergista con su modelo de salvación por las obras, por el autoesfuerzo penitencial, cuyo paradigma máximo lo encontramos en el culto a los santos y, sobre todo, a María con toda la secuela de devociones que conlleva. El catolicismo romano no puede renunciar a la mariología sin renunciar a sí mismo”.

Así, pues, en el papado podemos apreciar la coherencia de Roma consigo misma. Del mismo modo los evangélicos somos consistentes con nosotros mismos al declarar que solo somos salvos por la pura gracia de Dios, y solo por la fe en Cristo. Este es igualmente nuestro ADN, pues es el testimonio de la misma Escritura: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;no por obras, para que nadie se gloríe”, Efesios 2.8,9.

Como declaró el Apóstol Pedro: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”, Hechos 4.12 y Pablo: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo”, 1ª Timoteo 2.5.

Los evangélicos “estamos por la imitación, no por la veneración de María”, dice José Grau. Y esto significa hacerle siempre caso a María. Es ella la que nos dice a todos con respecto a nuestro Señor Jesucristo: “haced todo lo que os dijere”, Juan 2.4.

 

José Moreno Berrocal es pastor, teólogo y presidente del Grupo de Trabajo de Teología de la Alianza Evangélica Española.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Atisbos teológicos - La consistencia mariana del papado