Alcalá de Henares, caldo de cultivo

En las aulas complutenses comenzarían a surgir diferentes sensibilidades, que en su nacimiento estuvieron entrelazadas unas con otras y daban más de un quebradero de cabeza a la Inquisición.

16 DE JUNIO DE 2019 · 11:00

Vista aérea del rectorado de la Universidad de Alcalá de Henares. / Wikimedia Commons,
Vista aérea del rectorado de la Universidad de Alcalá de Henares. / Wikimedia Commons

Con la fundación en 1499 en Alcalá de Henares de la Universidad Complutense, se creaba en España un excelente caldo de cultivo de donde saldrían muy diferentes sensibilidades. Éstas darían lugar a posturas que se nos antojan tan distantes como puedan ser el protestantismo o el jesuitismo. Y todo ello, partiendo de unas mismas circunstancias académicas y sociales. Que nuestros protestantes españoles del XVI compartieran aula con Ignacio de Loyola, no deja de ser cuanto menos, desconcertante.

Pero la creación de la Universidad Cisneriana no fue más que el gran hito en el camino de su fundador, el Cardenal Cisneros. Con media Europa desentumeciéndose de la larga Edad Media, y en pleno proceso de creación de los Estados modernos, el humanismo sería una pieza clave para impulsar el abandono de la caduca escolástica, y la apertura racional a los nuevos modelos de pensamiento libre. Y de estos cambios la Iglesia no iba a quedar ajena, siendo el propio Erasmo quien promulgaba una reforma gradual y pacífica, de ruptura de la rigidez institucional con pleno rechazo a la corrupción clerical, apuntando hacia la formación y erudición del clero y del propio pueblo. 

En España, Cisneros haría lo propio en sintonía con el espíritu reformador (que no reformado), pero con las peculiaridades propias de esta tierra. En los sínodos de Alcalá de 1487 y 1498 propondría una reforma en la conducta indecorosa e ignorante del clero, ahondando en la necesidad de su formación en aspectos que pudieran parecer elementales, como la teología o lenguas bíblicas como el hebreo o el griego. Esta reforma del clero sería extensible al pueblo, especialmente en al apartado formativo. Dio Cisneros importancia a las lenguas vernáculas, así como al estudio crítico de la Biblia y la Historia de la Iglesia. Pero si una herencia nos deja esta época es la Biblia Políglota Complutense. En sus páginas se puede leer simultáneamente las versiones griega y vulgata Latina y en hebreo, lo que facilitaba enormemente el trabajo de los estudiosos.

César Vidal describe así este contexto:

“Cisneros había abierto las puertas a una vivencia espiritual integradora en la que lo importante no era la ascendencia genealógica sino el deseo sincero de conocer las Escrituras y vivir de acuerdo a ellas. Precisamente en ese contexto prendería la Reforma Española propiamente dicha”

El resultado inmediato de estas nuevas circunstancias sería no solo un aumento de la cultura académica, sino en la propia gente del pueblo, que comenzaría décadas antes que por ejemplo, los anabaptistas suizos, a reunirse en casas para estudiar sencilla y libremente los textos del Nuevo Testamento.

De este caldo de cultivo generado en las aulas complutenses comenzarían a surgir diferentes sensibilidades, que en su nacimiento estuvieron entrelazadas unas con otras y daban más de un quebradero de cabeza a la Inquisición, que vio como proliferaban doctrinas que no sabían bien cómo calificar. Alumbrados que calificaban de protestantes, protestantes que se les escapaban, procesados que resultaron ser posteriormente santos…

Si tuviéramos que clasificar los grupos derivados del paso por las aulas de esas Universidad de sus integrantes, podríamos diferenciar a protestantes, a católicos fervientes, y a un gran cajón de sastre que llamaremos alumbrados.

En el primer grupo, los protestantes, podemos encontrarnos a Juan de Valdés, Juan Gil (Dr. Egidio), Francisco de Vargas, Agustín, Juan y Pedro de Cazalla, o Constantino De la Fuente.

Del lado alumbrado, destacan Juan De la Cruz (místico), Antonio de Nebrija (humanista, gramática), García Matamoros (retórica, humanista), Fco. Vallés Covarrubias (médico de Felipe II), Arias Montano (hebraísta, teólogo), Juan de Ávila (asceta), o incluso a Lope de Vega (literato).

Queda por último reseñar a una serie de personajes, creadores de la orden clerical-militar: los Jesuitas. Los del actual Papa y que en temporadas estuvieron expulsados de la Iglesia Católica. Ignacio de Loyola, Alonso Deza, Juan de Mariana, o  Diego Laínez. Desde el fundador hasta alguno de sus generales.

Aunque no todos coincidieron de manera simultánea en las aulas de Alcalá, es innegable la relación de esta Universidad con los movimientos sociales, religiosos y políticos que sacudirían España durante el siglo XVI. Imagínense los talleres del impresor Miguel de Eguía en Alcalá de Henares imprimiendo el Enchidrión de manera simultánea a obras de sus detractores. Sin duda una muestra del espacio de debate en el que se había convertido la ciudad, y que no tardaría la Inquisición en homogeneizar con su rodillo, poniendo bajo su lupa al propio Eguía.

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