El severo amor de Dios

Que Dios es amor no debe llevarnos a pensar que este amor es una blandura indulgente, divorciado de toda consideración moral.

21 DE OCTUBRE DE 2018 · 11:00

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Se ha dicho y escrito mucho acerca del “amor” de Dios. Se le ha descrito como “incondicional”, “perdonador”, “redentor”, “indulgente”, etcétera. Pero un énfasis desmedido en los aspectos positivos del amor de Dios, sin tener en cuenta aquellos que, al menos desde la perspectiva humana, parecieran más duros o “negativos” hace que nos quedemos solo con media verdad acerca de este atributo divino. Y cuando esta “media verdad” se convierte en el todo acerca del amor de Dios, entonces, se ha convertido “ipso facto” en una terrible mentira. Por esta razón, quisiera en el día de hoy hablar brevemente acerca de otro de los aspectos más minusvalorados y olvidados sobre el amor de Dios, tratando de contribuir, si esto es posible, a poner la balanza sobre nuestra concepción de este atributo divino en equilibrio, es decir, en consonancia con el testimonio bíblico.

Que “Dios es amor” (1 Juan 4:8, 16) significa que su amor se expresa en todo lo que Él dice y hace. Pero esta verdad no debe llevarnos a pensar, como a menudo sucede en nuestro tiempo, que el amor de Dios es una blandura indulgente, divorciado de toda consideración moral. Debemos tener cuidado de no confundir las modernas, románticas y sentimentales ideas del amor de esta sociedad contemporánea con el amor de Dios.

No hablamos de cualquier “amor”. Hablamos del “amor santo” de un Dios Santo (Isaías 6:3; Apocalipsis 4:8). Es su amor lo que le lleva a amar la justicia (Salmos 11:7) y, por ende, a aborrecer la iniquidad y el pecado (Deuteronomio 25:16; Salmos 5:5; Habacuc 1:13; Hebreos 1:9). Por su amor santo es que Dios quiere que sus hijos vivan en santidad (1 Tesalonicenses 4:3) y, precisamente por su amor santo, nadie verá al Señor si en esta vida no ha buscado la santidad (Hebreos 12:14). Por su amor santo es que el Dios revelado en las Sagradas Letras no es el “dios políticamente correcto” que desearía esta sociedad; un dios que pasa por alto el pecado y la injusticia del individuo, acogiendo a todos por igual. ¡Todo lo contrario!

Por su amor es que: “El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo… para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad…” (Hebreos 12:6-11). Sin duda, su amor es todo lo contrario a un amor blando y tolerante que permite al pecador sentirse cómodo con su pecado. Su amor ciertamente es un refugio para pecadores sinceramente arrepentidos (Salmos 147:3), que dan frutos dignos de arrepentimiento (Mateo 3:8); pero nunca será un refugio para aquellos que pecan deliberadamente, pues precisamente porque su amor santo es santo y ama la justicia, la Escritura enseña que “de ningún modo tendrá por inocente al culpable” (Números 14:18; Nahúm 1:3).

Pensar en el amor de Dios debe ser un auténtico bálsamo y refugio para los que sinceramente buscan la santidad; sin embargo, para todos los que viven cómodos con su pecado, el amor de Dios nunca constituirá un refugio, sino el principal motivo de su divino juicio contra el pecado.

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