¡Cristo viene!

Este acontecimiento tiene una base moral que habrá de revelar la justicia, y se resiste a explicaciones noticiosas y a localismos.

17 DE MARZO DE 2019 · 11:00

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La frase “Cristo viene” ha pasado a ser una expresión en desuso, ya no se proclama esta verdad como usualmente se hacía en otros tiempos. Hoy se percibe como si estuviera fuera de contexto porque sus mismos pregoneros se encargaron de empujarla por los rumbos del olvido.

¿Por qué se desgastó esta esperanzadora frase hasta casi desaparecer? Se desgastó porque la usaron en exceso impulsada por el sensacionalismo, la comercialización religiosa y el miedo. Mal usamos estas dos palabras. Más que para anunciar la esperanza gloriosa que vislumbramos en el futuro, con frecuencia, las empleamos como elemento para provocar miedo y terror. Una frase de liberación y esperanza la hicimos resonar como si todo su contenido fuera solo de destrucción, exterminio y espanto.

Unas décadas atrás hubo un empeño obsesivo en establecer y precisar el retorno del Señor Jesucristo a la tierra. Las imprecisiones, las fallas, las interpretaciones bíblicas inapropiadas, el afán de notoriedad, el sensacionalismo y la espectacularidad con que se ha anunciado la proximidad del retorno de nuestro Señor Jesucristo, le han restado credibilidad e interés al tema.  

Profetas del desastre y del derrumbe cósmico final se esforzaron en hacer creer que la historia marchaba de forma inminente hacia una hecatombe abismal, mientras omitían la proclamación de la esperanza, el establecimiento de la justicia y la paz, la transformación definitiva y radical que el Señor hace y hará para reconciliar todas las cosas y para que la vida que tenemos se exprese en toda su plenitud cuando se cierren las cortinas de la historia.

Se quiso hacer ver que toda la vida y la historia caminaban a un inevitable cataclismo y toda nuestra existencia solo debía limitarse a la espera de ese final catastrófico y terrible, al cual nos abocábamos al compás de la cuenta regresiva que, reloj en mano, anunciaban unos predicadores que aseguraban que “todas las profecías están cumplidas”. El acontecer mundial, momento tras momento, era seguido con agudo interés por profetas y analistas, quienes se creían llamados para descontar los días que nos aproximan a este gran acontecimiento.

Así se buscaba organizar los acontecimientos históricos tratando de establecer con cierta de precisión el momento en que este planeta llegaría a su final. Estos predicadores, muy populares, por cierto, habían circunscrito el cierre de la historia a sus precisiones y cálculos, y pretendido poner todas las piezas que definían el devenir de los tiempos en un orden tan exacto que la única y final alternativa posible era que Cristo apareciera de repente para concluirlo todo.

Al proclamar que Cristo viene, lo habitual era relacionar esto con algún hallazgo vinculado a algún acontecimiento mundial de gran impacto.

Se interpretaban los acontecimientos políticos, económicos, sociales y religiosos y, sobre todo, los conflictos bélicos, desde una perspectiva bíblica, muchas veces forzada, buscando sacarle la partida profética y sensacionalista a los mismos. Algunos políticos sobresalientes fueron identificados en algún momento con el Anticristo. Todo movimiento económico global de impacto fue identificado como el sistema definitivo en que iba a imponer su efímero reinado este personaje siniestro por venir.

La llamada Guerra Fría entre el bloque soviético, encabezado por Rusia, y naciones de Occidente, encabezadas por Estados Unidos, motivó el surgimiento de una literatura apocalíptica que fue seguida con notoria avidez en las más diversas esferas evangélicas. Surgió con todo esto una producción editorial escatológica con mucha carga ideológica que colocó la oferta de sus publicaciones en un mercado religioso que consumía libros de factura profética con gran interés y pasión. 

Abundaron los predicadores y profetas, escritores de imaginación enardecida y exaltada que querían que todo acabará por su palabra. Ponían fechas y plazos, hacían cálculos “infalibles”. Decretaban inminencias y asumían talantes que parecían controlar el reloj de Dios y toda la historia.

Los cálculos proféticos de estos predicadores daban la impresión que la revelación de todo este enigma estaba en sus palabras. Su pretenciosa matemática profética la marcaban con números y cálculos tan supuestamente precisos que casi los llevaría anunciar con su propia voz el inicio del retorno del Señor. Olvidaron el texto que dice: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre” (Mateo 24:36). 

Aunque el retorno de Cristo es ciertísimo e inevitable, quienes se convirtieron en especialistas en predecirlo, hicieron de la frase “Cristo viene” una expresión gastada, manida, sin un referente pensable y válido que indujera a despertar un sentimiento de esperanza. Este uso ideologizado y fanáticamente religioso hizo que la frase “Cristo viene” comenzara a parecer para algunos fuera de lugar y caduca, cuando en su esencia es una frase de expectativa bienhechora y dichosa, de saludo alentador, de celebración y espera gloriosa. 

El desgaste de esta expresión fue resultado de una interpretación precipitada, asociada a un evangelio de terror y espanto en el que se hacía poco énfasis en la inauguración de una vida y un mundo nuevo. Era una apreciación forzada de la revelación para asociarla a eventos catastróficos, a regímenes ateos y comunistas, para así buscar decisiones y conversiones urgidas por la desesperación y el miedo, no por la esperanza y el amor.

Sin embargo, “Cristo viene” es una frase que debe regresar y acompañar con énfasis la proclamación cristiana. Pero debe volver sin terror, sin especulación, sin la carga de manipulación ideológica y miedo con que se usó en otros tiempos. Sabemos que su advenimiento implica el juicio universal a todas las cosas y también su pedido de cuentas sobre un ser humano que es moral, pero todo no se resume en un cierre fatídico y calamitoso, todo no es muerte y desolación. También el anuncio de su retorno tenemos que acompañarlo de vida y esperanza, porque nuestro Señor al fin de la historia hará nuevas todas las cosas.

El retorno de Cristo a la tierra es un hecho ineludible porque está previsto conforme a su propósito y sobre todo al carácter santo y justo de Dios. El retorno de Jesucristo a la tierra implica la realidad de la reconciliación con Dios, a través de Jesucristo, de todas las cosas. 

El advenimiento de Cristo es una consecuencia derivada del carácter Santo de Dios. “Cristo viene” es una frase de un sentido ético que gravita en todo el cosmos. Es un anuncio de esperanza y de juicio que tiene serias implicaciones para todos, más allá de nuestras interpretaciones y cálculos. La crisis del profetismo estriba en querer escapar de la historia para refugiarse en un futuro cataclismático donde todo acaba, pero que hace poco énfasis en las palabras del Señor que anuncian: “He aquí yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5). 

El retorno de Cristo pone de manifiesto el triunfo de los valores supremos de la vida: la justicia, la paz, el bien; contrapuesto con la derrota del mal, la muerte y Satanás. El retorno de Cristo es un acontecimiento escatológico, ético y moral que nos concierne a todos. Así como al principio la relación de Dios con el hombre tiene un punto de partida ético-moral, basada en el carácter santo de Dios; al final, esta relación conserva ese mismo carácter en el que salen a relucir la santidad y la justicia de Dios, y también su amor para la humanidad expresado en Jesucristo su Hijo.

Cristo viene porque si el inicio de la historia es la expresión del carácter santo de Dios, el cierre del telón que pone fin a la historia es sobre la base de ese mismo carácter. Cristo viene porque su juicio es la expresión suprema de su justicia y Jesucristo es la expresión suprema de su amor, y nosotros, quienes hemos creído en su nombre, somos el galardón final que muestra la recuperación plena de lo que él vino a buscar, que es todo lo que se había perdido.

Este acontecimiento tiene una base moral que habrá de revelar la justicia, y se resiste a explicaciones noticiosas y a localismos. Será el mismo Dios imponiendo su propio Juicio. Podemos afirmar que Cristo viene y lo hará a su tiempo y sin demora.

El mensaje de la esperanza escatológica tiene que resurgir con énfasis en nuestros cantos y sermones, en nuestros saludos, en nuestras celebraciones y cultos. Aunque vivimos en un mundo decadente y en crisis, este no es el final, como dice Jurgen Moltman, el final es Dios.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Para vivir la fe - ¡Cristo viene!