¿‘Cristianos’ o ‘iglesia de Jesucristo’? (3)
Los recién convertidos comenzaron a desprenderse de los bienes materiales que tenían. Lo que era imposible para los hombres, no lo fue para Dios.
22 DE SEPTIEMBRE DE 2018 · 21:20
Venimos analizando en esta serie el enfoque teológico del Documento fechado en marzo pasado por el Movimiento de Lausana (01). El tema del mismo es la cuestión del nominalismo cristiano y su influencia, tanto en el plano individual como en el colectivo, en la vida y misión de los creyentes en el Señor Jesucristo. Dijimos que hay doce características de la iglesia fundada en el Hijo de Dios, que es construida por Jesucristo, como lo informa el médico Lucas (02).
En este décimo artículo de la serie veremos las tres características que numeramos del 6 al 8; y que definimos como ‘paradigmas de cambio’. Dicho de otra manera, cómo el ‘retener egoístamente’ cambia por el ‘compartir solidariamente’; el ‘yo tengo lo que es mío’ cambia por el ‘todos tenemos lo que es nuestro’; y el ‘nada me falta’ cambia por el ‘nada nos falta’. ¿Me acompañáis para verlo más de cerca?
6. Perseveraban en desprenderse de los bienes materiales
Situémonos en la cultura imperante hace dos milenios con centro en Jerusalén. Había una marcada religiosidad con base en el Decálogo de la ley mosaica, impuesta a través de los 613 ‘mandatos de la Torá’ (03) aplicados rigurosamente por los líderes judíos. A la luz de ese rígido legalismo, los ricos eran los ‘bendecidos’ por Dios, y los pobres los ‘maldecidos’. Los pocos que tenían muchos bienes generaban envidia y admiración en los muchos que los carecían.
Jesús, en su corto ministerio terrenal advirtió a quienes le seguían:
“Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.” (04)
A los que de buena gana escuchaban les alentó a invertir sus energías, en primer lugar, para proveer a la satisfacción de sus necesidades espirituales básicas:
“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre.” (05)
Les alentó a buscar en primer lugar aquello que perdura en el tiempo, no lo perecedero:
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (06)
Tales enseñanzas causaron muchas contradicciones entre sus contemporáneos. Sus propios discípulos estaban confundidos; esto quedó demostrado tras oír el diálogo del rico y Jesús, a quien el Maestro le recomendó desprenderse de todo lo que tenía y repartirlo entre los pobres:
“Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.” (07) Jesús sabía el efecto que causaría este incidente entre sus discípulos, por eso les dice:
“¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” (08)
Esta declaración iba contra la cultura imperante. El anuncio de la llegada del Reino de Dios colisionaba con la enseñanza rabínica. Tanto, que Jesús debe repetirla:
”Los discípulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a decirles: Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Ellos se asombraban aun más, diciendo entre sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Entonces Jesús, mirándolos, dijo: Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios.” (09)
Con el nacimiento de la primera comunidad identificada como ‘iglesia’ los apóstoles enseñaban lo mismo que recibieron de Jesús. Los recién convertidos comenzaron a desprenderse de los bienes materiales que tenían. Lo que era imposible para los hombres, no lo fue para Dios.
7. Perseveraban en tener todas las cosas en común
En el artículo de esta serie “¿’Cristianos’ o ‘comunidad de Jesucristo’?” (10) mencionamos las pretensiones de los que ven en Jesús al creador del socialismo, al primer comunista, o incluso al mentor del capitalismo.
La palabra ‘comunidad’ describe a los que tienen ‘comunión’ unos con otros; trata de quienes practican una unidad en común que resulta de la revelación divina. Estos primeros creyentes oyeron la doctrina apostólica y actuaron en el espíritu del Hijo de Dios brindándose unos a otros con lo que tenía cada uno. Nadie puede arrogarse autoridad alguna para definir esta ‘comunión’ como militancia ideológica o política. El Evangelio crea una nueva manera de asociarse, basada no ya en el egoísmo de tener, sino en la solidaridad de compartir (11). El apóstol Juan seguramente fue uno de los que transmitió a los que “el Señor añadía cada día a la iglesia” (12) lo aprendido junto a su amado Maestro. Esas enseñanzas las pondría por escrito en sus cartas muchos años después. No habían cambiado en nada; por el contrario, mantenían la frescura de quienes habían compartido tres años con Jesús. Juan resalta allí la importancia básica de la comunión fraternal, como reflejo terrenal de la comunión celestial:
“(…) lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.” (13)
Frente a las ideologías helenísticas difundidas ampliamente en su tiempo Juan advierte sobre el peligro de decir una cosa y hacer otra; y muestra la íntima relación existente entre creer y obrar en la vida de la comunidad, y el poder limpiador de la sangre de Cristo:
“Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” (14)
El propio Jesús había enseñado que su verdadera familia es la de los que hacen la voluntad del Padre. Poco después afirmaría que
“donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (15) La comunión fraternal que disfruta la iglesia resulta de la oración de Jesús a su Padre:
“ (…) para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, {estás} en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que los amaste tal como me has amado a mí (…) Yo les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos.” (16)
Quienes tienen a Cristo, tienen al Padre; estos son los que tienen todas las cosas en común, puesto que Jesucristo “es el todo, y en todos.” (17)
8. Perseveraban en cubrir las necesidades de cada uno
Los miembros de la iglesia recién nacida eran seres de carne y hueso. Llegaba gente nueva cada día y había que atenderla. Pronto debieron organizarse designando diáconos frente a cada tarea a cumplir dentro de la misión, con el fin de que nadie careciese de nada (18).
Hay muchas iglesias en la actualidad que pareciesen no tener este problema. Sus miembros solo se ven el día domingo, y tal vez en otros días de reuniones. La mayoría conoce poco de cada familia de la congregación; desconocen las necesidades que pueden estar pasando; aunque se pida oración y se ore por enfermos, adictos, falta de trabajo, carencia de un techo o de documentos, u otras cuestiones. La tendencia de cada familia es ser autosuficiente. En la familia de fe los miembros tienen en común a Jesucristo y al Padre. Pero no es común ver que haya quienes se desprendan de sus bienes materiales para beneficiar a otros; no se educa para tener todas las cosas en común. Lo más ‘exitoso’ – según la gran cantidad de vídeos que se suben a las redes sociales – se ve en congregaciones que piden se ofrende dinero. Sus líderes ostentan un alto nivel de vida y multitudes van detrás de ellos.
Es que los tiempos cambian – explican, convencidos – nada es como era en el siglo I. Y es cierto, la realidad impuesta por el sistema mundano del materialismo monetarista, obliga a consumir. Tan regulada está la economía a niveles local, regional, nacional e internacional, que quien renuncie al sistema deberá ir contra corriente. Le será muy difícil sobrevivir.
El sistema de acumulación de riqueza, controlado por un pequeño número de multimillonarios, no tiene nada en común con el Evangelio de Jesucristo. Es más, lo detesta. Porque el cristiano verdadero - el que no lo es solo de nombre, ‘nominal’ - va en sentido opuesto al sistema del mundo. La iglesia de Jesucristo no está en la corriente del mundo; va en sentido contrario.
Es así que nacen organizaciones no gubernamentales (ONG) que hacen tareas solidarias que deberían hacer todas las iglesias que se precien de seguir fielmente a Cristo. Así como Jesús se ocupó de las necesidades de cada ser humano que le rogaba su favor, la naciente iglesia cubría las necesidades de cada uno. Preguntémonos entonces:
¿Tiene la iglesia a la que pertenezco estas tres características analizadas?
Si la respuesta suena a justificación de ‘por qué no’, revisémosla a la luz de las Escrituras. Si es afirmativa, agradezcamos a Dios por estar en línea con Su iglesia. Y, en cualquier caso, no dejemos de rogar porque haya un regreso a la fuente de la sabiduría que es nuestro Dios. Insistamos siempre en estudiar más Su palabra y orar sin cesar.
El Señor nos ayude a obrar no como ‘cristianos nominales’, sino como iglesia de Jesucristo.
¡El mundo nos necesita!
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Notas
01.http://protestantedigital.com/magacin/45133/%E2%80%98Cristianos%E2%80%99_o_%E2%80%98hijos_de_Dios%E2%80%99
02. Hechos 2:41-47.
03. Éxodo 20:1-17. Ver artículo rabínico al respecto: http://www.mscperu.org/biblia/TradicionJudia/613mandatos.htm
04. Lucas 12:15.
05. Juan 6:27.
06. Mateo 6:33.
07. Marcos 10:22.
08. Ibíd. 23b.
09. Ibíd. 24-27.
10. artículohttp://protestantedigital.com/magacin/45423/Cristianos_o_comunidad_de_Jesucristo
11. Hechos 2:42.
12. Ibíd. 47.
13. 1ª Juan 1:3.
14. Ibíd 6,7.
15. Mateo 12:48-50; Lucas 8:21; Mateo 18:20; leer con Marcos 9:37; Lucas 24:32; Juan 6:53, 56; 14:20-23; 15:4,5,7.
16. Juan 17:22-26.
17. Colosenses 3:11.
18. Hechos 4:32-37; 6:1-7.
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