Génesis 1 y 2: ¿Dos relatos contradictorios?

Un análisis detallado de estos relatos bíblicos revela que no son contradictorios, sino que pueden entenderse perfectamente como complementarios.

26 DE FEBRERO DE 2017 · 08:30

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Está todavía de moda, en ciertos ambientes, decir que el primer capítulo de Génesis presenta un relato de la creación (Gn. 1-2:4a) (procedente de la fuente P o sacerdotal), mientras que el segundo capítulo recoge otro distinto e incluso contradictorio con el primero (Gn. 2:4b-25) (que provendría de la supuesta fuente J o yahvista). Tal disparidad de narraciones se emplea, entre otras cosas, como evidencia para negar la historicidad de Adán y Eva y, en general, la importancia de los primeros capítulos de la Biblia. Se señala, por ejemplo, que la fuente J del capítulo dos sería curiosamente la más antigua -unos trescientos años anterior a la sacerdotal del capítulo uno- y que el ambiente que describe no es un caos acuático, como en el primero, sino una tierra seca o esteparia. Tampoco el orden en que van apareciendo los seres creados sería el mismo ya que el ser humano surgiría antes que el resto de los animales. Y, en fin, que se utilizan muchos más antropomorfismos (o atribuciones a Dios de cualidades humanas) que en el capítulo primero. ¿Qué hay de cierto en estas afirmaciones de la crítica moderna? ¿Están de acuerdo hoy todos los especialistas?

Esta creencia de los dos relatos contradictorios no es nueva ya que fue sugerida por primera vez a mediados del siglo XVIII, con los trabajos del médico francés Astruc, a quien se le considera como el “padre de la hipótesis documentaria”. Tal hipótesis, enriquecida posteriormente con las aportaciones de muchos autores más, se impuso durante los siglos XIX y hasta mediados del XX. La mayor parte de los exegetas académicos aceptaban que el Pentateuco era una recopilación realizada en el período del Segundo Templo a partir de diversos documentos o fuentes: una fuente era la J (yahvista), que empleaba el tetragrámaton, o las cuatro letras hebreas de Jehová (YHWH), desde el principio de la historia de la creación; otra fuente era E (elohista), según la cuál el nombre Jehová fue revelado primero a Moisés, y por ello, utiliza Elohim en todas las narraciones anteriores a la revelación de Dios a Moisés en el monte Horeb; la tercera fuente sería la P (de Priestly code o código sacerdotal), proveniente de círculos sacerdotales y que se negaba también a usar el nombre de Jehová antes de la generación de Moisés; y, por último, la fuente D, que comprendería la parte principal del libro de Deuteronomio. Esta hipótesis documentaria gozó de una posición de dominio absoluto en el mundo científico hasta los años 20 del pasado siglo.

Sin embargo, a partir de 1924, empezaron a surgir algunas voces académicas discrepantes. A pesar de que el método analítico del texto bíblico parecía muy científico ya que se centraba en las repeticiones y duplicaciones, en contrastes y contradicciones, variaciones lingüísticas y estilísticas, así como en la disección casi microscópica de los versículos, lo cierto es que algunos empezaron a sospechar que quizás los resultados obtenidos bien podrían deberse a la manera subjetiva que tenían los investigadores de estudiar el texto y no a datos puramente objetivos. ¿Por qué no se abordaban los pasajes de la Escritura según las normas propias del antiguo Oriente y del pueblo de Israel, en vez de hacerlo mediante los criterios literarios y estéticos de nuestro tiempo? ¿No se podría llegar a resultados completamente diferentes si se profundizara en la cultura, costumbres e idiosincrasia del pueblo hebreo?

La hipótesis documentaria se fundamenta principalmente en las porciones narrativas del Pentateuco y especialmente en el libro del Génesis. Sus argumentos se basan -tal como se ha apuntado- en el uso de diferentes nombres para referirse a Dios, variaciones del lenguaje y estilo, contradicciones y divergencias de criterios, duplicaciones y repeticiones, así como en señales de estructura compuesta en las secciones. Veamos cómo pueden explicarse tales hechos desde la mentalidad hebrea y no desde las propuestas modernas de la hipótesis documentaria.

En primer lugar, está la cuestión de por qué en los cinco primeros libros de la Biblia se usan diferentes nombres para Dios. Unas veces aparece Jehová o Yahvé, otras Adonai o Señor, y también Elohim o Dios en general, a parte de El o de Sadday. Por ejemplo, en el primer capítulo de Génesis el nombre que se utiliza para nombrar a Dios es Elohim. Sin embargo, a partir del versículo cuatro del segundo capítulo se habla ya de Jehová Dios. ¿Indican tales nombres necesariamente que Génesis es una combinación de documentos procedentes de fuentes diferentes o existe otra mejor explicación?

Es menester recalcar que tales variaciones de los nombres divinos no son accidentales, sino completamente deliberadas. En unos textos copiados tantísimas veces, este hecho no podía pasar desapercibido a nadie. El lenguaje del Pentateuco es siempre escrupulosamente exacto hasta en sus detalles más pequeños. Esto quiere decir que semejante cambio de nombres debía tener algún importante significado. ¿Cuál debía ser?

Los hebreos usaban Elohim como el nombre común de Dios, tanto para referirse al Dios de Israel como a los dioses de los demás pueblos paganos. Sin embargo, el nombre de YHWH (Jehová o Yahvé) era un nombre propio y exclusivo del Dios de Israel. No sólo era Yahvé el creador del universo sino también quien los había escogido como su propio pueblo. Ningún judío ignoraba esto. De manera que cuando la Biblia dice: En el principio Elohim creó los cielos y la tierra” se refiere al Dios creador en general que podía ser adorado también por otros pueblos, no sólo por los hebreos. Pero cuando se emplea YHWH, como ocurre en el capítulo dos de Génesis, está expresando la concepción personal de la Deidad exclusiva de Israel. Y lo mismo suele ocurrir en los escritos proféticos, legales, poéticos y en la literatura sapiencial.

De manera que, en todas las ramas de la literatura hebrea, cuando a Dios se le llama YHWH, se están tocando temas de contenido puramente israelita, en especial de carácter ético y personal (como cuando Dios trata con los individuos concretos), mientras que el uso de Elohim indica que se habla de asuntos que no son exclusivos de Israel sino de alcance universal, como la idea abstracta de la Deidad concebida como creador del universo físico, gobernante trascendente del mundo o fuente de la vida que existe fuera y por encima del cosmos físico. El autor de Génesis escogió cada nombre en función del contexto y de la intención pedagógica.

En la historia del huerto de Edén se representa a Dios como el gobernante moral que impone ciertas obligaciones al hombre, que serán simbólicas de los preceptos rituales que más tarde se darán a Israel. El Tetragrámaton demanda responsabilidad personal al ser humano, por eso se resalta el aspecto personal del Dios que se relaciona con el hombre y las demás criaturas. La relación entre la creación y el huerto de Edén es similar a la que existe entre las dos partes del salmo 19. En la primera parte (1-6: Los cielos cuentan lo gloria de Dios), el poeta alaba a Dios como creador de la luz física y emplea el nombre El, mientras que en la segunda, lo alaba como la fuente de la luz moral de la Escritura, y para eso emplea YHWH.

No hay razón para sorprenderse de que los nombres de Dios varíen en el Pentateuco. Lo extraño sería, más bien, que no cambiaran. No se trata de ninguna contradicción entre documentos diferentes, ni de una especie de amalgama de textos separados -como supone la hipótesis documentaria- sino que cada autor hebreo escribió así porque esto es lo que demandaba el significado primario de tales nombres y toda la tradición literaria del antiguo Oriente. Lo mismo puede decirse de las disparidades lingüísticas que pueden explicarse perfectamente por referencia a las reglas generales del lenguaje, a su estructura gramatical, a sus léxicos y a las convenciones literarias hebreas de los autores y no porque se trate de diferentes documentos.

De la misma manera las supuestas diferencias en el asunto de las secciones pueden darse también en una obra homogénea y, a la vez, polifacética como es el Pentateuco que presenta temas desde diferentes perspectivas. Las duplicaciones y repeticiones siempre tienen una intención específica que se hace evidente en el texto y también las secciones aparentemente compuestas, en realidad, poseen una estrecha vinculación entre ellas. Pero no es necesario recurrir a la hipótesis documentaria para explicar todo esto, también puede hacerse apelando a la unidad de los primeros libros bíblicos.

Un análisis más detallado de estos relatos bíblicos revela que no son contradictorios, ni mucho menos, sino que pueden entenderse perfectamente como complementarios. El autor va desde lo general hasta lo particular. La narración de Génesis dos no es, en contra de lo que habitualmente suele pensarse, un relato de creación. Dicha creación se resume aquí sólo en medio versículo: el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos (Gn. 2:4b). El autor no está hablando en estos textos sobre el origen del mundo sino acerca del origen del mal por causa del hombre. De manera que el capítulo dos está preparando el drama del pecado humano que estallará en el capítulo tres y trastocará toda la realidad creada.

Si el primer capítulo de Génesis presenta una creación cronológica o siguiendo una secuencia temporal, el capítulo dos se sitúa en el presente de Adán. Dios aparece como el creador del mundo en el primer capítulo, mientras que en el segundo es más bien el Señor del pacto o de la alianza con Israel. El ambiente general o escenario global en el que se desarrolla todo el proceso creador del universo es distinto también del huerto del Edén, en el que se dan detalles concretos de la creación del ser humano, pero también de ríos, lugares y minerales. Y, por último, el primer capítulo se refiere a la creación de los animales, mientras en el segundo, Adán aparece nombrando a esos animales anteriormente creados por Dios.

Quizás la única tensión significativa se encuentre en el siguiente versículo: Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre (Gn. 2:19). ¿Está diciendo este texto que Dios creó antes a Adán que a los animales? ¿Acaso no afirma el primer capítulo que el hombre fue la última creación? La confusión se debe a la mala traducción del verbo “formar”. No es que “Dios formó” sino que “Dios había formado” en pasado. Muchas traducciones de la Biblia repiten sistemáticamente este error. Sin embargo, existen dos versiones inglesas -la New International Version (NIV) y la English Standard Version (ESV)- que lo hacen correctamente.

El prestigioso comentarista judío, Umberto Cassuto (1883-1951), gran rabino de la comunidad judía de Florencia, profesor de lengua y literatura hebrea en la Universidad de Florencia y catedrático de estudios bíblicos en la Universidad Hebrea de Jerusalén, rechazó la hipótesis documentaria y escribió al respecto: “… la explicación usual dada en los comentarios modernos, a saber, que tenemos aquí dos relatos contradictorios -en los que según uno las criaturas fueron creadas antes que el hombre, y según el otro, después de él- no es tan simple como parece a simple vista”. Y añade: "Por lo tanto, parece que en el pasaje que tenemos delante (…) debemos entender la creación de toda bestia del campo y toda ave de los cielos en un sentido similar al del crecimiento de los árboles en 2:8-9., a saber, que de todas las especies de bestias y criaturas voladoras que ya habían sido creadas y se extendían sobre la faz de la tierra y el firmamento, el Señor Dios formó ahora unas especies particulares con el fin de presentarlas ante el hombre en medio del Jardín”.1

Es evidente que antes de que los textos bíblicos de Génesis fuesen escritos, había numerosas tradiciones relacionadas con el comienzo de la historia del mundo que probablemente procedían de diversos orígenes. No obstante, el autor del Pentateuco seleccionó sólo aquello que se ajustaba a sus propósitos. Lo purificó, ordenó e integró en un todo unificado. Le imprimió la impronta de su propio espíritu guiado por el Espíritu Santo. Este es el misterio de la interacción entre Dios y el autor humano inspirado. Y consiguió hacer del caos una armonía singular, una homogénea obra de arte eterna que todavía nos ilumina hoy. De ahí que sea imposible para el erudito moderno resolver el problema de las fuentes en que bebió el autor porque hay algo en lo que ningún investigador puede entrar: el enigma del alma del escritor bíblico y la inspiración divina que ilumina su obra literaria. Seguiremos tratando tales asuntos en los próximos trabajos.

 

1 Umberto Cassutto, 1989, A Commentary on the Book of Genesis: Adam to Noah, Magnus Press, Jerusalem, p. 129.

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