Diocleciano, los cristianos, y Trump

Para los historiadores no hubo emperador romano más cruel que Diocleciano. Su fiebre de poder le llevó a despreciar la vida humana para cumplir sus propósitos. La Historia se repite.

04 DE JUNIO DE 2017 · 06:20

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El poder terrenal envilece. Prueba de ello es el método de los ejércitos imperiales que aniquilaban al enemigo y arrasaban sus territorios para afianzar la ‘Pax Romana’ (01).

Muchos siglos antes, el rey Salomón ya anunciaba lo que nadie pudo ni podrá desmentir:

“¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se puede decir: ‘He aquí esto es nuevo?’ Ya fue en los siglos que nos han precedido. No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después.” (02)

Lo que hizo Diocleciano hace diecisiete siglos incluyó la persecución, tortura y muerte de cientos de miles de genuinos cristianos.

A pesar de que la Historia de la humanidad se ha teñido con holocaustos imposibles de olvidar, siempre surgen ‘iluminados’ que abusan del poder; como ocurre con la salvaje ‘Administración Trump’ (03) iniciada el 20 de enero pasado.

¿Qué tiene esto que ver con la iglesia de Dios (04)? Mucho, aunque no lo parezca.

1. La ostentación del poder contrasta con la sencillez de corazón del genuino cristiano.

Como veremos, un despiadado monarca como Diocleciano obró para impedir que el Imperio Romano (05), que duró casi 450 años, se desplomase. Para lograr su propósito Diocleciano creó una administración imperial repartida entre cuatro gobernantes (06).

Pero, tras su muerte, la lucha por el poder terminó en la división del imperio, dando lugar a una diarquía. Sabemos que Constantino el Grande sería luego el monarca absoluto que eliminaría el culto al César, fundaría su propia iglesia y la uniría al Estado (07).

Jesús enseñó en los albores del Imperio; y la iglesia que edifica el Hijo de Dios creció portentosamente en los siglos siguientes.

Por su parte, Trump fue votado por entusiastas votantes - entre ellos cristianos - que desean ver a EE.UU. liderando el mundo. Son ellos ultra conservadores que esperan que EE.UU ‘vuelva a ser grande’ construyendo muros con México, rompiendo acuerdos con los demás países del mundo, y negando la realidad del Cambio Climático.

Analistas mejor informados que este autor nos revelan hacia dónde puede llevarnos este hombre inescrupuloso con su peligroso manejo del poder, y el coste que nos hará pagar a los habitantes del mundo (08).

En contraste, el Evangelio anuncia la llegada del Reino de Dios a la humanidad. El Plan de Redención saca a los escogidos de Dios fuera del sistema de pecado, aunque los deja en el mundo para dar testimonio de su nueva ciudadanía.

Esta tiene como principal característica la sencillez de corazón y las buenas prácticas de los fieles seguidores de Jesucristo.

Sobre esto les escribe el apóstol Pablo a los cristianos que se congregaban en Corinto, en defensa de las enseñanzas que compartía por Asia junto a Silvano y Timoteo:

“Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros. Porque no os escribimos otras cosas de las que leéis, o también entendéis; y espero que hasta el fin las entenderéis; como también en parte habéis entendido que somos vuestra gloria, así como también vosotros la nuestra, para el día del Señor Jesús.” (09)

2. La opresión saca a luz la íntima debilidad del opresor y la valentía de los oprimidos.

Entraremos a leer lo que J.C. Varetto narra sobre esta página negra de la Historia (10).

“Estamos ya a comienzos del siglo cuarto. Los cristianos disfrutan de paz en casi todo el Imperio, y nada hay que haga temer una posible persecución, tan larga y tan cruel como la que pronto tendrá que sufrir.

Es imposible saber el número de personas que profesaban el cristianismo en esta época, pero el crecimiento había sido tan prodigioso, que no había ciudad ni pueblo donde no se contasen por millares.

Estos pertenecían a todas las clases sociales, y hasta en el mismo palacio imperial ocupaban puestos importantes. El nombre de cristiano ya no causaba el horror que había causado en siglos anteriores.

Es doloroso, sin embargo, tener que reconocer que esta mejor reputación no siempre la habían ganado por medio de un testimonio más fiel, sino por medio de mayor compromiso con el mundo del cual tenían que mantenerse separados.

La piedad había decaído mucho; el primitivo amor había sido perdido; la forma externa de la piedad subsistía, pero su eficacia era negada con mucha frecuencia, de modo que el testimonio que daban los que llevaban el nombre de cristianos, no era siempre lo que había sido en otras épocas de menos tolerancia de parte del estado.

Una tremenda persecución se acercaba, la cual pondría a prueba la sinceridad de la fe de los que militaban en las iglesias. Dios, en su alta sabiduría, iba a hacer pasar por el fuego a su pueblo, para que se conociese los que eran suyos, y saliesen purificados como oro.

Diocleciano era el emperador, y él personalmente era un hombre de quien no se podía esperar verle mezclado en un acto de esta naturaleza. Su esposa Frisca y su hija Valeria, si no cristianas militantes, simpatizaban con el cristianismo, que sin duda llegaron a conocer por medio de alguno de los muchos creyentes que había en la casa imperial.

Pero la influencia de Galerio, su yerno, quien gobernaba en Oriente, prevaleció sobre Diocleciano para hacerle consentir en llevar a cabo un ataque que fue paulatinamente recrudeciendo, hasta convertirse en una de las más espantosas y largas persecuciones que la historia recuerda.

Las primeras manifestaciones de la prueba se hicieron sentir en el ejército, donde muchos cristianos se hallaban prestando servicio. Recordaremos que la profesión militar era tenida, por muchos creyentes, como incompatible con la vida cristiana, y cuando alguno se oponía a incorporarse a las filas o a participar de las ceremonias paganas que tenían lugar en el ejército, ya estaba expuesto a una prueba que sólo terminaba con la muerte.

Leemos acerca de un tal Maximiliano, conscripto de Numidia, que rehusó decididamente tomar las armas, alegando que era cristiano y que por lo tanto no podía hacerlo. ‘No puedo vestir el emblema de vuestro servicio porque yo visto el emblema de Cristo’ - contestó a los que querían persuadirle a no exponerse a la muerte.

Permaneció fiel a su resolución y fue decapitado. En el mismo distrito un centurión llamado Marcelo, el día en que se celebraba una gran festividad, públicamente rehusó participar del festín pagano, y renunció a la profesión militar. Llevado ante el tribunal fue condenado a ser decapitado.

El primer asalto con que se inició la persecución fue llevado a cabo en Bitinia, en el año 303, en la ciudad de Nicomedia, donde el emperador estaba conferenciando con Galerio. Largas fueron las conferencias celebradas, y al fin Galerio consiguió inducir a Diocleciano a pronunciarse en contra del cristianismo, aunque bajo la condición de que no hubiese derramamiento de sangre.

El 23 de febrero, al amanecer, una banda de hombres, encabezada por el prefecto de la ciudad, atacó la casa de cultos más grande que había en Nicomedia.

Fue grande la sorpresa de los atacantes al no hallar ninguna imagen. Hallaron en cambio ejemplares de las Sagradas Escrituras, que inmediatamente arrojaron a las llamas. El edificio estaba situado en un lugar alto y se veía distintamente desde el palacio que ocupaban Diocleciano y Galerio, quienes estaban presenciando el pillaje y discutiendo si era o no conveniente incendiar el edificio.

Galerio deseaba verlo reducido a cenizas, pero prevaleció el buen criterio de Diocleciano, quien hizo notar que no se podía ordenar el incendio de la casa de los cristianos, sin que otros edificios importantes fuesen destruidos también por las llamas.

Al día siguiente, apareció el primer decreto de los cuatro que fueron promulgados durante esta persecución, el cual estaba concebido en estos términos: ‘Las reuniones de los cristianos, con fines religiosos, quedan prohibidas; las iglesias cristianas tienen que ser derribadas, y quemados todos los ejemplares de la Biblia; los que ocupan puestos de honor o rango tienen que abjurar la fe o ser degradados; en los procesos judiciales debe emplearse la tortura contra los cristianos, de cualquier rango que sean, los de rango inferior que no ocupan puestos oficiales serán privados de sus derechos de ciudadanos y libres, y los esclavos, mientras permanezcan cristianos, no podrán recibir libertad’.

Como se ve, no se trataba de dar muerte ni procesar a los cristianos, sino de prohibirles sus cultos, destruirles sus libros, quitarles los derechos civiles, a fin de que por falta de acción y propaganda, pronto se extinguiesen. Un cristiano al leer el decreto fijado en un lugar público se indignó al punto de despedazarlo delante de todos los que lo leían y comentaban.

Esta bravata no condujo a nada práctico a favor de la idea que quería defender y sólo sirvió para dar a los paganos un motivo de venganza, lo que hicieron torturándolo y luego haciéndolo perecer en la hoguera.

Un incendio que estalló en el palacio donde residían Galerio y Diocleciano fue atribuido a los cristianos, pero nadie conocía a otro culpable sino al mismo Galerio, que repetía la triste farsa de Nerón al culpar a los cristianos del incendio de Roma.

Pero el pretexto bastó para que se extremasen las medidas violentas. Todos los familiares de la corte, entre los que había muchos cristianos, fueron sometidos a la tortura para conseguir que los supuestos culpables fuesen descubiertos.

Las mismas Frisca y Valeria no escaparon al rigor de las medidas, y se les obligó a que ofreciesen sacrificios a los dioses como acto de demostración pagana que haría desaparecer las sospechas que algunos abrigaban acerca de sus simpatías a la causa perseguida.

El edicto se hizo conocer en todas partes, causando el estupor consiguiente a todos aquellos contra quienes estaba dirigido. Una de las características de esta persecución es el ataque llevado contra los escritos que servían de base a la fe cristiana.

Al entrar los soldados en las iglesias, se apoderaban de todos los libros, y las casas de los obispos y hombres doctos eran requisadas cuidadosamente, y cuanto libro caía en manos de esos censores ignorantes, iba directamente a las llamas.

El cuidado puesto por los que amaban la palabra de Dios, pudo, sin embargo, hacer fracasar el plan destructor de los enemigos de la verdad. El erudito historiador Neander (11), al referirse a este hecho dice así:

‘Es evidente que el plan consistía en extirpar totalmente al cristianismo. Había algo de nuevo en la determinación de privar a los cristianos de sus escritos religiosos En las anteriores persecuciones se esperaba suprimir la secta suprimiendo a los maestros y directores.

Ahora ellos se habían dado cuenta de la importancia de estos escritos para preservar y propagar la fe cristiana. Y no hay duda, que la destrucción de todo ejemplar de la Biblia (si esto hubiera sido posible) hubiera sido más eficaz que la destrucción de los testigos vivos de la fe, cuyas muertes sólo lograban hacer levantar un número mucho mayor, que venían a ocupar sus puestos.

Además, si hubiera sido posible destruir todo ejemplar existente de las Escrituras, se hubiera cortado la misma fuente de la cual brota continuamente, con fresca e invencible energía, el verdadero cristianismo y la misma vida de la iglesia.

Por mucho que los predicadores del evangelio, los obispos y los ministros, podían ser ejecutados no más, todo era en vano, mientras este libro, por medio del cual podían formarse nuevos predicadores, quedase en poder de los cristianos. Es cierto que la transmisión del cristianismo no era inseparable y necesariamente unida a las Escrituras.

Escrita no en tablas de piedra, sino en las tablas del corazón, la divina doctrina, una vez alojada en el corazón humano, podía por su propio poder preservarse y propagarse para siempre.

Pero expuesta a las muchas fuentes de corrupción que existen en la naturaleza humana, el cristianismo, sin la fuente de las Escrituras a la cual recurrir para recobrar su pureza, hubiera sido oprimido, como lo enseña la historia, bajo el peso de errores y corrupciones, y pronto habría sido imposible reconocerlo.

¿Pero era posible a la arrogancia humana llevar a cabo este pérfido plan para la supresión del cristianismo? El brazo del despotismo puede olvidar todos los derechos privados; ¿pero le era posible llegar tan lejos como a destruir todo ejemplar existente de las Escrituras, no sólo los que se hallaban en las iglesias, sino los que había en las casas particulares?

El reino de las tinieblas, fiel a su carácter, pudo ciegamente imaginarse que nada escaparía a su investigación, y que por el fuego y la espada, podía destruir lo que estaba guardado por un poder superior y por la providencia’”.

En nuestro próximo artículo terminaremos con la segunda parte.

Hasta entonces, quiera nuestro Dios conceder a su iglesia amor por el estudio y exposición de las Escrituras. Para compartirla no con palabras de humana sabiduría, sino como Palabra exhalada del Espíritu. El Señor la implante en nuestros corazones y mentes, y nosotros la expresemos a nuestros semejantes con fe y sencillez, para que haga todo aquello para lo cual fue enviada (12).

 

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Notas

Ilustración: Diocleciano persiguió a la iglesia e hizo de ella una atracción circense; Trump se ha convertido en el foco de atención por su arrogante y peligrosa ignorancia. Dos maneras de usar el poder como si fuese propio.

http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/ano-305-diocleciano-renuncia-al-imperio_8677

http://static4.businessinsider.com/image/56c640526e97c625048b822a-480/donald-trump.jpg

01. Pax romana (en español: Paz romana), es una expresión en latín utilizada para referirse al largo periodo de estabilidad que vivió el Imperio romano, caracterizado tanto por su calma interior como por su seguridad exterior, lo que le permitió alcanzar su máximo desarrollo económico y expansión territorial antes de su final.

02. Eclesiastés 1:9-11.

03. Desde su llegada al poder de la primera potencia mundial, Donald Trump comenzó a desmantelar to realizado por su predecesor Obama. Recientemente bajó a EE.UU. del acuerdo mundial sobre Cambio Climático, rompió convenios con la Unión Europea y amenaza salir de la Organización de las Naciones Unidas.

04. Así denomina el apóstol Pablo a la iglesia que edifica Jesucristo (Mateo 16:18). Se refiere a ella tanto en forma general como local (1ª Corintios 1:2; 10:32; 11:29; 15:9; 2ª Corintios 1:1; Gálatas 1:13; 1ª Timoteo 3:5).

05. Se llama así a la tercera etapa del romanismo, comenzada 27 años antes del nacimiento de Jesús, y finalizada en el año 476 de nuestra era. Cuando Jesús ministraba en el territorio bautizado por el imperio como Palestina, había más de sesenta millones de súbditos habitando en 4,5 millones de km2.

06. A ese modelo se lo denominó ‘Tetrarquía’, y de allí surgió el apodo ‘Tetrarca’ adjudicado a Diocleciano.

07. Puede leerse al respecto otro artículo en ‘agentes de cambio’; enlace:

http://protestantedigital.com/magacin/41561/El_Estado_el_ejercito_y_las_primeras_iglesias_cristianas

08. Recomiendo conocer la opinión de César Vidal, entre la de otros analistas políticos internacionales; enlace:

http://protestantedigital.com/multimedia/41419/Politica_de_Trump_analisis_de_Cesar_Vidal

09. 2ª Corintios 1:9-11.

10. La Marcha del Cristianismo, Capítulo Cuarto: Años 300-606, páginas 140-145.

11. Johann August Wilhelm Neander, (1789 – 1850), fue un teólogo e historiador eclesiástico alemán, maestro - entre otros - del historiador Edmond de Pressensé, frecuentemente citado por Varetto. Nació como David Mendel; a su padre se lo conocía como el ‘judío vendedor ambulante’. Al convertirse a Cristo cambió su nombre por el que llevó hasta su muerte.

12. Isaías 55:11.

Importante: todas las referencias y énfasis en negritas son del autor de este artículo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Agentes de cambio - Diocleciano, los cristianos, y Trump