La apologética de Pablo

Es cierto que en el mundo existen poderosas obras de fortificación que intentan oponer resistencia al avance del reino de Dios, pero serán demolidas finalmente por unas armas espirituales superiores.

09 DE JUNIO DE 2019 · 08:00

Pablo predicando en Atenas, cuadro de Rafael. / Wikimedia Commons,
Pablo predicando en Atenas, cuadro de Rafael. / Wikimedia Commons

La palabra "apologética" deriva del vocablo griego apología, que significa "en defensa de". El término era legal y se usaba para definir los argumentos que presentaba la parte acusada en su defensa ante un tribunal jurídico. Tal como se indicó, dentro del contexto cristiano significa "defensa de la fe cristiana". La palabra apología es usada en la Biblia en varios pasajes, tales como Hechos 22:1, 25:16; 1 Corintios 9:3; 2 Corintios 7:11; Filipenses 1: 7,16; 2 Timoteo 4:16; 1 Pedro 3:15. Ahora bien, ¿cuál es el papel de la apologética dentro de la Iglesia cristiana? ¿Debe prepararse cada cristiano para presentar defensa de la fe que profesa? 

Algunos sostienen que la Iglesia sólo debe predicar el Evangelio de Jesucristo. No hay duda de que la misión de la Iglesia es predicar el Evangelio, como tampoco debe de haber duda en cuanto a que la misión sólo puede llevarse a cabo con cristianos preparados. El Maestro envió a los suyos a hacer discípulos en todas las naciones, pero antes pasó tres años con ellos enseñándoles. Durante el transcurso de la misión evangelizadora, los cristianos encontrarán muchas personas que presentarán objeciones contra el mensaje de Cristo. Muchas de estas criaturas son sinceras en sus planteamientos, pero quizás nadie se ha tomado el tiempo suficiente para contestar sus preguntas o dudas de manera adecuada. Es posible que, precisamente por ello, aun no hayan tomado una decisión personal por Jesucristo.

En el libro de Hechos (17:2-4) se relata cómo Pablo discutió, en la sinagoga de Tesalónica, con sus compatriotas escépticos a la fe cristiana durante tres sábados consecutivos y cómo les exponía las Escrituras y razonaba a partir de ellas. A raíz de esto, muchos se convirtieron. También, en su epístola a los Colosenses (4:5-6) escribe: Andad sabiamente para con los demás, redimiendo el tiempo. Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis como debéis responder a cada uno. Tanto Pablo como Pedro, argumentaban desde el Antiguo Testamento (de la misma forma que lo hacía Jesús) para presentar una defensa razonada de que el rabino galileo era en realidad el Mesías. Esto era hacer apologética. 

Numerosos padres de la Iglesia, además de otros grandes cristianos a través de la historia se destacaron como notables apologistas, entre ellos: Justino Mártir, Ireneo, Clemente, Tertuliano, Orígenes, Agustín, Tomás Aquino, etc. Y, entre los reformadores, Martin Lutero, Juan Calvino, Ulrico Zuinglio, John Knox, Felipe Melanchthon y otros muchos hasta la época moderna. La Palabra de Dios no sólo insta a predicar el Evangelio sino también a presentar defensa. Pero evangelizar sin tener respuestas a las objeciones cada vez más sutiles y antagónicas de un mundo en rebelión, es como ir a la batalla totalmente desarmado. 

De la misma manera, la apologética es necesaria para contrarrestar la infiltración de doctrinas falsas dentro del cuerpo de Cristo y así conservar la pureza del Evangelio. Esto se observa en el capítulo 15 del libro de Hechos, donde se da una intensa polémica en el Concilio de Jerusalén. También en Gálatas capítulo 2, vemos a Pablo enfrentarse a Pedro vigorosamente. Judas, escribiendo acerca de los falsos maestros, nos insta en el versículo 3 a contender ardientemente por la fe. Todo esto indica que la apologética no es solamente una opción, un pasatiempo o algo que satisface la naturaleza combativa de algunos individuos, sino un elemento fundamental de la Palabra de Dios y un mandamiento para todo cristiano. No es un sustituto de la fe ni tampoco toma el lugar del Evangelio, sino que es el compañero idóneo que debe ir de la mano de todo esfuerzo evangelístico. 

Por supuesto, la labor apologética no reemplaza al Espíritu Santo sino que es más bien un instrumento en sus manos. Y, por tanto, el método cristiano de expandir la Palabra de Dios debe ser éste: estar firmes en la verdad y anunciarla de la manera más inteligente, persuasiva y clara que sea posible y, al mismo tiempo, hacerlo con mansedumbre y reverencia, confiados en que toda victoria será siempre del Señor. Tal como dice el libro de Proverbios: El caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el que da la victoria (Pr. 21:31). 

Pablo, el gran apóstol de los gentiles, practicó durante su ministerio dos clases de apologética. Una que se podría llamar “apologética interna”, dirigida a sus adversarios creyentes dentro de la propia Iglesia y otra “apologética externa” que iba destinada a los paganos y otros grupos que no pertenecían al cristianismo. En este texto de su segunda epístola a los corintios (10:5) se refiere a la primera.

 

Ejemplo de apologética interna (2 Co. 10:5)

Algunos creyentes corintios habían acusado a Pablo de ser bastante atrevido cuando no estaba delante de ellos y de callarse o acobardarse cuando estaba ante su presencia. Murmuraban que, desde lejos, escribía cosas que no se atrevía a decirles en la cara. El apóstol les responde que ruega a Dios que no se le ponga en situación de tratarlos personalmente, como él sabe que es muy capaz de hacer, y que nunca suele escribir nada por carta que no pueda mantener también en persona.

Pablo presenta la labor misionera de los apóstoles como si fuera una campaña militar de conquista y considera que la predicación del Evangelio es como un combate. A Timoteo le manda que milite la buena milicia (1 Ti. 1:18). Es cierto que en el mundo existen poderosas obras de fortificación que intentan oponer resistencia al avance del reino de Dios, pero serán demolidas finalmente por unas armas espirituales superiores, cuya fuerza devastadora deriva únicamente del Señor de los señores. Los fortines que se alzan para estorbar el avance victorioso de los combatientes de Dios, están cimentados en sofismas, en verdades aparentes o medias verdades, que tienen vigencia en este mundo y que los enemigos del apóstol manejan como armas arrojadizas, pero, en realidad, no son otra cosa que un rechazo del conocimiento de Dios y de la verdad clara del Evangelio.

Todos esos estorbos serán derribados, dice Pablo. Cualquier pensamiento o ideología que, alimentándose de unos supuestos erróneos meramente terrenos, sólo alcance a entender la sabiduría de este mundo, revelará su impotencia y finalmente deberá someterse a Cristo. El apóstol considera que las inteligencias humanas quedan esclavizadas cuando se niegan a aceptar la luz natural que Dios les ha dado. ¿Sigue ocurriendo esto mismo hoy? ¿Se están introduciendo argumentos y sofismas humanos, es decir, “sabiduría de este mundo”, en la Iglesia de Jesucristo? ¿Acaso la idolatría del bienestar que caracteriza nuestras sociedades actuales está forjando creyentes de fe cómoda, blanda, “light”, hecha a la medida de cada uno? ¿Se ha elaborado una imagen de Dios deformada? ¿Un Dios poco exigente, creado a imagen del hombre de hoy, que nunca pide y siempre está dispuesto a conceder favores? El auge del sentimiento frente al declive de la razón que se experimenta en la actualidad, ¿ha calado también en las congregaciones cristianas?

Si hace cuatro o cinco décadas, la fe tuvo que revestirse con la armadura del conocimiento apologético para defender las verdades cristianas ante los racionalismos naturalistas, ¿se está asistiendo en la actualidad a cierto auge de la emocionalidad y la fe anti-intelectualista? ¿No estaremos los cristianos del siglo XXI cayendo también en los mismos errores de aquellos creyentes corintios que criticaban al apóstol Pablo? ¿Desconfiamos de nuestros pastores? Hoy, muchos cristianos parecen confiar más en psicólogos, pedagogos y médicos que en los consejos bíblicos de sus pastores o líderes religiosos. ¿Es nuestra fe así, recelosa, escéptica y desconfiada hacia quienes nos ministran en el nombre del Señor? No es que en algunos casos no puedan existir motivos reales para tal desconfianza. Pero lo cierto es que, después de dos milenios, la apologética interna continúa siendo tan necesaria como en la antigüedad.

 

Ejemplo de apologética externa (Ro. 1:18-27)

Pablo describe la reacción de Dios ante el pecado, sirviéndose de una imagen antropomórfica del Antiguo Testamento (la ira de Dios). No se trata de un odio maligno ni de un capricho por celos, sino de la reacción decidida del Dios vivo ante el quebrantamiento de las relaciones de la alianza con Israel (Ez 5:13; Os. 5:10; Is. 9:8-12) o ante la opresión de su pueblo por las naciones rivales (Is. 10:5-ss.; Jer 50:11-17; Ez 36:5-6). Pablo quiere decir que, en ese día, en el día de Yahvé, ni los paganos sin Dios, ni los israelitas impíos escaparán de la ira divina. Dios ha hecho el mundo de tal manera que, si quebrantamos sus leyes, sufrimos las consecuencias. Ahora bien, si estuviéramos solamente a merced de este inexorable orden moral, no podríamos esperar más que muerte y destrucción. En esta realidad, el alma que peca tiene que morir.

No obstante, ante este dilema de la humanidad, llega el amor de Dios, y en un acto de misericordia infinita rescata al ser humano de las consecuencias de su pecado y le salva, tratándolo como a hijo heredero, no como a esclavo. Pablo insiste en que el hombre no puede alegar ignorancia de Dios. Puede entrever cómo es el creador por medio de su obra. Se puede conocer bastante a una persona por lo que ha hecho en la vida, e igualmente a Dios por su creación. Tertuliano, el gran teólogo de la Iglesia primitiva, escribió:

No fue la pluma de Moisés la que inició el conocimiento del Creador… La inmensa mayoría de la humanidad, aunque no haya conocido nada de Moisés… conocen al Dios de Moisés. La naturaleza es el maestro, y el alma, el discípulo. Una florecilla junto a la valla, y no digo del jardín; una ostra del mar, y no digo una perla; una pluma de algún ave, que no tiene que ser la del pavo real, ¿os dirán acaso que el Creador es mezquino? Si te ofrezco una rosa, no te burlarás de su Creador.[1]

Pues bien, el argumento de Pablo sigue siendo totalmente válido hoy, a pesar del evolucionismo materialista. El ser humano que contempla el mundo creado y reflexiona sobre él, puede percibir el diseño que hay detrás y, por tanto, la omnipotencia y la divinidad de su Hacedor. Pero en ese mundo caído, el sufrimiento es una consecuencia inevitable del pecado. Si se quebrantan las leyes de la agricultura, no habrá buenas cosechas; si no se respetan las normas de la arquitectura, las casas se caerán; si se alteran las reglas de la salud, aparecerán las enfermedades. Lo que Pablo estaba diciendo es: ¡Mirad el mundo y veréis cómo está construido! ¡Haciendo esto podréis aprender mucho acerca de cómo es Dios! De manera que el ser humano no tiene disculpas para no creer. Su escepticismo es consecuencia directa de su negación voluntaria y obstinada a la fe.

¿Existe algún parecido entre el mundo pagano que describe Pablo y el de la sociedad occidental contemporánea? ¿Se niega hoy también la realidad de Dios? ¿Se rechaza su diseño sabio de la naturaleza? ¿Existe idolatría? ¿Hay depravación moral? ¿Cuáles son en la actualidad las fortalezas o fortificaciones que se levantan contra el conocimiento de Dios? Cualquier cosa que se oponga a Dios y a sus propósitos es una fortaleza enemiga que se debe enfrentar mediante argumentos apologéticos sólidos. De manera que la apologética, tanto la interna como la externa, siguen siendo hoy tan necesarias como siempre lo fueron.

Por esto, la cristiandad debe ser consciente de la tremenda responsabilidad que tiene de defender la “verdadera fe salvadora” y también, de cuidar y mantener su necesaria separación de las falsas ideologías y comportamientos del mundo. Tal como dice Pablo a Tito (2:11-15):

Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres. Enseñándoos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa, y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada, y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla y exhorta, y reprende con toda autoridad. Nadie te desprecie.

Notas

[1] Citado en Barclay, W. 2008, Comentario al Nuevo Testamento, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 562.

 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - ConCiencia - La apologética de Pablo