Despedida de José María Martínez

Terrassa, 21 de junio de 2016.

25 DE JUNIO DE 2016 · 19:00

Un jilguero posado en una rama,jilguero
Un jilguero posado en una rama

En un rincón tranquilo y sombreado, acompañado por los arrullos de la paloma torcaz y el gorjeo de un jilguero entre los árboles del cementerio, Stuart Park dirigió estas palabras de consuelo al círculo más íntimo de la familia Martínez-Vila, tras recibir sepultura los restos mortales de su amado padre, hermano y pastor.

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Es un honor para mí poder compartir unas breves palabras con vosotros en estos momentos tan emotivos. Lo haré con sencillez y os hablaré desde el corazón.

Comenzaré con una anécdota personal de gran significado para mí. En 1964 recalé, por primera vez en España, en la casa de don Samuel Vila y doña Lidia, en la calle Moragas y Barrett 113 (ahora Galvani) de esta misma ciudad, para alojarme en el piso que había ocupado con anterioridad el sacerdote Francisco Lacueva. Recuerdo la comida que disfruté invitado por la familia, y recuerdo a Eliseo Vila, aquí presente junto con su esposa, como si fuese ayer. No había vuelto a Terrassa en todo este tiempo, y hoy, 52 años después, tengo la sensación de que se ha cerrado un círculo providencial. Nunca imaginé que la familia Martínez-Vila llegaría a proporcionar lazos tan estrechos de amistad y comunión, y estoy agradecido.

En su predicación en la iglesia de Verdi, Pablo habló de su padre como hermano, pastor, maestro y amigo. Dijo que vivió «aferrado a Cristo», «prendido y prendado por Él».

Poco más puedo añadir aquí, así que recordaré tres rasgos que, para mí, definen al Sr. Martínez: su pulcritud verbal; su equilibrio teológico; y la ausencia de toda ostentación, rasgos que contrastan, tristemente, con la indolencia expresiva, el sesgo sectario y el afán de protagonismo que, no pocas veces, se dan en el mundo evangélico de hoy.

 

Su pulcritud verbal.

La palabra justa, ni una palabra de más, ni una palabra de menos. En su predicación, en su obra literaria, en su conversación, el Sr. Martínez se expresó siempre con elegancia, y su prosa tiene una fluidez cervantina que raras veces se ve. La Palabra de Dios es hermosa, y la hermosa lengua castellana, cultivada por él con esmero, embelleció siempre la comunicación del evangelio, y la explicación que hizo de la doctrina de Cristo.

 

Su equilibrio teológico.

La teología de José María Martínez es equilibrada porque se centra en Cristo. Su pensamiento abarca toda la Escritura, cuyo alfa y omega se encuentra en la Persona y Obra del Salvador. Por ello, su predicación es cristocéntrica: de ello dan fe su obra escrita, y los hermosos himnos que eligió para su funeral.

 

Ausencia de toda ostentación.

La imagen que guardo del Sr. Martínez, reflejada en la fotografía que se proyectó en pantalla al comienzo y término del culto en Verdi, es de un hombre austero, pero afable, serio pero cariñoso, erudito pero cercano. Vivió para Cristo, en quien no hubo rastro alguno de vanagloria; y este rasgo, para mí, define al auténtico siervo de Dios.

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Al reflexionar sobre estas cosas, quisiera compartir, para finalizar, la lectura de uno de los textos más maravillosos de la Biblia. Trata de otra Partida, la del Señor Jesús, y la oración que elevó a su Padre poco antes de morir.

La relación de Jesús con su Padre es única. Nadie hizo la obra que él hizo, ni podrá; nadie pronunció las palabras que él pronunció, ni podrá; pero su oración proporciona un modelo para nosotros, y las palabras de Cristo atañen a todos los hijos de Dios.

Destacaré tres palabras del Señor que me recuerdan, en estos momentos, la obra de nuestro hermano, el Sr. Martínez, de quien nos despedimos hoy.

 

He acabado la obra que me diste que hiciese (Jn. 17:4).

Es fácil empezar una obra; mucho más difícil es acabarla. Nuestro hermano comenzó su obra hace más de 70 años, y fiel a la vocación a la que fue llamado, la ha acabado hoy. Ahí quedan sus libros, sus sermones, y el recuerdo que ha dejado en quienes le conocieron de cerca.

 

Las palabras que me diste, se las he dado (Jn. 17:8).

La pulcritud verbal del Sr. Martínez tuvo su origen en el amor por la Palabra de Dios. De ahí la grandeza de su exposición, la calidez de su consejo pastoral, y la sencillez de su trato personal. Tuvo las palabras de Cristo en su mente y en su corazón, y las compartió con fidelidad.

 

Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo, mío (Jn. 17:10).

La entrega de Cristo fue suprema, y nos llama a seguir su ejemplo en todo. «Aferrado a Cristo», «prendado y prendido por Él», son palabras que resumen la vida de nuestro hermano, desde su juventud.  No cabe epitafio mejor.

 

Termino con estas bellas palabras del Señor: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo; para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo» (17:24).

Que estas palabras sirvan de consuelo. Que el Señor nos bendiga a todos. Amén.

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