¿Había pastoras en la Iglesia primitiva? La evidencia histórica (2)

El propósito de este artículo es exponer la evidencia histórica conocida en contra de pastoras en la Iglesia primitiva.

27 DE AGOSTO DE 2017 · 05:55

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Introducción

En un artículo previo, expuse toda la evidencia histórica conocida a favor de pastoras en la Iglesia primitiva. El propósito de este artículo es exponer la evidencia histórica conocida en contra de dicha postura.

A distinción del artículo previo, no hace falta dividir la evidencia en grupos de menos y más probabilidad porque la evidencia habla por sí misma y es fácil de interpretar.

Como los textos son tan numerosos, no habrá espacio para comentario, así que sólo puedo dirigir a los lectores a unas de las mejores fuentes que proporciona los textos con comentario: Roger Gryson, Le ministére des femmes dans l’Église ancienne (El ministerio de la mujer en la Iglesia primitiva; trad. EN: The Ministry of Women in the Early Church). Abajo he incluido todos los textos pertinentes de su libro más otros que he encontrado en mi investigación.1

La evidencia histórica en contra de las pastoras en la Iglesia primitiva

Aquí los lectores pueden encontrar la evidencia histórica más importante en contra de las pastoras. Se presenta la evidencia en orden cronológico.

Tertuliano (Cartago, s. II-III): Vírgenes veladas 9: “No se le permite a una mujer hablar en la iglesia; pero tampoco (se le permite) enseñar, ni bautizar, ni ofrecer (la Eucaristía), ni adjudicarse parte alguna en cualquier función masculina, ni hablar ya (de cualquier) oficio sacerdotal.” Sobre el bautismo 17: “Porque ¡qué tan creíble sería que él (Pablo), quien no le ha permitido a la mujer si quiera aprender con impertinencia, le diera a una mujer el poder de enseñar y bautizar! ‘Permanezca en silencio,’ dice, ‘y en casa pregunten a sus maridos.’”2

Orígenes (Palestina, s. III): Hom. Is. 6.3: “Y estas viudas que son dignas de ser honradas en la Iglesia son las que le lavan los pies a los santos por medio de la instrucción espiritual (es decir, enseñando lo que es bueno)—y por santos no me refiero a hombres, sino a mujeres. Pues ‘no permito a la mujer enseñar ni ejercer ninguna autoridad sobre el hombre.’ Él quiere que las mujeres ‘enseñen lo que es bueno’ en el sentido de que deben inculcar la castidad a las ‘mujeres jóvenes’, no a los hombres jóvenes, pues no le corresponde a una mujer ser maestra de varones; sino que deben instruir a las mujeres jóvenes en la castidad y en el amor por sus maridos y por sus hijos.” Frag. 1 Cor. 74: “Aunque todos hablan y se les permite hablar cuando se les concede una revelación, ‘las mujeres,’ dice él, ‘deben permanecer en silencio en las iglesias.’ En ninguna manera cumplen este mandato aquellos discípulos de mujeres, que escogen como maestra a Priscila y a Maximila, y no a Cristo, el Esposo de la Novia. Pero seamos honestos y enfrentémonos a los argumentos que ellos consideran convincentes. Ellos dicen que Felipe el evangelista tenía cuatro hijas y que las cuatro profetizaban. Si ellas lo hacían, ¿qué tiene de raro, preguntan, que nuestras profetisas—pues así las llaman—también profeticen? Resolvamos, pues, esta dificultad. Primero, dado que vosotros decís: ‘Nuestras mujeres profetizaron,’ identificad en ellas las señales de la profecía. En segundo lugar, si las mujeres de Felipe profetizaron, por lo menos ellas no hablaron en las asambleas; pues no encontramos este suceso en los Hechos de los Apóstoles. Y mucho menos en el Antiguo Testamento. Se dice que Débora era profetisa. María, la hermana de Aarón, con el tamboril en la mano, dirigió el coro de las mujeres. No hay evidencia de que Débora diera discursos al pueblo, como hicieron Jeremías e Isaías. Hulda, quien fue profetisa, no habló al pueblo, sino sólo a un hombre, quien le consultó en su casa. El Evangelio mismo menciona a una profetisa, Ana, la hija de Fanuel, de la tribu de Aser; pero ella no habló en público. Incluso si se le concediera a una mujer que profetizase y que evidenciase la señal de la profecía, no se le permite que hable en una asamblea. Cuando María, la profetisa, habló, estaba liderando un coro de mujeres: Pues ‘es indecoroso que una mujer eleve su voz en las reuniones,’ y: ‘No permito a una mujer que enseñe’ y mucho menos ‘que le diga a un hombre qué debe hacer.’ Aunque los textos que acabo de mencionar dicen de manera categórica que una mujer no tiene derecho a dirigir a un mujer en palabra, probaré esta postura con otro texto. ‘Ruega a las ancianas que se comporten como se requiere de mujeres santas, enseñando lo que es bueno, a fin de instruir a las mujeres jóvenes en sabiduría,’ y no simplemente ‘dejadlas que enseñen.’ Ciertamente, las mujeres deberían también ‘enseñar lo que es bueno,’ pero los hombres no deberían sentarse y escuchar a una mujer, como si no hubiera hombres con la capacidad para comunicar la palabra de Dios. ‘Y si tuvieran alguna pregunta, pregunten a sus maridos en casa: no procede que una mujer eleve su voz en las reuniones.’ Me da la impresión de que esta expresión ‘sus maridos’ no sólo se refiere a sus esposos; pues si ese fuera el caso las vírgenes podrían hablar en la asamblea, o no tendrían a nadie para enseñarlas, y lo mismo ocurriría con las viudas. ¿Por ‘maridos’ no podría querer decir también hermano, o pariente, o hijo? En resumen, que la mujer aprenda del hombre que sea de su familia, tomando ‘hombre’ en sentido general como lo contrario a ‘mujer.’ ‘Pues es indecoroso que una mujer hable en la asamblea,’ no importa lo que ella diga, incluso si dice cosas admirables, o cosas piadosas, eso no tiene importancia, pues proceden de la boca de una mujer. ‘Una mujer en la asamblea’: claramente se denuncia este abuso como indecoroso—un abuso por el cual la asamblea entera es responsable.”

Didascalia Apostolorum (Siria, s. III): 3.6: “Por lo tanto no está bien ni es necesario que las mujeres sean maestras, y especialmente en lo referente al nombre de Cristo y la redención por medio de Su pasión. Pues no estáis puestas para eso, o mujeres, y especialmente las viudas, que enseñéis, sino que oréis y roguéis al Señor Dios. Pues él, el Señor Dios, Jesucristo nuestro Maestro, nos envió a los doce Apóstoles para instruir al Pueblo de los Gentiles; y había entre nosotros mujeres que eran discípulos, María Magdalena y María la mujer de Santiago y de la otra María; pero no las envió a ellas para instruir al pueblo con nosotros. Pues si se requiriese que las mujeres enseñasen, nuestro Maestro mismo habría mandado que estas enseñasen juntamente con nosotros.” 3.9: “Que una mujer bautizase, o que uno fuera bautizado por una mujer, no lo aconsejamos, pues es una transgresión del mandamiento, y un tremendo peligro para aquella que bautiza y para aquel que es bautizado. Pues si fuera lícito ser bautizado por una mujer, nuestro Señor y Maestro mismo habría sido bautizado por su madre María, y sin embargo fue bautizado por Juan, como el resto del pueblo. Por lo tanto no corráis el riesgo, hermanos y hermanas, de actuar al margen de la ley del Evangelio.”

Cirpriano de Cartago (s. III): Tratado 12 (libro III, §46): “46. Que una mujer debe permanecer en silencio en la iglesia. En la primera carta de Pablo a los corintios: ‘deben permanecer en silencio en las iglesias. Pero si tuvieran alguna pregunta, pregunten a sus maridos en casa.’ También a Timoteo: ‘La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Pero no permito a la mujer enseñar ni ejercer ninguna autoridad sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer fue engañada.’”

Eusebio de Cesarea (Cesarea, s. IV): De los numerosos presbíteros y obispos enumerados en la Historia Eclesiástica de Eusebio, nunca se menciona a ninguna mujer (HE 3.1-4, 13-15, 21-22, 34-36; 4.1, 4-5, 10-11, 19-22; 5.5-6, 9, 12, 22, 25, 28; 6.8, 10-11, 21, 23, 26-27, 29-30, 35, 39, 46; passim).

Constituciones Apostólicas (Syria, s. IV): 3.6: “No permitimos a nuestras ‘mujeres que enseñen en la Iglesia,’ sino sólo que oren y escuchen a aquellos que enseñan; pues nuestro Maestro y Señor, Jesús mismo, cuando nos envió a los doce a hacer discípulos de los pueblos y naciones, en ningún momento envió a mujeres a predicar, y no es que no hubiera. Pues estaban entre nosotros la madre de nuestro Señor y sus hermanas; también María Magdalena, y María la madre de Santiago, y Marta y María las hermanas de Lázaro; Salomé y otras cuantas. Pues si hubiera sido necesario que las mujeres enseñasen, él mismo habría sido el primero en mandarles que instruyesen al pueblo junto con nosotros. Pues si ‘el hombre es la cabeza de la mujer,’ y él fue originalmente ordenado para el sacerdocio, no es justo abolir el orden de la creación y dejar que la parte principal se traslade al otro extremo del cuerpo.” 3.9 (cf. 3.12): “Ahora, con respecto al bautismo por mujeres, os informamos que no es pequeño el peligro a aquellos que lo hacen. Por lo tanto no os aconsejamos a hacerlo, pues es peligroso, o mejor dicho perverso e impío. Pues si ‘el hombre es la cabeza de la mujer,’ y si originalmente fuera ordenado para el sacerdocio, no es justo abolir el orden de la creación, y dejar que la parte superior venga a la parte inferior del cuerpo.…Pero si en las constituciones antes mencionadas no les hemos permitido enseñar, ¿cómo alguien les podría permitir, contra naturaleza, que ejerciesen el oficio de sacerdote? Pues esta es una de las ignorantes prácticas del ateísmo gentil, la de ordenar a sacerdotisas para las diosas, y no un estatuto de Cristo. Pues si el bautismo debiera ser administrado por mujeres, ciertamente nuestro Señor habría sido bautizado por su propia madre, y no por Juan; o cuando nos envió a bautizar, también habría enviado junto con nosotros a mujeres para este propósito. Pero ahora en ningún lugar, sea por constitución o escritura, nos ha hecho saber tal cosa.” 8.28: “Una diaconisa no bendice, ni ejerce ningún tipo de función que tenga que ver con el oficio de los presbíteros o de los diáconos, sino que sólo debe mantener las puertas, y ministrar a los presbíteros en el bautismo de las mujeres, por razón de la decencia.”

Dídimo el Ciego (Alejandría, s. IV): Sobre la Trinidad 3.41: “La Escritura identifica como profetisas a las cuatro hijas de Felipe, a Débora, a María la hermana de Aarón, y a María, la madre de Dios, quien declaró, como aparece registrado en el Evangelio: ‘De ahora en adelante todas las mujeres y generaciones me llamarán bienaventurada.’ Pero en la Escritura no hay libros escritos con sus nombres. Por el contrario, el Apóstol dice en 1 Timoteo: ‘No permito a la mujer enseñar,’ y nuevamente en 1 Corintios: ‘Toda mujer que ora o profetiza con su cabeza descubierta deshonra su cabeza.’ Él quiere decir que no le permite a una mujer escribir libros insolentemente, o por su propia autoridad, ni enseñar en las asambleas, porque, al hacerlo, ofende a su cabeza, que es el hombre; porque ‘la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza del hombre es Cristo.’ La razón por la que se impone este silencio en las mujeres es obvio: en el principio, la enseñanza de la mujer causó una destrucción considerable a la raza humana; pues el Apóstol escribe: ‘No fue el hombre engañado, sino la mujer.’”

Epífanes (Salamina, s. IV): Panarion 49: (cf. 78.23; 79.1-2; hablando en contra de los quintilianistas / pepuzianos / priscilianistas, quienes tenían a mujeres pastoras debido a que Eva fue la primera en comer del árbol de la ciencia, a la hermana de Moisés y a las hijas de Felipe que profetizaban, y a Gálatas 3:28, “En Cristo no hay hombre ni mujer”): “Pero toda ilusión humana viene de desertar la fe correcta y optar en su lugar por algo imposible, y por varias enajenaciones y ritos secretos. Pues si no se sujetan al ancla de la verdad sino que confían en su propia razón, sus mentes siempre están enloquecidas, y les lleva al frenesí por cualquier razón. Incluso si es por Eva que ordenan a las mujeres para el episcopado y el presbiterio, deberían escuchar al Señor cuando dice, ‘Tu deseo será para tu marido, y el se enseñoreará de ti.’ Y han obviado el mandamiento del apóstol, ‘No permito a una mujer hablar, o ejercer autoridad sobre un hombre,’ y nuevamente, ‘El hombre no viene de la mujer, sino la mujer del hombre,’ y, ‘Adán no fue engañado, sino que Eva, habiendo sido engañada primero, incurrió en condenación.’”

Juan Crisóstomo (Antioquía, s. IV): Hom. Rom. 31: “¿En qué sentido dice él, ‘No permito a la mujer enseñar’? Quiere impedirla que salga al frente públicamente, y esto desde el asiento en el santuario, no de enseñar con palabras. Puesto que si este fuera el caso, ¿cómo es que le dice a la mujer que tiene un marido incrédulo, ‘Sabes tú, o mujer, si salvarás a tu marido?’ ¿O cómo permite que amoneste la mujer a sus hijos, cuando dice, ‘pero se salvará engendrando hijos si permaneciere en la fe, la caridad y la santidad, con sobriedad’? ¿Cómo es que Priscila llegó a instruir incluso a Apolos? Al decir esto, no quería prohibir aquella instrucción privada que fuese de provecho, sino que ante todo el deber de presidir la asamblea pública recaía sobre el maestro; o de nuevo, aún en el caso de que el marido fuera creyente y estuviese plenamente equipado, siendo también capaz de enseñarla: cuando ella es la más sabia de los dos, entonces Pablo no prohíbe que ella le enseñe y le mejore.” Hom. 1 Tim. 9: “Gran modestia y decencia requiere el bendito Pablo de las mujeres, y no solo con respecto a su vestido y apariencia: sino que también procede a regular su hablar. ¿Y qué es lo que dice? ‘La mujer aprenda en silencio’; esto es, que no hable en la iglesia en absoluto; la cual regla también ha dado en su epístola a los corintios, donde dice, ‘Es vergonzoso que las mujeres hablen en la iglesia’; y la razón es que la ley las ha hecho sujetas al hombre. Y también en otra parte, ‘Y si van a aprender algo, que les pregunten a sus maridos’” Hom. Tito 4: “‘Maestras del bien.’ Y sin embargo ¿prohíbes que las mujeres enseñen? ¿Cómo mandas aquí que enseñen, si en otra parte has dicho ‘No permito a la mujer enseñar’? Pero nota que el añade, ‘ni usurpar la autoridad del hombre.’ Pues en el principio se les permitía a los hombres que enseñasen a los hombres y a las mujeres. Pero a la mujer se le permitía instruir en las conversaciones en casa. Pero en ningún lugar se les permite presidir, ni extender su discurso por largo tiempo, por lo cual él añade, ‘ni usurpar la autoridad del hombre.’” Sobre el sacerdocio 3.9: “La ley divina ha excluido a las mujeres del ministerio, sin embargo ellas luchan por meterse en él… El bendito Pablo no permitió ni si quiera que hablasen con autoridad en la iglesia.” Hom. 1 Cor. 37: Es la homilía de Crisóstomo sobre 1 Cor 14.34 y está claro que interpreta el pasaje como vigente para las mujeres en su día.3

Concilio de Laodicea (Laodicea, s: IV): Canon 11: “No se designaran presbítidas, como se las llama, o presidentas en la iglesia.”

Ambrosio (Milán, s. IV): Sobre la fe cristiana (libro V, cap. 13, §156): (hablando de la posibles analogías para explicar la sumisión del Hijo al Padre) “¿O como una mujer a un hombre, como leemos: ‘que las mujeres se sujeten a sus maridos;’ y de nuevo: ‘que la mujer aprenda en silencio y toda sujeción’? Pero es impío comparar un hombre con el Padre o una mujer al Hijo de Dios.” Es importante notar que Ambrosio rechaza que la relación marido–mujer puede explicar adecuadamente la relación Padre–Hijo con respecto a la sumisión del segundo, pero sigue manteniendo la sumisión de la mujer al hombre.

Ambrosiastro (s. IV): Com. 1 Cor. (comentando el 14.34-35): “‘Las mujeres deberían permanecer en silencio en las iglesias.’ Ahora enseña lo que ha omitido antes; en efecto, el había prescrito que las mujeres se cubriesen la cabeza en la iglesia. Ahora explica que a menos que permanezcan en silencio y al margen, no tiene sentido que se cubran. Porque si la imagen de Dios es el hombre y no la mujer, y si está sujeta al hombre por razón de la ley natural, cuánto más en la iglesia debería ser sumisa por medio del respeto a aquel que es el representante de (Cristo), quien es, él mismo, la cabeza del hombre. ‘Pues no les está permitido hablar, sino que permanezcan en silencio como dice la Ley.’ ¿Qué dice la Ley? ‘Tu deseo será para tu marido, y el se enseñoreará de ti.’ Esta ley es para toda la especie… A pesar de que ella es una sola carne (con su marido), hay dos razones por las que, no obstante, se le ordena que se someta: porque ella procede del hombre y porque el pecado entró por ella.” Com. 1 Tim. (comentando el 2.11-14): “Las mujeres no sólo deben vestir con modestia; sino que (el Apóstol) también prescribe que se le niegue autoridad, y que se sujete al hombre, a fin de que tanto por su vestido como por su obediencia ella permanezca bajo el poder del hombre de quien traza su origen… Puesto que el hombre fue creado primero, Pablo le coloca antes que la mujer; y también como ella fue creada después del hombre y del hombre, él considera que la mujer es inferior. Además añade otra razón: el diablo no engañó al hombre, sino a la mujer, y el hombre fue engañado por la intervención de ella; por lo tanto, no se le debe otorgar ninguna concesión a su atrevimiento, sino que dado que la muerte entró al mundo por su culpa, ella debe permanecer en sumisión.”

Pelagio (s. IV): Com. 1 Cor. (comentando el 14.34-35): “Es contrario al orden de la naturaleza y de la ley que las mujeres hablen en una asamblea de hombres. ¿Pero cómo es que Pablo dice en otra parte que las mujeres deben enseñar prudencia y castidad? Deben enseñarles a su propio sexo. De la misma manera que les señala el lugar en el que deben permanecer en silencio, también les permite hablar en otro contexto.” Com. Tito (comentando el 2.4): “(Pablo) les permite enseñar, pero sólo a otras mujeres, y no en la iglesia sino en privado.” Aunque se reconoce que Pelagio era hereje, no parece que su herejía afectara este aspecto de su teología.

Jerónimo (Palestina, ss. IV-V): Contra los Pelagianos (libro I, §25): (respondiendo a un oponente herético) “Pero tu liberalidad es tan grande que, para caer bien con tus amazonas, has escrito en otro sitio, ‘incluso mujeres deben tener un conocimiento de la ley,’ aunque el Apóstol proclama que las mujeres deben permanecer en silencio en las iglesias y que si quieren aprender algo que hablen con sus maridos en casa.”4

Teodoro de Mopsuestia (Turquía, ss. IV-V): Comentario sobre 1 Tim. 2: “Aunque Pablo prohíbe que las mujeres enseñen en la iglesia, verdaderamente él desea que ejerzan su autoridad en el hogar como maestras de virtud.”

Agustín de Hipona (ss. IV-V): Com. Juan (tratado 15, §18): (hablando de la conversación entre Jesús y la mujer samaritana de Juan 4) “¿Fue a través de su marido que quería que le diera aquella agua? O como no entendía, ¿quería enseñarle a ella a través de su marido? A lo mejor era según el Apóstol quien dijo ‘si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos.’ Pero esto lo dice el Apóstol de los casos cuando no está Jesús presente para enseñar. Se dirige, en resumen, a las mujeres a quienes el Apóstol prohibía hablar en la iglesia.”

Cánones antiguos de la Iglesia (Marsella, ss. IV-V): Canon 37: “Una mujer, sin importar lo docta y santa que sea, no debería ser tan atrevida como para enseñar a los hombres en la asamblea.” Canon 41: “Una mujer no debe tener la audacia de bautizar.”

Teodoro de Ciro (Ciro, s. V): Com. 1 Cor. (comentando el 11.3): “Pablo utiliza estas expresiones con el objetivo de que las mujeres se sometan a sus maridos y para enfatizar que no es apropiado que ellas usurpen el rol de enseñanza que desde el principio Dios ha expuesto que se ejerza bajo la autoridad del marido; en otras palabras, no fue mediante la transmisión de doctrinas divinas o mediante argumentos teológicos que él llego a esta conclusión.” (cf. Com. 1 Tim. donde comenta el 2.11-14)

Papa Gelasio I (Roma, 494): Carta 14 (Decreto a los obispos de Lucania, Bruttium y Sicilia): “Hemos oído, para nuestra consternación, que el desprecio de las cosas divinas ha llegado hasta tal punto que las mujeres son animadas a servir en los sagrados altares y desarrollar todas las demás labores que son asignadas sólo al servicio de los hombres, y para las que ellas no son apropiadas.”

En la última parte proporcionaré una valoración para ayudar interpretar la evidencia histórica conocida sobre las pastoras en la Iglesia primitiva.

 1 Me gustaría agradecer a Daniel Moríñigo por su colaboración en traducir la mayoría de los textos del inglés al español.

2 Cf. Contra Marcion 5.8 para otra referencia que interactua 1 Cor 14.34-35.

3 Cf. Hom. Mat. 7.7; Hom. 1 Cor. 26; Hom. 1 Tim. 9: argumenta que la sujeción de la mujer al hombre remonta a Gén 3.16 pero que sigue en vigor para las mujeres de su día.

4 Cf. Carta 127 §7 donde Jerónimo adula a Marcella por su conocimiento bíblico y dice que cuando hombres venían y le pedían su interpretación de ciertos pasajes de la Escritura, “cuando respondía a las preguntas daba su propia opinión no como si viniera de ella misma sino como si viniera de mi o de otro así confesando que lo que había enseñado lo había aprendido de otros. Pues sabía que el Apóstol había dicho: ‘No permito que la mujer enseñe,’ y que no parecía infligir ningún daño a los hombres que (a veces siendo sacerdotes) le preguntaba sobre puntos oscuros y dudosos.” Dos comentarios: (1) Lo que hacía Marcella queda fuera de la predicación y la enseñanza pública de las Escrituras, y por lo tanto no creo que se aplique 1 Cor 14.34-35 ni 1 Tim 2.11-14; (2) Jerónimo obviamente piensa muy bien de la habilidad intelectual y de la formación teológica de Mercella. Sin embargo, no aplicó la hermenéutica moderna que dice que originalmente Pablo dio sus mandamientos en 1 Cor y 1 Tim porque las mujeres eran ignorantes y no tenían formación pero que ahora sí los tienen también pueden predicar y enseñar.

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