El tsunami transgénero

Masculino, femenino, neutral o cualquier otra opción dentro de un rango de identidad no binario: la revolución ya ha llegado. Rob y Claire Smith explican los desafíos que se presentan ante la confusión de género en nuestra sociedad.

  · Traducido por Joana Morales

Solas Magazine, Evangelical Focus · 28 DE FEBRERO DE 2017 · 10:26

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En junio de 2014, un año antes de que Bruce/Caitlyn Jenner copara titulares en todo el mundo, la historia de portada de la revista Time decía que en EE.UU. se había alcanzado un “momento crítico del movimiento transgénero”. Aproximadamente al mismo tiempo, en Reino Unido, Facebook pasó de ofrecer sólo dos opciones de género a ofrecer más de 70 en un movimiento que es claramente indicativo de un “momento crítico”.

Sociológicamente hablando, un momento crítico se refiere a un momento concreto en el tiempo en el que una minoría consigue cambiar significativamente el modo de pensar de la mayoría, de modo que se invierten actitudes que se han mantenido durante mucho tiempo y un tema en particular comienza a moverse con fuerza en una dirección completamente nueva.

Esa actitud y dirección nuevas son, esencialmente, un enfoque nuevo del género sexual. El género ahora se considera diverso (con varias posibilidades dentro de un amplio espectro) y fluido (capaz de moverse en diferentes planos dentro de ese espectro). Y realmente es nuevo. Durante los últimos 40 años, la mayor parte del discurso sobre la homosexualidad se ha centrado en la diversidad y la fluidez de la orientación sexual, pero no en la diversidad y la fluidez del género en sí mismo. De hecho, las dos partes del “debate” acerca de las relaciones entre personas del mismo sexo tendían a ver el género como algo que era no sólo binario (es decir, varón o hembra) sino también como algo que era fijo (es decir, determinado por el sexo biológico o corporal de cada persona).

 

¿QUÉ ES EL TRANSGENERISMO?

Este nuevo enfoque, sin embargo, hace una distinción aguda entre el sexo y el género. El sexo aún se considera determinado biológicamente, pero el género ahora se considera una construcción social y, por lo tanto, algo que se adopta personalmente, ya sea consciente o inconscientemente. Esto significa que no hay correlación necesaria entre la identidad de género de una persona y su sexo biológico. Pueden ser iguales (lo que ahora se suele denominar “cisgénero”) o pueden ser distintos (transgénero). Por lo tanto, las personas transgénero son aquellas que declaran ser de un género distinto al de su sexo biológico o, tal y como prefieren decirlo los activistas trans, “del sexo que les asignaron al nacer”. La “disforia de género” es la última etiqueta de diagnóstico para el sufrimiento psicológico que se deriva de esta experiencia en la que existe una disonancia entre el sexo biológico de una persona y su identidad de género.1 Sin embargo, no todos los que se identifican como “transgénero” cumplirían los criterios de diagnóstico de la disforia de género.

Sin embargo, no debemos confundir el transgenerismo con las condiciones físicas excepcionales que se agrupan bajo la etiqueta de la “intersexualidad” (la “I” en las siglas LGBTIQ), entre las que hay varios grados de ambigüedad genital, hormonal, gonadal o cromosómica (esta última es más rara) en el sexo biológico de una persona. Éstas son variaciones físicas y en sí mismas no implican cuestiones de orientación sexual ni de identidad de género. Es decir, cuando hablamos de intersexualidad hablamos de una condición fisiológica con una base biológica clara, no de una condición psicológica sin base biológica aparente, como es el caso de la disforia de género.2

 

¿ESTAMOS LISTOS PARA ESTA REVOLUCIÓN?

En las últimas décadas la cuestión de la homosexualidad ha estado muy presente en las sociedades occidentales y en las denominaciones cristianas de todo el mundo. Pero lo que revela la respuesta entusiasta de los medios (y las redes sociales) a la transición de género de Jenner es que detrás de la revolución homosexual (sobre la que ya se ha escrito mucho) ha estado siempre presente la revolución transgénero (sobre la que se ha escrito mucho menos), y que ha estado cogiendo impulso de forma constante. Por lo tanto ahora es evidente que el movimiento hacia la unión entre personas del mismo sexo pertenece a un complejo de preguntas más amplio sobre el género, la identidad y la naturaleza de la sexualidad humana (recogidas a menudo en las siglas LGBTIQ) y a una “agenda de género” mucho más amplia que tiene como objetivo una radical y minuciosa revolución moral, social, psicológica y sexual.

La consecuencia de todo esto, como indican los progresos sociales, políticos y legislativos de todo el mundo, es que el transgenerismo es el próximo gran tema con el que van a tener que lidiar los cristianos a nivel teológico, moral, médico, legal y pastoral. Y sin embargo, debido que se ha visto eclipsado por el debate sobre la homosexualidad, le ha pillado por sorpresa a muchos miembros de nuestra sociedad (y sobre todo de nuestras iglesias). Pero la revolución ya ha llegado y está captando a los miembros más jóvenes y más vulnerables de nuestra sociedad. Por ejemplo, hay escuelas en Brighton y en Hove (Reino Unido) que están pidiendo a niños de tan solo 3 años que elijan con qué sexo se identifican más antes de comenzar la escuela, y exhortan a los padres a que apoyen la elección de su hijo.3

 

ENTENDER LA IDEOLOGÍA TRANSGÉNERO

En gran medida, la concienciación del fenómeno transgénero es una consecuencia de los avances médicos y quirúrgicos del siglo XX, que han hecho posible alterar el aspecto físico y las características sexuales de una persona de modo que se asemejen a los del género con el cual se identifica. De hecho, por lo que sabemos, no se intentó llevar a cabo ninguna cirugía de reasignación de sexo antes de los años 30. Sin embargo, a nivel ideológico, la revolución transgénero está ligada a la revolución feminista y la homosexual: si no hay correlación necesaria entre el sexo biológico y los roles vitales de cada género (feminismo), y si no hay correlación necesaria entre el sexo biológico y la orientación sexual de una persona (homosexualidad), entonces ¿por qué debe haber correlación necesaria entre el sexo biológico y la identidad de género?

Tampoco hay correlación necesaria entre la orientación sexual de una persona y su identidad de género. Son categorías separadas (y potencialmente variables). Como se ha explicado a menudo, la “orientación sexual” determina con quién quieres tener relaciones sexuales, mientras que la “identidad de género” determina cómo quieres tener relaciones sexuales. El fondo de este enfoque es que la biología no determina ni uno ni otro. Igual que puedes elegir con quién te acuestas, también puedes elegir lo que eres cuando te acuestas con esa persona. Todo es, en última instancia, una elección personal.

Lo que es más, una vez que desemparejemos la identidad de género y el sexo biológico (binario), somos libres de creer que hay muchos géneros (omnigénero), o quizás ninguno (agénero), y que la identidad de género es potencialmente, si no perpetuamente, fluida. El fin de tal comprensión es que, de hecho, no hay necesidad de que ninguna persona alinee su identidad de género con su sexo biológico.

 

LAS TENSIONES DE LA EXPERIENCIA TRANSGÉNERO

Sin embargo, de forma interesante y paradójica, no toda las personas transgénero se sienten cómodas con ese voluntarismo ni con una separación radical del sexo y el género. De hecho, al igual que ocurre en la comunidad homosexual, muchas personas dentro de la comunidad transgénero abogan por un determinismo tipo “nacimos así”.4 Creen que la disparidad que experimentan entre su sexo biológico y su identidad de género no es algo que han elegido sino algo que ha sido determinado por fuerzas más allá de su control y que, en vez de vivir con esa tensión, lo que querrían sería alinear ambos. Es decir, sienten que les han dado el cuerpo incorrecto y por lo tanto quieren cambiarlo.

Sin embargo, vale la pena observar que aproximadamente el 84% de los niños que experimentan problemas con su identidad de género resuelven esos problemas antes de llegar a la edad adulta. No obstante, ninguno de los adultos en los que persiste la disforia de género diría que ha elegido lo que para ellos es una experiencia profundamente angustiosa. En ese sentido, la mejor manera de considerar su condición es como una aflicción principalmente no moral. Aún así, es necesario hacer algún tipo de elección: en primer lugar, a nivel de creencia personal (por ejemplo, creo que soy una mujer real atrapada en el cuerpo de un hombre) y, en segundo lugar, en términos de cómo eliges tratar el problema percibido (por ejemplo, he decidido cambiar mi aspecto o mi cuerpo para alinearlo con mi creencia).

Aunque se sigue investigando la disforia de género a nivel médico y psicológico, aún estamos lejos de entender su causa o causas. Igual que con la atracción por personas del mismo sexo, parece ser multifactorial y específico de cada caso, con una mezcla de factores causales que varían de persona a persona. Lo que es común, contrariamente a la noción de la “plasticidad del género”, es el deseo de los que lo experimenten de alcanzar una cierta medida de alineación entre la mente y el cuerpo. Es decir, la mayor parte de los que experimentan disforia de género desean que su exterior refleje cómo se sienten en su interior.

Desde los años 80 ha habido una cambio en la práctica médica y la opinión pública y se ha dejado de considerar la experiencia de la disonancia entre el sexo biológico y la identidad de género como una enfermedad psiquiátrica o desorden del pensamiento. Ahora, el único problema es el sufrimiento causado por la disonancia en sí, y se ve simplemente como una “condición”. Lo que es más significativo, la manera preferida de tratar esta condición no se centra en tratar la salud mental y psicológica de la persona, sino en intentar cambiar su aspecto, sus hormonas y su anatomía. Es decir, en vez de intentar cambiar la mente para que encaje con el cuerpo, se cambia el cuerpo para que encaje con la mente.

La tragedia de este cambio en la diagnosis y el tratamiento es que el “cambio de sexo” es, de hecho, una imposibilidad biológica, mientras que el cambio psicológico no lo es. No se pueden reajustar los cromosomas ni se pueden construir quirúrgicamente órganos sexuales completamente funcionales. La percepción personal, sin embargo, se puede alterar (aunque a menudo con dificultad, y no siempre se consigue totalmente). Resumiendo, independientemente de cuál sea la mejor manera de clasificar la incongruencia de género, se debe tratar con psicoterapia, no con cirugía. Sin embargo, según Paul McHugh (distinguido profesor de Psiquiatría de la facultad de Medicina de la universidad Johns Hopkins), el meme “que usted sea hombre o mujer, niño o niña, es más una disposición o un sentimiento acerca de usted mismo que un hecho de la naturaleza” se ha impregnado tanto en nuestra cultura que, igual que las ropas nuevas del emperador, hay pocos que estén dispuestos a cuestionarlo.5

Pero, a pesar de su ubicuidad y popularidad, McHugh cree que el meme es “patógeno”, basado en un malentendido diagnóstico desastroso que está causando un gran daño. Y dice esto como anterior jefe de un departamento que estaba entre los primeros que ofrecían tratamientos de cambio de sexo (práctica que ahora ha abandonado). McHugh argumenta que los que promueven el cambio del sexo con tratamiento hormonal y cirugía de reasignación de sexo están colaborando con un desorden mental y fomentando la mutilación genital en vez de tratar la condición. No es sorprendente que la tasa de arrepentimiento del cambio de sexo sea preocupantemente alta (y poco difundida) y que, trágicamente, la experiencia de someterse a una “transición de género” parezca hacer poco para rebajar los altos índices de suicidio entre la comunidad transgénero (por encima del 40%). De hecho, un estudio sueco longitudinal publicado en 2011 descubrió que la tasa de intento de suicidio después de la reasignación de sexo era aproximadamente 20 veces superior.6

Lo que no debemos perder de vista en toda esta situación es que las personas que experimentan disforia de género necesitan nuestra compasión sentida y nuestra ayuda lúcida, al igual que sus familias, amigos y todo su sistema de apoyo. Lo que no necesitan es que animemos su pensamiento desordenado y les demos fuerza para que se inflijan a sí mismos un daño serio e irreversible. Pero si el veredicto de la revista Time sirve como barómetro del cambio social, entonces el movimiento cultural está con los que han aceptado el meme del transgénero.

Esto se ve cada vez más en Reino Unido. Por ejemplo, en mayo este año, el grupo de actividades bancarias Lloyds anunció su intención de ofrecer operaciones de cambio de sexo (con un coste superior a las 10.000£ por persona) a sus trabajadores transgénero como parte de sus beneficios médicos privados. La ministra de Igualdad, Nicky Morgan, felicitó a Lloyds por “ser pioneros en este camino” y declaró que “tenemos una obligación como sociedad de ayudar” a las personas a que “sean quienes son”.7

Estas iniciativas se hacen eco de las recomendaciones de una comisión parlamentaria creada recientemente (el comité de la Mujer y la Igualdad) que entregó a finales de 2015 su primer gran informe sobre la igualdad para personas transgénero.8 El informe exhorta a una revisión de la Ley de reconocimiento de género de 2004 para equipararla con el principio de la auto declaración de género. Invita además al gobierno a adoptar dos declaraciones de derechos internacionales9 que “establecen un marco global para la igualdad legal para personas transgénero, basado en el principio del derecho universal a que los individuos determinen su propia identidad de género y a que ésta sea respetada y reconocida”.

Quizás el desarrollo más preocupante sea que entre abril y diciembre de 2015 el servicio del desarrollo de la identidad de género de la seguridad social británica trató a 1013 niños (entre los que había niños de tan solo 3 años), con un coste de 2,7 millones de libras para los contribuyentes. En 2009-10 sólo se trató a 97 niños. Es decir, que el número de niños que declaran haber nacido en el cuerpo equivocado aumentó casi en un 1000% en cinco años. Aunque puede haber muchas razones para este incremento, seguramente una de ellas sea la presión social. Como sugiere Andrea Williams, CEO de Christian Concern (“Preocupación cristiana”), “muchos niños simplemente siguen a otros sin entender realmente las implicaciones de lo que hacen”.10

Para empeorar las cosas, ahora están administrando bloqueadores hormonales de pubertad a niños de 12 años e incluso menos. La tragedia aquí es que los niños a los que les dan bloqueadores acaban optando casi inevitablemente por la transición.11 Sin embargo, como ya hemos comentado, si se les dejara pasar la pubertad de manera natural, la gran mayoría (el 84%) resolvería su incongruencia.

Entonces, ¿cómo deben responder los cristianos? No es un momento para el silencio ni para la inacción, no si realmente amamos a nuestro prójimo. Debemos orar fervientemente y, en lo posible, agitar públicamente y presionar políticamente por un enfoque terapéutico más responsable y más coherente para el tratamiento de la disforia de género. Es posible que no seamos muy populares. Pero este es otro momento en el que, si vamos a ser fieles a Cristo, no debemos eludir nuestro llamado profético. Nuestra tarea, como le gustaba decir a Francis Schaeffer, es presentar la verdad con compasión pero sin comprometer la verdad.

Con este fin, necesitamos ahondar en nuestro aprecio por la enseñanza bíblica sobre la naturaleza básica, otorgada y binaria de la sexualidad humana, la manera en la que el sexo biológico determina la identidad y los papeles de género, y la bondad de ser hombres varones o hembras mujeres (Gen 1:26-28; 2:18-25). Es decir, no debemos separar lo que Dios ha unido. No estamos sugiriendo que las cosas nunca vayan mal. Está claro que a veces van mal, como reconoce Jesús (Mat 19:12). Por lo tanto necesitamos luchar con todas nuestras fuerzas contra el impacto del pecado sobre todos los aspectos de nuestra humanidad, incluyendo nuestra biología, psicología, sexualidad, autoestima y percepción de nosotros mismos, y recordar la necesidad que tenemos todos de ser redimidos y rehechos a imagen de nuestro Salvador, Cristo Jesús. Porque solamente en Cristo podemos hallar nuestra verdadera identidad y encontrar paz y contentamiento duraderos (2 Cor 5:17; Juan 16:33), aun cuando sigan presentes nuestras aflicciones en esta vida.

Además, como parte de nuestra renovación, también necesitamos aprender a vivir según la voluntad de Dios. Es en este punto donde las prohibiciones bíblicas contra “cambios en el género” (por ejemplo, Deut 22:5; 1 Cor 6:9; 11:3-15) revelan que, a pesar de naturaleza caída y rota, cada ser humano sigue siendo una unidad psicosomática. Por lo que cada hombre o mujer, niño o niña que haya sido redimido debe aprender a ver su cuerpo como templo del Espíritu Santo y a tratarlo como tal (1 Cor 6:19-20). Porque el propósito glorioso de Dios es levantar nuestros cuerpos con género, quitar todas las imperfecciones y prohibir toda enfermedad, disforia y decepción para siempre. Por lo tanto, no importa qué problemas de imagen tengamos con nuestro cuerpo ahora, la Biblia nos llama a estar “gozosos en la esperanza, pacientes en la tribulación, constantes en la oración” (Rom 12:12) y a que “alentéis a los de poco ánimo, a que deis apoyo a los débiles, y a que tengáis paciencia para con todos” (1 Tes 5:14).

Finalmente, en nuestra evangelización necesitamos asegurarnos de que lo temporal no eclipsa lo eterno. Porque, igual que pasa con todo el mundo, la necesidad más grande de los que experimentan disforia de género o se identifican como transgénero no reside en la resolución de sus problemas de identidad de género, o en revertir sus tentativas de transición (que puede no ser posible), sino en reconciliarse con Dios a través de Jesucristo y ser adoptados como sus hijos queridos. Como el resto de nosotros, los transgénero necesitan el evangelio por encima de todo lo demás; el poder salvífico y santificador de Dios, y la única esperanza para pecadores de todo tipo. Es más, a través del evangelio Dios ofrece paz verdadera y existencial. Una paz mejor que cualquier cosa que este mundo pueda proporcionar; una paz que no es solo para esta vida sino para la eternidad (Juan 14:27).

 

SOBRE LOS AUTORES

El reverendo Rob Smith es ministro anglicano y enseña teología y el ética en el Sydney Missionary & Bible College. Actualmente está estudiando un doctorado en teología del género.

La Dra. Claire Smith es erudita del Nuevo Testamento, da clases bíblicas para mujeres, y autora del libro God’s Good Design: What the Bible Really Says About Men and Women (El diseño bueno de Dios: qué dice la Biblia realmente sobre hombres y mujeres). Trabajó como enfermera, y una persona de su entorno cercano y querido es transgénero.

Publicación original en la revista Solas.

 

Notas

1 Según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, más reciente (DSM-5, editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría), el nombre de diagnóstico más apropiado es “disforia de género”, por los síntomas y comportamientos que intenta describir. Sin embargo supone un gran cambio con respecto al término anterior, “desorden de identidad de género”, que identificaba la disonancia en sí misma como “desorden”. Ahora lo único que parece ser un problema es el sufrimiento causado por la disonancia. Dicho de otro modo, el DSM-5 ha normalizado la disconformidad de género.

2 Esta es la razón por la que muchas personas de la comunidad intersexual no quieren que se les incluya en las siglas LGTBIQ, y por la que se ha criticado que el DSM-5 incluya la intersexualidad dentro de la categoría “disforia de género”. Dicho esto, algunas personas de condición intersexual pueden experimentar un profundo sufrimiento psicológico, sobre todo si no están de acuerdo con las decisiones médicas que otros tomaron por ellos cuando nacieron o durante su infancia.

3 http://www.brightonandhovenews.org/2016/04/19/brighton-and-hove-schools-ask-three-year-olds-what-gender-if-any-they-identify-with.

4 Hasta el día de hoy, y a pesar de las voces que afirman lo contrario, no parece haber contribuyentes biológicos o neurológicos a la disforia de género. Según las observaciones de Lawrence Mayer y Paul MChugh, “los estudios actuales sobre las asociaciones entre la estructura cerebral y la identidad transgénero son cortos, limitados metodológicamente, inconcluyentes y, en ocasiones, contradictorios” http://www.thenewatlantis.com/publications/number-50-fall-2016). Por supuesto, esto no significa que no se vayan a identificar dichos componentes en un futuro ni descarta otras formas de determinismo más “suaves” (por ejemplo, psicológico, familiar, social o ambiental). Lo que sugiere es que la reivindicación “nacidos así” es simplista en el mejor de los casos y que, en lo que se refiere a la disforia de género, lo adquirido juega un papel mayor que lo innato.

5 http://www.thepublicdiscourse.com/2015/06/15145. .

6 https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3043071

7 http://christiantimes.com/article/sex-reassignment-surgery-offered-to-employees-for-lloyds-banking-group-british-minister-lauds-controversial-move/56389.htm.

8 http://www.publications.parliament.uk/pa/cm201516/cmselect/cmwomeq/390/39002.htm

9 The ‘Yogyakarta Principles’ (2007) and Resolution 2048 of the Parliamentary Assembly of the Council of Europe (2015).

10 http://www.charismanews.com/world/55737-children-s-gender-confusion-treatments-sees-1-000-percent-uptick

11 http://www.transgénerotrend.com/uk-treatment-dilemmas-puberty-suppression-seminar

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