Los artículos de Marburgo

Aunque estaban de acuerdo en mucho, discrepaban principalmente en la doctrina de la Cena del Señor.

26 DE OCTUBRE DE 2019 · 20:55

Los reformadores debatiendo en Marburgo. Xilografía anónima de 1557. / Wikimedia Commons,
Los reformadores debatiendo en Marburgo. Xilografía anónima de 1557. / Wikimedia Commons

1. Introducción

Según la fecha tradicional, la Reforma protestante comenzó en al año 1517, aunque realmente Lutero no fue excomulgado hasta 1520, lo que provocó la ruptura definitiva entre él y la Iglesia católica (romana). Su “protesta” fue una chispa que encendió un fuego por toda Alemania y el resto de Europa (y más allá). Sin embargo, por varios motivos —teológicos, sociológicos, políticos, etc.— no fue un movimiento unido, y en poco tiempo surgieron dos bandos distintos: los del norte de Alemania seguían a los líderes de Wittenberg (Lutero, Melanchthon, etc.) y los de Suiza y del sur de Alemania seguían a los de Zürich y Basel (Zuinglio, Ecolampadio, etc.). Aunque estaban de acuerdo en mucho, discrepaban principalmente en la doctrina de la Cena del Señor: los seguidores de Lutero creían que Jesucristo estaba presente corporalmente en el pan y el vino (la consubstanciación), mientras que los de Zuinglio creían que no, sino que el verdadero propósito de la Cena era el de recordarnos de él. 

Por tanto, del 1 al 4 de octubre 1529, se reunieron en Marburgo, Alemania los líderes de ambos bandos, para intentar llegar a un acuerdo sobre la Cena del Señor y así unirse. Este fue el primer —y último— “concilio ecuménico protestante”. Aunque llegaron a un acuerdo sobre catorce de los quince temas, no podían llegar a un acuerdo sobre la decimoquinta doctrina sobre la Cena del Señor. Al año siguiente, 1530, tres grupos de “protestantes” escribieron tres confesiones de fe distintas, formalizando así las divisiones que ya existían: Lutero y sus seguidores escribieron la Confesión de Augsburgo, Zuinglio y los suyos la Fidei Ratioy Bucero y los suyos la Confesión tetrapolitana.

 

2. Texto

Hace 490 años que este texto fue escrito en alemán, pero nunca ha sido traducido al español. El texto alemán viene de la colección Weimarer Ausgabe 30:161-170. Aunque soy responsable de la traducción, me gustaría agradecer a José Hutter y Benjamín Marx por revisar el texto y ofrecer varias correcciones. El alemán antiguo es difícil de interpretar en algunos lugares, así que se debe entender la presente traducción como un borrador, y algo que espero que motive a otros expertos a mejorar.

 

3. Traducción al español

Los siguientes artículos fueron escritos por los abajo mencionados, y comparados[1] en Marburgo, el 03 octubre, 1529.

De la santa Trinidad.

Primero, que los dos bandos creemos y mantenemos juntos[2], que solo existe un solo Dios verdadero y natural, Creador de todas las criaturas, y que el mismo Dios es simple en ser y naturaleza, y trino en personas, a saber, Padre, Hijo y Espíritu Santo; como se decidió en el Concilio niceno, y como se canta y lee en el Símbolo niceno por toda la Iglesia cristiana por el mundo.

Del Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo.

También, creemos que, ni el Padre ni el Espíritu Santo, sino el Hijo del Dios Padre —verdaderamente Dios por naturaleza— se hizo hombre a través de la obra del Espíritu Santo, sin la semilla del hombre; nacido de la pura virgen María, corporalmente completo —con cuerpo y alma— como cualquier otro hombre, pero sin ningún pecado.

Del sufrimiento de Cristo.

Tercero, que el mismo Hijo de Dios y de María, la indivisible persona Jesucristo, por nosotros fue crucificado, muerto y enterrado, resucitó de los muertos, ascendió al cielo; está sentando a la diestra de Dios, Señor sobre todas las criaturas, para juzgar a los vivos y muertos en el futuro.

Del pecado original.

Cuarto, creemos que el pecado original nace en nosotros y lo heredamos de Adán, y este es el pecado que condena a todos; y si Jesucristo no hubiera venido para ayudarnos con su muerte y vida, así habríamos tenido que morir eternamente por ello, y no habríamos podido entrar en el Reino de Dios y la gloria.

De la fe.

Quinto, creemos que hemos sido redimidos de este pecado y de todos los otros pecados, junto con la muerte eterna, si creemos en este Hijo de Dios, Jesucristo, que murió por nosotros. Y salvo esta fe, ninguna obra, status u orden [monástico] podrá salvar de un solo pecado.

Del mérito de las obras.

Sexto, que esta fe es un don de Dios, que no podemos conseguir con ninguna obra o mérito previa, ni podemos hacerla por nosotros mismos, sino que el Espíritu Santo la da y crea —donde quiera— en nuestros corazones, si escuchamos al Evangelio o a la palabra de Cristo.

De la justificación cristiana.

Séptimo, que esta fe es nuestra justicia delante de Dios, por la que Dios nos justifica, estima y considera como piadosos y santos sin ninguna obra o mérito, y así nos salva del pecado, de la muerte y del infierno; por su gracia nos recibe y hace santos por el mérito de su Hijo, en quien también creemos, y así por la justicia de su Hijo, disfrutamos de la vida y de toda cosa buena, y participamos en ellas; por tanto toda vida y voto monástica, con respecto a su utilidad para la justicia, es totalmente condenado.

De la palabra externa.

Octavo, que el Espíritu Santo, propiamente dicho, no da a nadie esta fe o su don sin una predicación previa, o la palabra hablada, o el Evangelio de Cristo, sino que obra y crea la fe a través de y con esta palabra hablada, dónde y cómo quiera; Rom 10.

Del bautismo.

Noveno, que el santo bautismo es un sacramento que es establecido por Dios para esta fe; y debido al mandamiento de Dios: «Id, bautizad», y la promesa incluida por Dios: «Quien creyera», no es solamente un símbolo o señal vacía entre los cristianos, sino un símbolo y obra de Dios, en el que se fomenta nuestra fe, a través del cual nacemos de nuevo a la vida.

De las buenas obras.

Décimo, que esta fe, por la obra posterior del Espíritu Santo, una vez considerados justos y santos y que llegamos a serlo, produce buenas obras a través de nosotros, a saber, el amor hacia el prójimo, orar a Dios y sufrir todo tipo de persecución.

De la confesión.

Undécimo, que la confesión o el buscar consejo con el pastor o prójimo se debe hacer de manera no forzada y libremente, pero es útil para los afligidos, rebatidos o cargados de pecados, o los que han caído en el error con su conciencia, sobre todo por el bien de la absolución o del consuelo del Evangelio, que es la verdadera absolución.

Del magistrado.

Duodécimo, que todo magistrado, ley terrenal, tribunal u ordenanza, dondequiera que estén, son instituciones justas y buenas, y no están prohibidos, como enseñan y mantienen algunos papistas y anabaptistas, sino que un cristiano, sea llamado a ello o nacido en lo mismo, bien puede ser salvo a través de fe en Cristo, al igual que en su función como padre y madre, marido y mujer.

Del orden humano.

Decimotercero, lo que se llama tradición, un orden humano en asuntos espirituales o eclesiásticos, donde no pugna manifiestamente contra la palabra de Dios,[3] uno puede mantenerla o dejarla libremente, mientras que evitemos toda ofensa innecesaria contra la gente con quien nos asociamos, y sirva para el amor a los débiles y la paz común. También que la enseñanza que prohíbe el matrimonio de los sacerdotes es una enseñanza del diablo.

Del bautismo de los niños.

Decimocuarto, que el bautismo de los niños es correcto, y por ello son llevados a la gracia de Dios y al cristianismo.

Del sacramento del cuerpo y sangre de Cristo.

Decimoquinto, todos creemos y mantenemos con respecto a la cena de nuestro amado Señor Jesucristo, que se deben usar ambas formas según la institución de Cristo; también que la misa no es una obra con la que uno puede conseguir gracia por otro, sea muerto o vivo; también que el sacramento del altar es un sacramento del verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo y la participación espiritual del mismo cuerpo y sangre es especialmente necesaria para cada cristiano; del mismo modo, que el uso del sacramento como la palabra de Dios todopoderoso ha sido dado y ordenado para que los de conciencias débiles se muevan a la fe a través del Espíritu Santo; y aunque en este momento no hemos llegado a un acuerdo con respecto a si el verdadero cuerpo y sangre de Cristo está físicamente en el pan y el vino, sin embargo cada bando debe demostrar el amor cristiano hacia el otro —en la medida en que la conciencia lo permita— y los dos bandos debe rogar asiduamente a Dios todopoderoso que nos confiera en la correcta opinión a través de su Espíritu, Amen.

Martín Lutero.

Justus Jonas.

Felipe Melanchthon.

Andrés Osiander.

Johannes Brenzius.

Steffanus Agricola.

Juan Ecolampadio.

Ulrico Zuinglio.

Martín Bucero.

 

Fuente: WA 30:161-1704[4]

Traducido por Andrés Messmer

Revisado por José Hutter y Benjamín Marx

Comparado con Robert Kolb y James Nestingen, Sources and Contexts of The Book of Concord(Minneapolis, MN: Fortress Press, 2001), 88-92.

Para los interesados en el alemán original, se puede acceder aquí.

 

Notas

1 Otra traducción posible: “suscritos”.

2 Otra traducción posible: “en concordia”.

3 Otra traducción posible: “donde no pubna contra la palabra clara de Dios”.

4 Texto D (imprimido por D. Brenner), con variantes de K (colación por Köhler) y Z (edición de Zürich). Las variantes no incluyen las de ortografía, deletreo, puntuación.

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