¿Debemos replantear nuestro acercamiento a lo LGTB? (Primera parte)

La iglesia ha tenido siempre el reto de encontrar su propia voz, más allá de las élites sociopolíticas. Los cristianos que creemos en la bondad del evangelio debemos evitar caer en la trampa de la autocensura.

01 DE NOVIEMBRE DE 2020 · 10:00

Banderas arcoíris. / Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@open_photo_js">Jasmin Sessler</a>, Unsplash, CC0,
Banderas arcoíris. / Foto: Jasmin Sessler, Unsplash, CC0

Esta es la primera parte de una respuesta a los planteamientos de Luis Marián publicados en el Magacín (primer artículo y segundo artículo) en cuanto a cuál debería ser el acercamiento de las iglesias evangélicas a las cuestiones relacionadas con la Ideología de Género. Marián ha colaborado con Protestante Digital desde hace muchos años y es alguien por quien tengo respeto intelectual y aprecio personal.

 

De acuerdo con Marián: La necesidad de un acercamiento sabio y compasivo

Marián acierta en apuntar que los evangélicos nos hemos equivocado a menudo en nuestro acercamiento a los movimientos feministas, y muy especialmente, a las personas que se identifican como LGBT. Hemos pecado cuando hemos hecho las mismas bromas homófobas que se oían en la calle o en televisión. Nos hemos equivocado de lleno cuando hemos dado por hecho que nadie en nuestras congregaciones luchaba con su identidad sexual. Hemos fallado cuando hemos respondido a estas personas con ideas simplistas como “Dios odia el pecado pero ama al pecador”, o “la homosexualidad es un pecado más, como el mentir o el robar”.

Hace 15 años, a mitad de mi primer curso de Periodismo, me encontraba en el piso que compartía con otros estudiantes, hablando a corazón abierto con un compañero. La noche anterior, en medio de una fiesta universitaria en ese mismo comedor, él había ‘salido del armario’ y explicado a todos los presentes que él era gay. Sus palabras, al día siguiente, me impactaron por sonar muy diferentes. “Si me ofrecieran una pastilla mágica que cambiara mi homosexualidad, no tengas dudas de que la tomaría ahora mismo”, me dijo. Él sabía que yo era evangélico, y quiso explicarme que él llegó a interesarse por la fe cristiana, que incluso asistió durante un tiempo a una iglesia evangélica, pero que nunca se había atrevido a hablar sobre su orientación sexual. La tensión interna entre su interés por Jesús y su fuerte deseo de vivir abiertamente su sexualidad, terminó en llevarle a dejar la iglesia.

Es verdad, demasiadas veces en el pasado, la respuesta de los cristianos ha carecido de empatía, no ha estado informada, o simplemente no ha mostrado interés por el diálogo. El problema a menudo ha estado en la comunicación. Pese a tener argumentos apologéticos válidos, nos ha faltado exponer claramente la realidad central del evangelio de que todos estamos caídos y rotos, y que justamente por eso los cristianos hemos confiado en Jesús: porque éramos enfermos necesitados de un médico que nos sanara y salvara (Mateo 9:12).

Así que coincido con el lamento de fondo en los artículos de Marián. Sin embargo, es en las conclusiones del “autoexamen” que propone a nivel de iglesia y sociedad en lo que difiero notablemente.

Propongo a continuación seis acercamientos diferentes.

1. Comunicar más sabiamente no implicar renunciar a nuestras convicciones cristianas

Marián inicia su primer artículo con una cita del psiquiatra y profesor universitario británico Glynn Harrison para decir que su argumentación se “alineará” con él, ya que Harrison también “cree que los cristianos no estamos captando los aspectos positivos de la revolución sexual actual”.

He tenido la oportunidad de escuchar a Harrison en una de sus visitas recientes a España. He leído su libro “Una historia mejor: evangelio, sexo y florecimiento humano” (muy recomendado, puede obtenerse aquí), e incluso he podido disfrutar de alguna conversación personal con el conferenciante sobre estos temas. Mi conclusión después de todo ello, es que las tesis de Glynn Harrison son muy diferentes, por no decir contrarias, a lo expuesto por Marián.

Harrison no cree que la iglesia deba replantearse sus convicciones en el área de la ética sexual o la identidad humana. Tampoco considera que la revolución sexual ofrezca soluciones positivas a las personas. Al revés, Harrison denuncia que las promesas de amor, felicidad y libertad, que prometieron estos movimientos culturalmente dominantes, no se están cumpliendo.

Es verdad que el médico psiquiatra llama en su libro a una narrativa cristiana renovada, pero no para integrar nuevas ideas sobre el género o redefinir la visión cristiana de la sexualidad. Muy al contrario, Harrison llama a responder con una “historia mejor” al tsunami de historias de la “ideología de la revolución sexual” en cine, televisión, educación y política. Esta respuesta cristiana, que debe ser generosa pero valiente, resultará inspiradora y cautivadora siempre que no se aparte de las convicciones profundamente bíblicas.

En un contexto hostil a la cosmovisión bíblica, especialmente en el área sexual, la posición cristiana es a menudo descrita como retrógrada o amenazante. Pero es justo en este contexto en el que “debemos levantarnos y hacernos ver”, dice Harrison, “si creemos de verdad que los que nos ha sido dado es vida para el mundo” (p.39).

El médico explica con estadísticas las devastadores consecuencias a las que ha llevado la revolución sexual de los 60 (momento fundacional sobre el que se construye el activismo LGTB actual). El fruto de esa revolución hoy en día son el divorcio y el individualismo (p.155), una “guerra a los más débiles”: los niños (p.167), y unas tasas de ansiedad e inestabilidad emocional más altas que nunca (p.185).

Los planteamientos de Harrison, pues, difieren mucho del enfoque de Luis Marián.

2. El autoanálisis y la reflexión en las iglesias ya se está dando

En sus artículos, Marián pinta un escenario más bien sombrío en el que los evangélicos nos hemos quedado enquistados en el pasado, perdidos en nuestros estereotipos.

Pero la realidad es que en los últimos 10 años, ha habido en España: conferencias, libros, comunicados de prensa, artículos de análisis y opinión (decenas de ellos sólo en Protestante Digital), talleres de formación, podcasts, etc. que han abordado las cuestiones LGTB y también la igualdad entre hombre y mujer, desde el punto de vista no sólo apologético, sino, quizás aún más importante, pastoral (es decir, del cuidado espiritual de la persona).

En la última década, han dado respuestas bíblicas a la homosexualidad y a la cuestión transgénero la Alianza Evangélica Española, la Alianza Evangélica Europea, GBU con conversaciones abiertas en la universidad, GBG en su encuentro anual, la FEREDE, el Seminario de Teología y Psicología Pastoral, los grupos profesionales de psicólogos, enfermeros, médicos y docentes evangélicos, ministerios especializados en la familia, denominaciones, iglesias locales y predicadores individuales.

¿Ha cambiado toda esta reflexión teórica la práctica de las iglesias? ¿Sabríamos recibir al joven que quiere saber más de Jesús pero aún ve como parte central de su identidad su estilo de vida ‘queer’? ¿Tendríamos respuestas sanas para un matrimonio homosexual que quiere traer su hijo adoptado a nuestra escuela dominical? Nos queda camino por recorrer para responder adecuadamente desde la Biblia a estas nuevas relaciones sociales, desde luego, pero no hay duda que toda la reflexión hecha en la última década tendrá un efecto visible.

3. Nunca el llamado de la iglesia fue el de unirse a las ideologías de ‘status quo’

Marián aduce que la Ideología de Género tal como es descrita por muchos evangélicos no existe, y que se ha hecho daño mezclando términos. Plantea también que las definiciones de entidades como las Naciones Unidas deberían ser el punto de partida para el debate.

Podríamos entrar en un debate legítimo sobre la ONU y su papel actual. Por un lado, los cristianos se identificarán con la promoción de los Derechos Humanos, fuertemente fundamentados sobre una cosmovisión protestante. Por otro lado, de la ONU nos chocará la promoción del aborto o la agenda transgénero que ha invadido los programas destinados originalmente a la mujer.

Sea como sea, la iglesia se ha encontrado a lo largo de la Historia siempre con el reto de encontrar su propia voz, más allá de las élites sociopolíticas. En este sentido, es lícito y necesario, analizar: qué cosmovisión tienen las organizaciones internacionales con poder, de qué autores beben sus planteamientos, qué grupos de interés las financian, y cómo se aplican sus influyentes programas de acción en el mundo.

Una adecuada comprensión de la separación entre iglesia y estado, por la que también aboga Marián en sus artículos, es justamente reconocer la capacidad de la iglesia de regirse según su conciencia libre ante la Palabra, y permitir que esta mantenga sus convicciones fundamentales pese a los cambios en el ‘status quo’.

¿Debemos deshacernos del concepto de Ideología de Género? Puede haber diferentes opiniones en el mundo evangélico, pero por seguir con el citado Glynn Harrison, la Ideología de Género existe y se fundamenta en “un nuevo gnosticismo” en el que “las personas actúan correctamente (es decir, auténticamente) cuando expresan libremente su verdadero yo interior”. La “ideología de género [es] un replanteamiento radical del sentido de las diferencias sexuales físicas. (…) Según este paradigma, ser plenamente humanos y progresar como individuos exige armonizar con nuestros sentimientos profundos, en lugar de seguir esas normas impuestas por agentes externos” (p.69).

La mayoría de sistemas educativos en Europa, actualmente, han pasado en los últimos años de la tradicional definición de hombre y mujer, a diferenciar entre: el sexo biológico (cuerpo con el que se nace), la identidad de género (identidad que siente la persona y que puede coincidir o no con el sexo biológico), el rol de género (rol social de hombre o mujer, el cual viene determinado por la sociedad) y la orientación sexual (hacia quién se siente atraída la persona).

Una mayoría de evangélicos se resisten a asumir acríticamente estas ideas. Tiene sentido, especialmente cuando un objetivo declarado de estos movimientos es “deconstruir” la visión de la sexualidad y el género humanos para poner fin a lo que llaman la “heteronormatividad”, e imaginar un nuevo ser humano “fluido”.

La Biblia, como defenderé más adelante, ofrece un cuadro totalmente distinto. Plantea su definición del humano desde su creación por parte de Dios como hombre y mujer, y presenta la unión heterosexual como la deseada. Esta definición no es algo de unos pocos versículos, sino un hilo conductor que va de tapa a tapa de las Escrituras.

4. ¿Podemos interpretar la Biblia de cualquier forma?

Dice Marián que “todos somos meros intérpretes falibles de Las Escrituras”, argumentando que la “respuesta cristiana no es uniforme” y que la “pluralidad [en la iglesia] es un tipo de riqueza que dignifica”. Los valores definitivos del amor, la libertad y el trato digno a otras personas deberían regir nuestro acercamiento cristiano. Este marco es suficiente para abordar el tema de la sexualidad en cada época, dice.

Aquí hay varios puntos a considerar. El primero, es que admitir que todos llevamos unas ‘gafas’ a la hora de leer la Biblia, no significa ni (a) que todo en la Biblia sea interpretable de varias formas, ni (b) que todas las interpretaciones tengan el mismo valor. La exégesis nos enseña que la Biblia se interpreta a sí misma. No podemos llegar a la conclusión de que un versículo concreto enseña “A”, si el contexto anterior y posterior, y el resto de las Escrituras nos enseñan “no A”.

Y sí, la teología protestante apuesta por un acercamiento libre y sin intermediarios a la Palabra de Dios. Pero justamente por ello, debemos vigilar extremadamente nuestras propias intenciones al acercarnos al texto bíblico. Es deshonesto saltarse las herramientas y estándares de estudio bíblico que aplicamos perfectamente en otros temas, cuando se trata de descifrar qué dice la Biblia sobre la sexualidad. Las interpretaciones en algunos círculos protestantes que creen ver la afirmación de relaciones homosexuales en las historias de Noemí y Rut o de David y Jonatán, son un ejemplo de estos juegos malabares no serios.

Marián también argumenta que al mantenernos en la tradición cristiana histórica de la sexualidad humana podríamos estar cayendo en el mismo error que los cristianos que el siglo XX aún defendían la segregación racial o, más atrás, las relaciones familiares poligámicas. Pero, ¿son prescriptivas las referencias de la Biblia a la esclavitud y la poligamia? ¿O son descripciones de realidades y sus consecuencias negativas en las personas? Estaremos de acuerdo en que se trata más bien de lo segundo. Otra cosa es que haya habido cristianos que han buscado en la Biblia argumentos para justificar su pecado.

Sin embargo, la visión de la sexualidad humana sí está planteada claramente en términos prescriptivos en todo el discurso bíblico. Es una doctrina establecida de Génesis a Apocalipsis, pasando por las palabras de Jesús, la enseñanza de los Apóstoles, que culmina con la imagen de los últimos tiempos de Cristo y su esposa (la iglesia) celebrando las bodas del cordero.

Una reinterpretación novedosa del plan de Dios para la sexualidad humana afectaría a los pilares de la cosmovisión cristiana y a los estándares consensuados de interpretación bíblica. Es por ello que mantener la unidad en la diversidad, como pide Marián, resulta muy complicado e incluso contraproducente, tal como veremos en el siguiente punto.

Quizás la solución más honesta a la tensión que se crea entre los evangélicos “conservadores” y la creciente minoría “liberal” sería que aquellos que ya no están de acuerdo con la interpretación histórica de la Biblia (en este y en otros temas esenciales del evangelio) sigan su propio camino.

5. La Europa protestante: ser evangélico es nadar contracorriente

Este poner las cartas sobre la mesa es precisamente lo que ha sucedido en Europa, donde “Evangélicos” (con mayúscula) y “evangélicos” (con minúscula) han admitido y visibilizado la distancia que les separa.

De hecho, las diferencias en la forma de comprender la Biblia entre las iglesias evangélicas independientes (en inglés, ‘free churches’, que en el contexto español serían 9 de cada 10) con las Iglesias Protestantes llamadas históricas (‘mainline’) es tan grande que las primeras hablan de las segundas abiertamente en términos de “apostasía”.

¿Es una acusación exagerada? Cito algunos ejemplos recientes.

En Alemania, este año las escuelas de la Iglesia Protestante histórica (la Iglesia Evangélica de Alemania, EKD) hacen campañas pro-LGTG entre su alumnado usando para ello las palabras de Jesús: “No tengáis miedo”.

En Suiza y en Austria la Iglesia Protestante ha dado luz verde a celebrar matrimonios homosexuales. También los metodistas británicos han votado cambiar su enseñanza sobre el matrimonio.

En Suecia, la iglesia protestante oficial aconseja evitar palabras como “Padre” o “Señor” en la liturgia de los cultos para ajustarse a un “lenguaje de género neutro” que sea “inclusivo”.

Al otro lado del charco, en Estados Unidos, acaba de renunciar un obispo de la Iglesia Anglicana nacional tras ser sancionado por “violar la disciplina de la iglesia”, la cual ahora exige casar matrimonios homosexuales. La Iglesia Luterana en ese país ha editado manuales LGTBQIA+ para formar a sus miembros en el “espectro SOGIE” y a familiarizarse con términos como “pansexual” o “genderqueer”, con el objetivo último de garantizar la plena inclusión porque, argumentan, “Dios nos ama exactamente tal como somos”.

Pero la presión social y de las iglesias protestantes históricas también ha forzado el debate entre las denominaciones evangélicas independientes. En Noruega, los bautistas están al borde del cisma por el tema LGTB. El debate está presente o es incipiente en todos los países de Europa occidental, incluida España.

En el fondo, la pregunta de cómo comprendemos la enseñanza de la Biblia en relación a los desafíos ideológicos del momento, es una cuestión de si confiamos o no en la autoridad de la Palabra de Dios sobre todo los aspectos de la vida. ¿Es la Biblia la que define nuestra doctrina o no? ¿O lo es, pero solo parcialmente?

Vistas las consecuencias, la definición cristiana que hagamos de la sexualidad humana tendrá unas connotaciones tremendamente importantes en cómo entendemos el evangelio en su totalidad.

6. El problema es más profundo: El mar en el que nada la Generación Z

Dice Marián que en el rechazo hacia las nuevas ideologías de género, “las emociones y el bagaje cultural cuentan mucho en cómo percibimos este asunto. En ocasiones más que los argumentos esgrimidos”.

Marián se está refiriendo a los puntos de vista que expresados a menudo por los cristianos. Sin embargo, ¿no es eso también el gran problema de la narrativa LGTB? Abundan las emociones y las historias personales (¡los “testimonios”!), pero no se encuentra una apelación a argumentos objetivos: médicos, estadísticos o de otro tipo. Los elementos más repetidos tienen una fuerte carga emocional: la búsqueda de la felicidad personal, la lucha por romper con los moldes, la solidaridad con el oprimido, la celebración de la diversidad, etc.

Antes era la cosmovisión de un grupo de presión minoritario (se les llamaba el ‘lobby gay’), ahora sus ideas son asumidas ampliamente por la sociedad. Es interesante observar el efecto péndulo en las generaciones más mayores, que en poco tiempo han pasado de considerar inaceptable la homosexualidad a consumir sin problemas la prensa del corazón que habla de famosos gais y sus planes de gestación subrogada. 

Es decir, no es una cuestión de “sensibilidades más tradicionales” versus pensamiento más moderno, como plantea Marián. Las ideologías LGTB ya no distinguen de edades. Ni de partidos políticos.

Un ejemplo es la bandera arcoíris. Antes, protagonizaba las marchas del Orgullo. Ahora también están en primera fila en el 8M, en las manifestaciones independentistas, en las marchas juveniles contra el cambio climático y en los actos por la paz.

En España, instituciones del estado como ayuntamientos o el servicio de Correos son usadas para celebrar el mes del Orgullo. Esa apropiación de los espacios públicos nos chocaba cuando comenzó a verse en los campus universitarios en los 2000. Ahora es la norma.

¿Por qué esta ansia por la hiperrepresentatividad? Porque la estrategia de las ideologías LGTB pasa por sostenerse sobre la autoridad moral de otras ideas y discursos que abogan por valores universales como la libertad, el progreso, la paz, la identidad personal o colectiva, y, en último extremo, el amor. De ahí que eslóganes como “Love wins” o “Love is love” sean tan generales como difíciles de rebatir.

Es en este contexto actual nadan los adolescentes, la actual Generación Z (los nacidos en el siglo XXI), también los que forman parte de las iglesias evangélicas.

Las reivindicaciones de las personas LGTB pidiendo respeto, tolerancia a las decisiones personales, e igualdad ante la ley, todo ello legítimo, han evolucionado en los últimos años a un discurso dominante que no permite los matices o la crítica. Esto se ve en la ira desatada en las redes sociales contra los “tránsfobos” o “TERFs”. O en los boicots a conferenciantes que disienten. Pero más preocupante es la autocensura de los ciudadanos en general, y de los cristianos en concreto, que simplemente callan atemorizados con tal de no ser descubiertos en planteamientos “retrógrados”.

Los evangélicos no vimos venir la ola, o no supimos prever su magnitud e influencia. Pero tenemos una urgente necesidad de abrir una conversación con nuestros adolescentes y todos aquellos nacidos en el siglo XXI. Quizás, al rascar un poco, descubramos que muchos de ellos nunca se han planteado una visión distinta a la que les es bombardeada en su entorno. Es urgente conversar con los miembros más jóvenes de nuestras iglesias sobre las narrativas que hay en su generación, y proponerles la bondad de las buenas noticias del evangelio, también en el área de la sexualidad.

Debemos ayudarles en el proceso de pensar por sí mismos y construir una cosmovisión bíblica sólida que sepa contrarrestar la maquinaria propagandística de los movimientos ideológicos dominantes. Es un ejercicio que no sólo servirá para abordar la cuestión de la sexualidad, sino también todas las otras esferas de la vida y la sociedad.

En un segundo artículo la semana que viene, trataré de demostrar cómo los ejercicios aparentemente inofensivos de cuestionar la Biblia pueden acabar mal, mencionaré algunas de las “sombras” de Islandia y otros países nórdicos aparentemente modélicos en cuestiones de género, y concluiré mi respuesta con un llamado a fortalecer nuestra confianza en la bondad y la belleza del evangelio.

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