Lucia, la de ojos color cielo

No puede salir de las cuatro paredes de la habitación, pero su espíritu es libre: sus oraciones y testimonio han transformado vidas.

Verónica Rossato

GANGI (ITALIA) · 01 DE AGOSTO DE 2017 · 17:07

Lucia Peppe, en la silla de ruedas que le acompaña desde siempre. / V.Rossato,
Lucia Peppe, en la silla de ruedas que le acompaña desde siempre. / V.Rossato

Cualquiera sea la dirección que tomes, tendrás que subir o bajar por una callecita angosta que a veces se convierte en escalera de piedras, con macetas de flores multicolores a los lados. O plantas aromáticas, como en la Via degli Odori. Muchas calles desembocan en un claro o plaza seca, frente a una iglesia. Así es el centro histórico de Gangi, pequeño pueblo en lo alto de un monte en el corazón de Sicilia. Sólo 7.500 habitantes y veintidós iglesias católicas, más una catedral y un convento franciscano. En las plazas y miradores que dan al valle, a toda hora del día se reúnen a conversar hombres mayores, algunos con boinas en sus cabezas, todos con mucho tiempo libre.

En una de estas callejuelas vive Lucia Peppe, una mujer de ojos celestes y sonrisa fácil. Tiene 52 años y siempre estuvo en silla de ruedas. Aunque padecía hidrocefalia, llegó a adulta y no pudo volver a salir de su casa porque nadie puede cargarla por esas calles-escaleras. Su vida transcurre en una habitación por cuya ventana solo puede ver un muro de piedra a escasos metros.

Hasta aquí la historia es sombría, pero lo que me contaron de ella al llegar a Gangi hizo que quisiera conocerla y abrazarla. “Podemos ir mañana”, dijo mi amiga Pía Bevacqua, nacida en Argentina y ciudadana italiana por el derecho de sangre: su padre emigró de Sicilia a Sudamérica hace muchos años. El destino de Pía, su esposo Iván Arrieta y sus cuatro hijos, se une a la historia de Lucía de una manera sobrenatural.

 

Lucia, en su casa en Gangi.

VUELA, ESPÍRITU LIBRE

Lucia conoció a Jesús cuando su hermano -que vive en Suiza- regresó un verano y le presentó el mensaje del evangelio. Dios obró en ella, sanó su hidrocefalia y la llenó de gozo. También le dio una misión: orar por cada persona que llega a su casa. Lucia no sale de las cuatro paredes de la habitación con vista a un muro de piedra, pero su espíritu es libre. Ella canta alabanzas y ora.

Hace casi diez años, il comune (municipalidad o alcaldía) asignó dos mujeres para la tarea de asistirla a diario. Lucia siempre las recibió con una sonrisa, escuchando música cristiana. “Cuando terminábamos la tarea, Lucia leía un pasaje de la Biblia y oraba. Yo le decía: Va bene. Era mi trabajo, no podía hacer otra cosa”, comenzó a relatar Pía esa tarde en que quise conocer a Lucía y abrazarla. En aquel entonces, Pía y su familia habían ido a vivir a Gangi después de permanecer poco tiempo en otros países de Europa. Estaban buscando su lugar en el mundo.

Pasado un tiempo, los Arrieta decidieron regresar a Argentina. “Se lo comuniqué a Lucía. Ella oró por el viaje y pidió al Señor que pudiéramos conocerlo en nuestro país”, continuó diciendo Pía. Lo que sigue es sencillamente hermoso: Dios escuchó la oración de Lucía.

 

EL REGRESO

En Córdoba (Argentina), Pía e Iván se convirtieron a Cristo. Tiempo después Dios los guió a retornar a Gangi, vivir allí y dar testimonio de su fe a sus habitantes presos en tradiciones y religiosidad. Resulta especialmente curiosa una de las estrategias que ha encontrado la pareja para relacionarse y bendecir a sus vecinos: en un terreno comunal destinado a pequeños huertos, ellos cultivan y regalan lo que cosechan: habas, cebollas, ajos, lechuga, puerro, espinacas, apio, hinojo y diversas aromáticas.

 

Ivan Arrieta y Pia Bevacqua.

Gangi es un pueblo de agricultores, por lo tanto sus habitantes valoran el fruto de la tierra, fresco, natural, libre de químicos. “Hay personas que por diversas causas ya no tienen tierra para cultivar, o son muy mayores para hacerlo”, me explicó Iván el día que los ayudé a cosechar habas.

Aquella fue una hermosa vivencia, nunca había llenado mis manos de habas perfumadas. Pero, sin duda, acompañar a Pía en una de sus frecuentes visitas a Lucia y su mamá ha sido una experiencia inolvidable. Juntas cantamos alabanzas y oramos. Un pedacito de cielo en las montañas gangitanas.

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